La igleisa parroquial de Algora

viernes, 17 enero 1992 0 Por Herrera Casado

 

Después de las obras faraónicas que han supuesto la creación sobre las parameras de la Alta Alcarria de una autovía hacia Aragón, la localidad de Algora (que antes sufría el calvario de verse traspasada en su mismo centro por la carretera nacional) ha quedado libre y señora de sí misma. Silenciosa y amable como nunca. Ello nos permite, quizás mejor ahora, volver a visitarla y recorrer con parsimonia sus monumentos: la picota del siglo XVIII, gorda y bien tallada sobre la piedra arenisca; la ermita del Cristo, con su escudo heráldico que muestra las cinco llagas del Señor chorreando; y, por supuesto, la iglesia parroquial, una de las mejores que gobiernan el horizonte de esta parte de la Alta Alcarria, fría y atenazante en invierno, amable y paradisíaca en verano.

El templo mayor de Algora es una obra colosal del siglo XVI. Está dedicado a San Vicente. Toda su estructura es en piedra, al menos en su fundamento exterior, y está rehecha sobre una antigua iglesia de corte románico, de la que únicamente se salvó el muro occidental, el que tenía la espadaña con dos vanos de campanas, y que fue utilizado para alzar sobre él la nueva torre de los comunitarios sones. Es, como digo, obra solemne y de envergadura, de grandes dimensiones, sus muros alzados con sillarejo que se convierte en fino sillar por las esquinas y cornisas.

La distribución es la clásica: sobre los muros se realzan contrafuertes que reflejan la disposición interior de tramos en la nave. En el muro de mediodía, y a la altura del primer tramo, se sitúa la puerta de entrada, que es un ejemplar sencillo pero muy equilibrado y hermoso del arte manierista, ese renacimiento ya caduco que sólo ofrece de las primeras galas la pureza de las líneas y una aventura de falsas fuerzas entre columnas y entablamentos. El arco de acceso es semicircular, y se escolta de pilares adosados y remates adintelados, todo pulcro y elegante.

La torre es muy elevada, y en lo alto, a los cuatro puntos cardinales, se abren los vanos por donde sale el sonido de las campanas, que fueron fabricadas (las que hoy funcionan) en el siglo pasado. Sobre el muro, y curiosamente dispersas las sílabas, con elegante letra romana, aparece tallado el siguiente nombre: LO / PEZ / DE / AL / BA / RADO, uno de los maestros de obras o diseñadores que planeó y dirigió la reforma de la iglesia en los últimos años del siglo XVI.

En esta torre merece admirarse su caja de escalera, tallada en sillar con perfecta estructura de caracol y eje central, y un remate superior en forma de bóveda piramidal con cupulilla nervada y pequeños capiteles. Se parece mucho a la que hay en Imón.

El interior del templo es de una sola nave, dividida en tres tramos, con un espacio a los pies, muy estrecho, sobre el que se alza el coro, y otro a la cabecera, también estrecho y sin ensanchamiento de tipo crucero, para el presbiterio. Es de un corte bastante primitivo este espacio sacro, similar a las primeras iglesias del plateresco (Recordar San Juan de los Reyes, la capilla Real de Granada, etc.) pero de mucha más sencilla apariencia. Las bóvedas son de crucería, nervadas, formando diversos dibujos con cruces cubiertos por medallones en los que se pintaron estrellas, y elementos geométricos varios.

Este templo sufrió un incendio y destrozo sistemático durante la Guerra Civil española en 1936, de tal modo que luego hubo de ser restaurado con el esfuerzo y dineros de todos los vecinos, cubriendo sus hundidas bóvedas y arreglando lo poco que quedó de bienes muebles. El retablo, que era de tipo barroco, con columnas salomónicas, no dejó ni la memoria gráfica.

En una capilla lateral, adosada en tiempos más recientes sobre el muro norte del templo, queda una mesa de altar en la que se ve un escudo de armas, al estilo italiano, sostenido por dos angelillos y ofreciendo como símbolo un brazo armado que sostiene un látigo.

Aunque damos adjunto el esquema de la planta de este templo, y una vista del mismo, recomendamos a nuestros lectores que vayan a verlo, pues es sin duda hermoso y digno, especialmente por su situación en lo alto del pueblo, rodeado de un amplio atrio descubierto y bordeado de barbacana, al que se entra a través de un portón de semicircular vano. En ese espacio estuvo el cementerio hasta el siglo pasado en que se trasladó como tantos otros al camposanto fuera de poblado.

En cuanto a los autores de esta maravilla arquitectónica, podemos colegir que fueron los maestros de obra Juan Carrera «el Viejo» y Lope Sanz de Alvarado. Eran montañeses de Haza (Santander) que, como tantos otros paisanos, recorrían Castilla construyendo templos. Levantaron esta iglesia en la segunda mitad del siglo XVI, y todavía en 1603 el Concejo de Algora debía dinero a sus herederos. De Carrera sabemos que trabajó desbastando piedra en El Escorial, y también participó en la iglesia de San Gil de Molina y en algún otro templo de Medinaceli. De Alvarado, solo el nombre nos queda puesto en la torre y en los documentos que prueban haber sido esta pareja los constructores de tan hermoso templo, que ahora te invito, amigo lector, a visitar cuanto antes.

Ojalá puedas hacerlo antes de que una parte del mismo se venga abajo, pues en el costado meridional de la torre han aparecido amplias y peligrosas grietas que están posibilitando, en estos últimos inviernos, el que entre agua por ellas y se vaya resintiendo la estructura y muros de esa zona. Una pena, porque merecería estar siempre lustroso y bien trabado. Es posible que dentro de poco, y gracias a los esfuerzos que los vecinos y simpatizantes de Algora están haciendo, se remedie con las necesarias obras este inicial mal, y su templo mayor quede, como durante siglos ha sido, brillante y altivo sobre los limpios campos de la Alta Alcarria.