Corduente y el castillo de Santiuste: más puertas abiertas en el Señorío

viernes, 14 febrero 1997 0 Por Herrera Casado

 

No he podido asistir a la sesión de este año de FITUR (la Feria Internacional del Turismo) y bien que lo he sentido. Esta edición ha ido a más. España se coloca como segundo país receptor de turistas en todo el mundo. Detrás solamente de los Estados Unidos, el imperio que todo y a todos puede. Y lo hace con una oferta cada día mejor, más amplia, más preparada.

Guadalajara ha tenido su presencia en esta feria. Una presencia también cada año más amplia, mejor coordinada, más meditada y orientada a la realidad de la demanda: Sigüenza sobre todo, el Señorío de Molina, la provincia entera con sus enclaves que pujan por salir del anonimato: desde los hermosos carpetones y fotografías de la Ciudad Mitrada a las guías del Alto Tajo, pasando por esos clarinetazos que han hecho sonar Cifuentes, Albalate de Zorita, Mondéjar y Horche. Se han oído, que era lo importante.

Y entre ese mar revuelto de los folletos, las hojas volanderas, los colores que chillan un instante y las mil peripecias del marketing turístico, me ha sorprendido una hoja que en el espacio de Guadalajara se entregaba: de un lado, por lo mal presentada que estaba, y de otro por lo interesante de su oferta.

Me estoy refiriendo al Castillo de Santiuste, en el término de Corduente. Un ejemplo a seguir. Me explico.

La oferta

Al propietario del castillo de Santiuste, Antonio Ruiz Alonso, que reside habitualmente en Madrid, le dio hace años por gastarse muchísimo dinero en restaurar y acondicionar su fortaleza molinesa, a pesar de lo cual no ha podido evitar que una de las torres occidentales esté tan en malas condiciones que cualquier día de estos se venga al suelo. Y ha tenido la buenísima idea de ofrecer sus instalaciones para que cualquier día de la semana pueda ser visitado por excursiones que, organizadas desde Madrid, Guadalajara o Zaragoza, lleven en un autocar a personas, grupos, asociaciones, clubes y en general personas que quieran ser sorprendidas por la espectacularidad de un paisaje (el del barranco de la Hoz, allí fundido) y el embrujo de una historia palpitante (los elocuentes muros, las almenas, los arcos y escudos tallados del castillo de Santiuste).

En este lugar se ofrece la recepción por el propietario en persona, la explicación de la historia y el arte del castillo, y los detalles de la reconstrucción que continúa. Y además un vino de bienvenida. Luego, tras un rato inolvidable, los viajeros seguirán a Molina, al barranco de la Hoz, al Alto Tajo…

Es esta una forma real de promocionar el turismo. A base de esfuerzo personal, privado, de imaginación. La prueba de que no cuenta con ayuda oficial es la misma hoja fotocopiada y con borrosa fotografía en la que propaga su idea y su ofrecimiento. Si el tema tuviera algún marchamo de institucionalización, ya le habrían puesto colores, brillos y hasta músicas.

Por eso de toda la Fitur me fijo en esta volandera hojita que ha puesto Antonio Ruiz Alonso. Porque es la forma más básica, pero de las más efectivas, para promocionar el turismo en nuestra tierra. Millones gasta la Consejería de Industria y Turismo en repetir las rutas y las imágenes de siempre: los molinos, el Quijote, Almagro y Sigüenza, la catedral de Toledo y las lagunas de Ruidera. El esfuerzo callado de gentes como Ruiz Alonso (y como los de ATRAMA en Molina, y los de esos pueblos que antes mencioné que han puesto su imagen y su palabra en la inmensa rueda mundial del Turismo) son los que hay que aplaudir y apoyar.

Y, por supuesto, premiar con el viaje y la presencia de los buenos aficionados a «rutear» y mirar por esos campos y esas geografías desconocidas de la tierra castellana.

El castillo de Santiuste

Para viajar hasta el castillo de Santiuste hay que llegarse prácticamente hasta Molina. Centrando la fértil vega del río Gallo, antes de que dicho curso de agua penetre en las profundidades de la Hoz, se nos presenta el enclave de Corduente como una imagen ideal de población en llano, rodeada de feraces huertas, densas arboledas, algunos campos de cereal, y un sinfín de montañas y alturas cubiertas de pinares. Es, sin duda, un lugar ideal para el descanso, para la vacación veraniega, y de ese modo ha sido elegido por muchas personas, que animan extraordinariamente este pueblecito durante la estación del estío. Su término es abundantísimo en maravillas naturales, pues a los bosques de pino se añaden los picachos agrestes, y diversos arroyos que van a dar en el Gallo. En su término municipal se incluye parte de la orilla derecha del futuro «Parque Natural del Alto Tajo», siendo también de gran encanto y muy recomendable para pasar un día de excursión el lugar de «La Dehesa», en medio de un denso pinar, adecuado por el ICONA con mesas rústicas, barbacoas, etc., para el disfrute pleno y ordenado, de la naturaleza. Similar, y por encima de toda ponderación, es el entorno del «barranco de la Hoz», que corre río abajo, hasta Torete, ofreciendo mil y un rincones donde pasar la jornada campestre.

Este lugar se pobló en el siglo XII, al compás de la repoblación del Señorío por sus señores los Lara. Fue siempre concejo comunal. En el siglo XVII, año de 1640, creó el Estado una fábrica de armas en sus alrededores, fundiendo en ella balas y bombas, con el fin de abastecer a los ejércitos que se dirigían a la campaña de Cataluña por esos años. El año 1642, el rey Felipe IV visitó esa fábrica y el término de Corduente, saboreando y ponderando mucho las truchas del río Gallo, hasta el punto de que mientras duró la guerra contra Cataluña, y lejos el rey ya de Molina, siempre pedía que el pescado de río fueran truchas del Gallo.

De Corduente podemos destacar la iglesia parroquial, que preside la plaza mayor, llegándose a ella por unas escalinatas de sillería. Muestra su portada orientada al sur, consistente en un arco de medio punto, sin datos especiales de tipo artístico, y una espadaña sobre el muro de poniente, de remate horizontal.

Y es justo en los inmediatos alrededores de Corduente donde se encuentra el enclave de Santiuste, el motivo último de nuestro recomendado viaje, donde se muestra imponente el castillo, hoy salvado de la ruina por una cuidada restauración de su propietario. Perteneció desde la repoblación como lugar al Común de Molina, pero en 1410 lo adquirió por compra, en señorío, D. Juan Ruiz de Molina o de los Quemadales, el «caballero viejo», quien en 1434 consiguió un privilegio del Rey Juan II por el que obtenía la facultad de edificar «una Casafuerte con quatro torres enderredor, así de piedra como de tapia tan alta como quisiéramos, con almenas a petril, e saeteras e barreras» para de ese modo colaborar en la defensa contra Aragón. Efectivamente, Ruiz de Molina levantó su castillo, de planta cuadrada, con un recinto exterior circuido de desaparecidos muros y torreones esquineros, y un recinto interno o casa‑fuerte propiamente dicha, que es lo que hoy subsiste, con cuatro torres en las esquinas, y una puerta orientada a levante formada por un arco de medio punto de gran dovelaje, y sobre ella el escudo de los Ruiz de Molina. Este castillo pasó luego al mayorazgo familiar, del que más tarde se constituyó en marquesado de Embid.

También en términos de Corduente, y para los viajeros muy andarines y trepadores, deben mencionarse los restos escuetos, y ya ruinosos, del caserío de Cañizares, en la orilla derecha del río Gallo. La tradición dice que tal enclave fue de los Caballeros Templarios (cosa harto improbable) y luego pasó a propiedad del Cabildo eclesiástico de Molina. Hoy quedan sólo las ruinas de su humilde iglesia. Otro caserío del término es Castellote con ya escasos restos de antigua habitación, rémora de lo nutrido y poblado que estuvo el valle del Gallo en este tramo durante los siglos del Medievo… Un emocionante ramillete de posibilidades que se abren a los ojos de todos cuantos quieran hacer un turismo real, y diferente.