Atienza: historia y arquitectura

viernes, 12 noviembre 2004 0 Por Herrera Casado

Atienza ofrece la esencia de la Edad Media apresada en su figura de bastión guerrero, de burgo comercial y vigilante. Fue durante siglos un importante cruce de caminos, especialmente utilizado para cuantos viajaban desde Aragón a Castilla o de una a otra meseta castellana, atravesando la sierra central por cómodos pasos, lo que facilitaba el comercio y transporte de mercaderías, de ejércitos también, y de mensajeros.

Atienza es siempre una sorpresa. Para quienes la ven por vez primera, desde la distancia, asomar atrevida sobre la roca eterna. O para quienes vuelven una y otra vez a su empinada sucesión de calles y plazas, a oler los humos de sus lumbres invernales, a mirar el brillo del último sol sobre los tejados de sus palacios.

De la mano de Layna Serrano, su historiador completo, hemos vuelto a mirar Atienza, a empaparnos de su historia, y repasar uno a uno sus monumentos. La clásica “Historia de la villa de Atienza”, el ejemplar tratado de memorias y la prueba palpable del ser atención, ha sido de nuevo reeditada, con formas de hoy e imágenes renovadas. Y a través de sus páginas hemos vuelto a saborear la memoria de Atienza, que recomiendo desde aquí a cuantos quieran saber de las esencias de nuestra provincia.

Una historia llena de acontecimientos

Atienza nació en siglos remotos, pues la altura de la peña sobre la que asienta la hizo siempre lugar perfecto para la defensa. Se han encontrado restos celtíberos en su enclave y en el adjunto cerro *del Padrastro+, que fue una importantísima acrópolis del pueblo arévaco, y que dio nacimiento a la ciudad de Tithya, una de las más poderosas y pobladas de la confederación numantina. Los romanos luego pusieron fortaleza en ella, y los árabes la hicieron suya, bastión defensivo ante la constante amenaza del norte cristiano.

En 1085 quedó definitivamente en manos de Castilla, tras la ofensiva de Alfonso VI hasta el Tajo en Toledo. Y a partir de ese momento comenzó su crecimiento, fraguado en el permanente señorío real, en el fuero concedido a su enorme territorio, en el creciente poderío económico, sede de cientos, de miles de recueros que formaron un gremio decisorio, alcanzando a tener, protegida por tres cercos de muralla y el enorme castillo en lo alto de la roca, casi 10.000 habitantes repartidos en 14 colaciones o parroquias. Una villa así de potente y clave en las comunicaciones y las estrategias, por lógica estuvo disputada en guerras y alianzas. sufrió en el siglo XV la conquista de los navarros, siendo tomada de nuevo para las banderas castellanas en una cruel batalla, año 1446. Los reyes la hicieron donaciones, las órdenes religiosas pusieron sus conventos, y la burguesía comercial tuvo su asiento en grandes palacios y caserones hasta que el siglo XIX, con la creación de las vías de ferrocarril, que pasaron lejos de Atienza, hicieron palidecer su estrella, y la luz alta que siempre la coronó se velara un tanto y aún se apagara del todo si no fuera por el interés que hoy despierta esta villa de cara a un turismo que desea contemplar, vivir unas horas, la fuerza auténtica del Medievo en sus calles, plazas y edificios.

Arquitecturas de Atienza

El castillo de Atienza lo domina todo, con su silueta altiva, con su belleza y fuerza. En lo alto de una roca caliza alargada de sur a norte, lo único que queda es la gran torre del homenaje, de planta cuadrada, y dos pisos que rematan en una terraza desde la que se divisan amplios panoramas. También en la altura, a la que se accede por un portón posterior, se encuentra el viajero los grandes aljibes que permitieron aguantar asedios prolongados. Pero Atienza tuvo unas inmensas murallas, en tres grandes círculos concéntricos, expresivas de los progresivos aumentos de su población. La más importante de estas cinchas amuralladas circuyó a la primitiva población, y tiene aun largos trechos de muro en pie, y algunas puertas, como la del llamado “arco de Arrebatacapas” que cobija la cuesta que comunica la plaza de abajo (plaza de España) con la de arriba (plaza del Trigo), corazón inicial del burgo medieval. Otro nivel más amplio llegó a circuir el gran poblamiento del siglo XV, incluyendo el arrabal de Puerta Caballos, la judería, y otros barrios más modernos.

En el interior del pueblo, en el que quizás lo que más llama la atención es el urbanismo plenamente medieval, los trazados de sus calles en cuestas, las plazas y los caserones con escudos, el viajero llegará a la plaza de España, o de abajo, de planta triangular, con el edificio del Ayuntamiento presidiéndola, y algunos palacios y soportales, más una fuente barroca con delfines. Por la cuesta y arco de Arrebatacapas, escoltada de los famosos comercios de antigüedades, se llega a la Plaza del Trigo, una de las más hermosas de Castilla, en la que preside la masa gris de la actual parroquia, la iglesia de san Juan, y otros edificios antiguos, como la casa del Cabildo, algunos palacios, y casas soportaladas. La iglesia de San Juan ofrece una estupenda arquitectura renacentista y un gran retablo mayor debido al pincel de Alonso del Arco.

Por la calle de Cervantes, la mayor del pueblo, también adornada de edificios vetustos y blasonados, se llega a la iglesia de la Santísima Trinidad, que ofrece su arquitectura primitiva románica en un magnífico ábside semicircular, y en el interior, ya renacentista, múltiples capillas (destaca la rococó de la Inmaculada) y en ellas piezas valiosas como el Cristo de los Cuatro Clavos, románico, y la preciosa talla de Cristo arrodillado sobre la bola del mundo, del escultor Luis Salvador Carmona: este “Cristo del Perdón” es la pieza clave del recién creado “Museo de la Santísima Trinidad”, en el que pueden admirarse hermosas piezas artísticas junto a los recuerdos de La Caballada.

Otras iglesias románicas de Atienza son: Santa María del Rey, bajo el castillo, incluida y rodeada por la Cementerio de la villa: su portada de mediodía es un supremo canto al mundo simbólico románico; otra es San Gil, con ábside al exterior, y en el interior, de soberbia arquitectura románica, instalado el Museo de Arte Sacro, una verdadera sorpresa inolvidable, con múltiples piezas de arte, tanto pintura como escultura y orfebrería, reuniendo gran parte del patrimonio artístico mueble de esta villa. Además se visita la iglesia también románica de San Bartolomé, en las afueras del caserío, en su parte baja, una pieza arquitectónica del siglo XIII que muestra, aislada en una pradera, su nítida belleza medieval, con galería porticada al sur, portada de arquivoltas semicirculares, y el interior, muy bien restaurado, ofrece un nuevo Museo, este denominado Paleontológico, porque su principal fondo está constituido por la donación de fósiles hecha a Atienza por Rafael Criado Puigdollers, y que se constituye en una de las mejores colecciones en su género de toda España, pero que además muestra numerosas piezas de pintura y escultura de la villa. Otra iglesia más, también románica, debe visitar el viajero. Es la de Santa María del Val, que sirvió de parroquia en la Edad Media a uno de los barrios más periféricos, y que hoy, aislada pero bien restaurada muestra su portada con curiosas figuras de *saltimbanquis+ que enrollados sobre la espalda ponen sus pies sobre sus cabezas, en una versión iconográfica muy singular del románico.

Además de lo reseñado, pueden admirarse edificios como la “posada del Cordón”, con su gran portalada adornada de grueso cordón franciscano y curioso ventanal gótico; el palacio de los Rivas y Herrera, con escudos y fachada elegante; las fuentes del tío Victoriano, en la cuesta que baja a San Gil, y la del Santo, ya en la parte baja del burgo, junto a la carretera. Ambas muestran el escudo tradicional de armas de la villa. También en la cuesta meridional surgen las ruinas del monasterio de san Francisco, del que solo ha quedado el ábside, con estructura de estilo gótico inglés.

Aparte:

En primavera, la Caballada

En Atienza merece verse la Fiesta de la Caballada, que se celebra cada año el domingo de Pentecostés, y que rememora la liberación arriesgada que hicieron los recueros atencinos del rey Alfonso VIII, aún niño, de las amenazas de su tío el rey de León. Consiste la fiesta en el desfile de todos los cofrades montados a caballo y ataviados con el traje y capa castellanos. Misa en la ermita de la estrella, almoneda de productos, comida campestre de los romeros en torno a ella (los cofrades lo hacen en una sala de la hospedería aneja), baile de jotas castellanas ante la Virgen, y ya por la tarde competiciones de carreras sobre caballos entre los cofrades.

Layna escribió también una historia certera y emotiva de esta Cofradía y Fiesta. Y Santiago Bernal le puso imagen con sus cientos de fotografías, que retratan personajes, ritos, paisajes y sueños, con la lucidez del artista y la fidelidad del cronista gráfico. Una imágenes espléndidas que avaloran la nueva edición de esa “Historia de la villa de Atienza” que acaba de aparecer.