Quizás las mejores estampas de nuestra ciudad cuando era toda ella monumental y espléndida, nos las dejó un extraordinario artista que viajó, mediado el siglo XIX, por toda España, y aquí llegó a transformar algunos viejos edificios guadalajareños en pasto eterno del recuerdo. Me refiero a Jenaro Pérez Villamil, de quien doy aquí un apresurado toque biográfico. Un gallego internacional Jenaro Pérez Villamil nació en El Ferrol (A Coruña) en 1807, y murió en Madrid en 1854. A pesar de lo corto de su vida (murió con 47 años de edad) nos dejó una producción artística enorme. Y de su visita a Guadalajara, en torno a 1835, dejó una serie de apuntes del natural, algunos mucho más elaborados en su estudio, que han venido definiendo desde entonces la romántica silueta de nuestra ciudad. Casi en la infancia, muy joven aún, ingresó en la Academia Militar de Santiago de Compostela. El traslado de su familia a Madrid hizo que dejara esos estudios, apostando enseguida por la carrera literaria. En las algaradas callejeras del Madrid de 1823, protestando contra el absolutismo de Fernando VII, fue herido y trasladado a Cádiz como prisionero de guerra. Le soltaron enseguida y volvió a cambiar de intenciones. Ahora quería ser pintor. Y viajero, pues con su hermano se trasladó primeramente a Inglaterra, y enseguida a Puerto Rico, en 1830. Allí les fue encargada la decoración del Teatro Tapia, en San Juan, donde se mantuvo durante 3 años, volviendo a España y recorriendo un poco en plan bohemio Andalucía, conociendo en Sevilla al artista escocés David Roberts, de quien se hizo admirador enseguida, discípulo y seguidor, adquiriendo en las formas y los conceptos del británico el sentido del paisajismo romántico, que Pérez Villamil desarrolló con fuerza, con una personalidad que, sabiendo de estos años tan movidos, tan viajeros y brujuleantes, debía ser muy fuerte. Es en 1834 cuando se establece en Madrid, otra vez, y en este caso, “rompeolas de todas las Españas”, trabajando intensamente y adquiriendo fama y distinciones, pues al año siguiente le dieron el título de académico de mérito de la Academia de San Fernando, en la especialidad de paisaje. Ya muy conocido, los magnates europeos le pedían obra, le hacían encargos. El barón Taylor le encargó en 1837 varios cuadros que colgaron luego en los salones franceses. Tanto evolucionó y tanto dibujó, que en 1845, con apenas 38 años, fue nombrado Teniente de Director […]