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mayo, 2013:

Castilla la Mancha en la palma de la mano

Fuente de la plaza del Pilar en Belmonte (Cuenca)

Hoy celebramos el Día de la Región, un aniversario más desde la aprobación del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha. Aunque a veces nos dejamos llevar por la pasión política (unos más que otros, también es verdad, y unos con menos raciocinio que otros) y eso nos da una visión sesgada de la realidad circundante, lo cierto es que nuestra tierra es hermosa y nos recibe siempre con los brazos abiertos… A ella nos vamos ahora a caminar, a descubrir los pueblos más llamativos, con mayor fuerza en sus perfiles.

De los 919 municipios con que cuenta nuestra Región Autónoma (más de la mitad no alcanzan una población de 500 habitantes), destacan algunos por su prestancia, por su importancia histórica, o por las referencias patrimoniales y visuales que poseen. A ellos, como símbolos de un territorio en su día de fiesta, quiero referirme ahora. Para que sigan estando en el plano de posibles objetivos a viajar hasta ellos. Son cinco pueblos, uno por provincia. Puestos aquí con el exclusivo mérito de ser mis preferidos.

 Chinchilla de Montearagón

Tras caminar por las llanuras de la Mancha de Montearagón (la que se acerca al Levante) en lo alto de un cerro se ve con asombro un castillo imponente: es el de Chinchilla, tierra fronteriza. El pueblo, descolgado sobre las faldas del cerro, cuestudo y animado, es uno de los espacios con mayor fuerza evocativa de nuestra tierra. Esa evocación se centra, con dinamismo urbano y variedad de arquitecturas, en la plaza mayor, la plaza del Ayuntamiento, donde sobresale el edificio concejil, al que siempre miro con asombro.

El Ayuntamiento de Chinchilla es un elemento arquitectónico complejo. Se conforma con la suma de tres grandes edificios que a lo largo de los siglos han ido teniendo diversos usos públicos. El cuerpo central es el más antiguo, pues fue construido en el siglo XVI. En él se situó la gran puerta principal, de estilo plateresco, que se abre a la calle llamada de La Corredera, y que sigue constituyendo el único acceso, o el principal, al Ayuntamiento de hoy.

Esta fachada, fechada en 1590, se incluye en un estilo que se ha denominado manierismo andaluz vandelviriano, porque lleva en su conjunto ornamental una serie de elementos utilizados con profusión por Andrés Vandelvira y su escuela: rombos, espejos, recuadros lisos y cajeados, etc. Es esta una fachada de edificio público muy armoniosa, destacando el hueco de la portada y el ático superior con dos ventanas laterales. En su segundo cuerpo admiramos un ático en el que está tallado el escudo real con el Toisón, acolado sobre cueros y flanqueado por dos hermes femeninos con mazas curvas. Más arriba, en una venera aparece la figura de Dios Padre escoltada de sendos jarrones estilizados. En alto, y sobre el eje de las columnas, aparecen sendos escudos heráldicos de la ciudad de Chinchilla.

Por muchas razones, algunas de pura filosofía política, Chinchilla nos ofrece en este edificio concejil un ejemplo de puridad arquitectónica que se condimenta a la perfección con el resto de la villa.

Almagro

Las llanuras manchegas se adensan en Almagro, cabeza que fue muchos años, siglos, de la Orden de Calatrava. Un lugar lejano al final de los caminos, pero un lugar en el que se palpa el poder de los antiguos, el del Emperador Carlos, el de los Függer sus banqueros, el de los maestres y comendadores calatravos.

Almagro es uno de esos lugares donde late España: sus severas calles rectas bordeadas de casonas y palacios, blancas las frentes y altivos los escudos sobre los umbrales. En el interior, patios solemnes con capiteles, vigas y zapatas talladas. En las plazuelas, conventos, enormes iglesias, rejas y azulejos.

De Almagro me quedo, quizás, con la plaza mayor, con su Corral de comedias, con su levantisco Concejo, con el palacio de los maestres hoy convertido en Museo Nacional del Teatro. Esas galerías de tono verdoso, de pequeños cristales y holandas tejidas en los visillos. Ese aire de ancho rodar sobre el pavimento de colores.

Pero en Almagro hay mucho más que ver: el convento de los franciscanos es hoy Parador Nacional, inacabable de patios; y lo que fuera Universidad dominica quizás continúe de taller de carpintería, como lo era hace unos años: no he pasado por allí en el último decenio. No puede olvidarse el palacio de los Condes de Valdeparaiso, el callejón del Villar, y las pinturas de guiño americano en la iglesia de San Agustín, más la grandilocuencia espectacular del templo jesuita de San Bartolomé. Todo en Almagro es belleza de formas, y sobre todo de tranquilidades.

En las afueras del pueblo, no debe el viajero olvidarse de visitar, de un lado, la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, con su plaza de toros aneja, y por el otro, la castellanía soberbia de Calatrava la Nueva, sobre el cerro de los Alacranes, mirando ya a la Andalucía.

Belmonte

La provincia de Cuenca tiene su mejor representante en Belmonte, que da miras desde lo alto de su castillo gótico a las llanuras manchegas que corren hacia el sur. En ese castillo de los Pacheco, que ahora está dinamizando su presencia turística, puso su mejor gala el borgoñón Juan Guas, y hoy el viajero se queda atónito viendo su perfil en lo alto, sus recias y elegantes torres, sus artesonados dentro, su patio enorme y su pozo, junto al que pasara tantos días Eugenia de Montijo,  la que fuera antes emperatriz de Francia.

Por el pueblo todo son recuerdos de Fray Luis de León, y aquí aparece su estatua, allí la casa donde naciera, en ese otro lugar una placa, pero siempre en las calles que van ascendiendo a la Colegiata, donde las artes del gótico dejan sabias señales en los altares, las puertas, los sillones del coro….

En la plaza que se llamó “del Pilar” porque lo tenía, de piedra, y muy grande, en un costado, junto a un abrevadero donde se acercaban a beber las caballerías, en su costado norte se alza la fuente de ese nombre, la mayor del pueblo y una de las más sugerentes de la Mancha. La plaza que está dedicada a Enrique Fernández es hoy un espacio cómodo, muy amplio, que aparece cerrado en la parte oeste por el convento de los Trinitarios. La fuente fue construida en el siglo XVI por iniciativa de los marqueses de Villena, señores seculares de la población, y así se completaba un lugar que siempre fue abierto, destinado a mercados y tratos, donde se reunía la gente, pegada al barrio de San Isidro, de casas humildes y populares.

Sigüenza

En la provincia de Guadalajara, a la hora de elegir su pueblo (su ciudad, en este caso) más representativo, no me cabe duda en señalar a Sigüenza. La varias veces secular población que señorea el alto río Henares.

En ella hay ocasión de adentrarse en el espíritu del Medievo. Pero quizás la esencia de su historia y de su rico patrimonio sea la catedral, dedicada a Santa María, obra de aspecto militar, de origen románico pero cobijadora de todos los estilos y las riquezas del arte.

La catedral seguntina, comenzada a levantar desde el momento mismo de la creación de la diócesis y del nombramiento de su primer obispo, don Bernardo de Agen, es un edificio plenamente medieval, con fuerza. Los trabajos se iniciaron hacia 1125, nada más ser conquistada a los musulmanes la pequeña localidad en la orilla del Henares. La planta del templo, de tres naves, rematada en principio por tres grandes ábsides semicirculares, era plenamente románica, con un estilo borgoñón muy marcado, pues sus cinco primeros obispos eran gentes venidas del territorio galo (Aquitania, Poitou, Gascuña, etc.)

Las torres de las campanas, sobre la fachada oeste, se culminaron con defensas almenadas, como si fuera un castillo, y a ras del suelo se abrieron solemnes portadas de arcos semicirculares con múltiples baquetones y decoraciones mudejarizantes de plantas y acantos.

Como todas las catedrales, la de Sigüenza continuó su construcción durante siglos, añadiendo en cada época elementos del estilo de cada momento: así puede decirse que es románica en su esencia y planta, en sus puertas y ventanas, pero gótica en sus pilares, capiteles y bóvedas. Detalles mudéjares quedaron en sus capillas, como la de la Concepción en su nave norte, y sobre todo elementos fabulosos del Renacimiento plateresco, como los altares del crucero (Santa Librada, don Fadrique, la capilla de San Juan y Santa Catalina),  sus predicatorios y la sacristía de las Cabezas, joya del arte renacentista y esencia del neoplatonismo.

En el interior  lo que más admiramos es la capilla que remata la nave de la Epístola, dedicada a San Juan y Santa Catalina, y propiedad durante siglos de los Vázquez de Arce, en la que se alza junto a otros el enterramiento de Martín Vázquez, comendador de la Orden de Santiago, y una de las expresiones más bellas de la escultura funeraria en el mundo: le llaman “El Doncel” y permanece alerta, vivo, leyendo y meditando en su hogar de alabastro.

Ocaña

De la toledana Ocaña, en la llanura todavía alcarreña de su alta mesa, destacamos el vigor de sus edificios públicos, la memoria de su independencia jurídica tallada sobre la piedra de su picota, algunos palacios de traza gótica y algunos conventos (dominicos sobre todo, también carmelitas, franciscanos…), la fuente grande imperial, pero sobre todo la monumental plaza mayor, que es el producto de una política ilustrada, de mejorar el trazado de las ciudades, para hacerlas más cómodas y útiles a sus habitantes, y que aquí cuajó en una maravilla urbanística. Como la plaza se había ido deteriorando con el tiempo, y resultaba estrecha para las reuniones comerciales de los mercados y ferias, el Ayuntamiento decidió, a finales del siglo XVIII, y tras someterlo al juicio y opinión de algunos especialistas en urbanismo, levantar nueva plaza, que hoy vemos casi cuadrada de planta (55 m. por 52,5 m.)  y con sus fachadas absolutamente simétricas, desarrolladas en cuatro alturas. La planta baja, soportalada en todo su perímetro, se abre con arcos de medio punto de ladrillo (dieciocho arcos en los lados mayores y diecisiete en los menores) que apoyan en 70 pilares construido de sillares almohadillados de piedra de Colmenar. La techumbre de los soportales se forman con vigas de madera y bovedillas. En los dos pisos en alto, también con fachada de ladrillo, se abren balcones, y todo ello se remata por una cornisa de orden tosca­no, dando paso al tejado, muy pendiente, en el que sobre los ejes de los balcones y los arcos se abren ventanas abuhardilladas.

Debe destacarse, de todo el conjunto, la presencia del Ayuntamiento, que muestra en su fachada las placas que recuerdan haber sido elevado el conjunto cuando era rey de España don Carlos el tercero, y cuando los gastos de todo lo puso el común de la villa, en 1791. Este edificio concejil tiene una fachada con una primera planta de tres balcones, y una segunda de dos, apareciendo entre ellos el escudo heráldico municipal timbrado por corona ducal y sostenido por una pareja de leones, alojándose bajo la cornisa en forma de frontón. ¿Hay quien dé más? Son los espacios y los edificios solemnes que marcan la antigüedad y la dignidad de una tierra como la nuestra, que hoy celebra su fiesta, basada en la firma de un “estatuto de autonomía”, que, por lo que se ve, continúa siendo objeto de revisiones y controversias. Dejémoslas, ahora, para otra ocasión.

La caza en Guadalajara

Aunque la actividad de la caza sigue siendo uno de los motores de la vida económica y social en los pueblos de nuestra provincia, y a pesar de estar tan mal reconocida en nuestra sociedad actual impregnada de buenismo sin alcanzar nunca el análisis de las consecuencias y los beneficios de las cosas, quiero hoy traer algunas memorias históricas que nos hablan de aquella actividad a lo largo de los siglos en nuestra tierra.

Seguro que quien mejor habría podido escribir este pequeño memorial de cazas es Antonio Pérez Henares, cuya defensa de la actividad, acompañada siempre de razonamientos, resulta meritoria y ejemplar. Chani (para los amigos) en sus escritos sobre caza (le leo en La Razón todos los domingos) llega a ponerme lo pelos de punta con su saber hacer, su veteranía y, sobre todo, con su sensibilidad y poesía para explicar lo que para otros es un acto de crueldad, y para él, y para muchos otros entre los que me cuento, es una pasión que pone al hombre en su sitio cabal frente a la Naturaleza.

Desde los tiempos más remotos se ha ocupado el hombre a la caza de los animales, que en unos casos, los más primitivos, eran de crucial importancia para su alimentación y supervivencia, y en otros, ya más modernos, de mero pasatiempo. En la que hoy es la provincia de Guadalajara han quedado huellas de esta actividad cazadora del hombre, bien de tipo arqueológico, artístico e histórico. Espigando entre las más curiosas de estas noticias, y con objeto de dar en esta ocasión una panorámica anecdótica de la actividad cinegética de los pobladores de esta tierra, van aquí breves noticias de lo que podría ser llamado, e incluso acometida por quien guste del tema, la historia de la caza en Guadalajara. No me extrañaría que un día Chani se pusiera manos a la obra en esta que resulta ser tan necesaria.

Ya en los tiempos más remotos había una gran cantidad de seres vivos en estas latitudes. En la zona norte de la provincia, en la región de Campisábalos y Villacadima se han encontrado algunos huesos de jirafa y mamut en un afloramiento potiense, lo que significa la existencia de estos grandes animales que podrían ser cazados por los pobladores del territorio, aunque esto es poco probable.

Más modernos son los vestigios, incluso gráficos, que sobre el tema de la caza encontramos en Riba de Saelices, concretamente en la Cueva de los Casares. En sus paredes se ven grabados multitud de animales, entre ellos toros, ciervos, caballos, leonas, pájaros y muchos otros, que luego intentarían cazar los artistas que los habían tallado y dibujado. Incluso existe un grabado que se ha querido interpretar como un hombre cogiendo peces con la mano, lo que podría ser catalogado como “caza de río”. En las recientes excavaciones realizadas en dicha cueva, se han encontrado abundantes huesos de especies de animales como el conejo, la cabra montés, el lobo y el oso incuso que los hombres de hace muchos miles de años cazaban y comían.

Ahora resulta que esa actitud del antropomorfo que se lanza al vacío entre peces, y entre ellos parece volar, es algo más serio y trascendente, quizás una representación del caos y la muerte.

En tiempos ya más modernos, como pueden ser los de la baja Edad Media, poseemos datos de la caza realizada en ellos: era una de las más practicadas la del jabalí, que por entonces daba una gran cantidad de ejemplares en la tierra de Guadalajara. Es concretamente en un edificio del siglo XIII donde aparece representada la caza de este fiero animal. En el friso horizontal, puesto en la pared exterior de la capilla de San Galindo, en Campisábalos, se ve la lucha de un hombre a pie que, ayudado por dos perros, ataca e hiere a un gran jabalí. Es el mismo tema que aparece en un capital de la ermita de Tiermes, en Soria, muy cerca de allí.

La caza del conejo también se representa en Campisábalos, pues en uno de los canecillos del ábside aparece un paisano con un palo en la mano, y frente a él, callado y temeroso, un conejo de largas orejas.

De otras especies más extrañas en nuestra provincia, queda constancia por una antigua relación del monasterio de Sopetrán. En el siglo XI se dedicaba a la caza del oso el rey Alfonso VI de Castilla, en los grandes bosques que se extendían entre este monasterio y la villa de Torija. Dice la leyenda que fue atacado por uno de estos plantígrados, y al implorar el auxilio de la Virgen de Sopetrán, milagrosamente fue libre del peligro.

Es curioso enterarse que fueron los frailes quienes, en tiempos remotos de la Edad Media, se dedicaban con verdadera asiduidad al deporte cinegético. Antiguas crónicas nos dicen cómo el convento franciscano de Molina de Aragón, fundado por doña Blanca hacia 1293, “llegó a ser tan rico, que los religiosos vivían como caballeros, y el guardián… tenía caballos y perros de caza, y alcones para su regalo”. Y en un documento del siglo XV referente al monasterio jerónimo de Villaviciosa, vemos como una de las formas de tomar posesión de un terreno adquirido por parte de los frailes, es pescar en el río Tajuña algunos peces, y cazar algunas piezas de monte. En el mismo siglo, consta del señor del castillo de Anguix, don Juan Carrillo, que entretenía muy a menudo sus soledades ocupándose de cazar por aquellos bosques inmensos que bordeaban, mucho más abundantes que hoy, el río Tajo.

Quienes, lógicamente, más lustre dieron al ejercicio de la caza en Guadalajara, fueron los duques del Infantado y en su numerosa corte mendocina de familiares y allegados, que para matar tantas horas de inactividad y aburrimiento en su ciudad castellana, se dedicaban a este deporte con un impresionante despliegue de medios. Del segundo duque, don Iñigo López de Mendoza, constructor del famoso palacio gótico arriacense, se hacen lenguas los antiguos cronistas ante la fastuosidad de sus armaduras, las jaurías de perros cazadores y la nutrida colección de halcones, neblíes, azores y otras aves rapaces amaestradas para este noble arte de la cetrería. También su hijo don Diego, y su nieto el cuarto duque fueron muy amantes de la caza por sus posesiones. Cuando en 1525 vino a Guadalajara el rey Francisco I de Francia, prisionero del César Carlos, el tercer duque le halagó durante varios días, regalándole al final abundantes arneses de guerra y caza, caballos y un lucido plantel de aves de cetrería. Otro don Iñigo López, el quinto duque que introdujo varias reformas en su palacio, fió la decoración pictórica de algunas de sus salas al florentino Rómulo Cincinato, y aún dispuso que éste realizara la hoy llamada “Sala de Atalanta e Hipómenes”, que es un verdadero documento de estudio acerca del arte de la caza en el siglo XVI. Entre varios grandes paneles con escenas mitológicas de los dioses que luchan por vencer a la muerte, se distinguen muchas y curiosas secuencias de caza: la del jabalí, en el acto de ser atacado por criados a pie y la jauría canina, mientras los señores contemplan y esperan la carrera del animal montados en sus caballos. También vemos la caza del venado y aún otras de la garza y otras aves de gran tamaño, sin olvidar siquiera la de la perdiz. Muchos de estos animales de caza se representan fielmente tratados en cenefas y frisos.

Ya en nuestros días, la provincia de Guadalajara ha sido protagonista de muchas y densas jornadas de caza, protagonizadas por altos personajes y adinerados magnates. De todos ellos, aún en la memoria popular quedan las jornadas cinegéticas, por Sigüenza unas veces, y por Monte Alcarria otras, de don Alvaro de Figueroa y Torres, cuando era presidente del Gobierno o ministro de cualquiera de las mil cosas de las que sabía: con amigos y allegados se pasaba días enteros con la escopeta en las manos, avizorando vuelos y sonidos. Todos hemos visto esas fotografías en las que al final de la jornada posaban en pie el Conde de Romanones y sus compañeros con unos cuantos centenares de perdices abatidas y colocadas con esmero, mientras los perros, felices, sacaban la lengua y se emocionaban. El hijo del conde, don Eduardo Figueroa Alonso-Martínez, que tuvo el título de Conde de Yebes, por su término vino muchas veces a cazar (por donde hoy es Valdeluz se montaban buenas batidas) y alcanzó a ser presidente del “Club de Monteros” y a escribir varios libros con sus memorias cinegéticas.

Y aquí debo recordar cómo el Rey don Juan Carlos, que tantas jornadas ha vivido de esperas y cazas, por todos los continentes y naciones, le ha dado con gusto al gatillo en las llanuras de la meseta que se extiende al sur del Jarama, por El Cubillo de Uceda, Viñuelas y Matarrubia. Acompañado en ocasiones (existen fotos) de su vástago el Príncipe don Felipe, quien en su meditada formación para monarca ha recibido las correspondientes clases de la asignatura cinegética. Mis tíos de Jadraque (Luis y Aurelio, los Arenas que llamaban) salían a cazar todos los días, en su mocedad. Y a mí me dejaban comer y chuparme los dedos con las perdices escabechadas que preparaban luego. Pero no consiguieron que les acompañara, porque después de haber estado en la mili (año y medio) pegando tiros a diestro y siniestro, se me quitaron para siempre las ganas de llevar un arma en las manos.

Y ya acabo. Anguix ha vuelto a ser coto de caza, como cuando sus señores los medievales Carrillos pasaban sus días entre los brazos de bellas muchachas o acunando en los suyos las ballestas heridoras. Los cazadores siempre contando que es mal año, que cada vez hay menos piezas, y alargando los brazos, poniéndolos en cruz, y hasta echando los globos oculares hacia el cogote, para contar lo grande que era el cochino que cazaron el pasado domingo.

El tema, como se ve, es inagotable y lleno de cordiales evocaciones de pasadas épocas. Hoy el deporte de la caza ha dejado de ser patrimonio de las altas clases, y cabe en el programa de descanso y esparcimiento de cualquier ciudadano. Esto es también un hecho histórico a tener en cuenta.

Festival de lecturas en la Concordia

Desde ayer jueves y hasta el próximo domingo, el parque de La Concordia recibe la visita de los libreros, los editores y los grupos que están día a día, a lo largo del año, ocupados en hacer libros, en enseñarlos, en venderlos y, sobre todo, en animar a los ciudadanos a que se sumerjan en esos mundo ideales, sabios y divertidos, que habitan dentro de las cubierta de los libros.

Este año, en la Feria que abarca los días 16 al 19 de mayo, van a llenarse las horas con actividades de lo más variado, aunque siempre con un protagonista, aunque sea en lontananza, cierto y firme: el libro.

En otras ocasiones he dado mi opinión acerca de la importancia capital que le doy a los libros, en la vida de las personas. Para mí son fundamentales, y el no tener libros, no leerlos, no interesarse por ellos, es síntoma de grave enfermedad, algo incompatible con la propia vida. Al menos con el mecanismo de la comprensión e inserción del mundo en torno.

Por eso es siempre una gozada lanzarse a mirar, a hojear y a ojear los libros, esos que están en los mostradores, en las estanterías, en los anaqueles de las bibliotecas o en los entresijos de algún olvidado desván. En estos días se han sucedido diversas Ferias del Libro por España, y de entre ellas quizás la mayor es la que todavía anda abierta en el madrileño paseo de Recoletos, dedicada al libro viejo y de ocasión.

Pero la Feria del Libro que nos aguarda estos días en la ciudad, en el Parque de la Concordia, mañana y tarde, será una buena ocasión para ese reencuentro con el material humilde y amistoso, con el libro de siempre, con el de hoy y el de hace un siglo. En todos ellos están las palabras sumidas, expectantes, palpitando por salir…

Libros que aparecen

Me he fijado en los libros que tratan de temas locales, que estudian y analizan con detalle pueblos, edificios, temas del pasado alcarreño. No puedo hablar de un libro que he escrito recientemente (y del que hoy firmaré ejemplares), porque ya lo han hecho otros, y en estas mismas páginas. Mil gracias por vuestros comentarios, amigos López de los Mozos y García de Paz.

Entre los que aparecen ahora, está una curiosa visión de Valdesaz y de su santo patrón, San Macario. Es un hijo del pueblo, don Jesús María López Sotillo, quien ha sacado estos días la historia meticulosa de la devoción a este santo del que tan poco se sabe, pero que ha servido durante siglos para protagonizar homilías y justificar romerías, aparte de aparecer retratado en altares, pancartas y azulejos. La obra apuesta por la historia honda del pueblo y del santo, aportando numerosos datos acerca de  la evolución de una devoción que cambiar de sujeto aunque sigue llamándose por el mismo nombre. La solución a este enigma está entre las páginas del libro. A leerlo tocan.

Otro de los ejemplares a tener en cuenta es el que un grupo de profesores e investigadores han realizado, el pasado invierno, con su correspondiente presentación a primeros de año, pero ahora renovadas sus raíces vuelve a echar hojas en la Concordia: es el tomo titulado “Los Mendoza y el Mundo Renacentista”, publicación que refleja las comunicaciones que se presentaron a un Congreso Internacional celebrado en Toledo hace tres años, y en el que aparecían trabajos relativos a los y a las Mendoza alcarreños.

Es un libro que sin alcanzar una globalización del fenómeno Mendoza (del “planeta Mendoza” como le gusta adjetivarlo quien más sabe de él, el profesor García de Paz) sí que muestra múltiples aristas de su brillante pasado: un trabajo sobre las mujeres del linaje, con tantas figura excepcionales; otro sobre doña María de Mendoza, mujer culta del siglo XVI, lectora y escritora ella misma; otro sobre el patrimonio monumental debido a la munificencia del Cardenal Mendoza en la catedral de Toledo, y aún otro sobre las vicisitudes del gobierno mexicano del Montejano Antonio de Mendoza. Humildemente, en ese libro aporto una visión del apoyo a la arquitectura monumental que propició don Pedro González de Mendoza en tierras de Guadalajara.

Y no falta un libro molinés. En el cómputo de los libros nuevos, cada año aparece algo relacionado con el señorío de Molina. Aparte de la nueva edición del “Fuero de Molina” que ha realizado la Diputación Provincial, está el que los profesores de Geografía e Historia, don Juan Pablo Herranz Martínez y don Federico Pérez y Pérez, han escrito y visto crecer por encima de las 500 páginas, sobre “Orea, espacio y tiempo”. Una obra monumental, que aun sin presentar oficialmente (se quiere hacer este próximo verano en la villa molinesa) ya circula y asombra a cuantos hemos podido verla, tocarla y navegar por sus páginas, en las que surge ese mundo complejo, inmenso, tan diferente a todo, que es la geografía de Orea. Que como todos saben es un espacio extremo de esta provincia, empotrado en la raya con Cuenca y Teruel, en el que surgen maravillas naturales y curiosidades sin cuento. Las cuentan en su libro, y añaden con profusión y detalle sus noticias históricas de siglos pasados, de años pasados, de ayer mismo.

Brujas, Magos e Incrédulos

Este es el título, sonoro y atractivo, que se coloca sobre las pastas del último libro de la alcarreña María Lara Martínez, quien demuestra ser, con este libro, una gran lectora (solo así se explica que escriba tan bien y sepa tanto) y una humanista que selecciona sus lecturas y las integra en un conjunto muy firme de conocimientos, del que van saliendo las conclusiones a cada paso que da. Es como un camino el que se recorre con ella cuando leemos este libro que ha empezado a presentar por diversos lugares de España. Un camino por el siglo XVII y por la geografía del centro de la Península, que es donde se suman (desde Cervantes a la Inquisición de Cuenca, pasando por la loca Corte de los Austrias y los caminos perdidos de las aldeas castellanas) todos los hechos de relevancia, más acá de las batallas de Flandes y de las gestas americanas, en esa “intrahistoria” o “microhistoria” cultural de las ciudades encantadas.

No sé qué destacar de esta obra, en la que todos sus capítulos aportan algo nuevo, pero quizás sea en el cuarto en el que Lara entra, bajo el título de “Hechicería y brujería”, en el más curioso de los mundos, haciéndolo con un examen en frío, con la asepsia del historiador. Habla del caso de la vidente de Madrid, Lucrecia de León, de las brujas de Zugarramurdi, y en algún momento considera a la bruja como la antítesis de la sibila. La cueva de Montesinos es otro de los lugares analizados. Más adelante nos habla de las “Actitudes racionalistas en la España de la Contrarreforma” y llega a un espacio geográfico que ella domina porque vive en él, que es Cuenca: La “Brujería e incredulidad en Cuenca en los siglos XVI a XVIII” bien puede conformarse como el núcleo de esta obra. Allí habla del Tribunal de la Inquisición conquense, del que dependía Sigüenza y habla de procesos y causas inquisitoriales en toda nuestra región. Es curioso el dato, creo que inédito hasta ahora, de cómo fue sometido a proceso por el Santo Oficio el matemático y piloto cosmográfico Francisco Antonio Ruter, alias Jacobo, acusado de ideas reformistas especialmente a lo largo de su obra “Soledades de la Torre de Jadraque”, que probablemente escribiría este sujeto a orillas del Henares.

No tiene, en suma, desperdicio, esta obra que la consagra, a pesar de su juventud, como una especialista en temas de Humanismo español.

Más pueblos, más memorias

En Budia han visto nacer este invierno otro libro que ahora sale al sol de la Feria. Es el titulado “Budia en la prensa” y está escrito (como no podía ser de otra manera) por Juan José Bermejo Millano, conocedor a fondo de la historia, las anécdotas y los entresijos de esta villa alcarreña.

En la obra, muy bien editada con sus cubiertas de cartón y en el interior cientos de fotografías, se traen a general conocimiento curiosas noticias que aparecieron en su día (en los días de los dos últimos siglos) en los periódicos hablando de Budia y los budieros. Desgracias por un tubo, pero también alegrías, orgullos y amaneceres festivos. Dado que en los periódicos abundan más las malas que las buenas noticias, ese es el riesgo de pintar la historia de un pueblo a través de lo que de él aparece en la prensa. Así y todo, Budia aguanta el tipo y el libro entretiene y mantiene su solera.

También de este pasado invierno es el libro dedicado por Aurelio García López a Yebes. “De los orígenes a la modernidad”, ese es el subtítulo de este entretenido volumen en el que aparecen muchas más cosas de las que en el título se prometen. Porque en él se habla, largo y tendido, de Alcohete, y por lo tanto del conde de Romanones y su familia, o de los monjes jerónimos y sus granjas meseteñas. Se habla también del bunker que allí hubo en la Guerra Civil (y que hoy se mantiene entero aunque imposible de visitar) en el que aguantó las últimas semanas de la contienda el alto mando militar y hasta el jefe de Gobierno de la República. Un libro curioso, con noticia de sus señores renacentistas, los genoveses Imbrea, y aportes a la historia más reciente del término: cifras y datos sobre Valdeluz, de hoy mismo.

Y puestos a rememorar obras que aparecieron después de la anterior Feria del Libro, no me resisto a citar aquí la secuencia histórica y patrimonial de Alustante, que ya fue presentada en ese pueblo molinés el pasado verano, pero que por estas latitudes arriacenses apenas ha tenido eco. Sus autores, los conocidos estudiosos del Señorío Juan Carlos Esteban, Diego Sanz y el coordinador de todos, el profesor Alejandro López López, construyeron un buen volumen repleto de datos, estadísticas, curiosidades, y descripciones de la historia y el patrimonio de esa localidad, también lejana pero densa de personalidad: “Alustante paso a paso” es el título que le dieron, y con parsimonia y sin dejarse nada en el tintero hablan del Cid Campeador, del molino de viento, de los escultores renacentistas que montaron su fabuloso retablo, o de las maravillas que la Naturaleza ha dejado en su término, como puede ser el “Hondón” de Motos, una impresionante torca en la remota frontera con Aragón.

Y es este, con los anteriores citados, y algunos otros que no caben ya aquí en comentario, los múltiples libros de temática provincial que nos llegan a la Feria del Libro de este año. En todo caso, una ocasión estupenda para mirarlos, por fuera, hojearlos, por dentro, charlar con los autores, y hacer planes de lectura para este verano. Porque, con la que está cayendo, es esa actividad la que puede salir más barata y ofrecer más emociones.

La Feria de las Mercaderías de Tendilla

En la Feria del Libro de Guadalajara, que se va a abrir el próximo jueves 16 de mayo, uno de los libros estrella va a ser precisamente el que trata de otra Feria, aunque esta de mayor antigüedad y raigambre. La Feria de las Mercaderías, la clásica “Feria de San Matías” de Tendilla se sube a los anaqueles de las bibliotecas, y desde allí nos observa. Vale la pena que nosotros la observemos a ella, hasta en sus más mínimos detalles.

Con motivo de la declaración de “Fiesta de Interés Turístico Regional” que en febrero de 2013 se le ha otorgado a esta manifestación del costumbrismo alcarreño, que hunde su memoria en los viejos siglos de la Edad Media, pues se sabe que ya a mediados del siglo XV se celebraba, la editorial Aache ha editado este libro cuyo autor, el profesor José Luis García de Paz, viene investigando, escribiendo y animando para su conocimiento y recuperación.

La Edad dorada de la Feria

Sobre su antigua existencia, nos dice el autor que esta celebración data nada menos que del reinado de Juan II de Castilla, teniendo constancia documental de la confirmación de su existencia en 1484, mediante un Privilegio Real. Es Helen Nader quien cree que sería el marqués de Santillana, político y escritor castellano, quien tras logar en 1435 el señorío de Tendilla, pensara en aprovechar las características topográficas del lugar para desarrollar un seguro potencial comercial, al estar en un transitado camino que iba desde Castilla a Valencia pasando por Cuenca. Cuando su segundo hijo, como su padre llamado Iñigo López de Mendoza, recibiera el título de conde de Tendilla, en 1468, pensaría en afianzar esta posibilidad, sin duda. Y aunque desde bastante antes se celebraban en la villa alcarreña dos ferias (en invierno aún, por San Matías, y en el otoño para San Mateo), los Reyes Católicos concedieron a Tendilla el privilegio de celebrar Feria franca, salvando de impuestos a quien en ella comerciara, lo que suponía un verdadero espaldarazo para la villa, pues eso suponía la posibilidad de una gran afluencia, con el correspondiente negocio añadido.

La primera mención escrita de la feria de San Matías está fechada el 6 de diciembre de 1484, y ya desde entonces empieza a aparecer en referencias documentales, muy especialmente en la interesante correspondencia del segundo conde de Tendilla, que nos ha llegado a través de diversas fuentes bibliográficas. En este sentido conviene ver algunas de las cartas del conde publicadas en «La Correspondencia del Conde de Tendilla», por Aurelio García López en Wad-Al-Hayara nº 22 (1995); en el «Epistolario del Conde de Tendilla (1504-1506)«, por Jose Szmolka y colaboradores, en la Universidad de Granada (1996) y en la «Correspondencia del Conde de Tendilla (1508-1513)«, por Emilio Meneses, editado por la Real Academia dela Historia (1973). Desde entonces, quedan muchos datos, entre ellos lo que prueban que los señores territoriales de la villa de Tendilla promocionaron esta feria estableciendo unos impuestos bajos en las ventas al por mayor y dejando exentas de todo impuesto todas las transacciones al por menor. Otro elemento que da la clave de su auge, es la decisión que se tomó, ya a finales del siglo XV, de obligar a la construcción de soportales en las casas de nueva planta.

Continuidad a través de los siglos

En el libro de García de Paz, con un lenguaje sencillo y accesible a todos, se nos cuenta cómo el desarrollo principal de la Feria tuvo lugar a lo largo del siglo XVI. Un siglo en el que el aumento de población y de negocios hizo que se desarrollara espléndidamente la reunión comercial, tal como podemos leer en las “Relaciones Topográficas” que en 1580 se enviaron, desde todos los pueblos de Castilla, a la administración de Felipe II.

Las crisis que siguieron en los sucesivos siglos, a partir del XVII, a lo que se añadió la Guerra de Sucesión en los primeros años de la siguiente centuria, afectaron a la Alcarria toda, incluida Tendilla, que pasó de tener 604 vecinos en 1591 a solamente 54 en 1717. Esto es: de casi unos 2.500 habitantes a poco más de doscientos. En esa época el ciclo ferial se redujo a una sola convocatoria, la de finales de Febrero, y así puede leerse en las «Memorias Económicas» de Eugenio Larruga (1791) que «…en Tendilla se celebra feria el 25 de febrero; es de ganado mular, y de poquísimo comercio«. A lo largo de ese siglo se recuperó lentamente, villa y feria, aunque sin recuperar los horizontes de prosperidad del Renacimiento.

Luego nos cuenta García de Paz, con toda clase de pormenores (que le llevaron hace unos años a escribir y publicar otra monografía sobre este momento, en “Tendilla y su Feria durante la francesada”, Aache, 2009) que el acontecimiento siguió teniendo vida incluso a pesar de la guerra de la Independencia.

En los diccionarios económicos y sociales que se publican durante el siglo XIX queda reflejada la vitalidad, progresiva, de la Feria tendillera. Sebastián Miñano en el suyo de 1826 menciona en Tendilla una «Feria el 24 de febrero«, y don Pascual Madoz en su «Diccionario Geográfico-Estadístico Histórico» publicado entre 1845 y 1850 indica que «el 24 de febrero se celebra anualmente una feria que dura tres días, y su principal tráfico lo constituyen los ganados, particularmente mular, tanto cerril como domado, también se ponen varias tiendas de paños, quincalla, objetos de hierro y otros artículos«.

A lo largo del siglo XX se mantuvo y de ello queda abundante reseña en la prensa provincial, dando cuenta en “Flores Abejas”, “Nueva Alcarria” y otros periódicos de la llegada de tratantes, muleteros y mercaderes, del transporte de mulas hasta la estación de ferrocarril, de la necesaria vigilancia del orden porla Guardia Civily de numerosas anécdotas que recordaban los mayores. En este siglo se vendieron no solo caballerías (sus tratantes, los “muleteros” arribados de Aragón, Cataluña, Castilla, etc, eran famosos por su capacidad negociadora, el dinero que manejaban, y lo bien que sabían relacionarse con el público) sino muchos otros objetos que daban un sentido abierto al certamen: monturas y arreos de animales, paños e hierros, aperos de labranza, sombreros, botijos, navajas, hierro viejo, guitarras, más elementos de alimentación que son los que parecen predominar ahora: miel, dulces, queso y productos de la matanza.

El renacer de la Feria de Tendilla

Es Juan Antonio Nuevo, alcalde que fue de Tendilla en 1993, quien nos recuerda la forma en que aquella feria tendillera, tan decaída progresivamente que llegó a dejar de celebrarse, renació, porque su recuerdo no llegó a perderse, siendo el Ayuntamiento y la Asociación de Comerciantes quienes a la limón procuraron su vuelta a la vida . Y así vemos cómo en febrero de 1994 resucitó y hasta hoy, 20 años seguidos, siempre a más. Durante el último fin de semana de febrero, o en el más cercano al día 24 de ese mes, que es San Matías, se ha venido celebrando con un sustrato de revitalización ganadera, de comercio actual, especialmente de comestibles, y muchos actos culturales y lúdicos en su torno. Tras esos 20 años de progresión, el gobierno de la Junta de Comunidades ha acordado su declaración como “Fiesta de Interés Turístico Regional”, apelando especialmente –creemos- a su antigüedad y tradición, pues sin duda es una de las más antiguas del territorio castellano-manchego.

De ahí que la aparición de este libro, que va a ser presentado públicamente en la Feria del Libro de Guadalajara el próximo sábado día 18 de mayo, a las 11 de la mañana, en la carpa principal de la Feria, sea muy justificada en orden a reordenar toda la información que ha generado en esos más de cinco siglos de vida, con imágenes y anécdotas, escritos y recuerdos de mucha gente.

Esencia del libro

La obra, sencilla en su planteamiento, nos ofrece una visión inicial de la historia de la villa alcarreña de Tendilla, y de sus señores, los Mendoza, desde el siglo XV. Pasando luego a reconstruir los orígenes de esta Feria, que estuvo secularmente dedicada a San Matías, pero cuyo objetivo era el de ser la primera del año (todavía en pleno invierno) para que los artesanos pudieran dar salida a sus productos elaborados los meses anteriores, consiguiendo reunir a miles de personas, llegadas de toda la Península, que comerciaban y suponían al mismo tiempo una saneada fuente de ingresos para el conde.

En el libro se estudia la evolución de la Feria, y cómo en los años del Renacimiento al compás de un crecimiento económico en España, la afluencia de mercaderes era enorme, llegando desde todas partes de Europa y aún de América, vendiendo y comprando mil objetos extraños y exóticos, siendo además un lugar clásico de compra-venta de animales, especialmente mulas, habiendo quedado en la paremiología popular amplio reflejo de ello.

En resumen, y teniendo en cuenta la abundante iconografía que el libro ofrece, podemos decir que estamos ante un libro hermoso, y al mismo tiempo útil, por cuanto nos permite conocer con brevedad y rigor la esencia de una fiesta (ya de categoría regional) que cada año reúne más gente y participación densa de visitantes, expositores y actuaciones, centradas en la evocación de tiempos antiguos y en el comercio –que sigue vivo- de animales, y mercaderías varias.

Detalles del libro

García de Paz, José Luis: “La Feria de las Mercaderías de Tendilla”.  Aache Ediciones. Guadalajara, 2013. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 86. Tiene 80 páginas, y muchas ilustraciones en color y BN. ISBN 978-84-15537-30-4. Como todos los libros de esta Colección, en formato de cómodo manejo, a los capítulos iniciales del autor, se suman aportaciones sobre el mismo tema de otros escritores y personas que tuvieron experiencias con la Feria. Así destacan los escritos de Luis Monje Ciruelo, de Juan Antonio Nuevo Sánchez y de Doroteo Sánchez Mínguez, este último aunque de Peñalver, hondo conocedor de las costumbres alcarreñas y, por supuesto, de esta feria tendillera que fue evolucionando a lo largo de los siglos, dejando en su camino suculentas anécdotas que él nos refiere.

Heráldica de la Diputación

Azulejos representando el escudo de la Diputación Provincial de Guadalajara a la entrada de muchos de los pueblos de la provincia.

En estos días que se conmemoran los Doscientos Años de la creación de la Diputación Provincial, como órgano de gobierno de esta institución administrativa que es la Provincia de Guadalajara, podemos avistar algunos elementos de su significado territorial y su capacidad de unión de tierras previamente dispares al analizar la composición de su escudo heráldico oficial, que ha tenido algunas variaciones a lo largo de estos dos siglos. 

La ciencia de la Heráldica se ocupa, se ha ocupado durante largos siglos, del estudio de los escudos y emblemas que caracterizan e identifican a individuos, instituciones y comunidades. Y de ese estudio se derivan en muchas ocasiones enseñanzas provechosas, No en balde la Heráldica está considerada como una de las ciencias auxiliares de la Historia. Valgan estas breves líneas para recordar ahora, muy por encima, este elemento heráldico singular y muy definitorio de la provincia, cual es el denominado Escudo Provincial o Escudo Heráldico de la Diputación Provincial de Guadalajara.

Entre los escudos que pudieran ser de interés en la consideración heráldica de la provincia, hay diversos grupos de relevancia: uno es el de las familias destacadas, o de personajes importantes. Todos ellos nos permiten a veces saber quien encargó un edificio o un retablo, qué personaje mandó grabar una lápida o las líneas familiares que unían a unos con otros elementos de alguna estirpe. Por otra, destacan los escudos de las instituciones públicas o de los núcleos de población, como los Ayuntamientos, que vienen a darnos en sus emblemas el resumen de su historia y el corazón de sus tradiciones.

Creación del escudo

Desde el mismo momento de la creación de las primeras 30 diputaciones provinciales a través de las decisiones de las Cortes de Cádiz, preocupó la necesidad de crear escudos heráldicos representativos de ellas, y de este modo la Real Academia de la Historia recibió el encargo, por parte del Ministerio de la Gobernación, de estudiar la estructura y composición de los escudos de las Diputaciones.

De este tema se encargaron don Vicente Castañeda y Alcover, secretario perpetuo de la primera institución histórica de la Nación, y el marqués del Saltillo, ambos insignes genealogistas y científicos cultivadores de la heráldica. Y entonces se decidió la composición de estos escudos de las provincias, formándolos con los de los municipios que entonces eran cabezas de partido judicial.

La medida fue entonces muy contestada. Hoy parece que estas cosas importan menos, pero analizadas desapasionadamente vemos que fue una solución injusta y en cierto modo disparatada. Porque entre la gran cantidad de pueblos de una provincia, elegir para representarla en un escudo los de las localidades que tenían juzgado, era segregar a otras poblaciones, quizás con más habitantes o con mayor relevancia histórica. Por esa razón, podría haberse elegido para poner en el escudo provincial las poblaciones donde había estación de ferrocarril, puerto de mar, o veterinario. En Guadalajara concretamente se pusieron las cabezas de partido judicial que luego veremos cuáles eran, y se ignoraron así poblaciones de importancia humana y económica capitales como Jadraque o Mondéjar, y otras de notable prestigio histórico, como Hita, Uceda o Zorita. Es más, con la remodelación de los partidos judiciales que se hizo no hace mucho tiempo, y que redujo su número, quedando en la actualidad solamente tres en nuestra provincia (Guadalajara, Sigüenza y Molina), sería necesario plantearse la posibilidad de la creación o reestructuración de un nuevo blasón para Guadalajara.

En nuestro territorio se adoptó, de este modo, un escudo que consistía en nueve cuarteles, dispuestos horizontalmente de tres en tres, y que representan a los escudos heráldicos municipales de Molina de Aragón, Sigüenza, Atienza, Brihuega, Guadalajara capital (situado en el centro y siempre ligeramente resaltado), Cogolludo, Cifuentes, Pastrana y Sacedón. Por timbre del escudo, y después de diversas interpretaciones, es general la aceptación de la existencia de una corona real, pues no corresponde la mural por no tener una muralla la provincia, y por haber sido un monarca quien amparara la creación de estas instituciones. Es cierto que durante los periodos de las dos repúblicas (1873-1874 y 1931-1939) se utilizó por timbre una corona murada.

El escudo primitivo

Pero este escudo que hoy vemos y usamos, no fue siempre el mismo. En un principio se utilizó otro en el que aparecía una novedad que ahora nos sorprende: el cuartel central de la primera fila era a su vez un escudo cuartelado con los siguientes elementos: 1º de gules un castillo de oro (por Castilla), 2º de plata, un águila de sable con las alas abiertas (por Sicilia), 3º de oro cinco bandas de gules (por Aragón), y 4º de plata un león rampante de gules (por León). ¿A qué partido judicial podía corresponder este emblema? Creo que es muy fácil contestar a esta pregunta: sería a Anguita, pues no solamente era a comienzos del siglo XIX cabeza de partido judicial, sino que fue la localidad en la que se fundó la Diputación al haberse reunido los compromisarios en la sala de su Ayuntamiento por no poderlo hacer en la capital, ocupada por los franceses en 1813. Aunque no tuviera (como hoy tiene) escudo heráldico propio este municipio, se ve que alguien lo compuso con los elementos del escudo nacional, entonces utilizado como constitucional, en el que se agregan los emblemas de Castilla, León, Aragón y Sicilia.

Vemos este escudo, con algunas otras curiosidades, en la portada de la “Guía arqueológica y de Turismo de la provincia de Guadalajara” de García Sáinz de Baranda y Cordavias, editado en 1929. En él se constata la ausencia del escudo de Cifuentes y vemos que a Pastrana se le representa con tres flores de lis de plata sobre un campo de azur (por La Cerda), y a Atienza con un cuartelado simple de Castilla y León.

Este escudo provincial se estuvo utilizando hasta la segunda República, más concretamente hasta su desaparición al advenimiento del Estado franquista, en el que se colocaron definitivamente los emblemas de los nueve partidos judiciales, como hoy lo vemos. Es curioso constatar, sin embargo, como muchos escudos pintados sobre cerámica sobre el nombre del pueblo, en múltiples baldosines, a las entradas de los pueblos, que se colocaron después de la Guerra, aún llevaban en el centro del jefe el blasón de Anguita.

En cuanto al futuro, parece ser que los tratadistas de heráldica local opinan que sería lo lógico prescindir de estos escudos tan densos y prolijos, y adoptar escudos sencillos que podrían ser, o bien los de la capital de la provincia con alguna pieza o figura que los sirviera de brisura (algún detalle en el jefe, una bordura o filiera con piezas representativas de la monarquía o de cualquier otro elemento muy representativo de la provincia, etc.). Incluso se ha pensado en hacer escudos de nueva creación para las provincias. La idea, en cualquier caso, puede parecer atrevida, pero no descabellada: ahí está el ejemplo de los escudos y banderas adoptados por las Comunidades Autónomas de creación contemporánea, o la decisión de la Provincia de Madrid, que al cambiar su denominación por el de Comunidad Autónoma, eliminó su escudo provincial y adoptó uno nuevo, que puede ser discutido, pero que encierra indudablemente la capacidad de ser sencillo y fácilmente identificable. En este escudo provincial, en definitiva, continuaremos viéndonos y viendo a la tierra entera en la que hemos nacido. Podrá ser discutible, perfeccionable, modificable, su estructura. No cabe duda que, hoy por hoy, es el elemento heráldico que mejor nos dice de tierras, de cielos y de apasionados recuerdos.

El escudo actual

Y ahora me voy a entretener en enumerar y describir, uno por uno, los nueve emblemas heráldicos de los correspondientes pueblos o ciudades que forman el escudo provincial. Lo haremos en el mismo orden en que aparecen en el citado escudo, esto es, de derecha a izquierda y de arriba a abajo del mismo.

En primer lugar, aparece Molina de Aragón, en el que ha sido norma repetida utilizar fondo de gules para su segundo campo, cuando los tres campos que lo constituyen deben ser de azur, y el brazo de oro.
A continuación tenemos Sigüenza, que muestra sus emblemas multiseculares del castillo y el águila coronada y de plegadas alas sosteniendo un hueso entre sus garras.
Luego aparece el de Atienza, que se representa por una parte derecha partida de Castilla y León, y una parte izquierda con la representación de un castillo ideal, que viene a ser representación del suyo.
En la línea inmediatamente inferior aparecen el de Brihuega, con su conocida imagen del castillo de oro sobre fondo de gules, del que emergen sobre sus torres almenadas la imagen de la Inmaculada Concepción, acompañada de sendos báculos episcopales. Va luego el de la ciudad de Guadalajara no tiene pérdida: ya sabemos que la complejidad actual de este escudo (y que debería reformarse y acudir a la simplicidad de su emblema original, o sea, el caballero abanderado y cabalgante, de oro, sobre un campo de azur sembrado de estrellas de oro) supone una especie de batalla en la que aparece Alvar Fáñez de Minaya y su ejército ante las murallas de una ciudad en la que sobresalen torres y banderas islámicas, en el contexto de una estrellada Noche de San Juan. Y acaba esa línea con el de Cogolludo usando las armas clásicas de la familia de La Cerda, duques de Medinaceli, que alternan en cuartelado las de Castilla y León con las tres flores de lis de los La Cerda.
Finalmente, en la línea inferior aparecen los emblemas municipales de Cifuentes, que es el que desde la Edad Media usaba en sus emblemas de plomo: un castillo de oro aclarado de gules, sobre un cerro en su color del que surgen siete arroyos de azur. Le sigue el emblema municipal de Pastrana, el de más moderna creación, y más literaria, con su cuartel derecho ocupado por una banda de planta sobre un campo de azur en el que resaltan dos flores de lis y una “P” de sable sobre todo, más un cuartel izquierdo de plata en el que se ven una cruz, una espada y una calavera. El último de los emblemas que conforman el escudo de la Diputación Provincial a día de hoy es el de Sacedón, con un castillo de oro en campo de gules, partido de un campo de azur con dos coronas de laurel de oro.