Los primeros cien años de Valfermoso

sábado, 28 julio 1973 0 Por Herrera Casado

 

Es el valle del río Badiel uno de los más hermosos lugares de nuestra provincia. Hondamente tajado entre las duras y desoladas palmas de las Alcarrias, ‑por donde corre «la genera” y se divisa el Henares‑ el verde feroz de arboledas y carrascales le da los mil tonos de la alegría y el pagano regocijo. Si a él se llega desde Torre del Burgo, pasando por Valdearenas, Muduex y Utande, en Valfermoso adquiere el júbilo de los hallazgos. Si bajando desde la Alcarria, la aparición de Ledanca es un concierto sin época y sin iguales. Por Argecilla, incluso, el orden universal se trastoca, el pueblo se cuelga de la montaña y es horadado de arroyos y sorpresas.

En ese paraíso del Badiel, cenefa de la Alcarria, existe desde hace 800 años una institución inalterable: se trate del monasterio benedictino de San Juan Bautista, cuya historia encierra capítulos de auténtico interés, pero de la que hoy sólo quiero anotar algo de sus comienzos.

Un rico matrimonio de burgueses atencinos, don Juan Pascasio y doña Flambla, adquirieron gran parte del valle del río Badiel, a mediados del siglo XII  por compra al Concejo de Atienza. Allí situaron una colonia de agricultores, organizada enseguida como villa con el nombre de Valfermoso, cuyo sonoro y medieval apelativo aún conserva, y la concedieron en 1189 un curioso Fuero ó «Carta‑Puebla» por el que hablan de regirse (1).

La fundación del monasterio es algo anterior. En 1186, concretamente, don Juan Pascasio y doña Flambla edifican la casa, solicitan confirmación y limosna del rey Alfonso, y traen de Francia a sus dos primeras pobladoras, las monjas doña Nobila de Peregorg, que viene como abadesa, y doña Guiralda, su compañera (2). El nombre primitivo del cenobio no puedo asegurar cual fuera, pues aunque en el documento de fundación se dice «Ego lohannis Pascasy e mi muher donna flambla edificamos este monasterio de valfermoso que es clamado vocación de Sant lohan». Sin embargo algunos años más tarde, justamente cuando se da la noticia de su inauguración en 1200, se dice «en Sancta María de val fermoso»… refiriéndose al monasterio, y se añade que se cantó la primera misa el día de San Juan Evangelista. ¿Tal vez por esa circunstancia se tomó luego ese apelativo? La tradición, no obstante, es quien consagra nombres y leyendas.

Aquí, en Valfermoso, no hace falta inventar nada porque gran cantidad de datos se han conservado hasta hoy. Así, por ejemplo, sabemos que en 1198, dos años antes de la inauguración de la casa, y cuando ya seguramente estaba todo concluido, el rey de Castilla Alfonso VIII dio carta de confirmación, estando en Atienza a 12 de diciembre de dicho año, por la que protegía el naciente monasterio ante cualquiera que osase atentar contra él.

Tan pronto fue constituida esta comunidad femenina benedictina, los fundadores se apresuraron a dotarla de suficientes rentas para que subsistiera con holgura. Aparte del donativo simbólico de dos panes y dos velas que el Concejo de Valfermoso, en su nombre, debía dar al convento el día de San Hilario, en memoria de haber sido en esa feche, año 1199, cuando falleció doña Flambla, las monjas fueron introducidas en la posesión de abundantes terrenos y especialísimas prerrogativas, una de ellas, la de ser señores del pueblo de Valfermoso, en calidad de herederas de sus fundadores. A ello iba anejo la obligación que cada vecino del pueblo tenía de entregar cada año a las monjas una fanega de trigo para el pan; 3 peones para segar y cavar las viñas; una yunta el que la tuviese para arar, sembrar, vendimiar o lo que necesitara el convento; una carga de leña; una gallina y un par de tortas; un cuarto de carnero, cuatro libras de pan y una azumbre de vino, esto cuando alguno se case. Además, de 3 en 3 años, componer entre todos las bardas del Convento (3).

Por parte del obispo seguntino don Rodrigo, ya en 1197 recibió la comunidad, y en su nombre la abadesa doña Nobila 30 aranzadas de viña y 30 yugadas de tierra, a cambio solamente de un tributo anual de 2 ma­ravedises pagaderos por la fiesta de San Martín sobre el altar de Santa María de la catedral de Sigüenza. Incluso, dentro de estos primeros cien años, cabe señalar la Bula que el papa Gregorio IX les concedió en 1236, por la que donaba al monasterio de «dueñas» de Valfermoso los diezmos de dicho pueblo, de Utande, Ledanca, MiraIrío, Bujalaro, y Matillas. Así, tan pronto, comenzaba a enraizar el gran poderío económico que esta comunidad benedictina llegó a ostentar a lo largo de todas las Alcarrias.

Entre bosques y aguas rumorosas se encuentra hoy, todavía en pie, lleno de alegría en la comunidad que lo habita, este Monasterio de San Juan, del que hoy hemos visto, aunque brevemente, su primer siglo de existencia.

(1)   El original se conserva todavía en el archivo del Monasterio. Publicó su texto don Juan Catalina García, y lo comentó don J. Antonio Ubierna, en su tesis doctoral «Estudio jurídico de los Fueros Municipales de la provincia de Guadalajara” Madrid, 1898, así como en su obra «Fueros municipales castellanos», 1954, pág. 66.

(2)   Se conserva en el Archivo monasterial, en gran pergamino y caracteres góticos, el traslado de estos documentos: fundación, inauguración y confirmación real.

(3)   En el siglo XVI, los vecinos de Valfermoso entablaron pleito a las monjas acerca de estas obligaciones que, puntualmente, venían cumpliendo desde siglos atrás. En 1561 se vio el asunto en la Real Cancillería de Valladolid, obteniéndose el fallo cuatro años más tarde, en el que se suavizaban las cargas de los aldeanos y se 1 adoptaba el sistema de «cuota global» para cumplir con dichas obligaciones.