Sobre la sinceridad en turismo

sábado, 15 abril 1972 0 Por Herrera Casado

 

En primer lugar debemos saber qué tenemos y para quién lo tenemos. Para qué sirve el turismo, y a quién le interesa que crezca.

Guadalajara es una parte de España con las ventajas y desventajas, las grandezas y miserias que, en general, posee el país. 12.190 Km.2, con unos 150.000 habitantes que viven, en su inmensa mayoría, de esos Kilómetros cuadrados que anteceden. Una especie de cerrado mundo que poco a poco se ha ido abriendo al exterior y hoy lo ha conseguido casi completamente. En este territorio hay, por tanto, hombres y mujeres, pueblos en los que viven, campos en los que trabajan, bosques de los que se aprovechan, un clima al que sobreviven, un reducido acervo de costumbres y obras artísticas que han ido elaborando a lo largo de los siglos. Y un alma ibera, española, que lo impregna todo y le da un sentido de conjunto. Solo así tomada, como un todo homogéneo y presidido por el espíritu reciamente castellano, se alza Guadalajara como un ser con vida propia a la par que in­teresante.

Todo esto, naturalmente, ha sido durante siglos para el trabajo y la posesión de sus únicos dueños, de los que la han trabajado y alzado. Nunca ha habido, salvo en las variadas guerras nacionales, quien haya intentado modificar este estado de cosas. La tierra para los que la poseen o trabajan; las cosas para el que las paga o construye. Guadalajara ha sido, por tanto, y durante muchos siglos, exclusivamente para los alcarreños. Pero en este siglo se ha acentuado la costumbre que comenzó en el pasado de que nuestras cosas interesaran a otras personas, de fuera de nuestras fronteras nacionales y aun internacionales. Eran, y son, esos seres extraños llamados turistas.

El turista es, por tanto, el foráneo que llega a una tierra sin afán da conquistarla, de trabajarla o poseerla. Solo de conocerla y disfrutarla. A raíz de este nacimiento ha surgido la cultura del turismo, que hoy es materia de estudio, trabajo y preocupación para muchas personas.

Nosotros podemos decir que tenemos tres clases de turistas: el provincial, el nacional y el extranjero. Cada uno con, sus particularidades y características propias. Con unas necesidades distintas que conviene a grosso modo, conocer. Para después brindarle lo más acorde con sus deseos. El turista provincial suele ser el deportista que practica la caza, la pesca, el excursionismo, etc. en las zonas de la provincia que ya de antiguo conoce o de las que ha recibido interesantes informes de sus amistades. Puede, por otra parte, y en escasísimo número, dedicarse a la contemplación y aun al estudio de la historia, el arte, la arqueología, etc. de Guadalajara, satisfaciendo así unas «elevadas inquietudes personales que, al igual que el primer tipo de turista, solo persigue la liberación de la tensión emotiva, a la que su trabajo cotidiano, generalmente en la capital, le provoca. Es éste un tipo de turista que sólo extiende sus actividades al día festivo, o, como máximo, al fin de semana. Requiere alojamientos en una proporción escasa.

El turista nacional es el que llega a Guadalajara procedente de otras provincias. Puede llegar de paso, por la capital o pueblos principales, a través de una ruta nacional que se ha trazado, o bien llega a disfrutar unas vacaciones más prolongadas, al reclamo del clima y las condiciones naturales del lugar que ha escogido. Cuando este turista no posee casa en el pueblo al que va de vacaciones, se ve obligado a procurársela, surgiendo uno de sus más interesantes problemas a resolver.

En último lugar aparece el consabido extranjero, que, en el caso de caer en la esfera de nuestro turismo alcarreño, ya se desprende automáticamente del sambenito de amante de los toros, el flamenco y las playas. El que llega a Guadalajara y se interesa por ella es un ser al que hay que conceder la mayor atención, pues generalmente es una persona muy enterada en introducida en el ambiente español, y está tratando de conocer los lugares recónditos y perdidos de nuestra geografía. Para él serán las informaciones claras y abundantes, los mapas precisos, inclusive los guías documen­tados.

Después de conocer lo que es el turismo, y quienes lo practican, conviene tener una idea clara de para qué sirve y qué beneficios, particulares o generales, acarrea.

Individual y personalmente, el turismo sirve para liberar al hombre de una enclaustración sistemática a la que el trabajo y la vida moderna la somete. Toma contacto con otros ambientes y sobre todo con otros paisajes y espacios abiertos que hacen derramar su espíritu y purificarlo. Es, por tanto, algo no ya natural, sino inclusive saludable y muy beneficioso corporal y psíquicamente, para el que lo practica.

Para la comunidad que lo recibe es también muy interesante, en varios aspectos. El primero de ellos, y casi me atrevería decir que, a mi gusto, el más importante, es el de saberse conocidos, el de saberse admirados y queridos. Todo lo que suponga un mejor y más detallado conocimiento de nuestra provincia, contribuye a hacerla más grande en el tiempo y el espacio, pues se extiende por todas latitudes en las voces, en las fotografías, en los escritos y recuerdos de sus visitantes.

Por otra parte, y en el plano económico, también es muy interesante. A nivel nacional, ni que decir tiene que ha sido exclusivamente el turismo el que en estos 5 últimos años ha mantenido a flote al país. En el plano provincial, supone una serie de ventajas para toda la población gracias a los diversos impuestos indirectos que abona el visitante, y, por otra parte, hace proliferar los negocios y empresas dedicadas a la explotación y servicio de este turismo, con el consiguiente aumento de puestos de trabajo y elevación del nivel de vida.

La Sinceridad aquí la hemos de usar únicamente para reconocer nuestras auténticas posibilidades, nuestras escasas posibilidades. Que no suene esto a anatema, a traición, a sabotaje o cualquier cosa parecida, pues solo el reconocimiento sincero de lo que se posee y de lo que se carece, puede llegar a aumentar lo primero y disminuir lo segundo. El juego del avestruz solo sirve para estrellarse y matarse. Siempre, para hacer el ridículo.

Adoptar la postura justa y razonada conducirá, no cabe duda, a un mayor aprovechamiento de las disponibilidades y a quedar elegantemente, delante de las demás regiones. Ser espejo y no historieta. Ese es nuestro objetivo.

Ser razonable. ¿Se puede pedir algo más razonable que: eso?

Si, por una parte, hemos visto quienes son o pueden ser nuestros turistas, ahora vamos a analizar lo que nosotros podemos ofrecerles. La tierra y el hombre, asociados durante siglos, han ido tallando una configuración, un aire, un estilo que nos caracteriza. Son ellos, por tanto, los creadores de nuestra riqueza turística.

La tierra nos ha dotado de paisajes y lugares que, en general, no tienen gran aceptación entre lo que hoy «se lleva». No hay playas ni hay montañas. No hay temperaturas suaves. Solo páramos, desnudas mesetas, sierras paladas, ­fríos altozanos… tenemos, sin embargo, los suficientes sucedáneos de todo lo que se estila. No hay inmensas playas de fina arena, ni acantilados, ni recónditos pueblos pescadores, ni altivos panoramas donde el sol tiña de oro las aguas cada amanecer. Pero somos la provincia que más kilómetros de costa posee. Una costa pobre y desangelada, pero que, como sucedáneo, es lo mejor que se ha inventado: los embalses artificiales. Tampoco nos salen las montañas de los bolsillos, ni la nieve es fácilmente accesible, ni se prestan a la escalada o planos fotográficos las que tenemos. Pero sí existen regiones de bosque o montaña, pequeños y aislados lugares de salvaje y agreste belleza natural, y aún pequeños valles y rincones que son capaces de hacer las delicias de las personas mas exquisitas en cuanto a gustar de paces y soledades interiores.

Y son esas cosas las que tenemos que aprovechar. Levantar aún más el turismo en los embalses: Entrepeñas y Buendía, sobre todo. De Bolarque, reservado hoy en día solo para unos pocos que tienen el suficiente dinero, es mejor no hablar todavía. Pero su hora llegará. Por otro lado, todo el Tajo a su paso por nuestra provincia es susceptible de aprovechamiento turístico, y a ello, se ha de  ir. No el alto ni el bajo: todo el Tajo, desde Almoguera a Peralejos, ha de ser perfectamente accesible al amante de los grandiosos espectáculos. ¿Y la montaña? El Parque Nacional, tan traído y llevado últimamente, con destino a reserva zoológica, tendría su lugar idóneo en las solitarias sierras que rodean al Ocejón en el polígono formado por Galve, Cantalojas, Majaelrayo, Valverde y Aldeanueva de Atienza. La nieve, con su recién catapultado esquí, se ofrece en grandes cantidades en esta misma zona, donde no sería descabellado pensarla como descongestiva de Navacerrada y Somosierra, haciéndola una entrada desde la Nacional I por El Cardoso, Campillo y Majaelrayo. Aprovechar como hasta ahora los tradicionales lugares de interés geográfico como el barranco de la Hoz, y decir adiós sin melancolías al Sorbe y al Bornova, por Beleña y el Congosto, respectivamente, sabiendo que su martirio es en beneficio del adelanto material de esas zonas. Bosques molineses, valles del Mesa, del Badiel, del Tajuña, del Henares, del Jarama y tantos otros donde la paz está para el que la busca auténtica.

Y poner árboles. Ponerle un sombrero verde a la provincia.

El hombre, por su parte, ha ido dejando cosas y hazañas. Para la vista y el recuerdo. También andamos escasos en Guadalajara de monumentos y de historia. Muy escasos. No tanto por culpa de la apatía de nuestros antepasados, que no las hicieran, sino por la nuestra propia, que ha permitido se vinieran abajo esos vestigios del ayer que siempre vimos como ruinas inservibles. Castillos, iglesias, monasterios, ermitas, pinturas, todo el pasado que aún se puede ver y tocar, aunque poco, hay que salvar en su totalidad, íntegramente. Sin ninguna excepción. El futuro nos pedirá cuentas de lo que en este aspecto hagamos. Pueblos enteros han de salvarse. Y danzas, y festejos, y romerías y canciones y costumbres. Restaurar, recuperar. No hay otro remedio.

Con sinceridad hemos pasado sobre lo que es y puede ser nuestro turismo. Quién viene y quién puede venir a visitarnos. Qué les ofrecemos y qué les podemos ofrecer. Paisaje, naturaleza, arte e historia. Como un programa de mano en cada puerta de nuestra ópera y concierto.