El Prado de Santa María en Brihuega

sábado, 28 diciembre 1974 0 Por Herrera Casado

 

En uno de los lugares de nuestra provincia en que más densa se hace la historia, y más consistentemente se palpa el arrastrarse de los tiempos pasados, es el Prado de Santa María, en Brihuega, lo que antiguamente fuera recinto exterior del castillo de la villa, y hoy es un umbroso parque de presencia recoleta.

En ese lugar han paseado, su rigor y su nostalgia desde los reyes moros de Toledo, hasta el monarca castellano Alfonso VI, a quien Al‑Mamún regaló el lugar y fortaleza. Sin olvidar las estancias sucesivas de los arzobispos toledanos, sus señores, y de los reyes de Castilla, viajeros por sus dominios y aquí alojados.

Se cierra el recinto casi totalmente por la muralla del patio exterior del castillo, y se abre por fa moderna «Puerta de la Guía», que atraviesa la gruesa muralla por septentrión. Especialmente orientados al Norte y al Oeste gruesos muros y torreones le da su recia presencia guerrera. Al NE del Prado se enclava el castillo. Casi con seguridad puede afirmarse su primitivo carácter de reducto, celtibérico,  pasando, luego a ser ocupado de romanos y visigodos, y más tarde de árabes que fortificaron la «Peña Bermeja» y dieron a este enclave un carácter de recinto guerrero y residencial. Ya en poder de Alfonso VI, el conquistador de Guadalajara y Toledo, fue  reforzado notable ente, siendo en las manos de le Sr. arzobispos toledanos, a las que pasó en 1086, en las que vino a tomar su grandeza y su definitiva prestancia.

En el castillo de la Peña Bermeja, pues, tiene su asiento don Juan obispo, don Pedro Tenorio, don Gil de Albornoz, pero es sobre todo a don Rodrigo Ximénez de Rada, canciller del reino con Alfonso VIII y su Hijo Fernando III, gran historiador, hábil político y diplomático, adornado de todas las virtudes que el hombre enérgico, inteligente y valeroso del Medievo podía acaparar, a quien se debe el engrandecimiento definitivo de este castillo, y con él, de todo el entorno que hoy le rodea. El fue, don Rodrigo, quien levantó, en el segundo cuarto del siglo XVII, la capilla gótica, de puro estilo nórdico, que aún se conserva imbuida en la torre mayor del castillo, que no es otra cosa que el relieve que hace al exterior el ábside de esta capilla. Capiteles vegetales, nervaduras pétreas, y un zócalo pintado con tracerías y dibujos de tradición mudéjar, completan ese recinto hoy en necesidad perentoria de restauración.

Al Prado de Santa María, el castillo da con un muro cubierto de hiedra, una plazoleta donde se ha instalado una fuente y un busto en bronce de D. Jesús Ruiz Pastor Serrada, gran benefactor e impulsor del desarrollo de Brihuega a lo largo de la década de los años 60.

Siguiendo la muralla en dirección Sur, nos encontramos, doblando el muro mediante cilíndrico cubo, una puerta de arco semicircular, moderna, que da paso a la capilla de la Vera Cruz, antigua dependencia del castillo, cubierta de larga bóveda de cañón, y que hoy es sede de los paso de Semana Santa y diversas imágenes. Junto a la puerta, una placa, obra del ceramista Chacón, puesta al final de septiembre de 1973 en, recuerdo y homenaje a los hermanos Durón, Diego y Sebastián, naturales de Brihuega, y afamados músicos en los finales del siglo XVII. En un rincón, una sencilla basa de piedra, sostiene cruz metálica recordatoria de unas Misiones.

Más al Mediodía, nos encontramos con la puerta, moderna, que da acceso al actual recinto del cementerio, y que en tiempos pasados fue patio de armas de la fortaleza. Entre el silencio albo de las tumbas, aún parecen oírse el discurso de la historia, con el color púrpura de los mantos y el lucido brillar de las armaduras por contorno.

En el extremo sur del Prado, aparece, por fin el templo parroquial de Santa María. Iglesia de transición del románico al gótico, con una magnífica puerta de acceso, bajo tejaroz, orientada al norte, con arcos apuntados cuajados de puntas de diamante y decoración vegetal, y unos capiteles con escenas marianas, muy curiosos. En su interior, de una equilibrada y bellísima arquitectura gótica, con aditamentos platerescos puestos en el siglo XVI por el cardenal Tavera, cuyo escudo luce sobre la puerta occidental, se conserva la imagen románica de la patrona de la villa, la Virgen de la Peña. La tradición dice que fue en ese mismo lugar, en la «Peña Bermeja», sobre la que se asienta el castillo, donde la Señora de los Cielos se apareció a la princesa. Elima, hija de Al‑Mamún de Toledo.

Una verja circunda el extremo del Prado, dan a la vista una panorámica inigualable sobre los cercanos huertos, el Tajuña discurriendo manso entre las arboledas del fondo del valle, que se pierde en la lejanía, y las fronteras parameras de la Alcarria, que cierran el horizonte por el Sur. En ese pequeño rincón extremo, una Cruz de piedra recuerda el sacrificio de cuantos cayeron en la guerra de 1936‑39, defendiendo el auténtico ser de España.

A Occidente del Prado de Santa María, un edificio pesado y sin particular interés arquitectónico le cierra. Se trata de lo que, a comienzos del siglo XVII, fue convento de frailes franciscanos, fundado por don Juan de Molina, en .unos pequeños cuartos anejos a la muralla. Luego creció la fundación, fue habitada de frailes de la reformar hecha por San Pedro de Alcántara, y al fin, en 1835, al ser exclaustrados los religiosos, se convirtió en Hospital de la Villa. Hoy se dedica a Escuelas Nacionales.

Continuando este sector de cerramiento del Prado de Santa María, aparece nuevamente la muralla, en la que se abre el arco del «juego de pelota», flanqueado por dos voluminosos y recios torreones. Una casa ocupa el ángulo N.O. de esta zona, y unas huertas y jardines rellenan el resto.

La conjunción de monumentos civiles y religiosos, de plazas, cruces y veletas, de gruesos árboles, de vistas al valle, de recuerdos históricos y alucinante sosiego, dan al Prado de Santa María, en Brihuega, un carácter y una fuerza de atracción como muy pocos otros lugares en nuestra provincia. Es un rato inolvidable el que tú, lector amigo, puedes pasar recorriendo de un extremo a otro los mil y un recovecos sentimentales y artísticos de este entorno.