Hoy se presenta, en el Colegio de las Adoratrices de nuestra ciudad un libro que ya tuvo su recorrido hace 20 años, y que agotado ha vuelto a sacarse a la luz, esta vez por decisión y en conjunto de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara y el Patronato de Cultura de la ciudad. Una obra que nos entrega, transparente, la vida y la obra [social] de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, condesa de la Vega del Pozo, cuando ahora se ha cumplido el primer centenario de su muerte. Como decía Benito de su hermana Escolástica, María Diega es un “hortus conclusus”, un huerto cerrado, un lugar misterioso, que se adivina, pero que no se ve. Ella siempre ejerció de ello: callada, inaparente, llena de vida en su interior. Aún recuerdo cuando, a mitad de siglo pasado, ya vacío y medio abandonado el palacio de los vizcondes de Jorbalán, detrás de la Diputación, visité su jardín: era espeso, oscuro, con especies raras, algunas palmeras, aquél enorme cedro del Líbano sobre el que se posaban las cigüeñas, que por entonces (yo las veía en el inicio de la primavera posadas en la mullida copa) se iban en invierno a África y volvían por San Blas, y rosas, magnolias, adelfas gigantes. Aquello se perdió del todo, como la memoria de esta mujer tan especial, que ha sido denominada “la gran desconocida” y yo reivindicaría como “la gran olvidada”. Era, en definitva, una señora rica, que solo sabía usar su dinero en levantar edificios gigantescos, y en dedicar enormes sumas a dar de comer y de vestir a los pobres, que a principios del siglo XX eran muchos, demasiados, entre nosotros. Como ese jardín (del que en este libro que hoy se presenta se recuperan algunas fotos) oscuro y silencioso: así fue la vida de María Diega Desmaissières y Sevillano, y de ese silencio la rescató hace años el investigador Pablo Herce Montiel, que a base de brujulear por infinitos espacios archivísticos y por hemerotecas, sacó a luz una estampa de esta mujer, que tuvo muchos perfiles, pero todos opacos. Veamos algunos. Su religiosidad y su vocación social Será recordada por dos cosas, doña María Diega: por su afán constructor, y por su ardor benefactor. Manda construir con sus dineros grandes edificios, conjuntos urbanos sorprendentes. Y entrega fondos sin fin a los menesterosos: funda asilos, colegios, da de comer a los pobres, […]