Molina de los Caballeros

sábado, 4 marzo 1978 2 Por Herrera Casado

 

En esta hora de la alegría preautonómica, en la que cada región, y cada pueblo trata de acentuar aquello que le diferencia de los demás, en vez de aplicarse a investigar aquello otro que les une, han surgido voces heterogéneas que tratan de llevamos, a los guadalajareños en bloque, a uno y otro lugar, cuando hace tanto tiempo que sabemos perfectamente dónde estarnos. Ante el lamentable confusionismo creado, el espíritu cantonal se estimula, y algunas comarcas de nuestra provincia, claman ya por incorporarse a otras regiones, con un prurito independentista que me atrevería a calificar, con el mejor de los atributos, de lamentable. No caeré en la fácil tentación de dar mi opinión en este asunto. Pues que estamos en democracia, ya se sabe que cada persona es un voto. Y flojo es el peso que puede hacer el mío, metido en una urna con todos los demás de mis paisanos.

No es opinión. Es, simplemente, un informe. Que tampoco me ha pedido nadie. Pero que me creo en la obligación de dar ante resoluciones que pudieran tener escasa firmeza y nulo anclaje en la realidad. De Molina se lleva hablando varias semanas, y, aparte ciertas razones y argumentos en pro de sus particularidades, del necesario arranque económico a que por su riqueza se hace acreedora, y de la peculiaridad socio-histórica que le caracteriza, cosas que son claras como la luz del día, alguna voz se ha oído, y en la capital del Señorío con más insistencia todavía, en el sentido de que la comarca molinesa, cuya capital es Molina de Aragón, deberá solicitar su ingreso en :el ente, preautonómico aragonés.

Debe quedar, sin embargo, bien claro, que el Señorío de Molina ha sido siempre parte integrante de Castilla. Que el apellido de Aragón que lleva su capital es meramente accidental, y que su nombre debería ser cambiado por el auténtico que durante varios siglos ostentó de Molina de los Caballeros. Sirvan de prueba estos breves y resumidos datos.

Las sierras y páramos que hoy forman el histórico señorío molinés, fueron tierra de moros bajo señores que, a medias independientes, eran tributarios de los de Toledo, Valencia y aun del Cid Campeador en los últimos tiempos. Su integración en los territorios cristianos es confusa y se pierde en la nebulosa, documental en este caso, de los tiempos. Porque no existen documentos concretos. Se dice clásicamente que fue Alfonso I de Aragón quien en 1129 la conquistó, pasando luego a don Manrrique de Lara en virtud de juicio hecho por él en la disputa que sobre el territorio mantenían los reyes de Castilla y Aragón. Esto es pura leyenda para contar al amor de la lumbre. El hecho real es que, en 1137, aparece como señor del territorio un noble castellano, don Manrrique Pérez de Lara, quien lo tiene en calidad de behetría de linaje, modo particular y característico de muchos señoríos castellanos de la Edad Media, consistente en que podía ser señor de él cualquier miembro de la familia gobernante, elegido entre todos los pobladores del territorio. No era, como puede parecerle a algunos a primera vista, un sistema democrático, sino una manera inteligente de afirmar y asegurar el señorío en manos de un individuo con amplio consenso entre los súbditos, evitando revueltas y partidismos.

El primer señor, don Manrrique de Lara, fue el más importante caballero de la Corte castellana en los reinados del gran Alfonso VII y de Sancho III teniendo a su cargo la niñez de Alfonso VIII, y muriendo frente a Fernán Ruiz de Castro por mantenerla. Tuvo el cargo de alférez real, y poseyó las tenencias, de diversas ciudades: Ávila, Baeza, Atienza y Almería. Fue señor, en calidad de Conde, de Molina, cuyo castillo reconstruyó, y a sus, pies edificó una hermosa villa, levantando la primera iglesia, de Santa María del Conde,­ otorgando un Fuero muy notable y generoso en 1154, en el que ya se instituía el  Común de Villa y Tierra de Molina, y dándola el sobrenombre de los Caballeros en recuerdo de los que junto a él formaban su corte de leales colaboradores y, entes guerreros: Pedro Pardo, Pedro de la Cueva, Pedro de Cuéllar, Alvar Ruiz de Tolsantos, Gonzalo Pérez de Siónes, Gonzalo Funes, y otros varios, quienes, en torno de don Manrrique, alentaron el primer pálpito de esta Molina de los Caballeros, noble y única en el conjunto de las tierras de Castilla.

En su gobierno sucedieron sus hijos y nietos. Terminando el siglo XIII, exactamente en 1293, la condesa doña María de Molina, al, casar con el rey castellano Sancho IV el Bravo, transmitía el dominio de la comarca al titular de la Corona de Castilla. Si durante siglo y medio fue independiente bajo señores estrechamente ligados a la monarquía castellana, a partir de ese momento fue uno de los títulos más queridos de los reyes de Castilla y luego de España.

¿De dónde, pues, le viene el sobrenombre de Aragón? Fue así: En 1369, Enrique II de Trastámara, para premiar servicios a los nobles que le habían ayudado en su llegada violenta al trono, regaló al francés Beltrán Du Guesclin, entre otras muchas cosas, el señorío de Molina. Pero el Común de Villa y Tierra no le admitió: querían tener por señor al Rey de Castilla, y no admitían intrusos impuestos. No escuchó Enrique sus ruegos, y a poco, en 1370, los molineses entregaron el señorío al rey de Aragón, Pedro IV, quien no despreció el regalo. Cambió entonces el nombre: Molina de Aragón fue llamada, quizás para herir el amor propio, si es que lo tenía, de Enrique II. Pero sólo, cinco años duró esta situación, pues en 1375, en la concordia de Almazán, en que se capitularon las bodas de la hija del aragonés, doña Leonor, con él infante de Castilla don Juan, Molina quedó entre los títulos del príncipe castellano. Y aún luego, muchas otras veces, el Común de Villa y Tierra peleó cabalmente por evitar que el Señorío fuese dado a otras personas que no fuesen los Reyes castellanos. En diciembre de 1475, la reina doña Isabel la Católica juró no apartar nunca el señorío de Molina de su corona, permaneciendo en las tierras de Castilla bajo los Austrias y los Borbones.

Son razones estas, bastante claras y poderosas para justificar, no sólo la permanencia de Molina en tierras castellanas, sino el cambio de nombre por el auténtico de Molina da los Caballeros, con el que desde su misma fundación fue conocida, quitando ese apelativo de Aragón que le fue puesto por haber pertenecido tan sólo cinco años (de los 841 que ya va durando su historia) al reino vecino, y que sólo sirve para crear confusiones en las gentes, y aun para que algunos de sus mismos naturales puedan errar en su óptica socio‑histórica en esta hora preautonómica, en que la alegría no debe desbancar en ningún momento a la seriedad