De excursión por Gualda

viernes, 13 junio 2008 2 Por Herrera Casado

La tarde de primavera, tímida aún, pero espléndida de verdes hierbas y amapolas descaradas, invitaba a caminar por los campos. Y eso han hecho los viajeros, acercarse, ya que pasaban por la orilla del Tajo, a visitar uno de los pueblos que se esconden en sus orillas, arropado de cerros y olivares, en un paisaje típicamente alcarreño, ahora casi procaz con tan alto nivel de verdes y de aguas.

Se sube desde la carretera que lleva de Sacedón  a Cifuentes, y se admiran los puentes que dieron cobijo a las aguas del Tajo extendido en forma de embalse de Entrepeñas. Ahora ya no hay agua allí, y el almacén de azules se fue corriendo hacia abajo, ni se vislumbra siquiera desde aquel puente enorme y alto que se hizo en los años cincuenta para salvar tanta agua.

Una breve andanza de dos kilómetros y medio nos lleva al enclave de Gualda, en el que han venido al mundo diversos artistas de relieve, y que luego mencionaremos. En todo caso, esta es una invitación para pasear este pueblo breve, arropado de bosques y con un muestrario breve pero enjundioso de monumentos a visitar.

Una parada junto al Tajo

Hace tiempo dije que es este un pueblo que está semiescondido entre los repliegues que, en suave pendiente, va formando la meseta alcarreña en su caída hacia el valle del Tajo, y que merece/merecía una visita por ver los diversos ejemplos de arquitectura popular que albergaba. Esto de la arquitectura popular es un concepto que ha venido creciendo en algunos sitios, donde se han puesto con pasión a recuperarla, y que se ha disuelto en el aire en otros, como nuestra provincia, donde por no quedar no han quedado ni siquiera estudios sobre ella: unos cuantos artículos de Nieto Taberné, de Sánchez Minués, de Pradillo Esteban y de López de los Mozos, en revistas especializadas, y poco más. Tampoco en Gualda han quedado apenas vestigios de una arquitectura que hace 30 años aún era abundante y podía haber sido salvada: la arquitectura propia de los pueblecillos de la Alcarria. Ahora se han hecho chalets sobre las ruinas de las viejas casas, y aun la mansión barroca que al inicio de su calle mayor prometía grandes cosas, ha quedado desabaratada y en abandono a día de hoy.

Algo de historia

Perteneció Gualda a la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza desde el siglo XII, y luego a la tierra de Jadraque, desgajada de aquella, inserta en el correspondiente sesmo de Durón. Con este territorio, fue dado en señorío, por el rey Juan II de Castilla, a don Gómez Carrillo, y a fines del siglo XV, y hasta el año 1812, estuvo en poder de los duques del Infantado. En sus alrededores hubo dos pueblos, Picazo y Valdelagua, del que solo ha sobrevivido el segundo, hoy afecto a Budia, y en trance de poblarse y crecer con sus justas capacidades.

Y el patrimonio

La plaza mayor de Gualda está presidida por dos venerables edificios, que resumen la evolución histórica de la villa y de la comarca entera: iglesia y ayuntamiento. La iglesia es edificio barroco, del siglo XVIII (lleva fecha de 1733 grabada en la portada) que se precede de una escalinata muy amplia y elevada, guardada por rejas de hierro de la época. La fachada forma un cuerpo saliente del resto de la iglesia, y se consti­tuye bajo gran arco que incluye la portada de un abarrocado gusto y ornamentación de tipo vegetal, con escudos y adornos geométricos. El interior consta de tres naves, y sorprende por su grandiosidad. La cúpula está cubierta de complicada y muy recargada decoración de yesería barroca. Tiene un  coro alto a los pies y hay una buena pila bautismal de estilo románico en una de las capillas laterales. Sobre la puerta queda todavía un buen conjunto de clavos y cerraja del siglo XVIII, realizados por la escuela madrileña.

En la misma plaza mayor destaca el edificio del Ayunta­miento, construido en 1788, con noble fachada de sillar, grandes balcones volados de hierro, y en lo alto un reloj y campanil de estructura metálica. En fecha que este cronista ignora, el tal Ayuntamiento antiguo se derribó e hizo uno nuevo que aún sin tener la prosapia del antiguo, mantiene aún sus formas y sombras, remedando los clásico. También merece contemplarse el palacio renacentista, obra del siglo XVII, que muestra soberbia portada con arco arquitrabado y la frase. «Alabado sea el Santísimo Sacramento» sobre el dintel. En este, al inicio de la calle mayor, destaca su alero de piezas de madera,  entre las que destaca una de las vigas que muestra una carátula de guerrero. Y destaca también sus aldabas y su gran reja de tradición alcarreña. La fachada norte de este palacio es de sobrias líneas y arcos y ventanas de recercos con sillar.

Es todavía curioso de mirar, aunque también restaurada y remodelada, la fuente de los Cuatro Caños, presidida por un gran búcaro barroco. Poco más tiene el pueblo, aunque el viajero que anda por aquí y por allá se ha fijado en que a las afueras de la villa destaca un edificio hermosote, muy esbelto, aislado entre arboledas, y se dirige allí por un camino fácil. Al llegar contempla un ameno espacio en el que las acacias alternan con arizónicas y aun pinos, así como muchas mesas y bancos, pero ya no barbacoas, que quedaron prohibidas por el Gobierno Regional poco después del incendio de La Riba. Frente a ellas se alza la ermita de la Purísima Concepción, un gran elemento barroco, con espadaña muy bella orientada a poniente, y templo de planta de cruz latina, con pronunciado crucero y cúpula sobre el mismo. Un escudo de obispo desconocido está tallado sobre la entrada, y una cartela en la que se dice que; “Se hizo esta espadaña año 1784 siendo cura don Pedro Hernando” remata el conjunto, que se completó en ese año.

Lo que decía Juan Catalina hace un siglo

A principios del siglo XX, el que fuera Cronista Provincial y académico de la Historia, don Juan Catalina García López, recibió del Ministerio de Fomento el encargo de realizar el inventario histórico-artístico de la provincia de Guadalajara. Debía visitar sus pueblos, y anotar cuanto en ellos viera de calidad artística, o de interés histórico. No pudo llegar a todos, dado lo malo de las comunicaciones en esos tiempos, ni pudo fotografiar los elementos, porque no eran buenas las máquinas fotográficas de entonces. Ni siquiera vio su trabajo publicado, porque a lo que se ve el Estado tampoco tenía presupuesto para ello. Sí que nos dejó escrito un manuscrito donde anotó cuanto vió, y que, por lo curioso que resulta hoy, anoto a continuación. Decía así García López en 1910, a propósito de Gualda:

“El suelo sobre que fue erigido este pueblo es de roca arenisca, por lo que y por ser tan fácil de labrar, abunda el sillar de aquella materia en las ventanas y puertas de las casas, algunas de arco de medio punto o conopial, o adinteladas con grandes piedras.

También se empleó en robustecer y decorar las principales líneas arquitectónicas de la iglesia parroquial y en la cornisa dentada que corona la cuadrada torre de tres cuerpos. Pero el aparejo dominante es en una y otra la mampostería. Para la construcción se explanó el terreno, por lo que al atrio se sube por uno de sus lados por escalinatas, que salvan el desnivel. Entre dos contrafuertes se abre un arco profundo, sobre el que se destaca un frontón de líneas quebradas: bajo dicho arco se cobija el pórtico de pilastras con arquitrabe y encima de este segundo cuerpo con hornacina de concha donde se conserva el pedestal de una imagen que debió tener, pero que ha desaparecido. Debajo de este nicho un letrero declarando que se hizo la portada en 1733. No obstante esta fecha, las líneas son algo sobrias, aunque la fácil labra de la piedra arenisca consentía no costosa ornamentación, tan del gusto de aquel tiempo. Se advierte cierta tendencia a la sencillez clásica, pero poco conocimiento de la ley de las proporciones.

Cuatro cuadradas pilastras por banda separan las tres naves del interior: arcos formeros, torales y laterales de sección cuadrangular sostienen la bóveda de crucería con sencillas labores geométricas. La capilla mayor o ábside es semihexagonal, forma que se ve bien al exterior, pero no por dentro, donde la cubierta es abovedada, quizá para acoplar el retablo. Sobre la crucería se levanta la cúpula semiesférica de pechinas y linterna, recubierta, así como el ánulo y la pechinas labradas de yesería ostentada de buen dibujo, de no fina ejecución, y con todos los caracteres de la decadencia churrigueresca. No era muy malo el pincel que trazó las imágenes de los Doctores de la Iglesia, que se encierran en las pechinas en fastuosas cartelas.

Es el retablo principal muy churrigueresco y está tallado y dorado profusamente, rematado en forma abovedada: en la parte de arriba muestra cinco lienzos pintados con las imágenes de Santiago, San Pedro, San Pablo, S. Martín y la coronación de la Virgen, pinturas todas ellas sin mérito: a los lados y en cuadros aparte, hay dos ángeles tocando y en el centro de todo aquel artefacto una estatua de la Concepción, en madera, bien estofada y no anterior al siglo XVII. Cuanto a las imágenes de los otros altares, así como a varias pinturas en lienzo y cobre que hay en varios sitios del templo debo decir que, en general, no son abominables, aunque su mérito sea escaso. Es curioso consignar que los siete altares del templo conservan sus antiguos frontales de guadamecí, producto industrial que va desapareciendo con provecho de las colecciones particulares.

La pila bautismal puede ser del siglo XII o XIII: la copa está revestida de un agallonado, y entre los agallones hay unos resaltos con capiteles apenas indicados, a manera de columnillas y sobre todo ello una arquería ciega, de miembros de medio punto.

En la sacristía se conserva una notable cajonería de nogal, de frente cuajado de fina talla del siglo XVIII.

Extramuros y al poniente del pueblo está la ermita de la Purísima Concepción, de cruz latina, aunque de una sola nave, con cúpula revestida de ornatos de yeso, según el gusto de principios del siglo mencionado. Es ermita amplia y de buenas proporciones entre su planta y el alzado: el ábside es semihexagonal, los altares de poco mérito, en uno de los cuales dice cierto letrero, que se hizo y doró el retablo en 1775 a devoción de Alejandro Hernández y Manuel López y en el otro se declara que se doró a devoción de Felipe Rojo en 1791”

Los hijos ilustres de Gualda

Dos pintores de talla ha dado Gualda a lo largo de su historia. Es uno de ellos, quizás el más conocido, y ya fallecido, Fermín Santos Alcalde, uno de los más importantes pin­tores de la segunda mitad del siglo XX español, gran paisa­jista y muy en la línea del tenebrismo hispano. Pintor de Sigüenza y en general de todas las tierras de la Alcarria y Guadalajara, todavía está esperando que la Ciudad Mitrada, de la que fue cronista y animoso adalid cultural, le construya el prometido Museo que merece.

Otro artista en Gualda nacido es Rodrigo García Huetos, profesor de Arte en un Instituto de Guadalajara, y verdadero genio de los pinceles, en los que se lleva todo el color y la luz que su tierra natal le prestó al nacer: bodegones y figuras, paisajes de campo y recónditos rincones de ciudad. Todo en García Huetos rezuma lirismo, perfección, agrado.