Notas del arte renacenstista alcarreño

sábado, 6 julio 1974 2 Por Herrera Casado

 

Uno de los más insignes monumentos qué se conservan en la ciudad de Guadalajara es el palacio de don Antonio de Mendoza, convertido por su sobrina, doña Brianda, en convento franciscano de la Piedad, y sede del Instituto de Enseñanza Medía, durante el último siglo. Construido en los primeros años de la decimosexta centuria, hoy sólo nos queda de él la portada, algo modificada por sucesivas reformas y el gran patio central, del que hoy nos ocuparnos.

Era don Antonio de Mendoza hijo de don Diego Hurtado, primer duque del Infantado y segundo marqués de Santillana. Uno más de los muchos hijos de este duque, destacó en la guerra y se dedicó, ya en su edad adulta, a la sosegada vida cortesana arriacense, a la que obsequió con la construcción de esta su casa, una de las mejores que en la hora del Renacimiento puso Guadalajara en la órbita española.

Aunque las fechas de construcción del palacio de don Antonio de Mendoza oscilan entre 1500 y 1505, parece ser que este patio es algo posterior, fechable, de todos modos, antes de 1515 (1). Su autor, casi con toda seguridad, fue el arquitecto Lorenzo Vázquez, hombre que se formó en la escuela de Juan Guas, cuando éste construía el palacio del Infantado, de nuestra ciudad, a fines del siglo XV, y que podemos considerar como el introductor del estilo renacentista en España. Frente a la evolución que Guas aporta dentro del secular evolucionismo gótico, dando la medida exacta de lo isabelino‑español, con su mezcla de mudéjar y flamígero en la portada del palacio del Infantado, surge la revolución artística de Lorenzo Vázquez, apoyada en todo momento, con admiración y aliento constante, por el Cardenal Mendoza, verdadera cabeza decisoria de esta gran familia, durante el paso del siglo XV al XVI (2). Vázquez revoluciona «a lo romano», trae de Italia el nuevo estilo que ya hace casi 75 años se ha implantado en la vecina península, y da las pautas para el resurgir de uno de los más característicos estilos hispanos: el plateresco.

Aquí, en Guadalajara, se construye el palacio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo, a finales del siglo XV, el monasterio franciscano de Mondéjar, en la primera decena del XVI, este palacio arriacense en esa misma época, y alguna otra cosa que luego mencionaremos. Es Lorenzo Vázquez, quien construye todo ello, así como, de parte del Cardenal Mendoza, a cuyo servicio se reconoce, levanta también el colegio de la Santa Cruz, en Valladolid (3).

Con estas bases podemos asegurar la importancia capital que tienen los monumentos renacentistas alcarreños, dentro del conjunto de estas obras en España. Por su sentido pionero y, también, por ciertas características propias, diferenciales. Pues si el arte del Renacimiento en España reconoce dos tendencias muy definidas: el plateresco y el clasicismo (4), los primeros monumentos en Guadalajara no tienen nada de ellos: son puramente italianos, directamente heredados del modo de hacer toscano.

Se forma el patio del palacio de don Antonio de Mendoza con dos órdenes de galerías, superpuestas verticalmente, totalmente arquitrabadas. Pies sencillos y columnas cilíndricas de piedra, se rematan en interesantes capiteles. Coronándolo, zapatas, arquitrabe y cornisas talladas en madera, que dan al conjunto una vistosidad especial. En cada lado del patio hay cuatro columnas, y otras cuatro, una en cada esquina. Abriendo el acceso al piso superior, por medio de escalera del mismo estilo, tres columnas con capiteles de idénticas características.

Encontramos fundamentalmente dos tipos de capiteles diferentes, sobre los que gravita todo el gracejo ornamental, plenamente clasicista, de este patio. Uno de ellos es muy parecido al que abunda en el palacio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo, obra directa de Lorenzo Vázquez: sobre un anillo simple, se alza un collarín de hojas de acanto, casi exentas, de las que surge un estriado vertical (en Cogolludo, este estriado es salomónico, inclinado, lo mismo que ocurre en los capiteles de la plaza mayor de Guadalajara y en algunos del patio de la casa Dávalos, también en nuestra ciudad), que se remata por moldura de ovas y dardos, coronándose con ábaco corintio, de escotaduras sencillas. Este primer tipo de capitel (figura 1) es el propiamente alcarreño, de gran severidad y elegancia, y que no aparece en monumentos posteriores a 1520. En la galería alta del patio de la casa Dávalos, en Guadalajara, aparece un capitel similar a éste, pero con el estriado inclinado y rematándose con moldura laureada, lo que le confiere un cierto aire goticista, igual que ocurre en otro capitel de las ruinas del convento franciscano de Mondéjar. En cierto cuadro atribuido a Juan de Pereda, existente en el museo del Prado, se ven capiteles idénticos a éstos (5).

El segundo tipo de capitel del patio del antiguo Instituto de Guadalajara es más complicado, pero también muy característico de los monumentos alcarreños de esta época. Se trata (figura 2) de un par de hojas de acanto, muy exuberantes, acompañando un jarrón central, del que surge una flor que viene a centrar la escotadura del ábaco. Enfrentados sobre el jarrón, con las bocas abiertas y las colas enrolladas, dos delfines se enfrentan. Este motivo animal aparece, también, en otros capiteles de la galería alta de este patio arriacense; los vemos además en un friso de la portada del monasterio franciscano de Mondéjar, y lucen en el pomo de la espada (6) que el Papa Inocencio VIII regaló al segundo conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, quien tanto protegió también la entrada del estilo renacentista en esta tierra.

Hay aún en el patio del palacio de don Antonio de Mendoza, en su galería alta, otro tipo de capitel que raya en lo compuesto del arte griego, con fuste repleto de grandes hojas y en el centro un motivo ornamental muy cercano ya al grutesco que utilizará el plateresco posterior. El ábaco se centra con un lirio, y voluminosas volutas remarcan las esquinas del toro capitelino.

Acerca de otros capiteles alcarreños aparecerá en fecha próxima un nuevo artículo. Sirvan hoy estos ejemplos para dejar bien patente el aire particular y el nombre propio que el Renacimiento alcarreño puede ostentar en el ámbito del arte español. Gracias, sobre todo, a uno de sus artistas más destacados y «revolucionarios», como lo fue Lorenzo Vázquez, hombre de confianza del Cardenal Mendoza.

(1) Layna Serrano, «Los conventos antiguos de Guadalajara», Madrid 1943, pág.‑165.

(2) Elías Tormo, «El brote del Renacimiento en los Monumentos españoles», Boletín de la Soc. Esp. de Exc., (1918), XXVI, pág. 118.

(3) Gómez‑Moreno, Manuel, «Sobre el Renacimiento en Castilla; hacia Lorenzo Vázquez», en Arch. Español de Arte y Arqueología (1925), 1. También San Román y Fernández, Francisco, «Las obras y los arquitectos del Cardenal Mendoza», en Arch. Esp. de Arte y Arqueología (1931), VII, pp. 153‑162.

(4) Valeriano Bozal, «Historia del Arte en España», pp. 116 y ss.

(5) Juan de Pereda, ya estudiado en anterior «Glosario», trabajó activamente en la región de Guadalajara y Soria, como pintor de influencia rafaelesca, en los primeros treinta años del siglo XVI. Es más que probable la amistad que le uniría con Lorenzo Vázquez y Cristóbal de Adonza, otro arquitecto renacentista que trabajó en Mondéjar.

(6) Se conserva esta espada en el Museo madrileño de la fundaci6n Lázaro Galdeano. Decía de ella don Elías Tormo, que era el estoque con el que se abrió paso en España el arte italiano del Renacimiento.