Heráldica mendocina en Guadalajara

sábado, 21 septiembre 1974 3 Por Herrera Casado

 

Coincide la época de mayor esplendor de, la antigua Arriaca, entre la segunda mitad del siglo XV hasta finales del XVI, con el momento en que la sociedad española coloca, entre sus más queridos signos de preeminencia social, los escudos heráldicos, para los que ha estado elaborando una compleja y bella simbología en época inmediatamente anterior. En esos días de grandeza alcarreña, hay una familia, la de Mendoza, que abarca de un modo casi total el acontecer económico, cultural y social de esta ciudad y de esta tierra. En sus libros, en sus tapices, en sus casones, chimeneas y artilugios festivos, aparecen profusamente repartidos sus signos familiares, sus escudos inconfundibles y poderosos. Para los que Luís de Zapata, en el canto 25 de su «Carlos famoso» dijera:

«Aquel escudo verde con la banda coloreada, por medio a la soslaya, perfilada de oro tras quien anda el mundo por los lados, como raya; la traen los de Mendoza, como manda Zuria, señor primero de Vizcaya.

Ni hay un árbol como aquesta de gran fama en España con fruto tanta rama».

Haciendo un breve y escueto repaso de la evolución de las armas mendocinas, debemos señalar cómo fue la más antigua enseña familiar, adoptada ya por los primeros señores del solar alavés, una simple banda roja sobre campo verde, «que viene a ser un haz de hierba atada con una cinta colorada», como dice Torres en su «Historia de Guadalajara», al folio 297. Posteriormente bordearon de oro la banda roja, quedando conformado el más primitivo blasón de los Mendoza. Tras la batalla de las Navas de Tolosa, en 1212, y habiendo sido don Iñigo López de Mendoza, señor de Llodio, uno de, los que con el rey Sancho de Navarra asaltara el palenque moro y rompiera sus cadenas, bordearon su escudo con este símbolo de valentía y fuerza guerrera. Pero no llegó a adoptarse definitivamente su uso, lo mismo que las veinte panelas de Plata que en otras ocasiones añadió, como recuerdo de una victoria ganada contra la familia de los Guevara.

Con la familia Mendoza va a en Vega. Se personifica esa unión entroncar la montañesa casa de la el matrimonio de don Diego Hurtado de Mendoza, almirante de Castilla, con doña Leonor de la Vega. Llevaban éstos en su escudo sobre campo de oro, el mote con que el arcángel saludó a la Virgen: «Ave María, gracia plena», rodeando todo el escudo, muchas veces sin poner toda la frase entera. Varias son las leyendas que explican su origen. El padre Pecha, en su «Historia de Guadalajara», dice que cuando en la batalla del Salado don Gonzalo Ruiz de la Vega iba en persecución del enemigo infiel, «implorando el auxilio divino, poniendo por intercesora a la Virgen, iba rezando el «Ave María»; como le venció, atribuyó la victoria a su oración y púsola en el escudo de sus armas».

El mismo almirante, don Diego Hurtado, fue el creador del más conocido y repetido escudo de los Mendoza, fundiendo el suyo con el de su mujer. Partió en sotuer su blasón, colocando arriba y abajo la banda roja sobre campo verde, y a ambos lados la salutación mariana sobre campo dorado. Este es el escudo que luce, por ejemplo, en el grande y redondo centro con el que se remata la puerta principal del Palacio del Infantado. Es símbolo puesto por su constructor el segundo duque, don Iñigo López de Mendoza, quien al casar con doña María de Luna, hija de don Álvaro de Luna y doña Juana Pimentel, dio pie a que su escudo se uniera al mendocino, formando el también muy repetido, partido en pal, con el Mendoza a la derecha y el Luna a la izquierda, de sus descendientes numerosos. Posteriormente fueron añadiéndose nuevos entronques y alianzas a éste, que quedó en definitiva, como el de más rancio y antañón abolengo, cuajado por todos los costados de recuerdos arriacenses.

Ejemplos de todos ellos quedan, y muy abundantes, en la Guadalajara le 1974. En el enterramiento de doña Aldonza de Mendoza, duquesa de Arjona, hija del Almirante y su primera mujer, doña María de Castilla, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Guadalajara, aparece la simple banda sobre campo liso, arma la más antigua de Mendoza.

El escudo mendocino más común, que parte en sotuer el primitivo con el Ave María de los Vega, nos saluda en cada esquina, en cada portalón, en cada oscuro e impensado rincón de la ciudad. De los hijos del primer marqués de Santillana, el que fue adelantado de Cazorla, y gran capitán en guerras andaluzas contra moros, don Pedro Hurtado de Mendoza, hay varios escudos en su enterramiento y el de su mujer, en el presbiterio de la iglesia de San Ginés. De su hermano, don Pedro González de Mendoza, gran Cardenal de España, es innumerable la presencia de su escudo. Está en el patio del convento de San Francisco; en los salones del Ayuntamiento, a donde llegaron procedentes de aquél; en la puerta posterior del palacio del Infantado, que da a la plaza de Oñate, aparece su escudo con las insignias cardenalicias y la cruz arzobispal. Finalmente, en el palacio del Infantado, sede de la poderos familia desde finales del siglo XV, es abundantísima su muestra heráldica. Tenido por dos salvajes, coronando la puerta de entrada, aparece escudo profusamente timbrado de don Iñigo López de Mendoza, el segundo duque. Corona condal, yelmo terciado que mira a la derecha, rematado en corona cívica y quimera, flanqueado por hojarasca y un par de tolvas de molino, que también es símbolo suyo. Veinte pequeños escudos le rodean, llevando en sus múltiples símbolos los entronques más antiguos de la familia. Sólo un caballero como don Iñigo, amante de las grandes fiestas, los torneos, los tapices, caballos y armaduras, pudo concebir este escudo que es el lujo exacerbado de la heráldica.

Fue su hija, doña Brianda de Mendoza y Luna, quien fundó en 1524 el beaterío de la Piedad, luego convento de monjas franciscanas, en Guadalajara, subsistente hhoy en día. En el remate de su portada, diseñada y tallada por Covarrubias, aparece el escudo de sus dos apellidos, lo mismo que en el sepulcro, que para contener sus restos tallara el mismo autor, y que permanece en el Interior del templo, así como en lo alto de las columnas del presbiterio, que hoy afloran en el salón de actos del que fue Instituto de Enseñanza Media. También se conserva, y muy hermoso, sobre la baranda de la escalera noble del palacio de don Antonio de Mendoza, que luego quedó como claustro de dicho convento.

Aún aparece este conjunto de Mendoza y Luna en otros lugares y monumentos de Guadalajara. En la portada y muros interiores de la iglesia de los Remedios, que el obispo de Salamanca, don Pedro González de Mendoza, fundara a fines del siglo XVI, para colegio de doncellas, y luego pasara a ser convento de monjas jerónimas, se repite profusamente el escudo de su padre, el cuarto duque del Infantado, y el de su madre, doña Isabel de Aragón. De la sexta duquesa, doña Ana de Mendoza, es el escudo que aparece flanqueando la portada del convento de Carmelitas de San José, vulgo «de abajo», pues fue esta señora quien lo fundó en 1615.

Esta relación sucinta de blasones mendocinos repartidos por nuestra ciudad, hubiera sido incomparablemente más larga de as, haber desaparecido tanto edificio y tanta obra de arte que estos personajes legaran a su ciudad más querida y mimada. Las casas que los Mendoza tuvieron en la plaza de Santa María en las que partió de esta vida el Gran Cardenal, atesoraban en sus muros y capitales gran número de blasones. Lo mismo que aquella importante serie, de enterramientos de todos los duques y sus antepasados que en la capilla mayor del convento de San Francisco se fueron colocando. O la interminable colección de alfombras y reposteros blasonados con estas mismas armas de Mendoza y Luna que en el «libro del guardarropa del cuarto duque», se mencionan existentes en su palacio, en 1546.

En esta hora de alegría festiva y buenos propósitos, quede junto a nuestra admiración y precio por estos resplandores del pasado arriacense, el empeño decidido de protección a estas muestras de en pálpito más viejo.

«Del programa de Ferias y Fiestas de Guadalajara 1974»