Hacia las estrellas, rápidamente
Publicado en Nueva Alcarria el 13 Septiembre 1968
Lector: ¿me prestas diez minutos? Gracias. Te pagaré en fantasía. De vez en cuando, conviene darse un paseo por las nubes. Allí arriba el aire es mucho más sano, y el mundo se ve lejano, borroso, ajeno a nosotros durante ese tiempo en el que nos distanciamos de todo, incluso de nosotros mismos. Sólo te pido diez minutos, lector, a cambio, de un sueño amable, intrascendente, un poco a lo H. G. Weills. Atiende.
Tú sabes de la inmensidad del Universo. De sus inconmensurables distancias. Tú sabes que nuestra tierra está inmersa en un sistema estelar el del Sol, al borde de una galaxia, la Vía Láctea. Y tú sabes que ésta se encuentra en un lugar ínfimo, infinitamente distanciado del resto del Universo que, según las últimas teorías crece sin cesar, tragándose día a día la nada que le rodea: como una mancha de estrellas de oscuridad, de frío y de distancias, él Universo en que vivimos es una inmensa explosión de energía y de vacío.
Pues bien, en este Universo nuestro, lo que une unos astros a otros, unas a otras las estrellas, es la luz. Esa luz que, como tú bien sabes, lector, avanza a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo, en todas las infinitas direcciones del espacio. Esto hace que ocurran cosas curiosas a nuestra vista. Así pues, lector, te invito a que en una noche serena contemples el cielo estrellado, techo incalculable de la Tierra. ¿Qué ves? Me dirás: «las estrellas». Pero ¿qué estrellas? Y tú: «pues las del cielo… esas que están ahí». Y no, lector. Siento contradecirte, pero en ese momento tú estás sufriendo una ilusión óptica, estás siendo, terriblemente engañado, por el Universo, o si prefieres que te lo diga con otras palabras, estás viviendo, involuntariamente una fantasía. Porque lo que tú estás viendo en ese instante, en esa noche tranquila y despejada, es algo que no existe. Si, lector, no estoy diciendo tonterías: el Universo que vemos cada noche ya no existe, ya no está ahí. Lo que vemos es el Universo que había hace unos diez, cien mil millones de años. Y, sin embargo, el Universo que existe en realidad en ese momento, no lo vemos, por la sencilla razón de que su imagen aún no ha llegado a nosotros.
Todas estas razones tan extrañas no tienen sin embargo, nada de mágicas o febriles. Todo esto se debe a las enormes cifras de distancia que separan a las estrellas de nosotros, y que, debido a esa lentísima velocidad de la luz d, e 300.000 kilómetros por segundo, tardan en llegarnos sus imágenes uno, cien, diez mil millones de años a través del Universo, variando ese tiempo según la distancia a que se encuentren de nosotros.
Ya has leído, lector, media parte de la historia, De lo hasta aquí escrito habrás oído hablar más o menos alguna vez. Pero de esto otro seguramente no. Atiende otros cinco minutos más, y piensa: ¿Y si en algún lugar remoto del Universo hay otro ser como yo, que ha salido a su terraza, y se ha puesto a mirar con un potente catalejo su cielo tachonado de estrellas? Probablemente haya enfocado, con él el planeta Tierra, del sistema Solar, en la Vía Láctea ¿Qué verá?
Lector: piensa un momento. ¿Qué estará viendo a través de su potente catalejo ese ser infinitamente alejado de nosotros? ¿Qué opinará de los pobladores de la Tierra? ¡«Oh! ¡Qué brutales! Pasan sus festejos echando hombres a la arena para que se los coman las fieras». ¡Qué lejos está de saber que no es esa la verdad, sino que son ahora a las fieras a las que se echan a la arena para que se las coman los hombres! (« ¡Oh! ¡Que retrasados! Los terráqueos viven en cuevas y pintan garabatos en las paredes. ¡Qué incivilizados! Se matan unos a otros para subsistir). En fin, para que seguir… nos íbamos a armar tú, lector, y yo, un tremendo lío, y al final, quizás hasta nos dolería la cabeza. De todas formas, te pido que no olvides esta sugerencia: ¿Quién es capaz de negar que los hombres, los edificios que construyen los hombres, las palabras que dicen los hombres, las atrocidades que cometen los hombres… no caminan por el Universo, en todas direcciones, a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundo? Yo, personalmente, creo en ello, y también en que muy lejos, hay alguien con un potentísimo, catalejo que espera nuestra llegada ¿Quién es el hombre del catalejo? No se. Pero, de todos modos, ¿no te intranquiliza, lector, pensar que alguien, muy lejos, espera tu llegada? A mi, sí.