Montes sacros [y Calvarios]
Los montes sacros son lugares de prominencia física (montañas) pero a veces también son espacios recónditos (en forma de cuevas) que poseen una sacralidad concedida por el respeto de las gentes de la comarca. Hay muchos lugares con esas características, o parecidas, en nuestra tierra, y convendría que fuéramos, entre todos, sacando sus referencias, sus descripciones y significados, para hacer el gran catálogo que este tema está pidiendo.
El Pico Ocejón como monte sacro
Este domingo que viene, una numerosa compaña, desperdigada por sus laderas norte y sur, ascenderá lentamente, y como en romería, hasta la cumbre del pico Ocejón, con sus 2.049 metros de altitud, y entregarán en la cima, que ahora está afirmada por un bloque de cemento para que pueda albergar una docena de personas al mismo tiempo, un pequeño “belén” que recuerde la esencia del cristianismo, implantada en España desde que Jesús de Nazaret nació, vivió y murió, a comienzos del siglo primero de su Era.
Ha sido este un monte sacro clásico, a lo largo de los siglos. Si no referencias religiosas, sí que tiene referencias camineras, y muchos de los que pasaban en el camino de junto al Henares, primero por Sigüenza, luego por Untiana, por Jadraque, o por Peñahora incluso, mencionaban que a lo lejos el “padre Ocejón” vigilaba su discurso. Antiguamente, lo alto del pico remataba en un penacho blanco, porque se cubría de nieve desde noviembre hasta abril, la mitad del año. Ahora aguanta menos la blancura. Pero su nombre sigue siendo el referente de su altura: ussedio, o uxedio, es adjetivo celtibérico que significa “lo más alto”. Y de esa palabra han derivado muchos otros topónimos en el área de la Celtiberia clásica.
No existen demasiadas referencias literarias al Ocejón, pero sí aparece habitualmente en los escritos de Monje Ciruelo, en algún poema de Ochaita, en los textos camineros de José Ramón de Urioste. Y siempre está en el ideario montañero de quien recorre la provincia, a pie o en coche, porque su imagen se pinta siempre, esté en la vega del Henares o en los llanos de Alcarria. Desde Molina se ve, y por supuesto desde la Sierra. Es una figura consustancial con Guadalajara, un tótem singular.
El Santo Alto Rey y sus romerías
En el extremo más noroccidental de la provincia de Guadalajara, en un ramal oriental de la Sierra Central, se alza una montaña cuyo perfil es inconfundible. Desde la capital, en los días simplemente claros, se distingue a la perfección. Nevado durante los meses invernales, pero con sus pináculos conocidos, uno de ellos ocupado por unas antenas de radiotelegrafía, y otro por la ermita que, desde hace muchos siglos, ocupa la cumbre y cuyo altar asienta, en lápida plana y horizontal, sobre el más alto y puntiagudo remate de la montaña caliza.
En los 1.858 metros de su cima, se levanta hoy una construcción pequeña y fuerte, una ermita, cuyo interior está lleno de sorpresas. En ella se ve la mesa del altar, que es una superficie pétrea horizontal apoyada en una lastra de roca, precisamente la cumbre de la montaña, que fue utilizada para, –dejándola dentro de la ermita– poner el altar sobre ella. Además una imagen primitiva de Cristo bendiciendo, y algunas pinturas y grabados con símbolos religiosos: ánforas, cruces, palomas, alguna palma…
Desde el siglo XVI se celebra la romería al monte sacro. Finalizado el verano, y cada pueblo por su cuenta, todos los que rodean a la montaña subían, en procesión las gentes, encabezadas por la cruz parroquial, y la bandera. Desde 1940, se unificó la subida y hoy esa romería del Santo Alto Rey se celebra con puntualidad el primer sábado del mes de septiembre. Recuerdo un año (sería por 1993 seguramente) en que fui elegido para dar el pregón de aquella romería: sobre un estrado, rodeado de las cruces y las banderas de los siete pueblos del entorno, con una orquestina de dulzainas, pitos y tamboriles sonando, referí la historia de la altura, de cuando los caballeros templarios se fijaron en ella para pasar los veranos dominando la visión de los caminos. Y recordé, –siempre es obligado…– la leyenda de los tres hermanos, (que se llamaban Ocejón, Moncayo y Altorey) que por pelearse continuamente fueron castigados por su padre, un considerable atlante poderoso, a estar para siempre mirándose pero sin poder tocarse uno a otro.
Otros montes sacros por descubrir
Hay otros hitos poderosos que dan sombra a los caminos, y por su magnificencia son considerados picos sacros, habitados de la divinidad: el Campanario de Valdepinillos es uno de ellos (pongo su imagen poderosa junto a estas líneas), o el Pico Aragoncillo, en la entrada al Señorío de Molina, porque desde él se divisan las tierras de Castilla (al sur) y de Aragón (al norte) y en su altura nunca para el aire de soplar, con un sonido que recuerda los hábitos de la realeza. O la Muela del Cuende (1.464 m.), entre Taravilla y Poveda junto al Alto Tajo, un lugar donde se pone el reposo final del Conde don Julián, el traidor que dejó pasar a los musulmanes por el estrecho de Gibraltar para invadir luego entera la Península. Otro de estos hitos sagrados es el cerro de Hita, la Piedra Amphitrea de los romanos, cuyo nombre aparece en el Martirologio de Usuardo, y que fue referencia de caminantes, pero también estancia última de los eremitas que primero poblaron la “Roca bajo la Piedra”, el Sopetrán que aún hoy da nombre a un ruinoso monasterio benedictino junto al río Badiel. Si alguien se dedica –y espero que algún joven cronista de los que se va tomando muy en serio el estudio y la protección del patrimonio ignoto de nuestra tierra lo haga pronto– a poner en catálogo estos montes sacros, tendrá mucho camino por recorrer, pero siempre lleno de sorpresas.
El Calvario de El Casar
Otro lugar con fuerza, tradición y magnetismo es el Calvario de El Casar, sobre el valle del río Jarama, y del que hablé aquí no hace mucho (Nueva Alcarria, 13 junio 2025). Un espacio abierto, puesto en lugar preeminente, dominador de paisajes, con símbolos cristianos en su “interior abierto” (precisamente Jesús Cristo, más Dimas y Gestas, los ladrones que lo acompañaron en el Calvario) y un saludable repertorio de leyendas, de misterios y ruidos nunca oídos en su derredor. Un lugar más que pide ser investigado a fondo.
Otros calvarios en la provincia son numerosos. Fueron innúmeros los que existieron, pero su endeblez les ha hecho quebrar, y de la mayoría queda memoria solo en las cabezas de los que aguantaron, y de otros, algunas imágenes que podemos aún ver, como el Calvario de Aldeanueva de Guadalajara, junto a la ermita de la Soledad; el de Albendiego en el camino a la ermita de Santa Coloma, o el de Santiuste en el camino de San Sebastián, que hace poco nos ha rescatado la cronista de Santamera, Cristina Jiménez, en su gran estudio sobre devociones populares en el entorno del río Salado. Son espacios a buscar, a redefinir, a catalogar y respetar, como todo lo patrimonial. Reivindicando su capacidad generativa de sociedad, con fuerza de cohesión y admirables en su forma y entorno.
Hoy existen otros montes sacros que son precisamente los que buscan los viajeros, con unas mentes abiertas al mundo, y la misma capacidad de asombro que tuvieron sus abuelos, pero sin sentido en el contexto del humano desarrollo. Así es que la mayoría se va a visitar Eurodisney en París, El hotel Bellagio en Las Vegas o el Burj Khalifa en los Emiratos Árabes Unidos. Cada tiempo tiene su luz, y en este que nos ha tocado vivir, la sacralidad (que es el espacio suprahumano de nuestros latidos) se fija en esos lugares, que al menos son altos, son grandes, son bellos, y superan en mucho la dimensión del hombre.
