El monasterio de Sopetrán

sábado, 19 abril 1975 1 Por Herrera Casado

 

Uno de los campos en que más ampliamente puede explayarse la curiosidad del aficionado a la historia y al arte, es el de las vicisitudes que en sus edificios y en sus cuerpos sociales han sufrido a lo largo de los tiempos los cenobios españoles. Con el título de «Monasterios y Conventos en la provincia de Guadalajara», publicó el año pasado un libro la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», en el que trataba de juntar las dispersas noticias que de estas instituciones religiosas nos han llegado y, así, agrupar y hacer converger la atención por estos temas en una obra común y fácilmente asequible. Pero qué duda cabe que en ese libro quedaron muchos puntos sin tocar, otros no suficientemente aclarados y buena cantidad de bibliografía sobre el tema no totalmente reseñada.

Es por ello que hoy quiero ofrecer a mis lectores la noticia de un breve pero curioso hallazgo, que viene a ampliar nuestro conocimiento sobre el Monasterio benedictino de Sopetrán, en Torre del Burgo, unos kilómetros antes de llegar a Hita.

En las orillas del río Badiel, las ruinas de Sopetrán no pasan hoy de ser una triste y desacompasada melodía de recuerdos: por los suelos los capiteles y las columnas, en la memoria de unos pocos las obras de arte allí contenidas, y tres alas de su claustro severo y rectilíneo dando fuerza a la llanada castellana para sobrevivir de tanto abandono. Varias fueron, según la leyenda, las fundaciones que tuvo este monasterio, pues Gundemaro, rey visigodo del siglo VII, ya comenzó a edificar esta casa, que sería ocupada por los monjes negros de San Benito hacia el año 847. Luego vendría el milagro acaecido en aquel lugar a los cautivos que traía el príncipe moro Haly Maymón, que fueron liberados por la milagrosa aparición de una Virgen, y el moro convertido a la religión cristiana. Y más tarde el ocurrido al rey castellano Alfonso VI, cuando la protección de la Virgen le libró de ser devorado por un oso en aquellos montes de Torija. Idas y venidas de monjes; devoción acendrada de toda la comarca por la Virgen de Sopetrán (devoción luego extendida a la comarca de la Vera, en Extremadura), y al fin un montón de nostalgias y de evocaciones para el que hoy se pasea por aquellos lugares.

El tema de estas líneas es el de reseñar el hallazgo, en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid, de unas hojas escritas a mano por un fraile catalán, fray Fiol de Sarriá, que titula así: «Monasterio de Sopetrán: su origen, fundación y progreso, con lo mucho que hizieron como bienhechores los Excmos. Sres. Marqueses de Santillana, desde el año de 1449 al de 1603». Están escritas estas noticias a fines del siglo XVII, con base de lo que entonces se recordaba con mayor claridad de su más fidedigna historia en Sopetrán. El autor afirma haber vivido entre sus muros algunos años y haberse basado para sus apuntes en lo que un antecesor suyo, fray Basilio de Arce, había recopilado pacienzudamente de los documentos del monasterio. Aunque lo que hoy conocemos de la historia de Sopetrán

Lo debemos a fray Antonio de Heredia, es preciso reconocer que fue Arce el primero que reunió la au­téntica y amplia historia de la ca­sa. De su obra, considerada como perdida totalmente, se ignoraba hasta su título. Fray Fiol de Sarriá, nos lo señala entero: «Historia del origen, fundación, progreso y milagros de la Casa y Monasterio de Ntra. Sra. de Sopetrán, de la Orden de St. Benito, por el Pe. fr. Basilio de Arce, Predicador de la dha Orden de Sn. Benito, hixo de la misma casa de Sopetrán. Dirigido a la Reyna de los Angeles, Ntra. Sra. de Sopetrán, año de 1615. Fue, sin embargo, editado algún tiempo después “Por la Viuda de Alonso Martín, fecha en Sta. Clara la Real de Salamanca, en 23 de abril de 1650”.

Fray Fiol nos apunta, con el lenguaje de su tiempo, tres noticias curiosas que ahora recordamos referentes a Sopetrán. En primer lugar relata la aparición de la Virgen a Almaymún de Toledo, con su bautizo y cambio de nombre. Cuando regresaba el moro a Toledo, con muchos cristianos cautivos, «llegó al valle de Solanillos, media legua de la villa de Hita donde hizo alto, mandó dividir los cautivos, allí fueron tantos los llantos de los Moserables que rompieron el Cielo, pues llamando afectuosísimamente al socorro de la Virgen Santísima María, Madre de Dios, y Sra. Nuestra Piadosísima Abogada de los Pecadores; Su Alteza fue servida de aparecerse les Real y Corporalmente, acompañada de Angeles y Vírgenes y trabando todo el Exercito moro, que muyó confuso, dexó libres y sanos los xnos». Luego relata su conversión y viaje a Roma.

A continuación reseña fray Fiol cómo Alfonso VI fundó monasterio de canónigos de San Agustín, pasando a la Orden de San Benito en 1372. Refiere el milagro del oso, y luego la donación y fundación que en esa fecha hizo el arzobispo toledano don Gómez Manrrique.

Como última noticia señala la reforma del convento, ocurrida en 1456. Dice más: «La Reformación deste Convento de Sopetrán en lo spiritual y temporal se deve a los Marqueses de Santillana». Reseña diversas donaciones, incluyendo la de la imagen de la Virgen, que hizo traer. de Flandes, y acaba el panegírico de don Iñigo López de Mendoza diciendo: «el qual ‑el marqués de Santillana‑ después de su fundador ha sido el más insigne bienhechor della de quantos ha tenido». Y del cardenal Mendoza recuerda cómo se debió a él la erección de la iglesia, el crucero y la capilla mayor, poniendo en ella una buena reja, con sus armas.

Retazos breves y sabrosos de lo que, en cantidades ingentes, guardan aún las piedras venerables y doradas de Sopetrán: historia digna y severa que resuena sobre las aguas del Badiel.