El escudo de Molina de Aragón

sábado, 23 marzo 1974 0 Por Herrera Casado

 

En esas piedras, en esos pergaminos, en esos dorados manantiales de la nobleza antañona que son los escudos, es donde hallamos, como en apretada fábula o fidedigna colección de historias, el antiguo devenir de pueblos, de países de familias y personajes. La heráldica, en su callado pasar estático por paredones, pórticos y enterramientos, viene a ser como la voz perdida, sonora solamente para quien se decida a escucharla, de antiguas heroicidades y nobles iniciativas. Nuestra tierra de Guadalajara, por estar llena de tan altas virtudes, tiene en cada rincón y en cada hoja de su historia un escudo diferente. Un escudo que merece ser conocido y respetado por cuantos hoy vivimos sobre su parda extensión de recuerdos.

Ahora vamos a tomar en nuestras manos el escudo actual de una de las tres ciudades que hay en nuestra provincia: Molina de Aragón. Repartidos en antiguos sellos concejiles, documentos y piedras talladas, ha ido evolucionando a lo largo de la historia, hasta llegar al que hoy se utiliza, como sancionado por unas costumbres y una tradición, en emblemas y documentos oficiales. La descripción más amplia y, en todo caso, a pesar de su solemne antigüedad, básica de este escudo, es la que él hizo con Diego Sánchez de Portocarrero (1) en su Historia del Señorío.

El primitivo escudo de Molina fueron dos ruedas de molino, en plata, sobre fondo azul. En los primeros tiempos tras la reconquista del lugar a los moros, usó por armas una sola rueda. Así es como se veía en uno de los torreones del antiguo castillo de Cuenca, en el muro «que daba al Huécar, en recuerdo del señalado papel que habían tenido los molineses, al mando del Conde don Pedro, en el asalto y toma de Cuenca en 1177. También en algunos sellos antiguos de la ciudad se veía este escudo de una sola rueda pues así lo adoptaron sus condes en los primeros tiempos de su gobierno.

Posteriormente se añadió un nuevo elemento simbólico al emblema heráldico molinés. En el primer cuarto del siglo XIII se concertaron las bodas de doña Mafalda Manrique, hija del tercer ci9nde de Molina, con el infante de Castilla don Alonso, hijo del rey Alfonso X el Sabio. Ese entronque matrimonial supondría la incorporación, dos generaciones después, del señorío molinés a la corona castellana. Tan trascendente hecho pasó al blasón de Molina en forma de un brazo armado, en oro, con la mano de plata, sosteniendo entre sus dedos pulgar e índice un anillo, también de oro. A partir de entonces, y muy en especial cuando por el matrimonio entre doña María de Molina y el rey Sancho IV, el señorío pasó totalmente a la Corona de Castilla, este escudo fué utilizado como propio por los Reyes, que también se titulaban serlo de Molina.

El tercer elemento que, más modernamente, fue añadido al escudo molinés, y hoy utiliza con orgullo, es una campana inferior en la que aparecen cinco flores de lis, de plata, sobre fondo de azul. Otorgó este añadido emblema el rey don Felipe V, primero de los Borbones españoles, sabedor de lo mucho que los vecinos de Molina habían trabajado y sufrido en la guerra de Sucesión, previa a su llegada al trono. Ese símbolo tan francés, que es la flor de lis, quedó añadido al castizo par de ruedas y al poderoso brazo anillado, como conjunción de fuerzas, de entronques reales, de batallas continuas.

La resistencia pasiva de sus habitantes y el incendio casi total de la población que los franceses infringieron a Molina en octubre de 1811, sirvió para que, una vez concluida la Guerra de la Independencia, y restablecido en su trono el rey Fernando VII, éste les concediera el título de ciudad, usando a partir de entonces corona sobre su escudo, que de una manera tradicional se usa de tipo mural, con tres torreones sobresalientes sobre la cerca.

Pequeñas variantes se han introducido a lo largo del tiempo, y de una manera solapada y sancionada por el uso, admitiéndose hoy como versiones auténticas y también válidas del escudo de armas de Molina de Aragón. Es una de ellas el centro de oro, inclinado, que sobre el fondo azul separa, a las dos ruedas de molino plateadas. Es obra el colocar una sola flor de lis en la campana inferior, en vez de las cinco más comúnmente utilizadas. Y, por fin, cabe señalar la versión, equivocada a todas luces, de colocar una moneda entre los dedos de la mano de plata, obra de heralditas poco conocedores del sustrato histórico del que proceden las armas molinesas.

Una vez descrito el escudo de Molina, cabría añadir, como mera curiosidad, las interpretaciones que su historiador más concienzudo, Sánchez de Portocarrero, daba a sus dos primitivos emblemas, tomadas de autores clásicos y tratadistas de heráldica, de los que tanto proliferaron en la España del Siglo de Oro.

Así, dice en principio que las ruedas del molino aparecen como lógica representación del nombre del lugar: Molina. Cabal pensamiento. Por parecerle corta inter­pretación, pasa a recordar cómo era este también el blasón de los Coralios, «nación belicosísima del Ponto» de los que Covarrubias en sus «Emblemas» dice que hacían notar con este emblema «su igualdad y concordia en seguir las armas». También se refiere «a la costumbre antigua_ del castigo de Ruedas ó Muelas grandes de que usaban los señores con sus siervos», significando el implacable castigo que Molina propinarla a quien contra ella atentase. Finalmente, señala Sánchez de Portocarrero la significación de estas ruedas como «el valor y la constancia con que quebrantó Molina a los que se le opusieron o la invadieron, como suele la Rueda de Molina con los granos que intentan cercarla o impedir su progreso».

Para el otro símbolo, el brazo armado con un anillo en la mano, esgrime el libro 8º de las «Metamorfosis» de Apuleyo, en que utiliza la frase «Venire in manum» por casarse, tal como se usaba el rito del matrimonio entre los romanos: entregándose las manos. El mismo Sánchez de Portocarrero añadió la frase «Brachium Domini confortavit me», para señalar el poder del brazo de los señores molineses. Fernán Mexía, en su «Nobiliario», justifica el nombre que tuvo Molina «de los Caballeros», pues compara con ellos a las manos, por ser éstas las partes más nobles del cuerpo, y aquéllos de la sociedad. Por otra parte, los romanos utilizaban el anillo como símbolo de la Nobleza, de la Lealtad y de la Fidelidad, y en este sentido amplia Sánchez de Portocarrero el significado del escudo de Molina, del que termina diciendo: «estas divisas están mostrando emphaticamente la Nobleza y Lealtad de Molina. Su Religión, su Fortaleza y otras Virtudes».

La alta y fría ciudad que otea la paramera y los pinares, se entretiene así en el espejo de la historia mirándose entre colores y metales, con símbolos y claves seculares, la faz cuajada de nobleza y sacrificios.

(1) Diego Sánchez de Portocarrero, «Historia del Señorío de Molina», obra manuscrita en 3 tomos, del siglo XVII, conservado el original en la Sala de Manuscrito de la Biblioteca Nacional, tomo I fols. 40 y ss.