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mayo, 1976:

La Plaza Mayor de Pareja

 

De los diversos entornos urbanísticos que en nuestra provincia destacan por su interés y peculiaridad, uno de los más interesantes y mejor preservados es la Plaza Mayor de Pareja, villa de abolengo y gran importancia, antiguamente por su historia y su arte, y hoy por ser, uno de los puntos clave en la promoción turística de los lagos de Castilla, a la orilla de Entrepeñas.

La Alcarria que comulga de Guadalajara y Cuenca, en tomiIlares y colinas, en llanadas y sendas, se hace en Pareja núcleo y corazón de las más genuinas esencias de esta región tan bien conformada. Su paisaje, sus gentes y su arquitectura; el aire en su­ma,  que se cuaja en cada figura viva, que tiene unas características diferentes y propias. Así la Plaza Mayor del pueblo tenía que condensar, y condensa, este pálpito de alcarreñismo.

El foro de Pareja está escolta do por cuatro diversos tapices de su historia. En el centró, la olma grande y añosa, sabedora, como vieja reseca, de todos los secretos del pueblo. Alargada de este a oeste, en los lados más estrechos se miran desafiantes las representaciones del pueblo y los señores. Al Esté el Ayuntamiento, sede de las preeminencias aldeanas; al Obste, el palacio de los Obispos de Cuenca, lugar desde donde se regía el destino de muchos pueblos y avatares. Los otros costados, norte y sur, son más humildes aunque también representativos. Es aquí el elemento privado el que aparece: al Norte un palacio inmenso y ya muy destar­talado, marco donde la nobleza

Y la, hidalguía aldeana lució sus blasones ya marchitos; al Sur, las casas soportaladas, los pequeños, comercios, el Ibar, la «tienda de todo» con sus columnas de hierro novecentista, el aire, en fin, más cotidiano, y humilde; el más sincero y cordial también.

Será difícil encontrar en toda la provincia, un lugar en que de forma más completa se muestre la evolución y la historia de un pueblo. Aquí es, en Pareja, donde auténticamente las piedras hablan, recitan su mensaje, conjuntan su melodía de antiguos saberes. Colocándose en medio de sus cuatro costados, juntó a la olma grande qué hace las veces de hondo pozo y de profeta; el espectador comprende un poco mejor la vida, la historia, las gentes. Un cierto aire de moribundía se transparenta en las fachadas. Entonces suena un motor, las campanillas de una mula, las voces de una mujer llamando a sus críos, y, todo recobra su pálpito, su seda de futuro.

El más contundente ángulo es el del palacio. Gris y blanco, con un sencillo aire neoclasicista, como un formal documento de notaría, atestigua con su presencia la historia de sus dueños. Desde el año 1198, en que el rey Alfonso VIII la donó al obispo San Julián, la villa de Pareja formó entre las posesiones de la mitra de Cuenca. Su importancia dentro de esa diócesis a la que perteneció hasta la última reforma diocesana de hace algunos años, fue muy grande, Los obispos se construyeron un  palacio o casa fuerte para pasar en él largas temporadas de retiro y descanso, especialmente en el verano, y hasta incluso en él llegaron a convocar y celebrar concilios, uno de los cuales tuvo lugar mediado el siglo XIV, y otro en agosto de 1534, presidido, por el inolvidable obispo conquense don Diego Ramírez de Fuenleal.

Ya mediado el siglo XVIII, y seguramente a la vista del ruinoso estado de su palacio alcarreño, el obispo Solano lo mandó derribar y construir sobre su solar uno nuevo, que es el que ahora vemos. Una lápida, un escudo nobiliario en lo más alto dé su fachada lo recuerda: fue en 1787 que se levantó el edificio.

El Ayuntamiento, al frente, es edificio muy característico, aun que mal restaurado modernamente. Gran balconada en el piso principal, y torre del reloj por cimera del conjunto. Su aspecto es grave y medido, como, si se gastara el mismo tono de buena hombría de quienes dentro de él velaban por el pueblo. El Concejo de Pareja, a mediados del siglo XIV sostuvo fuertes desavenencias con el obispo de Cuenca, a la sazón don García. A tanto llegaron las cosas, que el pueblo ocupó el palacio señorial, y sólo después de muchos tratos consintieron fueran a la villa los canónigos de la catedral conquen­se, e incluso ocuparan el alcázar o palacio de Pareja… Pero no el obispo. Sin embargo, y ya, a finales, del siglo XVI, el Concejo demostró su acendrado espíritu religioso al pedir, se trajeran a la villa diversas reliquias de santos que traía de Italia el jesuita Pacheco, haciendo una lucida profesión por la plaza y calles del pueblo.

Del gran palacio que al lado norte muestra sus pardas piedras de sillar, sus cornisas y sus ventanas, enrejadas, poco, podemos decir que su aspecto no confiese. Pudo ser el lugar donde tuviera su asiento el Cabildo de San Pedro y San Pablo, que en la época del Renacimiento se formó con el nutrido e ilustrado grupo de clérigos de la villa. Pudo también ser el donde de naciera Juan Bautista Loperráez, autor de, la «Historia del Obispado de Osma», obra conocidísima y muy elogiada por los investigadores. Los Tenajas, Hermosillas, Vicentes y Gutiérrez de Vegas son linajes que en Pareja tuvieron principio y asiento constante. Aún pudiera haber sido en ese palacio enorme donde fuera proclamada la Sociedad de Agricultura que en 1816 las aldeas vecinas formaron junto con Pareja para la mejora de sus medios de vida.

Y al frente, como una última y deletreada ­firma, el policromo delantal de las casas sencillas, del pueblo‑pueblo, aunque con rasgos de una heredada, nobleza de raza. Junto a las tiendecillas y el bar, resalta hoy pegada en una pared la, cerámica parda que recuerda el paso de Camilo‑José Cela en aquella fonda y  en ­aquella, plaza «amplia y cuadrada» que en el centro tenía una fuente de varios caños, con un pilón alrededor,  y un olmo añoso ‑oIma le llaman, porque es redondo‑, copudo, matriarcal, un olmo tan viejo, quizás, como la piedra más v­ieja del pueblo». La historia, las gentes, los pájaros y las chicas de Pareja. Todo ­tuvo y tendrá su acento primero, su inolvidable latido en esta Plaza Mayor tan bella y generosa.

N.B.: Años después, el autor realizó investigaciones documentales de manera que se ha podido datar y atribuir con precisión la construcción del palacio principal de esta plaza mayor de Pareja, con algunas modificaciones acerca del palacio obispal de esta villa. Ver para ello este artículo.

En él se especifica lo siguiente, entre otras cosas::

La clave histórica de este palacio de Pareja está, sin duda, en el gran escudo de la fachada, tallado sobre dos grandes piezas de alabastro, que un tanto regular aún se conserva en el sitio y forma en que se colocó el día de su construcción. Este escudo y la inscripción que le acompaña nos vienen a decir año de construcción (1786), persona que lo mandó construir, y propietario del edificio (don Miguel Tenajas Franco), fecha de su muerte (agosto de 1787) y persona que colocó la placa (su hijo Juan Tenajas Lerin). Los Tenajas de Pareja obtuvieron la hidalguía por privilegio del rey Felipe V en 1732, usando desde entonces el escudo de armas que se ve debajo de las inscripciones, y que luce en otra casona de la villa. Es un escudo partido, teniendo en el primer cuartel una torre sumada de un lobo pasante, y en el segundo cuartel, que está cortado, en el primero un árbol de cuyas ramas penden dos calderos, sobre ondas de agua sumadas de dos lobos pasantes, y en el segundo un escudete redondeado que lleva al centro la cruz de Calatrava escoltada por cuatro flores de lis con bordura de ocho cruces de San Andrés. Ello clarifica una cosa, y rompe una tradición largamente abrigada en Pareja, pero con seguridad incierta: que este no fue palacio de los obispos de Cuenca, y que se construyó en la segunda mitad del siglo XVIII presidiendo una plaza de nueva hechura que por entonces se demarcó y centró con una gran olma y se rodeó del edificio del Concejo (al costado de levante) de otro palacio de hidalgos labradores, el de los Benito (al costado norte), de casas sencillas y tiendas soportaladas (al costado sur) cerrando el conjunto de esta plaza tan ilustrada y tan poco medieval el palacio objeto de nuestro estudio.

Sigüenza: el ventanal de Santiago

 

Tiene Sigüenza, la ciudad del alto Henares, sorpresas continuas para quien busca el arte y la evocación entre sus calles. Por más que alguien diga conocerse bien sus monumentos y sus detalles, siempre surge, en tintineo repentino y agradable, la nota que no se conocía, o el ángulo de visión inédito, descubridor de una nueva sensación estética. Hay que recorrer Sigüenza con las manos y, los ojos abiertos y con fuerza para exprimir hasta el fondo cualquier aparecida novedad.

De todos es conocida la iglesia de Santiago. En cualquier guía se menciona. Hasta en ciertos libros aparece su fotografía. Es realmente una hermosa iglesia, al menos en lo que el caminante puede ver de ella: en su portada, abierta a la calle mayor que desde la plaza sube hasta el castillo. El estilo románico más puro luce en capiteles y archivoltas, de exacto medio punto. En ellos se contorsiona vibrante la teoría alambicada de los trazos geométricos heredados de un prolongado contacto estilístico con gentes orientales. En el centro del arco, un redondo medallón con la efigie de Santiago, puesto en el siglo XVI. Y de la misma época un escudo episcopal en el remate del muro.

Admiración, alguna fotografía buscando bien el ángulo. Comentario al parecido de su puerta     con la de la parroquia de San Vicente y las tres grandes entradas occidentales de la catedral. El entendido recordará a don Cerebruno aquel obispo seguntino que hacia 160 mandó labrar estas portadas. E, incluso, más de uno inquirirá por su interior: las naves, los pilares, quizás algún capitel curioso, algún retablo… Poca cosa queda, casi nada. La guerra hizo presa también en este edificio, al que le cayeron bombas, tiroteos y desprecios sin acertar la razón. Hoy es un espacio abierto, sin techumbre, volantes los arcos de noble y recio sillar que aletean en perenne vuelo. Y nada más. No el olvido, porque los seguntinos recuerdan siempre esta iglesia. Se habló, incluso, de restaurarla por darle un fin cultural: una sede de conciertos, un lugar de encuentros artísticos, cien cosas si hay ganas. Bellas Artes realizó el año pasado un proyecto de restauración. Despacio, porque todo lleva un orden de preferencias, pero se consegui­rá este anhelo.

Guarda, sin embargo, un detalle que pasó ignorado de muchos. Se trata del ábside, dando frente, alta y rojiza, al barranco que por oriente cerca a la ciudad. Ábside que, dentro del estilo románico español, marca una rareza estilística, condicionado sobre todo por el asentamiento del templo. Es cuadrado, de limpio sillar construido, sin otro detalle añadido que una espadaña maciza al norte, luego transformada en torrecilla, ya desmochada, y, en fin, con esa ventana en su centro que le valora extraordinariamente, pues no es hipérbole si la calificamos entre las más bellas ventanas románicas de nuestra provincia. Difícil es apreciar en directo, por su gran altura y lejanía de cualquier puesto de observación; es la primera vez que se publica su imagen tal como si a cuatro o cinco metros, y en dirección horizontal la mirásemos. Semicircular cornisa la circunda, encerrando un par arquivoltas que reposan sobre cuatro estilizados y hermosos capitales de decoración vegetal y geométrica. El vano se conforma con un par de jambas de arista viva rematadas en su correspondiente arco.

Es éste, quizás, el punto de sorpresa que para el viajero enamorado de Sigüenza puede servir de base para una próxima visita. Una simple ventana, enmarcada en el rojizo sillar de un muro, hablando serenamente de otras épocas, de otros gustos, de otras, quizás parecidas a las nuestras, sensibilidades.