Los baños de Trillo

sábado, 28 septiembre 1974 0 Por Herrera Casado

 

Entre el apretado haz de cosas curiosas, de hechos e instituci0nes que ha tenido en los tiempos pasados la provincia de Guadalajara, han sido, indudablemente, los baños de Trillo los que han tenido un más alto significado social y científico de todas ellas. En este primer trabajo, repasaremos muy por encima los avatares históricos del mismo, y en otro segundo veremos algunos detalles anecdóticos de su existencia en el siglo XVIII.

Dice el doctor Contreras que los baños de Trillo «ya se conocían en la época de la dominación romana, en la que Trillo se llamaba Thermida (1). Y, en efecto, desde tiempos muy antiguos fueron conocidas y apreciadas estas aguas medicinales, para las que se erigió un centro donde poder tomarlas cómodamente. Romanos y árabes se aprovecharon de ellas, quedando su fama extendida por todo el país. Ya en el siglo XVII comenzaron algunos autores a ocuparse de ellas, describiendo el lugar y estudiando la composición de las aguas y sus aplicaciones (2). Por entonces, dice Limón Montero, no había allí «más casa ni comodidad que una cabaña que se hizo de brozas», con lo que las fatigas que habían de pasar los bañistas debían ser notables y aún perjudiciales para su salud. Con todo, la gente mejoraba y aún de sus afecciones reumáticas, gracias a los componentes clorurado ‑ sódicos, sulfatado ‑ cálcico ‑ ferruginosos, y arsenical de las aguas.

Ya, a comienzos del siglo XVIII, en 1710, pasaron los baños a ser incluidos en el término de Trillo, saliendo del de Azañón en que se encontraban anteriormente.

El auge del balneario comenzó en el reinado de Carlos III, el «rey alcalde» que levantara estatuas y construyera magníficas obras Públicas por todo el país. En 1771, llegó al Balneario don Miguel M. de Nava‑Carreño, demn0 del Consejo y Cámara de Castilla, quien denunció al rey el interés del lugar y su completo abandono. Fue nombrado enseguida «gobernador y director de las casas de Beneficencia y Baños Termales de la villa de Trillo», y comisionado don Casimiro Ortega, profesor de botánica en Madrid, «hombre de esclarecido talento, vasta erudición y profundos conocimientos», para realizar el estudio químico de las aguas.

En los cinco años siguientes se adecentó todo aquello, se canalizaron conducciones, se arreglaron fuentes y se descubrieron otras nuevas: las del Rey, Princesa Condesa, el Baño de la Piscina y otras fueron rodeadas de Pretiles, uno de ellos «en forma de media luna», y a su pie un asiento, que, guardando la misma figura, forma una especie de canapé todo de sillería muy hermoso Y Cómodo, Y en el cual pueden sentarse a un tiempo con mucha conveniencia hasta cuarenta o cincuenta personas. Se hicieron cloacas para el desagüe, y en 1777 se concluyó el Hospital Hidrológico, a cuya entrada se colocó un busto de Carlos III, Y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Este Hospital Hidrológico no tuvo un destino inmediato, pero en 1780, se extendió el acta que lo hacía «público Hospital… con doce plazas, con la dotación de alimentos, cama y asistencia necesaria para ocho hombres y cuatro mujeres de continua residencia en él, con la precisa prohibición de pedir limosna allí, ni por el pueblo”.

El norte filantrópico que desde el primer momento dirigió estos baños, queda retratado en el anterior detalle, o en la frase de su primer director, el señor Nava, quien, al hablar de la utilización de las aguas, decía: «debe dirigirse a la utilidad pública; a cuyo objeto se dirigen todas las miradas de S. M. como a blanco único de su paternal desvelo», revelador enunciado del Despotismo ilustrado, que prevalecía en el siglo XVIII.

También el obispado de Sigüenza, en cuya jurisdicción quedaba Trillo, se ocupó en colaborar, levantando una nueva fuente, para pobres y militares, llamada del Obispo, en honor de don Inocente Bejarano, que ocupaba en 1802 la silla seguntina.

A la muerte del señor Nava fue nombrado gobernador interino el conde de Campomanes, primer ministro, quien delegó en don Narciso Carrascoso, prebendado de la catedral de Sigüenza, quien dejó los baños otra vez en abandono.

Fernando VII creó en 1816 el cuerpo de médicos directores de baños, nombrando director de los de Trillo a don José Brull. En 1829, pasó a dirigirlos don Mariano González y Crespo, quien publicó estudios sobre el uso de las aguas, descubrió una nueva fuente, y arregló el «camino viejo» que venía desde Brihuega, por Solanillos. Levantó edificios y construyó las fuentes de «Salud» y «Santa Teresa», así como nuevas dependencias para la Dirección y Administración. Durante su mandato se montó también la calefacción en los baños, por medio de generadores de vapor.

Poco a poco, los Baños de Trillo, que tanto habían supuesto para la salud de los artríticos, de los siglos XVIII y XIX, fueron decayendo. La desamortización de Mendizábal dispuso de ellos, vendiéndolos a los Dres. de Morán, que se dedicaron a su cuidado. En 1860 fue la Diputación Provincial la encargada de su administración.

Cuando en 1878 decía don Marcial Taboada, en el centenario de su restauración, que «Quiera el Cielo que los días que hayan de venir y las generaciones que hayan de sucedemos, den cima al humanitario cometido de nuestro augusto fundador … », ignoraba la escasa vida que le restaba a esa institución sanitaria, para la que ahora, en esta última andadura del siglo XX, pedimos una atención, tanto por parte del Estado, como de los particulares, pues las aguas medicinales de Trillo siguen brotando del fondo de la tierra, y se está perdiendo una magnífica medicina que podría ser de gran utilidad para centenares de personas afectas de los diversos tipos de reumatismo que con ellas podrían aliviarse.

Tomando ahora el sesgo anecdótico de la institución sanitaria y social de Trillo, pues ambas cosas a la vez fueron sus baños, lo mismo que ahora ocurre con cualquier balneario, nos aparece en primer lugar un tesorillo en el que buscar detalles para reconstruir el modo de pasar el tiempo de quienes hasta allí llegaban en el siglo XVIH. Se trata de un manuscrito existente en dicha sección de la Biblioteca Nacional, en cuarto, por pliegos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «La aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete. No figura autor ni año.

El argumento es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapricha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con ella. El padre acepta y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro ­Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués… y de su hijo, con quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta, ante la burla y la desesperación del marqués vejete.

De varios detalles del sainete sacamos algunos apuntes del ambiente que allí existía: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gustaba a los viajeros era el andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. ¡Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera a beber aquí las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. Dice así Ruano, el galeno del sainete: ¿Habrá manías más endiabladas que las de estas gentes? Todo el día bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan”.

Incluso algunas señoras venían a los baños con otros intereses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose una viajera adinerada que llega a Trillo: “Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…”  Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos. Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos frautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.

Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se fue del reír intrascendente con los quejidos de los gotosos: « ¡Qué bella estará una contradanfa de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas!» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III en el Trillo del siglo XVIII.

Pero también la piedad cristiana, el responsable conocimiento científico de las propiedades del agua, y el merecido descanso para los fatigados trabajadores del intelecto se encontraban en Trillo.

Recordaremos, por una parte, cómo en 1745 se fundó en este pueblo la «Cofradía y Esclavitud de la Concepción de Nuestra Señora de la villa de Trillo», por los bañistas concurrentes a dicha villa. Por entonces no estaban aún «descubiertos» los baños por el elemento oficial de la nación, pero de todos modos acudían allí nobles y gentes adineradas. El Conde de Atarés y del Villar fue pri­mer presidente de la Cofradía, y sus constituciones las escribió don Plácido Barco López, siendo aprobadas enseguida por el Vicario seguntino y publicadas luego en 1794, cuando el balneario se hallaba en su mejor momento de esplendor, El número de hermanos de la Cofradía se limitaba a 40, y con todo era muy difícil entrar en ella.

La estancia de don Casimiro Ortega en Trillo fué muy celebrada: era director del Jardín Botánico madrileño y doctor en Medicina por Bolonia. Un verdadero sabio de alto renombre. Bastante tiempo pasó en los baños estudiando las plantas, los minerales y, por supuesto, las aguas, que analizo minuciosamente. Extendió su afán investigador al recuento de casos anteriores que apoyaran la, bondad del líquido elemento, y acabó dando una somera historia de la villa y sus baños. La imprenta real de Ibarra publicó su obra «Tratado de las aguas termales de Trillo», en 1778, siendo muy bien recibida.

En 1798 llegó a Trillo don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los más altos y preclaros políticos que ha tenido la historia de España. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso llegarse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. Allí se alojó en la casa de don Narciso Carrasco, prebendado de Sigüenza y amigo suyo. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fue de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utilizaba, según él mismo nos relata, los vasos de «cortadilIo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por las frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto del día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de ellos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fue a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.

Y así era como, entre bromas y veras, transcurría un año tras otro la existencia de estos baños alcarreños, que según el refrán eran casi panacea universal: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Lástima que se encuentren ahora tan abandonados y preteridos, cuando tanto en el terreno arqueológico, como incluso en el sanitario, podrían abrir tantas posibilidades a nuestra provincia.

NOTAS:

(1) Bibiano Contreras, «Apuntes para una Memoria sobre Hidrografía de la provincia de Guadalajara», en la pág. 79 del «Memorial Histórico Arriacense», Vol. 1, Guadalajara 1915. Castillo de Lucas interpreta el nombre de Thermida por los baños del Guadiela, en Santaver.

(2)   Sólo en calidad de apunte, doy aquí alguna bibliografía de los baños de Trillo: en 1698 publica don Manuel de Porras sus «Aguas Minerales de Trillo». Poco después, lo hace el doctor Limón Montero, con su «Espejo cristalino dejas aguas de España». En 1714, don José Mendoza, médico de Cifuentes, da a luz su «Virtud medicinal de los baños de la villa de  Trillo.