Algunas noticias nuevas sobre Sopetrán

viernes, 26 septiembre 1997 1 Por Herrera Casado

Sopetrán, lo dije hace poco, está renaciendo de sus seculares ruinas. Es este un tema que debe alegrar, y ocupar mucho más espacio del que está teniendo en la prensa, a las gentes que pueblan Guadalajara y les interesa las cosas que pasan en su cifra y en su raíz.

Que un lugar con más de trece siglos a sus espaldas, en el que han pasado cosas milagrosas, históricas, legendarias, fantásticas, adorables y aborrecibles, tenga de nuevo voz propia, tenga latido, y ponga su nombre añadido a la red de realidades provinciales, es algo que no ocurre todos los días. Cuando tantas cosas se inventan, tantas «tradiciones» de cuatro años reclaman el protagonismo, llega Sopetrán y pone encima de la mesa su historia larga y suculenta, su voz de sosiego y cultura, su promesa de futuro razonable, de ese que afecta a las almas y a cuantos son conscientes de tenerlas.

Recuerdo que hace pocos meses, cuando estuve unos días en el monasterio también benedictino de Leyre, en el Pirineo navarro, sus frailes me comentaban que el renacimiento de aquella gran abadía se había hecho todo con el dinero público del gobierno autónomo de Navarra (durante los años de mandato socialista, fundamentalmente) porque los políticos de aquella región norteña pensaron que Leyre conformaba una de las esencias ciertas de la historia de Navarra. Y ayudar al monasterio, a los monjes de su comunidad, y a cuantos querían ver Leyre de nuevo alzado y vivo, era ayudar a que Navarra tuviera más firmes y visibles sus raíces históricas.

Sin complejos se llega muy lejos. Con complejos, evidentemente, aparte de sufrir mucho, no se llega a ninguna parte. La restauración que se plantea de Sopetrán, va a requerir que se dejen a un lado muchos complejos. Ayudar a que renazca un monasterio benedictino, un lugar en el que visigodos, árabes, cristianos, monjes, guerreros, aristócratas mendocinos, simples aldeanos y sacrílegos pusieron su huella durante más de mil años será una tarea que, si se hace con el espíritu abierto con el que estamos llamando a Europa, tendrá muy buenas consecuencias. Ojalá que esto arranque pronto, y la utopía que ya está planteada en Sopetrán sea un día realidad jugosa.

Un escudo de Sopetrán

Gracias a las búsquedas que los monjes de Sopetrán (Miguel Antonio y Juan Carlos) están haciendo por archivos documentales y memorias humanas, me ha llegado la noticia de la existencia del escudo heráldico del monasterio. Sopetrán formó parte, desde que en el siglo XV se procedió a la reforma de las órdenes religiosas, de la Congregación de San Benito de Valladolid. En el gran monasterio negro de la capital castellana, se reunían todos los años los abades de los más importantes monasterios españoles, y allí decidían sus asuntos más trascendentales. Casi nada queda hoy de aquel gran cenobio. Tras la Desamortización de Mendizábal, en 1835, y gracias al celo liberal y militaroide del general Zariategui, San Benito de Valladolid se convirtió en cuartel, sus claustros en lugares de instrucción, y sus salas capitulares en almacenes y cuadras. En la iglesia, a la que dotó Berruguete de un supremo retablo, había también una gran sillería de coro, tallada en madera, que hacia 1522 comenzó a construir Andrés de Nájera ayudado de gentes como Juan de Castro, Ortega de Córdoba, Francisco de San Gil, Guillén de Holanda, y otros. Cuando se reunían en Valladolid los abades de todos los monasterios de la Congregación, ocupaban estos las sillas del coro alto, en las que se pusieron, como remate de cada una de ellas, los escudos de las respectivas abadías. En 1529 acudieron representantes de 40 monasterios hispanos. Entre ellos, en el sitial número 10 del lado de la epístola, se sentaba el abad de Sopetrán. En el remate de la silla, una cartela decía «Domina Nostra de Sopetrán» y tallado en madera, policromado, aparecía el escudo que reproduzco junto a estas líneas, en dibujo tomado de una fotografía antigua.

Además, sabemos que existían en San Benito la Sala Capitular para recibir las reuniones de los abades de la Congregación. De esa sala, dedicada en el siglo pasado a cuadra, solo quedan los planos en el Archivo Histórico Nacional. Y en ellos se constata que también un lugar estaba asignado al abad de Sopetrán, pues junto a su advocación (Sopetran = Joannes Papa) aparece la reseña de su espacio y escudo.

El escudo, tallado a mediados del siglo XVI, timbrado de corona real abierta, ofrece un complicado campo en el que un cuartelado al centro ofrece alternando tres fajas con cinco roeles, y en la bordura, de amplios espacios, se van alternando los castillos y los leones propios de la monarquía. Quizás fuese un escudo de linaje, correspondiente al del abad titular en el momento de la talla. El hecho es que está bien constatado de que como escudo del monasterio benedictino de Sopetrán existió este escudo en Valladolid, y por ello lo traemos.

El claustro de Sopetrán

A quien llega, viajero curioso, hasta Sopetrán hoy, le invade una sensación de pequeñez y armonía cuando le llega la visión de las ruinas de su claustro. Es un espacio grandioso, completo en sus muros a excepción del costado oriental. Dos niveles de arquerías se levantan, con arcos semicirculares y pilares a los que se adosan medias columnas que sujetan entablamentos lisos. Todo ello en un limpio estilo herreriano, al que Muñoz Jiménez, el estudioso de nuestra arquitectura clásica, denomina manierista clasicista herreriano. El orden toscano de sus capiteles le da mayor sentido de elegancia y pureza.

No sabemos a ciencia cierta quien diseñara y construyera este claustro monasterial de Sopetrán. Se comenzó en 1610, cuando fray Francisco Ortiz actuaba como su abad (había sido monje de San Benito de Valladolid durante muchos años antes) y no se acabó hasta 1642.

Lo curioso es comprobar lo mucho que se parece al claustro mayor del monasterio vallisoletano. En este había, en sus buenos tiempos, cinco claustros. El mayor se construyó también en el siglo XVII. El llamado claustro procesional se comenzó a levantar tras la decisión del capítulo de la Congregación reunido en 1596, tras pedir ayuda al moribundo Felipe II. Se comenzó al año siguiente, con planos de Juan de Herrera, y actuó como maestro de obras Juan de Ribero Rada, uno de los principales seguidores del herrerianismo, traductor de Palladio y muy apegado al clasicismo italiano más solemne. Pongo junto a estas líneas fotografía del claustro procesional de San Benito de Valladolid, y del de Sopetrán, para que el lector juzgue si se parecen. Es tanto su parecido, que no sería excesivo aventurar que reconocen ambos la misma mano tracista. Aunque desde lejos, desde Valladolid mismo, ¿no habría podido ser el cántabro Juan de Ribero el autor del gran claustro alcarreño de Sopetrán? Una pregunta que dejo en el aire, pero que a falta de la confirmación documental bien valdría la pena tomar como premisa consistente para filiar esta gran obra.

En cualquier caso, un vistazo más sobre lo que hoy son ruinas (pero temblorosas ya, renacientes) de Sopetrán, y una voz en favor de su restauración total, de su puesta en marcha como gran proyecto espiritual-turístico-cultural que se está planteando. Todas las ayudas para ello serán válidas.