Los Medi-Cid, una apuesta valiente

Los Medi-Cid, una apuesta valiente

viernes, 16 mayo 2025 0 Por Herrera Casado

Superada la fase de actividad profesional en la Medicina, unos cuantos galenos de Guadalajara se han lanzado a recorrer, sobre sus bicicletas y manejando algunos instrumentos de viento para producir música popular por plazas y caminos, uno muy largo y nutrido que cruza casi de punta a cabo la península: el “Camino del Cid”, donde han visto iglesias, puentes y posadas. Y luego, tras bajarse de sus bicis, y transformados en “Medicids” escritores, han dejado constancia de su aventura en un hermoso libro que acabo de leer.

Cuando redacté el prólogo para este libro, le puse estas palabras por delante: “Crónica de una aventura”. Y decía en ellas que “Las tierras de Castilla han servido habitualmente de escenarios para viejas crónicas. Una de las epopeyas que en ellas se narraron fue el destierro de Rodrigo Díaz de Vivar, al que llamaron en sus días “Mío Cid Campeador”. Y concluía que “del destierro cidiano, que cuajó en un Cantar de Gesta, el “Cantar del Mío Cid” describiendo el camino que este personaje llevó, a finales del siglo XI, por tierras de Castilla y Aragón acabando en Valencia, han querido sacar una aventura un grupo de médicos alcarreños y serranos que se han concertado para reproducir el viaje, clonarlo sobre unas bicicletas que a modo de caballos mecánicos les pudieran llevar, con su esfuerzo y su sentido de la orientación, por los mismos caminos que don Rodrigo llevara en su día, al frente de sus fieles guerreros”. De esa crónica moderna es testigo este libro, que me brindan mis amigos y colegas médicos que lo han llevado a cabo, capitaneados y referido el periplo con fidelidad por José María Alonso Gordo, cronista de Valverde de los Arroyos. Y ahora de este Camino del Medi-Cid que ofrece un paseo al ritmo de dulzaina y tamboril por las tierras de España donde se recuerda a Rodrigo Díaz, el de Vivar.

Este libro tiene funciones de hogar de las anotaciones y recuerdos que se fraguaron en el día a día, paso a paso, en los lugares que se atraviesan y conocen, los caminos que se siguen, y las anécdotas vitales que se padecen. La técnica es antigua, a pesar de estar hecha en nuestros días: amanece, se cargan las bicis de trebejos, y los estómagos de viandas, se avanza por caminos trazados, se admiran pueblos y edificios, paisajes y puentes, y se llega a lugar seguro donde se pernocta, se comentan los aconteceres y pasadizos, y se descansa con la paz que al espíritu da la encomienda voluntaria y deportiva. Quizás, algunos días, una parada a media jornada para tocar la flauta y el tamboril en una plaza vieja, ante la admiración de unos niños y algunos viejos, (en otras ocasiones, bajo la atenta y severa inspección de un alguacil o policía local de estrictas normas) como un tributo sonoro a la generosa acogida de la historia y la geografía.

Estructurado en cuatro grandes rutas o etapas que con el buen tiempo se abren para, entre las cuatro, recorrer de inicio a fin este “Camino del Cid Campeador” [CCC] o Camino del Cantar de Mio Cid [CMC como oficialmente se le llama] o incluso el CMCM (ciclistas, médicos, castellanistas y músicos) como ellos se han querido llamar. Los integrantes del grupo, que merecen ser destacados, son conocidos de todos en Guadalajara: José María Alonso Gordo (médico y cronista de Valverde de los Arroyos) quien además ha diseñado el trazado y escrito con paciencia, galanura y buen ánimo el largo texto de la obra; Juan José Palacios Rojo, médico y ciclista de largos alcances; Octavio Pascual Gil, médico castellanista y padre de la idea; Carlos Royo Sánchez, médico adjunto (a los ciclistas) y José Miguel Llorente Muñoz, maestro dulzainero. No todos pudieron hacer todas las etapas, y algunas de ellas debieron posponerse por la irrupción de la pandemia de la COVID19, pero el empeño de estos inquietos personajes ha culminado el proyecto, que se inició en 2016 y ha concluido estos días de 2025 con la publicación del libro “Camino del Medi-Cid” que ha podido ver la luz gracias a la generosa contribución y patronazgo de la Diputación Provincial, quien sin reparar en gastos ha publicado la obra de 356 páginas, todas impresas a color y en buen papel por una imprenta de Jaén.

Esas cuatro grandes etapas se corresponden con otras tantas que el Consorcio del Camino del Cid propone. Han sido “El destierro” desde Vivar del Cid en Burgos hasta Atienza llegando “en algarada” hasta Guadalajara ciudad. El segundo es “Las tierras de Frontera”, iniciado en Jadraque, pasando por Anguita y Medinaceli, Calatayud y Daroca para acabar en tierras molinesas, en Checa concretamente; el tercero es “Las tres taifas, el Maestrazgo y el Anillo de Morella”, esa lengua de tierra hispana que se vuelca a Levante, y que a los ciclistas llevó de camino entre Checa y Onda pasando por lugares como Teruel, Rubielos de Mora, Morella y la Iglesuela del Cid; y ya el cuarto por tierras levantinas, “La conquista de Valencia”, desde Montanejos en el verdor del Mijares hasta la alegría de la huerta en Orihuela, atravesando la Plana, la Huerta y la Safor. Cada ruta les llevó, más o menos, una semana, con largas jornadas a lomos de sus bicis, y descansos merecidos en lugares previamente pactados del recorrido. Además, se hicieron otras etapas intermedias, complementarias, y participativas con más gente, como las que con el Colegio de Médicos de Guadalajara tuvieron lugar por el entorno de Sigüenza y Alcolea, el alto Tajuña, el río Badiel o Valverde de los Arroyos. Durante años, los Medicid de Guadalajara han creado un ambiente de festejo y seriedad bien combinados, que ahora ha cuajado en esta obra grandiosa y que se lee con facilidad, con entusiasmo progresivo, mientras se les ve rodar, comer, tocar la dulzaina o el tamboril, y soñar, continuamente. Este grupo de animados doctores y allegados, que en las fotografías oficiales del libro aparecen siempre tocados del reglamentario casco de ciclista, son sin duda unos perfectos candidatos a los premios que anualmente da “Nueva Alcarria” de Populares, porque si alguien lo ha sido, año tras año, y pueblo tras pueblo, han sido ellos, sin ayudas de nadie y con su propio esfuerzo muscular y animoso.

Me gustaría, finalmente, recoger aquí una frase que aparece cuando los viajeros van hacia Medinaceli. Alonso, el autor, no se reprime de sus emociones, y suelta esta andanada que además de literaria es pura denuncia y sabia reflexión: Produce una cierta tristeza esta Castilla que abandona sus salinas, renuncia a sus rebaños, convierte sus grandes villas en pequeños pueblos, sus torres y murallas defensivas en atracción de turistas, sus castillos en cementerios y los cultivadores latifundistas de cereal en mesoneros a expensas de crisis más o menos imprevisibles o en emigrantes a jornal. Las glorias y riquezas pasadas son

ahora, casi exclusivamente, imágenes para las postales y los museos y las evocaciones nostálgicas. No trata de hacer una bonita frase –que sí– sino saldar con la realidad que le rodea una deuda que viene arrastrando desde que camina las sendas duras de la provincia de Guadalajara, a pie, o en bici, desde Checa a Valverde…

Y poco más puedo decir, si no es recomendar hacer completa la lectura de este libro, sacarle su jugo en lo que a paisajes, monumentos y costumbres se refiere, y aplaudir estos esfuerzos, generalmente mañaneros, siempre a la fresca y al aire de la campiña castellana, que los atrevidos medicid han ido haciendo, con medida y razonamiento, por los caminos pedregosos de nuestra tierra. En la que don Rodrigo Díaz de Vivar aún resuena en sus voces, y en la memoria de esta nueva crónica escrita con pedaleo y sudor, queda plasmada en este libro, como ejemplo de aventura y tenacidad plausibles.

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