Muy amigo de Sinforiano García Sanz, Julio Caro Baroja, de quien al año próximo se cumplirá también el centenario de su nacimiento, vino a Guadalajara pero ni paró: estuvo subiendo cuestas por Retiendas, tomando tintos por Robledillo, cogiendo olivas por Tendilla y mirándole el culo a las mulas en la fiesta de las Candelas de El Casar, aunque de esto no llegó a escribir. Una lástima, porque le hubiera sacado mucho jugo, seguro. La última vez que Julio Caro Baroja estuvo enGuadalajarafue el 12 de febrero de 1991. Fue esa también una de las últimas veces que se alejó más de lo debido de «lchea», su casona residencial, su familiar mansión en la orilla del Bidasoa, en un difícil equilibrio fronterizo entre España y Francia, pero en el corazón de uno de los territorios más hispánicos que existen: Euskadi. Esa fue la última vez que el gran historiador, el gran intelectual español Caro Baroja estuvo en Guadalajara. Antes había venido muchas otras veces por nuestra tierra. En ella fue el descubridor, junto al también desaparecido Sinforiano García Sanz, de quien el pasado año celebramos su centenario, de las botargas de nuestros pueblos serranos y campiñeros. El fue quien valoró el inmenso tesoro etnológico de estas figuras ancestrales, y con ellas y la pericia cinematográfica de su hermano Pío, rodó una película de soberana grandeza: «A caza de botargas» que restaurada por el DEFIHGU de Guadalajara se está proyectando en encuentros culturales, el último de ellos en el IV Día de la Serranía celebrado el pasado octubre en Jadraque. Julio Caro Baroja ha sido una de las colosales figuras de la cultura española del siglo XX. Como decía Alvar en su apresurada necrológica, la mejor definición que le cabía era la de ser «un hombre libre, un hombre independiente». Qué pocos podemos decir hoy eso. “Sólo soy libre, cuando me siento libre” intentaba definir Paul Valéry a esa intangible condecoración que para el hombre esla Libertad. CaroBaroja la llevaba puesta, antes que esos premios (decenas de ellos tenía cosechados) que Academias, jurados, Príncipes y ministras le concedieron. En 1980, el entonces ministro de Cultura Ricardo dela Ciervale nombró asesor suyo. Pocos meses después abandonaba el puesto (que a tantos les hubiera parecido miel sobre hojuelas) declarando que la vida pública española le desencantaba profundamente: seguiría dedicando sus horas a la investigación, al estudio, a la meditación, a los viajes, a ilustrar […]