Liberación del Teatro

domingo, 6 abril 1969 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en Nueva Alcarria el 6 Abril 1969

Reciente está todavía la celebración de la VII Jornada del Día Mundial del Teatro el pasado 27 de marzo, a la que se ha querido revestir de una popularidad que todavía, por desgracia, no tiene. El teatro, con ser el espectáculo ancestral y remoto de la Humanidad, no ha llegado a la gente. ¿O será que la gente no ha llegado al teatro? Más me inclino a creer que esto último es lo cierto.

Yo quisiera ante todo, deshacer mal­entendidos. Eliminar conceptos que, no por viejos, dejan de ser menos falsos. Y establecer, de una vez por todas, el verdadero significado de la palabra. Porque el teatro es algo muy sencillo, muy simple. El teatro es «algo que pasa».

Durante más de veinticinco siglos, el teatro ha acompañado a la evolución civilizadora de la Humanidad. Esto es ya muy importante. Y sin embargo, a lo largo de este periodo tan dilatado, el teatro ha sido ahogado continuamente por fuerzas que le impedían su normal, su auténtico crecimiento. En ciertas ocasiones ha intentado su liberación, pero siempre carente de las necesarias fuerzas, ha sucumbido una y otra vez. El teatro actual, el impropiamente llamado «teatro del absurdo» es el último intento para darle su vida propia, independientemente; pero, a pesar de sus extrañas teorías, tampoco lo consigue. Porque, hora ya es de decirlo, el teatro ha sido y es, una víctima de la literatura, la cual le ha maniatado de tal forma, que nunca ha podido llegar a cumplir su verdadera misión.

Yo quisiera desde aquí, reivindicar para el teatro ese titulo de arte independiente que le corresponde Y decir, que así como la música consiste en combinar sonidos diferentes, hasta alcanzar una vida propia, indiscutible; así como la literatura tiene por objeto agrupar palabras que expresen sentimientos, historias o pensamientos, el teatro debe ser, única y exclusivamente, la combinación de imágenes que lleguen a expresar una idea, una historia, un hecho cualquiera imposible de manifestar por otros medios.

Porque, hoy en día, ¿qué añade la representación en un escenario al texto impreso de una obra teatral? Aparte de la voz, la fisonomía, el movimiento y los colores del vestido de los actores que la interpretan, nada. Y todo esto, tan fácil de subsanar por la imaginación del que lee unas páginas impresas. Al fin y al cabo, ¿qué diferencia existe entre el Hamlet que leemos en un libro, y el que vemos sobre las tablas? Si nos cuenta otra persona el argumento de una obra teatral, «nos la ha deshecho,». Igual que si nos cuenta el argumento de una novela. En última instancia sólo nos quedan palabras. Este es un signo inequívoco de esa dependencia que el teatro tiene con respecto a la literatura; signo demostrativo de que forma parte de ella. Sin embargo, si alguien intenta relatarnos el quinto concierto Para piano de Beethoven, ¿conseguirá hacérnoslo comprender? Nunca. La música es el arte que necesita la presencia del espectador, cosa que no le ocu­rre a la literatura.

El teatro es en un principio, «algo que pasa». Y además, «alguien que ve eso que pasa». Es necesario el espectador No es suficiente con ser escuchado, leído o conocido por el relato de otra persona. El teatro sólo existe para mi cuando lo veo. Personalmente. Por otra parte, el teatro necesita movimiento. Algo que primero está en un sitio y luego en otro. ¿Un, hombre un ladrillo, unas ninfas, unos papeles? Algo que se mueva, que baile ante nosotros, que nos diga que tiene capacidad de enviar mensajes («Algo que pasa»). Lo esencial es escuchar la, voz del hombre ver cómo sus vértebras cervicales se mueven. Comprender que un ladrillo ha sido construido de algo que no era ladrillo. Oír las canciones de las niñas, y ver cómo los colores de sus vestidos entran por nuestros ojos. Ver volar papeles, estallar papeles, llenar las paredes y los estanques de papeles. Es necesario que todo eso pase ante nosotros. Decía Ortega y Gasset en el «Espectador»: «Salimos de casa para escapar de ella, y el teatro nos defrauda presentándonos de nuevo nuestra casa en el escenario». Nuestra Casa y nuestros problemas deben hundirse en el vacío. Nosotros vamos al teatro a «sorprendernos». A ver algo nunca visto. A ver lo “más difícil todavía”. Eso que nunca hubiéramos imaginado capaz de existir. Todo en movimiento, llenó de color, sorprendente, que Primero no es, luego es, y otra vez no es. Que aparece y desaparece. El teatro ha de ser como el «supercirco» que siempre cuando niños, cuando mayores, en lo más profundo de nosotros, hemos deseado ver, oír, sentir que nos sube y nos envuelve. ¿Utopía? No, necesariamente. Futuro eso es. Y por fin, teatro auténtico, independiente, feliz.

Los artículos de periódie0, los libros de ensayo, junto con las poesías, las novelas y esas obras de pseudo‑teatro arcaico que, a pesar de nuestros esfuerzos, siempre rodarán por los escenarios, serán los encargados de ponernos en contacto con las cosas serías importantes de este mundo angustioso que está ya a punto de ahogarnos Yo, por mi parte, doy esta solución para el que quiera salvarse. El teatro es “algo sorprendente que pasa ante alguien todavía capaz de sorprenderse”.