
En Valdepeñas de la Sierra no hace calor
Con tiempo tan caluroso como el que tenemos, apetece buscar espacios donde corra el aire, y haya sombras. Ese lugar, a mi parecer, es Valdepeñas. Uno de los pueblos que más cerca de la capital es capaz de poner los aires serranos a la puerta del Infantado. Estos días tiene añadido el valor seguro de un nuevo autor, Santiago García de la Fuente, y un nuevo libro, “Tía, cuéntanos” en el que este joven autor sabe desgranar los recuerdos valdepeñeros en forma de historia, leyendas y poesías.
En la Serranía de Guadalajara, al otro lado del Jarama, en un territorio que es ya Somosierra aunque las mejores tierras del pueblo estén en la Vega de ese río, se alza Valdepeñas, que fue siempre así llamado, durante siglos, hasta que en la época del Conde de Romanones, en que se puso apellidos a los pueblos «repetidos» de España, le añadieron lo de «la Sierra» por no confundirle con otros empeñascados pueblos a caballo entre valles y montañas. Este está a 916 metros sobre el nivel del mar, y se goza en él de un aire, todo el año, como más limpio y transparente que en otras partes.
Para llegar a Valdepeñas, hay que subir por la carretera de Marchamalo y Usanos, y al llegar a Viñuelas, tomar la desviación a la derecha y por Casa de Uceda se comienza el descenso al valle del Jarama, denso de pinos, de rebollos, de encinas y caza. Luego se asciende y ya se está allá arriba, viendo como ríe este pueblo. Lo primero es andar sus calles levemente empinadas. La iglesia es casi lo único antiguo y generoso en formas que se ve por la villa. Tras una escalinata pronunciada, casi vaticana, se llega a la puerta, que es de curvas agudas, sencilla y gotizante, medieval pura. La torre del templo se me antoja excesivamente rural, sanchopancesca, sabedora de refranes. Le debemos dar la vuelta al templo, para desde allí en lo alto ver los valles y las montañas como en un cuadro primigenio. Todabía son los verdes los tonos que predominan: hay prados, entre las rocas, y hay caminos que clarean entre los carrascales. Al norte se alza la sierra, se entrevé Alpedrete, humilde y pintoresco, y dan ganas de seguir el camino que sube a los cerros…
La historia y los Monumentos
Hago aquí un recuerdo obligado a la historia de Valdepeñas de la Sierra. Con bastante atrevimiento por mi parte, pues en 2000 don Andrés Pérez Arribas publicó un estupendo libro en el que nos la dio completa y ahora Santiago Gutiérrez pergeña recuerdos de ella desde otras perspectivas. Perteneció esta villa, tras la Reconquista de la Transierra en el siglo XI por Alfonso VI, al alfoz o Común de Villa y Tierra de Uceda, estando bajo su jurisdicción, y usando su fuero. Como dicha villa, perteneció al señorío de los arzobispos de Toledo, hasta fines del siglo XV, en que Felipe II le concedió el privilegio de villazgo, y quedó exenta y libre.
Para los buscadores de arte, sí que puedo decir que su iglesia parroquial, ahora muy bien reconstruida tras su hundimiento a finales del pasado siglo, constituye un curioso ejemplar de arquitectura de tradición gótica. Al exterior presenta un edificio montado con aparejo mixto, de ladrillo y mampostería, en su muro meridional; la portada se abre en el muro sur, y es un buen ejemplar gótico: el arco, moldurado, es apuntado, descansando en columnillas y capiteles delgados, y se enmarca por un alfiz rectangular adornado por bolas o pomas. Su interior es de tres naves separadas por pilares de sección rectangular de sillería, y arcos apuntados. Un gran arco triunfal, muy elegante, elevado sobre capiteles vegetales, separa la nave principal del presbiterio. De estos capiteles, que dibujó con detalle don Juan Luis Pérez Arribas, historiador y analista de los pueblos serranos, puedo decir que me parecen cimacios visigodos, por sus dimensiones y decoración. Pero ¿de donde salieron? ¿cómo llegaron a adornar esta iglesia “moderna” capiteles tan antiguos? No le he encontrado explicación a la pregunta. Él los llama “capiteles cimacios” y también sospecha de su talla en época visigoda. Incluso publicó en formato epub un breve escrito describiéndolos en 2011. La cubierta del templo es de madera, de tradición mudéjar. Dicho presbiterio es de planta cuadrada y se cubre de bóveda de crucería estrellada. Bajo el coro se encuentra la pila bautismal, que es también “moderna”, de los siglos del Renacimiento. La torre del templo, que como digo es amazacotada y densa, es accesible por una escalera de caracol construida en piedra en el interior del muro, y que recibe luz por finas ventanas aspilleradas.
Otros detalles evocadores
Pasear por Valdepeñas rescata del pasado muchos recuerdos. La tarde luminosa se alza dando relieve a casas y esquinas. La calle mayor es lustrosa, ancha, y en ella se ven buenas casonas antiguas. En otras calles y plazas ven los viajeros cantidad de pinturas, estilo naif, que pueblan sus muros de pintados árboles, frutales y montañeros, como si trataran de dar verdor a un caserío en el que predomina el blanco. Porque árboles hay, y muchos. En el camino de salida hacia poniente, se alzan unos cuantos olivos que podrían figurar en el Museo Virtual de los árboles impares, preciosos y generosos en su forma, en su tamaño, en su producción olivarera.
Además tiene Valdepeñas otra vestimenta de lujo: sus rótulos callejeros, que en elegante cerámica muestran los sonoros nombres de sus rúas: la Mayor, la del Cura, la del Moral… tantas y tan elocuentes de un pasado rural, sencillo y español. Bajando luego hacia la Vega, que allí ponderan por su riqueza de productos huertanos, por el frescor que reparte en estas tardes de verano, por la abundancia de pájaros, de flores raras. En fin, que aparte de la belleza de su entorno, Valdepeñas suma nuestro aplauso por la generosidad y simpatía de sus gentes.
Se han quedado los viajeros entretenidos con la variedad de sorpresas que les da Valdepeñas. Y quisieran quedarse más horas, hasta que escampe el calor, y así lo hacen, viendo cómo la sombra de la Somosierra se echa encima de las casas, y ya desde la ermita vuelven las caras para mirar otra vez el caserío que se alza en el borde del roquedal. Cualquier rincón de Guadalajara está preñado de belleza, pero este Valdepeñas de la Sierra tiene tanta que a pesar de haber acabado el artículo tratando de explicarla, aún no sé por donde empezar a ponderar esa magia que respira, y que me obligará a volver otro día.

Muchas Gracias Sr. A. Herrera Casado, por escribir sobre Valdepeñas de la Sierra, mi pueblo tan Querido. Gracias por descubrirme tanto y de manera tan cercana y bonita. Saludos y le seguiré leyendo. Gemma.