Sanz Polo, alma de Zafra

viernes, 24 octubre 2008 5 Por Herrera Casado

Hace una semana perdió Molina y su Tierra uno de sus valedores mejores, uno de sus estudiosos más entusiastas, y una figura que la provincia toda debería reconocer y reconocer entre los hijos ilustres, porque a lo largo de los 95 años que vivió siempre aleteando en torno a aquella tierra, no paró de quererla y manifestarlo, y de poner los medios para que fuera un poco mejor, más alta y justa.

Una tarea difícil

Don Antonio Sanz Polo, maestro y profesor durante muchos años, que había nacido en Molina en 1913, y que acaba de fallecer en Guadalajara a punto de cumplir el siglo, destacó sin embargo por su militante devoción a los castillos molineses, al patrimonio heredado y a la historia del Señorío que en él conoció un estudioso incansable.

De su pluma salieron numerosos escritos, de los que ahora recuerdo el artículo que vió publicado en el Boletín de la Sociedad Española de Amigos de los Castillos, acerca del proceso de destrucción de la alcazaba de Molina de Aragón. En este mismo periódico publicó también análisis, memorias, artículos varios sobre el patrimonio monumental de Molina, y sobre la historia de algunas familias que tuvieron que ver con la cuidanza de los baluartes reales en aquel territorio.

Un antepasado suyo, el capitán don Juan de Hombrados, había sido nombrado por los Reyes Católicos como alcaide de la fortaleza de Zafra. Sanz Polo conservaba los documentos fehacientes, que pasaron de mano en mano por la familia, junto con algunos pergaminos ilustrados con escudos que demostraban esta ascendencia.

De aquellos orígenes remotos le vino a don Antonio su amor por la fortaleza molinesa, y la ocasión de hacerse con ella, de recuperarla tras tantos siglos de anhelo, se le pintó favorable en la primavera de 1971, en que se produjo por parte del ministerio de Hacienda una subasta pública en la que numerosos castillos que tenía el Estado en propiedad pero abandonados, los ponía en venta por poco dinero. Aunque fue subasta, y algunos otros aficionados pujaron, don Antonio Sanz Polo consiguió hacerse propietario de la magnífica fortaleza de Zafra por la cantidad de 30.000 pesetas que aún era dinero en ese año.

Lo difícil vino después: reconstruirla, con sus propias manos, y con otros ahorros que fue allegando, hasta verla como se ve hoy, maravillosa en su esbelta robustez, haciendo frente la dura quilla del torreón del homenaje al viento norteño que se cuela por los huecos de las rocas de la sierra de Caldereros.

Tuve la fortuna de asistir con él los primeros días que se sintió propietario y señor de la fortaleza. Con nuestro común amigo, Clodoaldo Mielgo, y en el viejo Land Rover de don Antonio, en la primavera de 1973, subimos a la pelada meseta rocosa donde se alzaban las pobres ruinas del castillo que había sido joya y orgullo de los condes de Molina. Tuvimos que trepar (Clodoaldo no pudo finalmente hacerlo, por su gran volumen corporal, que no lo era tanto como su bonhomía) gracias a unas fuertes sogas que don Antonio, ágil como un paje del Medievo, había colocado en la altura pocos meses antes. Allí vimos lo que había sobrevivido a los siglos de abandono, y lo que quedaba por hacer.

Durante 30 años, Sanz Polo fue arreglando personalmente la fortaleza. Contrató hombres y piedras, compró grúas y materiales, se asesoró a fondo de amigos arquitectos e historiadores, y siempre con su ánimo vigoroso y sus fondos propios, llegó el día en que vio terminado su sueño, alzada la torre del homenaje de Zafra, en lo alto la sala del alcaide con su chimenea útil, y él sentado frente a ella. En una banca de madera que subió al recinto, se quedó una noche entera durmiendo. ¿Qué soñaría don Antonio aquella noche? Nada mejor de lo que realmente había ocurrido.

El castillo de Zafra

No me cabe duda alguna de que el alma de Sanz Polo sobrevuela las almenas de Zafra. Quizás era ese sueño último el que le quedaba por cumplir: verlo desde lo alto.

Todo el que quiera puede volver, siempre que quiera, a Zafra. Al castillo elevado sobre una roca impresionante, rojiza y aterciopelada, que las frías praderas de Caldereros vieron surgir en siglos remotos. Los romanos ocuparon aquella altura, y los visigodos y hasta los árabes que levantaron la primera torre de vigilancia. Zafra es un verdadero hito sobre el Señorío molinés, una veleta vigilante, que finalmente fue ocupada y reforzada por los Lara, condes del territorio, quienes en el siglo XIII protagonizaron la hazaña de su defensa ante el acoso largo y extenuante del ejército real de Castilla, comandado por el propio monarca Fernando III. La entrega (que no rendición, ni toma) del castillo sirvió para sellar en forma de “Concordia” las paces del reino castellano con el territorio molinés. Entonces fue que se adhirió este a la corona española.

Propongo, en homenaje a este hombre sabio y bueno, que fue don Antonio Sanz Polo, y al que el Señorío de Molina y la provincia toda deberá estar siempre agradecida, un viaje a Zafra. Que cada uno lo haga como mejor le parezca. Debe ser en época seca, porque las praderas sobre las que asienta, en la Sierra de Caldereros, toman mucha humedad con las lluvias. Mejor quizás en pleno invierno, con buen abrigo, aprovechando las horas del mediodía.

Se puede llegar desde Hombrados, primero en coche, y a ser posible en un “todo-terreno” pero a mitad de camino, con el castillo ya visible en lontanaza, aparecen unas barreras que impiden continuar por lo que será mejor aparcarlo entre las encinas y seguir a pie. Se encuentra a 1.400 metros de altitud, en la caída meridional de la sierra de Caldereros, sobre una amplia sucesión de praderas de suave declive entre las que surgen impresionantes lastras de roca arenisca, muy erosionadas, que corren paralelas de levante a poniente.

La roca sobre la que asienta el castillo fue tallada de forma que aún acentuara su declive y su inexpugnabilidad. En la pradera que la circunda solamente quedan mínimos restos de construcciones, que posiblemente pertenecieran a muralla de un recinto exterior utilizable como caballeriza, patio de armas o mero almacén de suministros. En lo alto del peñón vemos el castillo.

Sabemos que en tiempos primitivos, cuando los condes de Lara lo construyeron y ocuparon, Zafra tenía un acceso al que se calificó por algunos cronistas como difícil e ingenioso. Ningún resto queda del mismo, pero es muy posible que estuviera en el extremo occidental de la roca, y que mediante la combinación de escaleras de fábrica, quizás protegidas por alguna torre, y peldaños tallados en la roca, pudiera accederse a la altura.

Una vez arriba, encontramos un espacio estrecho, alargado, bastante pendiente. Los restos que sobreviven nos dan idea de su distribución. La torre derecha, que custodiaba la entrada por este extremo, ha sido hoy completamente reconstruida. Fuertes muros de sillarejo muy basto, con sillares en las esquinas, y en su interior una bóveda de cañón de la que existían como guía sus restos primitivos. A mitad del espacio de la lastra, surgen los cimientos de lo que fue otra torre que abarcaba la roca de uno a otro lado, y que una vez atravesada, permite entrar en lo que fuera «patio de armas», desde el que se accede a la torre del homenaje, que, hoy reconstruida en su totalidad, y a través de una escalera de piedra adosada al muro de poniente, nos permite recorrerla en su interior, donde encontramos dos pisos unidos por escalera de caracol que se abre en el espesor del muro de la punta de esta torre, de planta pentagonal irregular. Aún nos permite la escalera subir hasta la terraza superior, almenada, desde la que el paisaje, a través de una atmósfera siempre limpia y transparente, se nos muestra inmenso, silencioso, evocador nuevamente de antiguos siglos y epopeyas.

Y unos datos últimos sobre su historia

La construcción del castillo tal como hoy le vemos data de los primeros señores moli­neses, de la segunda mitad del siglo xii y primera del xiii. En esos momentos, los Lara de Molina se aprestan a consolidar su fuerza sobre uno de los territorios en los que su autoridad es total e indiscutida. Levantan fortalezas por todas las fronteras de su señorío, con un plan premeditado y coherente. Es, sin embargo, la de Zafra, una de las más queridas, preciado bastión en el que se considera, desde el punto de vista de la época medieval en que se reconstruye, su inexpugnabilidad y su valor estratégico máximo.

El principal suceso histórico acaecido en Zafra tiene mucho que ver con el destino de la dinastía de los Lara molineses. El tercer señor del territorio, Gonzalo Pérez de Lara, cometió una serie de desmanes en zonas próximas a su señorío: concretamente entró en tierras de Medinaceli, devastando algunos pueblos. Otros señores de Castilla, coaligados con él, comenzaron a castigar territorios reales, con el objeto, al parecer, de levantar rebelión contra el monarca legítimo, y a favor de Alfonso ix de León.

Fuera por éllo, fuera también porque al Rey castellano Fernando iii le pareciera demasiada la autonomía de que gozaban los Lara en Molina, el caso es que desde Andalucía donde se hallaba movió su ejército hacia la altura castellana, y en pocas jornadas entró en Molina y puso finalmente cerco a la fortaleza de Zafra, donde al ver lo que se avecinaba se refugió el conde molinés acompañado de su familia, su reducida corte y sus domésticos ejércitos. Ocurría esto en 1222, y durante unas semanas el Rey castellano presentó la batalla sin que el molinés pudiera hacer otra cosa que resistir en lo alto de su inexpugnable bastión.

Cuando el cerco, en el que Fernando iii empleó su paciencia a fondo, hizo mella en las reservas del molinés, éste finalmente se rindió, y mediante los buenos oficios de doña Berenguela, madre del monarca, ambas partes acordaron una salida al conflicto, conocida en los anales históricos como la «concordia de Zafra». En élla se establecía que el heredero del señorío, el primogénito de don Gonzalo, quedaba desheredado (y así le llamaría luego la historia a Pedro González de Lara), siendo proclamada heredera la hija del molinés, doña Mafalda, quien se casaría con el hermano del Rey, el infante don Alonso, y de este modo la intervención de la Corona de Castilla se hacía un tanto más efectiva sobre los asuntos del rebelde señorío de Molina.

Apunte

Una larga biografía

Antonio Sanz Polo (Molina de Aragón, 1913 – Guadalajara, 2008) estudió del Bachillerato en el colegio de los Escolapios de Molina, y luego Magisterio en Toledo. Estudió la licenciatura de Ciencias Naturales por la Universidad de Madrid. Ejerció brevemente de Maestro en el Colegio «Rufino Blanco» de Guadalajara. Fue inspector de Enseñanza Primaria, actuó en Soria, fue además Inspector Central en Galicia, Asturias y León, y finalmente como Inspector General de Enseñanza Primaria. Luego fue Secretario General Técnico del Instituto Nacional de Emigración, y Agregado de Educación en la Embajada de España en Alemania.

Sanz Polo ocupó algunos puestos políticos de relieve, como concejal del Ayuntamiento de Soria, Diputado Provincial en Soria, presidente de la Asociación Nacional de Inspectores, miembro del Consejo Nacional de Educación Física y Deportes, y representante de España en las reuniones del Consejo de Europa, en Estrasburgo.

Recibió algunas condecoraciones que avalan su categoría de servicio a la enseñanza en España: Comendador de la Orden de Cisneros; Encomienda de  la Orden de Alfonso X «El Sabio», y Encomienda de la Orden del Mérito Civil. Premio 2002 de «Siglo Futuro». Además, por su entrega a la provincia natal, es Mielero de Plata, y por su actuación sobre el castillo de Zafra, restaurado a su costa, tiene la Medalla al Mérito de la Asociación Nacional de Amigos de los Castillos.