Un poeta alcarreño: Luis Gálvez de Montalvo

sábado, 18 enero 1969 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en Nueva Alcarria el 18 Enero 1969

I

«Fue lucido ingenio, como lo demuestra aquél libro celebrado que hizo del Pastor de Filida, a donde debajo de la corteza de rústicos pastores, disfraza grandes señores, hijos de Guadalajara», dice de él Francisco de Torres en su «Historia de Guadalajara». Porque poeta, y muy famoso, fue Luís Gálvez de Montalvo, no solo entre sus conciudadanos, sino en todo España y aún en el extranjero, conservándose memoria, y muy buena, de él, bastante tiempo después de su muerte, cayendo poco a poco en, el olvido, hasta el día de hoy, en que apenas el título de una calle de nuestra ciudad, fría baldosa de un blanco vacío, nos deja contemplar su nombre, que no su recuerdo.

Luís Gálvez de Montalvo nació en Guadalajara en el año de 1549, reinando sobre medio mundo el glorioso Emperador Carlos V. Muy poco se sabe de su vida, y ello, gracias a don Juan Antonio Mayans y Siscar, de Valencia, quien en el siglo XVIH se propuso descifrar las alegorías que el libro escrito por Gálvez de Montalvo contenía, dando así, en el Prólogo a la sexta edición de la pastoril novela escrita por nuestro compatriota, una serie de interesantes datos sobre el poeta y la vida cortesana de Guadalajara en la segunda mitad del siglo XVI. Así sabemos que fue gentilhombre cortesano de don Enrique de Mendoza y Aragón, nieto que fue de los Duques del Infantado. Esta ilustre familia, tan ligada siempre a Guadalajara, fue la que contribuyó, si bien indirectamente, al nacimiento literario de Gálvez de Montalvo.

Anduvo primero nuestro amigo por los dorados y nunca fáciles caminos de la poesía. De él llegó a decir Cejador: «Fue escritor culto y algo afectado, que imitó a Sannázaro; la forma igualmente culta, pero excelente y los versos fáciles, sobre todo en redondillas, en que aventajó a Montemayor y rivalizó con Gregorio Silvestre; pero malea a veces su poesía cierta punta de conceptismo y amaneramiento, a pesar de su buen gusto». Bartolomé de Góngora, en su erudita obra «Corregidor sagaz> le calificaba de «soberano ingenio». López de Maldonado, en su «Cancionero», le llama Pastor en una afectuosa epístola en tercetos.

Fue aquel siglo XVI español, el que vio el clamoroso éxito de la novela pastoril. Era ésta un tipo de literatura que llegaba, complaciendo, al gran público, como antes lo había hecho el tema de caballería, y luego lo haría la picaresca. Sin embargo, esto no quiere decir que no se produjeran obras auténticamente maestras en el género, como pueden ser la «Arcadia» de Sannázaro, la «Diana», de Jorge de Montemayor o su continuación por Gil Polo, y aún los pinitos que en el tema hicieron Cervantes y Lope de Vega, con sus «Galatea» y «Arcadia», respectivamente. Siguiendo esta corriente, dio nuestro poeta en dedicarse también a este género de novela, y para ello adoptó, en primer lugar, un nombre poético: «Siralvo» le, pareció bonito, pues recuerda música de flautas entre las peñas del monte. Y escribió su obra «El pastor de Filida», que le habría de dar justa fama. Fue impresa cuando el autor contaba 33 años, en 1582, en Madrid.

Es «El Pastor de Filida» un libro de los llamados «con clave», que invitan a curiosear en ajenas vidas, y que por eso ha dado mucho que hablar al público y a los críticos. Sobre Filida ya hablaremos. Pasemos de momento a decir algo más sobre el libro. Es ésta una de esas obras que hubieron la inmensa honra de pertenecer a la biblioteca de don Quijote de la Mancha. Esto es indudable, pues, en el «donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo» apareció, entre otros muchos, «El Pastor de FIlida».

‑No es ese pastor ‑dijo el cura‑ sino muy discreto cortesano: guárdese como joya preciosa.

Ni que decir tiene que la opinión del cura es la opinión del mismísimo Cervantes. Y, como se ve, para el más grande de los literatos españoles, y por tanto, al que mayor autoridad se debe conceder, era la obra de Montalvo, “Joya preciosa”. (Cervantes tuvo amistad personal con Gálvez de Montalvo: todo hay que decirlo).

De todos modos, el segundo y definitivo espaldarazo de confirmación a la valía de «El Pastor de Filida», lo dio el público, que es quien de verdad dice si una obra es buena o no. Fue reeditada en Lisboa en 1589, todavía en vida de su autor, y luego en Madrid, en 1590 y 1600, y en Barcelona, en 1613. Don Juan Antonio Mayans la reimprimió en 1792. Más recientemente, en el tomo VII de la Nueva Biblioteca de. Autores Españoles, recogida por Menéndez y Pelayo, se puede leer entre las páginas 399 y 484.

Por hoy termino, emplazándote, querido lector, a que continúes conmigo la semana próxima, para conocer otros detalles, tal vez más anecdóticos y sentimentales, pero igualmente interesantes, de la vida de nuestro antiguo conciudadano, el poeta Luís Gálvez de Montalvo.

II

Continuando con la sucinta historia de Gálvez de Montalvo, poeta alcarreño del siglo XVI, hablaremos ahora un poco de Filida. Las opiniones a este respecto son encontradas. Dice Pellicer en sus notas al «Quijote», que Lope de Vega tenla por verdadera a esta dama. Filida era en realidad el nombre poético, «pastoril», de la mujer que levantó la gran pasión de Gálvez de Montalvo.

Era esta mujer, doncella nobilísima de la Andalucía, probablemente doña Magdalena Girón, hermana del primer duque de Osuna. Gran número de Canciones dedicó nuestro poeta a esta dama misteriosa.

Pastora, tus ojos bellos

mi cielo puedo llamallos,

pues en llegando a mirallos,

se me pasa el alma a ellos.

Para Luís Gálvez, llamar pastora a su amada no era, como ahora nos pudiera parecer, en ningún modo adjetivo peyorativo, sino confirmación de la alta idealidad en que la tenía escondida.

Debía estar este hombre verdaderamente electrizado por los ojos de la belleza andaluza, pues más adelante confiesa:

Filida, tus ojos bellos,

el que se atreve a mirallos,

muy más fácil que alaballos,

le será morir por ellos.

Y luego enumera todas las gracias que esos ojos, a los que tan lejos podían arrastrar a un hombre, tenían:

Son ojos verdes, rasgados,

en el revolver suaves,

apacibles sobre graves,

mañosos y descuidados.

Pero algo extraño, no sabemos si horrible o venturoso, debió ocurrir en la vida de nuestro amigo, que le conmovió profundamente el ánimo, y decidió marchar a Italia, quizás acompañando a su señor, o bien enrolado en el ejército, que era, en aquellos días de gloria, el principal promotor de la grandeza del Imperio.

El 7 de octubre de 1571, se consigue, bajo el mando de don Juan de Austria, una de las más grandes batallas de la historia: en Lepanto son derrotados escandalosamente, los turcos mandados por Alí Bajá. Aquella hazaña llenó de entusiasmo el corazón de miles de españoles, y sobre todo de los jóvenes, entre los que se encontraba, con 22 años, Gálvez de­ Montalvo.

En realidad, nada sabemos en concreto sobre los motivos que obligaron al poeta a emprender el camino de Italia ¿Fueron contrariedades en su amor? ¿Fue el ansia por sentir nuevas experiencias?

Respecto a la primera posibilidad, tenemos el documento de estas doloridas redondillas que nos dejó Luís Gálvez:

Húyose de vos agora,

aunque decirlo es afrenta;

mas si vos quedais contenta,

iré pagado, señora,

sin derramar más querellas;

que en su mayor fundamento

las ha de llevar el viento,

y a mí la vida tras ellas.

¿Huyó de verdad de su amada? ¿O más bien fue una simple partida, sin demasiado dramatismo? Sigue diciendo el poeta:

Partíme de vos sin veros,

porque no puedan decirme

que fue posible partirme

y no lo fue enterneceros;

excusaré, mal mi grado,

el juzgar en la partida,

a vos por desconocida,

y a mí por desesperado.

No hay fortuna que asegure

aquel que de vos se parte,

ni tiempo, razón ni arte

que por su salud procure;

y así, a tan amarga suerte

no buscaré resistencia;

pues vos disteis la sentencia,

yo ejecutaré mi muerte.

Realmente, parece bastante dra­mática esta última estrofa. Tal vez los desaires llegaron a tal punto, que nuestro amigo se vio en la única alternativa de desaparecer de su lado, y pensó que Italia sería un buen lugar donde, al tiempo de rechazar a los tozudos turcos, poder dejar la vida porque su amada que­dará bien servida:

Yo me huyo y no me quejo,

porque no vengo conmigo;

perdonadme que os lo digo

por galardón de que os dejo;

y si os mostrareis servida

en partirme de esta suerte,

podré decir que la muerte

me valió más que la vida.

¿Dónde dejó la vida Luís Gálvez de Montalvo? Unos creen que fue hacia 1591, cuando España mantenía su poder sobre Milán, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, y era entrañable la amistad y cooperación con la señoría de Génova. Era aquella una época de relativa tranquilidad en la península itálica, turbada solo por las luchas exteriores contra los enemigos de la monarquía, y por las continuas incursiones de los piratas turcos a lo largo de las costas italianas. Creen otros que su muerte acaeció en 1614. Fuera en una u otra fecha, aún encontró en Italia tiempo para seguir cultivando su arte y traduciendo poesías italianas, tal como la “Jerusalén», de Tasso; en Roma, que no llegó a terminar, y de lo cual se duele mucho Lope de Vega, así como de su muerte súbita, según podemos ver en el «Isidro» del Fénix de los Ingenios. También tradujo Gálvez de Montalvo «El llanto de San Pedro», de Tansilo.

Y después… la inmortalidad. Tengamos hoy un recuerdo, siquiera sea breve y apresurado, para un poeta que, a la par que su nombre, llevó a la fama el lugar en que nació por su inspiración e ingenio. Fue Luís Gálvez de Montalvo, un poeta alcarreño,