Los capiteles de Santa María en Brihuega
La villa de Brihuega, recientemente declarada por el Estado «Conjunto Histórico ‑ Artístico», con lo que se viene a reconocer su interés y valía en el contexto de los pueblos de la Alcarria, cuenta entre sus edificios notables con una iglesia, la de, Santa María de la Peña, aneja al castillo, que es una verdadera joya del arte del siglo XIII castellano, construida, lo mismo que la de San Felipe, en esta población, a expensas del arzobispo toledano don Rodrigo, Ximénez de Rada, por entonces señor absoluto de la villa.
Esta iglesia de Santa María, situada en uno de los rincones más, poéticos e inolvidables del pueblo de Brihuega, asomándose por un lado a los escalonados huertos que escoltan el Tajuña, y por otro cobijándose con las recias, y oscuras murallas del castillo de tradición mora, fue ya estudiada por el doctor Layna Serrano (1), restaurada perfectamente no hace aún muchos años, y hoy en día cuidada y visitada por muchos interesados en estas cuestiones de historia y arte de la Alcarria.
Pero existen una serie de detalles que escaparon al Dr. Layna en su análisis descriptivo, o que tal vez no juzgó de interés incluirlos en su obra, por considerarlos de poca trascendencia para la comprensión del edificio. Hoy que tenemos tiempo, de hacerlo, y amable acogida en estas páginas, vamos a entretenernos en descubrir esas pequeñas y misteriosas figurillas que a lo largo y ancho de los capiteles de esta iglesia, aún hoy nos lanzan su mensaje, entre mesiánico y pagano, de simbolismo medieval.
Cuatro son los capiteles que, rematando sendas columnas del templo, se ocupan de alegóricas figuras toscamente talladas en su mayoría. El 1º es el que hace rincón entre el muro de los pies del templo, y el muro meridional. El 2º corona la serie de columnas que sustentan el coro; esto es, el primer grupo de columnas que separan la nave central de la de la Epístola. El 3º corona la tercera serie de columnas de ese mismo lado. El 4.2 capitel está anejo al muro norte, en la nave del Evangelio, rematando una columna adosada.
Una vez situados en su lugar estos cuatro, capiteles, o conjunto de capiteles historiados (el resto de estas estructuras de la iglesia briocense de Santa María se decoran con elementos vegetales), pasamos a su descripción, que sabemos ha de interesar a muchos entusiastas y estudiosos del arte románico alcarreño.
En el primer capitel se ve un centauro armado con un arco, y un hombre desnudo (¿Adán?) con un árbol separando ambas figuras. Detrás del hombre, aparece un león rampante. Debajo de la escena corre un ábaco vegetal.
En el segundo capitel, que se trata más bien de una sucesión ellos, contorneantes de un grupo de columnas adheridas a una gruesa pilastra, aparecen, de oeste a este, los siguientes temas: a) grupo de tres figurillas enfrentadas, representando perros u oseznos. b) la Anunciación, de María, apareciendo el Ángel y la Virgen, con un gran jarrón de azucenas en medio. De la boca del Ángel sale una cinta. A la izquierda de esta escena aparece un hombre en pie, cubierto de larga pelambre, así como un monstruo antropomorfo, también cubierto de pelos, que monta a horcajadas sobre un macho cabrío. Este monstruo lleva apoyado en el hombro una especie de látigo hecho con ramas. A la derecha de la Anunciación, hojarasca. c) aquí aparece una cabecilla aislada entre la hojarasca, y una mujer, ataviada a la usanza popular de la Edad Media, sentada en una silla y sosteniendo en su mano izquierda un cántaro que, está llenándose en una fuente. Un poco más a su derecha hay una gruesa piedra que representa un pozo o fuente, en el que un hombre con las piernas cruzadas sostiene en su mano izquierda un jarro. d) mirando al presbiterio, finalmente, encontramos otro grupo de figuras (que aparece en la fotografía de la portada de este semanario) entre las que se distinguen: una lechuza; un hombre anciano montado en un león; una mujer joven peinando a un niño que se le agarra a las piernas.
En el tercer capitel aparecen varias figuras de animales entre la hojarasca; uno de ellos es un mono al que se le notan las costillas, y otro es un pequeño jabalí. También aparecen dos animales entrelazados, uno de ellos es un león. Y además dos cabezas de animalillos.
El cuarto capitel es de diferente mano que los anteriores. Figuras más grandes y teatralmente presentadas, representan en su centro una gran cabeza de buey, con un cuerpo a cada lado surgiendo de ella, y sendas alas en cada cuerpo. A su izquierda hay un perro grande agazapado.
Aún quedan otros pequeños y bien conservados capiteles en lo alto de los muros de la nave central, dando arranque a los arcos de sus cúpulas. Aparecen flores y verduras, una flor de lis, 2 caras de ángeles y una de demonio.
Todo esto, en cuanto a la descripción de lo que en estos capiteles briocenses se refiere. A los que Layna catalogó como «sencillos capiteles de románica traza, exornados por hojas de ápice en volutas». Hay algo más, mucho más, detrás de su traza simple y su contorsión ingenua. Hay toda una selva de simbología derramándose de esos altos vasares de piedra blanca, Pero de muy difícil interpretación, sin embargo.
Para las flores y vegetales es sencilla la referencia que se hace en el «Cantar de los Cantares», II, 1: «Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles». Dios, por tanto, representado en volutas, culminando columnas, alborotando ábacos. Por otro lado, el Malo con las fauces abiertas y las escamas relucientes, en todos esos dragones que se expresan fieramente en las tallas de la época románica. Es Rabano Mauro, en su «Allegorias in Sacram Seripturam», entre otros, quien tal afirma.
Aquí, en Brihuega, en esta silenciosa y cálida iglesia de Santa María de la Peña, se nos aparecen los párrafos del Evangelio en que Jesús habla con la samaritana (escena del pozo) o el arcángel anuncia a la Virgen su santo Fruto, junto a otras representaciones del más descarado paganismo. Inaccesible marejada de escenas, a la que se puede llegar tras el detenido estudio de la «Clavis Melitoniae», donde San Melitón vuelca su saber simbólico medieval. O con la interpretación de la «Reductorium morale», de Berchoeur, el «Oculus», de Lille, la «Rosa Alphabética» de Pedro de Capua, etcétera. Ese mundo tan sugestivo y misterioso que en el siglo XIII abarcan los Fisiólogos, Bestiarios, Volucrarios, Herbarios y Lapidarios, es el que hay que atravesar para llegar a la fiel interpretación de estas escenas briocenses. Su ataque científico está aún por hacer. Hoy, simplemente, hemos consignado su existencia, y concretado su importancia para el futuro de los estudios del simbolismo románico.
(1) «La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara» 2ª edición, Madrid 1971, pp.212-215
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