Un viejo castillo en el Tajuña: Casasola

lunes, 27 agosto 2007 0 Por Herrera Casado

 

Aunque esta que ahora pisamos es tierra de Madrid, término de Chinchón, y mientras miles de personas se entretienen viendo el concurso de recortadores que se celebra en su famosa Plaza Mayor que sirve también de corral de comedias y universal albero, vamos a descubrir para los alcarreños lectores un espacio que forma parte de su esencia histórica y patrimonial: el castillo de Casasola, una de las dos “columnas de Hércules” (la otra era el castillete de Bayona, hoy Titulcia, casi enfrente situado) que escoltaban la entrada al valle del Tajuña desde el más ancho del Jarama.

Es esta tierra de Alcarria (la de Madrid) y tiene en sus esencias paisajísticas, históricas y patrimoniales mucho de común con la nuestra, la de Guadalajara. El castillo de Casasola, impresionante en su alzado roquedal, vigilante atento desde hace un montón de siglos del paso por el valle más alcarreño, es nuestro destino.

El castillo de Casasola

Es muy fácil llegar a Casasola. Desde Chinchón, saliendo en dirección a Titulcia, y tras bajar una leve cuesta (el arroyo de las Carcabillas le llaman) hacia el Tajuña, poco antes de cruzar el río por el puente del Molincaído, sale un camino de tierra a la derecha que va subiendo junto a la orilla izquierda del río. A un par de kilómetros está la fortaleza medieval.

A la izquierda del viajero quedan los anchos términos de regadío de la vega, donde se forman grandes charcas, con calificación de “lagunas de tránsito de aves migratorias” por parte de los ecologistas, y a la derecha, sobre un farallón rocoso calizo, de imponente aspecto, se alza el castillo. En el cruce, un cartel de piedra tallada anuncia el sitio, rematado por una corona. Hay que subir andando, porque la carreterilla que asciende a la fortaleza tiene al inicio una señal de tráfico que prohíbe el paso a los vehículos, dado que es finca particular. En la tarde de agosto en que los viajeros han subido, el sol estremece el camino y hace penosa la ascensión, pero si la excursión se prepara para el otoño, no habrá problema alguno.

El castillo de Casasola es todo un espectáculo, de esos perdidos, desconocidos, esplendorosos en su descubrimiento. Es verdad que de este edificio se viene hablando desde hace siglos, y que la bibliografía sobre el mismo es abundante, lo que supone que mucha gente antes que este cronista ha llegado hasta su imponente masa, y ha investigado, y la ha fotografiado, y visitado. Pero también es verdad que para quien llega allí por primera vez todo se le va en admiraciones. Por eso las pongo aquí.

Desde el valle, Casasola es un roquedal enorme, oscuro, con mucha vegetación en torno, sobre el que asoman viejos muros desportillados del medieval castillo. Subiendo el camino y llegando a su altura, el viajero comprobará que la fortaleza está construida, aislada, sobre un roquedal, cortado en pico por todos sus límites, y que para entrar a él se debe hacer a través de un viejo puente, de fábrica hoy (en la Edad Media sería levadizo) que salva el hondo foso. No pudieron entrar los viajeros al castillo, porque es propiedad particular y no dejan. Pero desde fuera se ve perfectamente lo que de él queda, y se hace uno la idea de lo que fue, a pesar de que las nuevas construcciones particulares, alteran un tanto su primitivo aspecto.

Es de planta irregular, debido a que se adapta por completo al perfil del terreno sobre el que se asienta. Frente a la entra­da principal se excavó un profundo foso que obliga a entrar en el castillo mediante un puente apoyado en dos ar­cos de piedra. Dos torres, una a la dere­cha, muy próxima al referido puente, y otra a la Izquierda, más alejada, prote­gen la puerta en la que un rótulo recuerda el nombre de Juan de Contreras, su constructor en el siglo XV.

La parte mejor conservada es la que mira hacia el Norte, a la derecha del su­sodicho puente. De entre las cosas que llaman la atención de los viajeros, una es la existencia de una to­rre cuadrada, de considerable altura, que hace las veces de torre del homenaje. A sus pies se ha encajado un recinto cua­drangular, más pequeño, que abre al foso mediante un arco escarzado, en el que posiblemente corriera, en sus viejos tiempos, un rastrillo o reja de las que se dejaban caer desde arriba. Este arco se protege de la torre del homenaje y de otro torreón de planta circular que se le adosa.

En esta parte oriental de Casasola aparece aún en buen estado un largo lienzo de muralla sobre la que se alza otra torre, pentagonal, de imponente presencia. Toda la obra de este castillo es de mampostería, no apareciendo buena sillería por parte alguna. Está claro que ha sufrido reformas, ampliaciones y, -ya en los últimos siglos- arruinamientos, que han marcado su presencia un tanto destartalada. Es precisamente la parte que da al valle del río Tajuña, la más empinada sobre la roca, la que peor está conservada, y donde se alzan las casas de los propietarios actuales.

En el interior, simplemente las trazas de lo que se ve por fuera, y una curiosidad que todos refieren, aunque este autor no ha podido ver: el misterioso pasadizo, o escalerón en forma de caracol cuadrado, que desde el patio de armas profundiza en la roca y alcanza más de 7 metros de profundidad. ¿a dónde iba este pasadizo vertical? Es muy posible que bajara a un pozo manantial porque a ese nivel ande el freático abastecedor. De almenas, en los muros y torres, ninguna queda. Y de escudos, adornos, gallardías y pendones, nada de nada. Pero la historia y el aspecto de Casasola bien merecen una visita.

La historia de Casasola

Casasola fue territorio que desde la Reconquista y posterior repoblación perteneció a la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, que se extendía mucho más allá de los puertos y cumbres del Guadarrama, hacia el sur. Madrid mismo fue primero aldea y luego villa de esa Comunidad. De ella recibía la ley (el Fuero segoviano) y a ella pagaba los impuestos. Hay un documento de 1302 que menciona a Casasola como término independiente de los anejos de Bayona y Chinchón, hoy villas enteras circundantes, formando todas ellas en el sesmo de Valdemoro, de dicha Comunidad. En las “Ordenanzas de la población de Segovia” se menciona Casasola, que aparece en la historia como propiedad de un caballero segoviano, Juan de Contreras el Viejo, que se hizo con el lugar no se sabe muy cómo.

La construcción del castillo se debe a aquella época, primera mitad del siglo XV. De entonces han quedado documentos en que los vecinos del término se quejaban ante el concejo segoviano, porque “les prende a los vecinos los ganados, y les impone a estos pe­nas desaguisadamente sin atenerse a la ordenanza de la ciudad de Segovia». En todo caso, por el aspecto de la fortaleza y su situación, hemos de pensar que ejerció más bien la misión de vigilancia, a la entrada del valle del Tajuña, tan transitado, teniendo su dueño el poder de controlar pasos de ejércitos y mercancías.

La hija de Juan de Contreras vendió los terrenos y el castillo de Casasola a Diego Arias Dávila, conde de Puñoenrostro, inte­grándose el edificio, a partir de la segunda mitad del siglo XV, en la órbita señorial. A partir de entonces se transmitió a sus descendientes con todas las propiedades que esta familia tenía en las tierras del Sur de Madrid. Edward Cooper, en su conocido estudio sobre los “Castillos señoriales de Castilla”, dedica un buen estudio al de Casasola, del que aporta dos fotografías de comienzos del siglo XX, una de ellas el curioso pasadizo vertical que pudo ver. Sus informaciones las extrae de un estudio previo hecho por el marqués de Lozoya, que era (además de un gran historiador del arte castellano) heredero directo de ese primer fundador del castillo alcarreño. Y el marqués nos cuenta, basándose en dos obras inéditas del siglo XVII, la “Genealogía Historiada de los Contreras” de Juan de Diego de Colmenares y las “Noticias Genealógicas del Linaje de Segovia” de Juan Román y Cárdenas, que fue el caballero segoviano Juan de Contreras quien haciendo uso de su influencia sobre los órganos de poder de Segovia, decidió instaurar un nuevo señorío en la zona del Tajuña.  La construcción de la fortaleza fue muy rápida, y los de Chinchón se quejaron al príncipe de Asturias (el futuro rey Enrique IV, señor de Segovia a la sazón) en la que relataban la situación sobrevenida por la llegada de Juan de Contreras, quien «puso fortaleza», que «hoy es enhiesta».  En la misiva hacían referencia a protestas anteriores.  El príncipe contestaba en diciembre de 1449, recomendando al concejo atajar por todos los medios los desmanes de Contreras. 

La posesión de Casasola por los Contreras se mantuvo durante dos generaciones: Blasco de Contreras, hijo de Juan y de María de Guzmán, reunió bajo su persona hasta cuatro señoríos: Puebla de Orcaxada, Alcobendas, Bayona (Titulcia) y Casasola, y actuó como capitán de las tropas que tomaron el castillo de Perales de Tajuña por orden de Enrique IV. Metido en prisión este don Blasco por haberse puesto del lado de Isabel la Católica en las guerras civiles castellanas, obligó a su hija a vender la fortaleza y señorío al Conde de Puñoenrostro, Diego Arias Dávila, en 1523.

En 1648 se creó el Marquesado de Casasola en favor de los Dávila. Otra leyenda o conseja que corre por los papeles es la de que este fantástico castillo sirvió en 1869 como lugar secreto para las reuniones de los partidarios de la Restauración borbónica en la persona de Alfonso XII. Ello supone que en esa época aún estaría el castillo en condiciones de habitabilidad. Antes de la Guerra Civil fue propiedad de la duquesa de la Conquista, aunque al parecer ya nunca fue habitado. Después ha pasado por varias manos hasta llegar a las de sus actuales propietarios.

Apunte

Lagunas de Casasola

En las inmediaciones del castillo de Casasola, y en las orillas del río Tajuña, que anda por aquí en valle todavía recogido y estrecho, se pueden visitar también unas zonas de interés ecológico, como sos sus lagunas, protegidas actualmente. Una es la Laguna de San Galindo y otra la de la Espadaña, situadas en las márgenes del Río Tajuña, formadas por láminas de agua y extensos carrizales. Cuentan con un soto que es uno de los núcleos arbóreos más importantes de este tramo del Tajuña. Viven en ellas importantes poblaciones de aves migratorias y nidificantes.

A los pies del castillo se ve la Laguna de Casasola, que consiste en un carrizal que rodea una pequeña cubierta de agua dulce, de carácter temporal, reduciéndose la vegetación arbórea a algunos frutales, carrizo y juncos. Aunque no atrae a gran número de aves, destaca un dormidero de estorninos y la presencia de aves palustres y anátidas, que la ocupan en ocasiones de tiempos húmedos.