El palacio del Infantado, nueva visita

viernes, 19 julio 2013 0 Por Herrera Casado

El palacio del Infantado es el edificio emblemático de la ciudad de Guadalajara. A su importancia capital en la historia del arte español y occidental, une la característica de ser la expresión más depurada de la historia de un linaje que dio vida a la ciudad durante siglos: los Mendoza. Uno de ellos está, vigilante, puesto en bronce ante su fachada. Es el Cardenal Pedro González.

En breves líneas voy a poner lo más relevante que ha de conocer el viajero que llega, por primera o enésima vez, a Guadalajara, y se enfrenta a este que ya debiera haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad, porque reúne sin duda alguna todas las características que para este nombramiento se precisan. Vaya aquí, de inicio, mi felicitación al alcalde Sr. Román, por haber puesto en marcha, nuevamente, el trámite de esa solicitud, y mi apoyo a seguir trabajando ante las instancias de la UNESCO para que este emblemático palacio sea considerado como lo que es: la esencia de una época y un estilo artístico.

Aparece el palacio sobre la vieja ciudad

Ocupa este palacio el lugar que ya en el siglo XIV utilizó el primer Mendoza alcarreño, don Pero González, para poner sus casas principales. Reformadas sucesivamente por otros mayorazgos del linaje, entre ellos don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, que en ellas vivió largas temporadas y mantuvo su principal biblioteca y estudio, fue hacia 1480 que el segundo duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza también llamado, decidió derribarlas y construirse un nuevo y esplendoroso edificio palaciego por acrescentar la gloria de sus progenitores y la suya.

Las obras se hicieron muy rápidamente, y en 1483 estaba ya construida la fachada, poco después el patio, y al terminar el siglo XV lucía el monumento en todo su esplendor de goticismo, de artesonados y riquezas. En 1569, el tataranieto del constructor, don Iñigo López de Mendoza, quinto duque del Infantado, inició una serie de reformas, dirigidas por Acacio de Orejón, que tendían a parangonar su palacio con el que Felipe II levantaba en Madrid, poniendo para ello ciertos detalles renacentistas, tanto en la fachada (abrió nuevas ventanas, tapó las antiguas, desmochó los pináculos góticos), como en el patio, y decorando los techos de los salones bajos con pinturas al fresco realizadas por los artistas italianos que por entonces vinieron a decorar El Escorial y otras obras reales. Se construyó también entonces el magnífico jardín mitológico situado a mediodía de palacio.

En siglos posteriores, los Mendoza marcharon a la Corte y su palacio arriacense quedó abandonado. Fue vendido al Ministerio del Ejército, que colocó en él su Colegio para huérfanas de militares, y en 1936 fue bombardeado y destruido. Una completa restauración le ha devuelto en los últimos cincuenta años su primitivo esplendor.

Juan Guas, un arquitecto europeo

El viajero se preguntará quien fue el arquitecto que ideó este colosal edificio. Fue trazado y dirigido por Juan Guas, autor primeramente del castillo mendocino del Real de Manzanares, y del monasterio toledano de San Juan de los Reyes, y luego de varias obras en la catedral toledana y de la hospedería real en Guadalupe. Colaboraron con él Egas Cueman y Lorenzo de Trillo. Una larga nómina de artistas mudéjares participaron en los diversos aspectos decorativos de la casona: artesonados, frisos, azulejería, pinturas y rejas. Es su estilo radicalmente hispano. Pues aunque parte de la decoración y estructura de balconajes o portadas son de corte gótico de tradición flamenca, otros muchos elementos decorativos, y la disposición de vanos en la fachada, incluso el mismo tema ornamental de las cabezas de clavos, son de herencia morisca, y de lo más exquisito que ha producido el arte mudéjar. Supera uno y otro estilo, y adquiere el marchamo hispánico del estilo mendocino.

Vamos a caer en la admiración de la fachada

Lo más llamativo del palacio del Infantado es su fachada. Ofrece una mezcla muy vistosa de estilos, pues el gótico flamígero se da la mano con lo mudéjar y con variados detalles del Renacimiento avanzado. En esa fachada aparece la puerta descentrada, flanqueada de dos gruesas columnas cilíndricas, que apoyan en basas prismáticas, y cubren toda su superficie con una fina trama de rombos, entre los cuales aparecen medias esferas, siendo repetición miniaturizada del orden de las cabezas de clavos del resto de la fachada. Rematan estas columnas en volada cornisa de salientes mocárabes. En la superficie rectangular y vertical que limitan estas semicolumnas y el friso, se encuentra la puerta, que goza de estructuras diferentes, pues el total se forma con un alto arco apuntado, cuya rosca presenta, entre molduras, una larga frase tallada en letra gótica alemana.

A dos tercios de su altura, se remata el vano de la puerta propiamente dicha, mediante arco conopial mixtilíneo muy rebajado, que descansa en ménsulas de talla vegetal y se decora con bolas y cardinas. Sobre el tímpano de esta puerta aparece la corona ducal, una celada de frente, y los escudos coronados de Mendoza y Luna. A sus extremos, sendas tolvas de molino, con largos cordones rodeándolas, símbolos adoptados por el segundo duque, don Iñigo. En las enjutas del arco, dos grifos rampantes muestran otro par de tolvas.

Sobre esta puerta vemos hoy el gran escudo ducal que pone el sello de la grandeza de un apellido, el de Mendoza, a toda la fachada del palacio. Dos velludos varones sostienen el circular complejo emblemático en que consiste este grande y hermosísimo escudo. Encerrados en conopiales volutas aparecen veinte distintos escudos (cruces, castillos, leones, frases y encinas en bulliciosa amalgama) que vienen a representar los múltiples estados, títulos y señoríos que desde la antigüedad hasta ese día estuvieron en la casa de Mendoza. En el círculo central, inclinado y rodeado de góticas verduras, el escudo del apellido que une las armas de Mendoza y de la Vega, correspondiente a don Iñigo. Se cubre con una corona ducal, y remata con celada terciada sobre la que asoma orgullosa alada bicha de alas desplegadas y grandes orejas. Dos tolvas de molino le circundan.

En los niveles de la planta baja y principal de la fachada, se abren algunas ventanas y una puerta, obras de la reforma del quinto duque: llevan lisas molduras, frontoncillos con el escudo ducal y rejas de la época. En la línea superior de la fachada aparece como un corrido alfiz la galería de ventanales y garitones que prestan su característica más singular al palacio. Consiste en una serie de ventanales que alternan con garitas salientes, con múltiples columnillas y capiteles, antepechos y tracerías góticas, apoyado todo ello en amplia faja de mocárabes, repartiéndose por el conjunto los escudos de Mendoza y Luna. El resto de la fachada, toda ella construida con dorado sillar de Tamajón, se cubre con ornamentación de cabezas de clavos dispuestas en peculiar distribución en una ideal red de rombos.

Otras muchas cosas tiene el palacio del Infantado que poder admirar. La más importante, el Patio de los Leones. Un amplio espacio abierto que más parece salón principal de una casa, con los paramentos afiligranados en función de adorno más que de elemento tectónico. Los arcos mixtilíneos de ambas plantas, apoyados sobre columnas simples los de abajo y entorchadas los de arriba, dejan ver en su frentes tallados singulares animales: leones (que le dan el nombre) en la galería baja, y grifos en la alta, seres mitológicos protectores del linaje. Además escudos de armas, tolvas como enseñas, y un larguísimo pergamino en el que van talladas palabras en tipo gótico alabando a los Mendoza y valorando su esfuerzo.

En las salas bajas, también salvados tras la ruina de la Guerra Civil, hoy vemos cinco salas cuyos techos están profusamente decorados con pinturas que realizó Rómulo Cincinato, pintor florentino, y sus ayudantes, entre 1578 y 1580. Un complejo programa iconográfico que ya anteriormente he descrito, y que viene a ser el resumen del “Arte y el Humanismo mendocino en Guadalajara” sorprende al visitante, que siempre quiere saber más sobre esas escenas y figuras.

Lo mejor del palacio del Infantado

Una serie de elementos puntuales destacan del conjunto del palacio. Para quien lleve prisa en mirarlo, tan solo cinco minutos, estos son los elementos imprescindibles:

 

• Las tracerías góticas de la puerta principal. Un complejo entrelazado de cardinas y puntiagudas hojarascas abrigan los escudos heráldicos de Mendoza y Luna, constructores del edificio.

 

• Los picos de la fachada, dispuestos en una trama de rombos, son el elemento más característico. Esos clavos están fijando sobre la piedra una invisible tela en la más atrevida de las imágenes arquitectónicas.

 

• La galería alta que recorre toda la fachada, bajo el tejado, con ventanales, garitones y decoraciones finísimas.

 

• Los mocárabes que sirven de apoyo a esas galerías, un recurso ornamental árabe, muy utilizado por Guas, el arquitecto constructor. Parecen panales, estalagtitas, un arabesco sorprendente.

 

• Los escudos, los leones y los grifos que pueblan los muros del patio. Un zoológico profuso y un grito de símbolos.

 

Las Salas dedicadas al dios Tiempo, a las Batallas mendocinas, a la leyenda de Atalanta e Hipómenes, a los héroes romanos y a los dioses griegos. Un prolijo rumor de pinturas, de símbolos y misterios.