Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

febrero, 2003:

Santa Teresa trasverberada en Guadalajara

 

La transverberación es palabra poco usada hoy en día, y poco practicada en los tiempos modernos. Dice el diccionario que transverberar es “herir atravesando de parte a parte”. A Teresa de Ávila, Teresa de Jesús luego de hacerse carmelita, la transverberó el corazón un ángel. Estaba en éxtasis, como lo tenía por hábito en sus mejores tiempos, y apareció en la estancia un ángel enviado de Dios que, con una larga lanza en la mano, y en la punta de la lanza un hierro candente, lo empotró en el corazón de la castellana monja, y no lo hizo estallar, ni siquiera inflamar, porque ya lo estaba. Simplemente lo atravesó de amor de Dios, lo llenó.

Ese milagro, más que milagro extraordinario hecho no comprensible con nuestras mentes apegadas a la tierra, ocurrió a mitad del siglo XVI, y fue luego motivo de representación pictórica, manido soporte de conventuales prédicas, y fuente de inspiración de artistas poco o mucho empapados de ella. Si Bernini cuajó quizás su mejor estatua con esa imagen de la transverberación cardiaca de Teresa, otros varios no hicieron sino seguir modelos de estampas. En Guadalajara existe un cuadro portentoso y llamativo, un cuadro de enormes proporciones, un arte cuajado de barroquismo, unos colores medidos y como no afectos por los siglos, una luz central que se derrama por los bordes, y un sello zurbaranesco que asusta. Lo pintó en 1664 Andrés de Vargas, que era artista conquense, y está colgado, como el primer día, en el muro de la epístola del presbiterio de la iglesia conventual de San José, en nuestra ciudad de Guadalajara.

Es difícil contemplarlo, porque la tal iglesia abre cada día muy temprano, a la hora en que un capellán acude a decir misa y dar de comulgar a las monjas carmelitas descalzas que habitan este convento, desde inicios del siglo XVII. Y luego se cierra. En la penumbra, la luz del Espíritu Santo en forma de paloma radiante, surge del centro del inmenso lienzo, Sobre esa luz, el cielo ocupado por el Padre Dios ataviado de manto opulento y acompañado de ángeles que tañen instrumentos de cuerda. Bajo esa luz, la escena martirial y gozosa. Un ángel sujeta a Santa Teresa de Jesús, que, vestida de monja carmelita, y arrodillada, ofrece su pecho a la lanza incandescente que un ángel barroco de larga melena, alas batidas y botas como de militar le arroja directamente al corazón, que adivinamos dentro. Es el instante antes de la Transverberación, pero ahí está: una joya del arte que pocos han visto.

La iglesia del convento de San José

Es una pena que la iglesia del convento de San José esté tan recóndita, a pesar de que ante su portada pasan a diario miles de coches, en una calle (la de Ingeniero Mariño) que más que una calle ya es un atasco permanente. Una fachada que al sol de la media mañana de invierno refulge con el blanco y el pardo de su piedra y sus ladrillos. Una portada de sencillez conventual, a pesar de estar diseñada por el mejor de los arquitectos conventuales del barroco español: fray Alberto de la Madre de Dios. Era este hombre, cántabro de nacimiento, y en palabras de su mejor estudioso, José M. Muñoz Jiménez, “uno de los más importantes discípulos de Juan de Herrera, representante magistral del último Manierismo, y autor de conventos caracterizados por la perfecta adecuación a las necesidades y al espíritu de la Orden”. Carmelita él mismo, profesó en Segovia, en 1592, y murió en el Convento de San Pedro de Pastrana, en 1635, tras haber diseñado y dirigido una treintena de templos de su Orden, más otros edificios encargados por los Reyes, los Obispos y los nobles de más alta alcurnia del país. En Pastrana fue el encargado de la reforma monumental de su iglesia Colegiata, de tal modo que acogiera, sobre una primitiva iglesia medieval, la grandiosidad del manierismo ducal de los Silva.

En Guadalajara, fray Alberto diseñó el templo del convento de padres carmelitas de los Santos Reyes (hoy iglesia de El Carmen), que está considerada como su obra maestra. Otro espacio de la ciudad, recoleto y como olvidado, que sin embargo despierta la admiración, por no decir el entusiasmo, de cuantos entendidos en arquitectura religiosa hispana se acercan a é.

En las carmelitas de San José, fray Alberto diseña un templo exquisito, aunque pequeño, tras una portada recoleta y simple. Este convento lo fundó en 1619 la piadosa doña Ana de Mendoza, sexta duquesa del Infantado, que creyó poder pagar con obras sacras la disipación y el dispendio de sus antecesores. Comenzaron las obras en 1625, y en ese verano fray Alberto se entretuvo en diseñar con mimo los planos y cálculos de este templo. Llamó a dos maestros de obra madrileños, Francisco del Campo y Jerónimo de Buega (posiblemente de origen cántabro, como él, y como todos los “facedores de piedra” de este país, durante tantos siglos) y en diciembre de ese año se pusieron mano a la obra.

La fachada ofrece, sobre su paramento de ladrillo divido en dos cuerpos superpuestos y un frontón de óculo central, un solo arco de entrada con pilastras laterales rematadas en bolones sobre el arquitrabe que a su vez sujeta una gran hornacina cobijante del Santo titular. Encima va el ventanal que ilumina el coro de las monjas. Y a su lados, sendos escudos, uno de ellos de la casa ducal del Infantado. A un costado de la fachada, sobre el muro meridional del templo, se levanta la gran espadaña que da buena pinta al conjunto.

El interior es de una sola nave, en penumbra siempre, con unos altares laterales cuajados en sendas hornacinas, y sobre el simple crucero una preciosa cúpula con ligero ensanchamiento en planta. Cúpula que apoya en pechinas con imágenes pintadas de santos y santas de la Orden. Una joya de la arquitectura manierista.

Pero lo mejor de todo, sin duda, o al menos en mi opinión, es el retablo que sorprende llenando por completo el muro del presbiterio. Es un retablo barroco, pomposo y brillante, de formas contenidas y muy exuberante ornamentación vegetal. Además del San José de la hornacina central, esculturas de la época, plenas de fuerza y belleza plástica, representan a sus lados a San Elías y a Santa Teresa. Y en lo alto a la  Virgen del Carmen. Un conjunto muy medido de hagiografía carmelitana. Porque en el muro de la epístola, lo dije al principio, está la escena escalofriante de la Transverberación de la fundadora. Y al fin en el muro del crucero, otro enorme cuadro, este más moderno, con las imágenes de las tres monjas niñas que ofrecieron su vida en martirio, en la Guerra Civil del 36. Color, solemnidad, devoción, historia… un hueco mínimo de nuestra Guadalajara, que no por oculto, lejano y poco conocido deja de acompañarnos cada día, con su potencialidad de asombros para cuando, ¿cuándo? se abra al público y admiración de todos.

Piedras y cuadros expoliados

 

Una de las más lamentables páginas de la historia del arte en Guadalajara es la que cuenta qué cosas y de qué categoría se han ido perdiendo a lo largo de los siglos. Por qué causas, a manos de quién, con qué intenciones. Es una página larga y truculenta, una página que ahora ha puesto, en 254 hojas, las que constituyen un libro entero, por escrito y con imágenes, el profesor de la Autónoma de Madrid don José Luis García de Paz, quien ayer jueves 23 de octubre presentaba en el Aulario de la Universidad de Alcalá en nuestra ciudad, rodeado de muchos aficionados al arte y la historia, y de diversas autoridades académicas.

Un libro que titula “Patrimonio Desaparecido de Guadalajara” y que constituye, en mi opinión, ese tipo de libro que todos alguna vez habíamos deseado encontrar, donde estuvieran los datos concretos de fechas, elementos, causas y destinos que propiciaron la pérdida de tantos y tantos palacios, retablos, monasterios, puentes, escudos y hasta pueblos enteros, capiteles, manuscritos, estatuas… La paciencia de un investigador cuajado, como es el profesor García de Paz, y el saber orientar sus búsquedas por los mejores caminos, le ha llevado a encontrar, en numerosos museos españoles y [sobre todo] norteamericanos, las piezas que le faltaban al puzzle de nuestro patrimonio.

El arte alcarreño en América

Noticias sueltas nos ha ido llegando, y ahora se concretan en este libro. Pero la lista es larga. Desde el conocidísimo caso del monasterio cisterciense de Ovila, que comprara el magnate de la prensa americana William Randolph Hearst en 1931, hasta las salidas de piezas sueltas durante la guerra civil, como es el caso de un fragmento del sepulcro de doña Brianda de Mendoza, ahora en el Museo de Detroit. Desde los diversos cuadros de El Greco con apóstoles procedente de Almadrones, que fueron vendidos uno a uno y ahora paran en Fort Worth (tesas), Los Ángeles, Indianápolis y el museo del Prado de Madrid (menos mal que cuatro se quedaron aquí cerca) hasta el manuscrito del Fuero de Guadalajara que le cayó en suerte a la Universidad de Cornell.

El más espléndido de los monumentales restos de la Alcarria que hoy se admiran con devoción en América, es el retablo que procede del monasterio Jerónimo de Santa Ana en Tendilla. Por primera vez García de Paz publica esta historia completa, rocambolesca e inquietante, pues el retablo pasó primero por manos privadas, y finalmente ha ido a quedarse en el Cincinnati Art Museum. A todo color reproduce en su libro este retablo único, que hubiera sido probablemente la mejor pieza de arte mueble de nuestra provincia, además pintado por una mujer en el siglo XVI, por Caterina van Hemessen.

Techos y portadas, palacios y conventos

El lenguaje de García de Paz para contarnos sus descubrimientos es sencillo y casi periodístico, lo cual es muy de agradecer. Divide su libro, aparte de los consabidos prólogos e introducciones, en cuatro grandes apartados: el del patrimonio religioso, el del patrimonio civil, el patrimonio menor, donde caben muchas cosas variadas, y como Anexo, y por mera curiosidad comparativa, lo que con el patrimonio español ha ocurrido en otros lugares de España.

Porque si la ciudad perdió, en el bombardeo del 6 de diciembre de 1936, los fastuosos artesonados góticos y mudéjares del palacio del Infantado, fue en la paz cuando cayeron el convento de San Bernardo, el de la Concepción o el de las jerónimas. Fue en la paz cuando se echaron al suelo los palacios de Bedoya y recientemente el de los Guzmán. Y, como dice el autor, han sido más las cosas perdidas en procesos pacíficos (la ignorancia y el interés, casi siempre) que en las guerras.

Y lo que es peor, y con este tema empieza su libro el profesor García de Paz, ¡siguen ocurriendo! Sigue habiendo robos de piezas artísticas, que unos acaban bien (el del cuadro de Ribera “El Capón de palacio” de Cogolludo, que apareció meses después en Bilbao) y otros no tanto, como el robo reciente del capitel románico de Labros, que continúa perdido, y para el que desde aquí invocamos la posibilidad de que sea restaurado en alguna de esas “Escuelas de Rehabilitación “ que proliferan por nuestra provincia.

Aunque no cabe en estas breves líneas el comentario detallado de este esfuerzo estupendo que ha hecho García de Paz, sí que quiero traer a la memoria de quienes me leen, a mi memoria también, (porque conviene tenerla entrenada, que si no se atrofia, y así se nos olvida fácilmente lo que nos dicen cada cuatro años), casos tan llamativos como la perdida estatua de Doña Mayor Guillén de Guzmán, la mecenas del siglo XIV cuya talla perfecta, en madera, desapareció en 1936 y nadie la ha vuelto a ver. Seguro que aparecerá en algún Museo de Estados Unidos, aunque por el momento las pesquisas del profesor García de Paz no hayan dado resultado. O como el grupo de estatuas de don Francisco de Eraso, su señora, y San Francisco, talladas por Monegro, y que después de dar vueltas por museos y estancias se ha quedado, desmontada y esperando los flecos de algún presupuesto magnánimo, en la iglesia de Mohernando…

En fin, un tema este largo y triste, en todo caso llamativo, y ejemplarizante para que no vuelvan a ocurrir estas singularidades, por llamarlas de alguna manera, que le han sucedido a nuestro patrimonio. Rico y brillante en el siglo XVI , y hoy todavía aparcado en muchos aspectos, necesitando de cuidado en otros, pero en el corazón de todos seguro.

Memoria renovada de José Antonio Ochaita

 

José Antonio Ochaita

Es la noticia cultural de la semana. La presentación el pasado viernes, en el Ayuntamiento de Guadalajara, de un libro que ofrece la visión de uno de los personajes más característicos y cruciales de la historia de la ciudad en el siglo XX. De José Antonio Ochaita hablamos, quien fue su Cronista y el poeta de mayor envergadura del siglo. De la voz que plasmó en versos una visión personalísima, con fuerza y dramatismo, de la ciudad y sus cosas. Por eso se le ha denominado también “la voz de la Alcarria”, y por eso ha venido a ocupar, treinta años después de su muerte, un hueco en la actualidad de nuestra vida cotidiana, porque no sería justo que olvidáramos a un hombre sabio, bueno y bien hablado como lo fue Ochaita. Modelo a seguir en muchas cosas.

Corrió la presentación del libro, realizado en el salón de plenos del Ayuntamiento de nuestra ciudad, el viernes 7 de febrero, a cargo del alcalde José María Bris, del cronista actual de la ciudad, José Antonio Suárez de Puga, y del biógrafo de Ochaita, Tomás Gismera Velasco. Sus voces se aunaron para recordar la figura de este hombre que plasmó en sus canciones el nervio de la España tradicional. Y tuvieron en las manos el libro que, una vez presentado, es ya una oferta de información e inspiraciones para cuantos gustan del buen decir, de las biografías sinceras, de la poesía con personalidad.

Ochaita poeta

José Antonio Ochaita es una de las voces más personales de la poesía española del siglo XX. Esta afirmación, que aparece en la contraportada del libro que acaba de editarse, con su biografía y una antología de la mejor “copla” y poesía de raíz guadalajareña que escribiera a lo largo de su vida, es la esencia de la biografía que ha escrito Tomás Gismera Velasco, y que viene a poner en su lugar exacto la figura y la obra de este jadraqueño irrepetible.

Un libro sencillo y vistoso, útil sobre todo, fácil de leer, emocionante a trechos, divertido también, entrañable. Un libro que con el patrocinio del Ayuntamiento de Guadalajara, ha editado AACHE dentro de su Colección “Letras Mayúsculas”. En su portada aparece, con el gesto de su humanidad desbordante, el retrato que le pintara J. Barbero en 1949. Y luego, como preámbulo a la obra, el lector se encuentra con ese otro Autorretrato que el propio Ochaita escribiera ofreciéndose en carne viva. Muchos ya saben que fue Ochaita, junto con los también poetas y letristas Quintero, León y Solano, quien escribió en las décadas de los años 40 a 70 la mayoría de las letras de lo que se llamó entonces “canción española”, muy de raíz andaluza, aunque con ejemplos tan superconocidos como el Porompompero, o el “Americanos….” de la película Bienevenido Mister Marshall. Esa faceta fue la que proporcionó un medio de vida a Ochaita, además de su trabajo como periodista, y la que le ha puesto en una página preclara y eterna de la poesía española.

La voz de la Alcarria

Pero la verdadera dimensión de hombre de letras, de escritor, de poeta, de verdadero “primera fila” de la literatura hispánica y, por supuesto, alcarreña, en el siglo pasado, nos la da su talento innovador en el campo de la poesía. Los últimos años de su vida los dedicó a componer largas versificaciones sobre la historia de su tierra natal, la Alcarria. Sobre sus personajes, sus castillos, sus pueblos, sus maravillas. Con un torrente de innovaciones formales y una explosión de metáforas y neologismos que le ponen como una verdadera máquina de escribir y asombrar ante los ojos de cualquiera que se enfrente con su obra escrita.

Hace unos años, el Ayuntamiento de Guadalajara (del que Ochaita fue Cronista Oficial) editó una estupenda antología poética, que consiguió ajustar entre los justos medios de un libro la obra que se hubiera perdido de no haberlo hecho así. Ahora ha sido Tomás Gismera Velasco quien se ha impuesto, en su continua y rigurosa tarea de biógrafo de los mejores alcarreños, la de elaborar una biografía de Ochaita, y le ha salido redonda. Sencilla, sin alharacas de notas o bibliografías: con el dedo limpio de la prosa legible, y el sentimiento hondo de la humanidad que desborda. En la referencia vital del poeta se van acoplando, siempre donde corresponden, sus mejores poemas.

Un libro estupendo que se lee de un tirón, y que se guarda, porque siempre apetecerá releer sus coplas, sus piropos a la princesa de Éboli, su dramático “Manos nuevas para tierra vieja…” con el que murió, puesto en los labios, una noche de verano en Pastrana.

El autor del libro

Tomás Gismera Velasco es atencino pero desborda su actividad por la provincia toda. Recientemente ha presentado (en el Ayuntamiento de Guadalajara también la semana anterior) su biografía sobre el historiador Layna Serrano. Antes había escrito y publicado un libro sobre La Caballada de Atienza. En varias ocasiones ha conseguido premios y distinciones en certámenes de narrativa literaria. Y este año ha sido nominado como “Popular de Historia” por este periódico Nueva Alcarria. No es casualidad este aluvión de presencias en los medios. Con su sencillez y su humildad, Gismera demuestra que se puede ser un gran trabajador de la cultura sin armar demasiados espectáculos. Es la forma cabal y siempre segura de construir el entablado de un gran edificio. Trabajar todos los días poniendo una madera, clavando un clavo, pintando un rincón. Eso hace Gismera con su tarea de historiador, de escritor y de biógrafo. Y en este libro sobre Ochaita le ha salido la obra redonda, espléndida, brillante. Será un libro que servirá a muchos para encontrarse con ese pequeño y vivaz escritor, al que ya tiene Guadalajara dedicada calle y estatua. Tras este libro, toda la memoria, cuajada de cariño y admiración, de los ciudadanos para él. Qué menos!!!

La fiesta de las Águedas en Málaga del Fresno

 

En estos días de inicios de febrero, se alborota el mundo, y de nuevo la tierra pide paso. Hace frío todavía, llueve a ratos, hiela, pero la Naturaleza comienza a desperezarse. Ella sabe que ya está al llegar el renacer de las cosas. Las cigüeñas (Para San Blas, la cigüeña verás) que ya ni se van en invierno, se mueven con más soltura. Las botargas de San Blas y de San Sebastián, danzan y hacen sonar sus cenceros. Se lanzan naranjas a las gentes, se pide limosna, se ahuyenta a los malos espíritus con pelusa. Y enseguida vienen las primeras carnavaladas del año, las que hacen mandar a las mujeres un día solo (mentira y gorda, porque ellas mandan todos los días del año). Son las fiestas de las aguedas. Que tras la emblemática universal de Zamarramala, en Guadalajara surgen por numerosos pueblos en coloristas y animadas celebraciones. De ellas hablaré, y a participar en ellas animaré porque son fogonazos de alegría, a los que no conviene renunciar.

En Málaga del Fresno será la fiesta mañana sábado. Hoy comienzan los volteos de las campanas, tocando a vísperas.Y en las casas todo son preparativos: los trajes, las viandas, los dulces, los ramos de flores. Ya por la tarde-noche, en el Ayuntamiento, se elige la Alcaldesa Mayor, a la que se le impone la banda y se le entrega el bastón de mando. A ello le sigue un pregón, y después el desfile de las mujeres y niñas, todas ataviadas con trajes de alcarreñas, más gigantes y cabezudos que allí tienen, algunas charanga y el gentío en general, cerrando la comitivia. Es echarse a la calle, decir “aquí estamos”, saludar la primavera que se cierne.

Mañana sábado será el pasacalle hasta la casa del alcalde, a quien se le invita a sumarse al cortejo, y todos/as asisten a la Misa en honro de la Santa patrona de las mujeres, a la que martirizaron los romanos cortándola un pecho: Santa Agueda. En esa misma se ofrendan ramos de flores a la santa, haciendo luego procesión previa la subasta de las andas y la posterior comida de hermandad, terminando con bailes y manteos de peleles. Incluso con amenzas simpáticas hacia los hombres.

La fiesta de Santa Águeda es heredera de una celebración romana, que tenía lugar a principios del mes de marzo: eran las matroniales, momento en que el marido hacía regalos a su esposa, y a las esclavas se las daba total libetad (solo por ese día). Un momento de liberación completa de la sumisa hembra.  Se hacían en honro de Juno Lucina, la madre de Júpiter, diosa de los partos y la fecundidad, y se hacía en el momento del despuntar la Naturaleza, aún antes de la proclamación oficial de la primavera. Teñidas luego con el color de la religiosidad cristiana, puestas bajo el manto y la palma de Santa Águeda, mártir que vió cómo cercenaban lo que más de femenino tiene la figura de la mujer, sus pechos, se instauró la costumbre de mandar, de alcaldear, de no trabajar. Y esto va a más (no en cantidad de días, no: sino en lugares donde se festeja a Santa Águeda).

Muchas otras fiestas se hacen por la tierra de Guadalajara en honor de Santa Agueda, especialmente en la Campiña del Henares y alrededores. Quizás porque el origen primitivo de esta fiesta matriarcal esté enraizado en sociedades rurales asentadas en torono a la una agricultura de regadío, permanente. Así ocurre en Galápagos del río Torote, donde se encienden por la noche hogueras y luminarias; en Malaguilla, cuya fiesta se parece mucho a la del vecino Málaga; en Razbona y Villanueva de la Torre; en Yunquera de Henares y en Mohernando; en Lupiana, y, sobre todo, en Espinosa, Cogolludo, Humanes y Jadraque, cuatro localidades relativamente próximas entre sí, y por supuesto en este mismo área del valle del Henares, que centra la gan mayoría de las fiestas de Aguedas en nuestra provincia.

En todos estos lugares, la fiesta ofrece un discurso similar. La esencia es que durante un día al año, el de Santa Águeda, o el fin de semana más cercano, como ocurre este año, las mujeres abandonan sus trabajos cotidianos y acceden al poder político local, -siempre con carácter de excepcionalidad y “golpe de Concejo” muy pasajero. Una de las vecinas del pueblo se convierte en alcaldesa mayor, y a veces se rodea de otras amigas y señoras que ejercen de concejalas. Incluso en algunos lugares (y Málaga es uno de ellos, otro es Cogolludo) se nombra una “Alcaldesa de Honor” cuyo título se suele conceder a alguna mujer de cierto relieve, provincial o regional, a la que se invita y agasaja ese día. Por las calles del pueblo se verá en muchos detalles  cómo son las mujeres las que en esos días mandan, emitiendo bandos, y dirigiendo las ceremonias, festejos y celebraciones. Hay bailes y chocolatadas, vivas a Santa Águeda, y buenas comidas…. que suelen traer de encargo de algún asador, o directamente han mandado a los hombres que sean ellos los que se encarguen del condumio.

Quizás el lugar donde más tradición tenga la celebración de estas “aguedas” sea Espinosa de Henares. Reunidas en torno a una cofradía o Hermandad, las mujeres tienen al menos tres días de dominio y control del pueblo. Además de nombra a una de ella Alcaldesa Mayor, se hacen fiestas religiosas, se celebra la procesión, se subastan las andas de la santa, se forma baile y se reparte chocolate. Todo ello en medio del bullicio, y con el color incomparable de los vestidos regionales, que cada una cuida y prepara personalmente para lucir estos días. Una charanga las acompaña allá donde vayan las mandamases, y cualquiera que se acerque a Espinosa en este fin de semana se enterará de lo que mandan las mujeres. Aparte de encontrarse con una fiesta animada y colorista como pocas.

También Cogolludo la monta buena. Se juntan muchas y hacen cosas similares: nombramiento de alcaldesa mayor,  a la que entregan bastón de mando por tres días, más volteo de campanas, pregón y misas. Se hace reparto de limonada en ese caso, y ronda, mucha ronda por las calles, con acompañamiento de charanga. En este caso la fiesta se celebra el mismo día de la Santa, el miércoles día 5 este año. Todas van, y son muchas, vestidas con el flotante vestido de alcarreña, las haldas rojas o amarillas, el delantal de seda negra, el manto colorista, los moños o peinetas, los abalorios, los collares y pulseras… Tras oír la misa en lo alto del templo, una ofrenda de flores y productos típicos, y la procesión, con subasta de andas. Aquí se montan buenas rondas de bailes regionales, y una animación y un buen humor que siempre es contagioso.

La Asociación de Mujeres de Humanes celebra también desde hace unos años a Santa Águeda. Se centra en este fin de semana que hoy comienza, y comulga de los ritos anteriores cuanto aquí se hace, incluyendo misa, procesión, subasta de andas, reparto de “caridad” de bollos y vino dulce, etc.

No nos olvidamos de Jadraque, otro enclave alcarreño, en la orilla izquierda del Henares, en el que más de 200 mujeres que forman la Hermandad de Santa Águeda dan vida a este fiesta preparada con mimo: una de ellas recibirá, al tiempo que el nombramiento de Alcaldesa Mayor, el bastón que le entrega el alcalde para que lo use durante tres días.