Palazuelos, una fiesta para los sentidos

sábado, 24 junio 2017 1 Por Herrera Casado

Castillo de PalazuelosCon mi amigo catalán Isidre Monés estoy preparando un libro sobre Sigüenza y alrededores. La cosa va lenta, pero está echando raíces profundas. Será –cuando llegue a ser algo– una cosa importante. De momento yo escribo y él dibuja.
Y ahora hemos pasado por Palazuelos. En realidad, hemos pasado muchas veces, y en cada una de las tres últimas ha surgido un breve escrito glosando un rincón, una puerta, el castillo…. Esa maravillosa y perdida villa de Palazuelos siempre inspira. Mira, lector, qué puedes sacar en claro de todo esto.

El castillo

En Palazuelos va a encontrar el viajero las huellas de la Edad Media por todos los rincones. No puede escaparse a su presencia. Porque no solamente un castillo completo existe aquí, sino todo el amurallamiento original que a la villa proporcionó su dueño, el marqués de Santillana, en el siglo xv.

Asienta el pueblo en leve ondulación, cerca de Sigüenza, sobre una ancha vega. Su historia se fundamenta en la de los múltiples señores que durante siglos la poseyeron. Tras la reconquista perteneció a la Tierra y Común de Atienza. Poco después, el Rey Alfonso x el Sabio se la donó a doña Mayor Guillén, junto a las villas de Cifuentes y Alcocer. Esta señora se la dejó en herencia a doña Beatriz que llegó a ser reina de Portugal, y ésta a su vez se la transmitió a su hija doña Blanca, abadesa del monasterio de Las Huelgas, en Burgos. Esta lo vendió al infante don Pedro, hijo de Sancho iv, y de éste pasó, también por venta, en 1314, al obispo de Sigüenza don Simón Girón de Cisneros. De ser parte del señorío episcopal de Sigüenza pasó en el siglo xiv en su segunda mitad, a la casa de Mendoza. En 1380, figura incluido entre los bienes del mayorazgo que don Pedro González de Mendoza funda a favor de su hijo Diego Hurtado, futuro almirante de Castilla, de quien pasó, en 1404, a su hija doña Aldonza de Mendoza. Su hermanastro, don Iñigo López, primer marqués de Santillana, la poseyó y comenzó a levantar su castillo y murallas, dejándola a su hijo don Pedro Hurtado de Mendoza, adelantado de Cazorla, quien prosiguió y concluyó las obras.

Después permaneció varios siglos en esta familia mendocina, en la rama de los duques de Pastrana, hasta la abolición de los señoríos. En la subasta que en 1971 hizo el Estado de diversos castillos de la tierra guadalajareña, volvieron a ser propiedad particular «el castillo y las murallas» de Palazuelos. Concretamente el arquitecto Luis Moreno de Cala se hizo con el edificio, que más tarde vendería a sus actuales propietarios.

El castillo se alza inserto en la muralla, en su costado noroeste. Le rodea una barbacana o defensa baja, a la que se penetra desde la villa por una puerta que tuvo puente levadizo, y está escoltada de dos desmochados torreones. El recinto interior tiene una liza que le rodea, y en el centro se alza el cuerpo principal, que consta de un edificio alto, cuadrado, herméticamente cerrado y rodeado de dos cubos en las esquinas y gran torre del homenaje adosada al muro de poniente. La entrada a este recinto interior está en dicho muro occidental. Por ello vuelve a repetirse el sistema zigzagueante de acceso en el caso de este castillo. Su época de construcción data del siglo xv, en su segunda mitad, y podemos atribuirla a los impulsos de don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, y de su hijo don Pedro Hurtado.

La muralla rodea al pueblo en todo su perímetro, excepto en muy leves trozos derribados. Se refuerza en ocasiones con cubos y torreones, y en ella se abren cuatro puertas, consistentes en gruesos torreones de planta cuadrada con cubos en las esquinas, a los que se penetra por uno de sus muros, bajo arco ojival, y se sale hacia el pueblo por otro diferente y lateral. Es el clásico sistema de «acceso en zig-zag» tan propio de la Edad Media para la mejor defensa de las fortalezas, y que los Mendoza utilizaron en casi todas sus construcciones. En algunas de las puertas se ven, desgastados, los escudos de los Mendoza.

Guadalajara entera

 

La puerta del campo

Dicen que hacer algo imposible es como “ponerle puertas al campo”, porque este es tan grande, que nadie lo puede abarcar y, como el mar, no tiene límites, nos puede siempre.

En Palazuelos, un pueblecito medieval y remoto, situado en medio de los trigales, de los cantuesos y los roquedos inhóspitos de nuestra sierra Ministra, nadie ha puesto una puerta al campo, pero sí que a la villa, que se amuralló por completo en tiempos de la Edad Media, le pusieron una puerta por la que se entraba a la villa o se salía de ella. Con el campo enfrente. Y la llamaron (y aún la llamamos así) “la puerta del campo”.

Este lugar, que no es especialmente significativo en punto a estrategias militares, sí que tuvo importancia en el entramado de los caminos castellanos. Al pie de la sierra Ministra, en el límite de las dos mesetas castellanas, y sobre un valle que comunica Sigüenza con Atienza, perteneció a diversos señores hasta que cayó en manos de los Mendoza, en pleno siglo xiv. Y a mediados del siguiente, sería don Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, quien decidiera fortificarlo, al uso de entonces: un poblado cerrado completamente por murallas, con cuatro puertas abiertas (una a cada punto cardinal) y en el extremo norte un fuerte castillo defensivo. Quedó como el lugar perfecto de habitación humana, en aquellos tiempos de guerras y sustos. Y así sigue, lo cual no es mérito pequeño.

En una de aquellas puertas, la que da al sur, se pusieron los escudos heráldicos de sus poeseedores. A mediados del siglo xv, lo era concretamente don Pedro Hurtado de Mendoza, uno de los hijos varones del marqués. Casado con doña Juan de Valencia, ambos emblemas pusieron tallados en piedra, y cobijados en marcos protectores, sobre todas las puertas de entrada. Para que se supiera que el visitante llegaba a terrreno señorial, a villa de señorío mendocino.

López de Mendoza, el primer poeta del Renacimiento español, es un enamorado de la Naturaleza, de las bellas mujeres, de los desfiles solemnes y del protocolo. Necesita el sonoro aliento de las trompetas y el clamor de los timbales para seguir viviendo. Y todo lo plasma en sus poemas redondos, cortos, emocionantes.

 

Por un valle deleytoso,
do mora gentil compaña,
oí un canto sabroso
de un ave muy estraña

 

Cuando el viajero llega a Palazuelos, suele entrar por la puerta que mira al norte, hosca y de feroz mirada. Pero generalmente sale por la puerta que va hacia levante, dirigiéndose el camino que ante ella surge hasta la cercana Sigüenza. La puerta del campo, sin embargo, en lo más alto del pueblo, no da a ninguna parte. O da a lo que nombra, al campo, a la nada verde y olorosa. Poca gente, si no eran los habitantes de la villa cuando salía a laborar o volvían de sus tareas, la cruzaba. Yo te invito ahora, lector amigo, a que con el recuerdo del marqués orante y guerrero, del poeta sutil y el animoso emprendedor humanistra, te llegues a Palazuelos, y salgas, o entres, por esa puerta del campo que es tan hermosa, de tan quieta, y tan blanca, de piedras leves.

El humilladero de la Soledad

Antes de entrar a Palazuelos, y si escogemos el camino que lleva a Carabias, vamos a encontrarnos con esta ermita de la Virgen de la Soledad, que es también Humilladero. Esto es, ademáds de lugar de culto cerrado, puede serlo en abierto, porque es parada final de un via crucis.

La construyeron los hermanos de la Cofradía de la Vera Cruz, y sabemos que ya a mediados del siglo XVI existía como hoy la vemos.: de planta cuadrada, fuertes muros y aun más fuertes contrafuertes, no la parte un rayo ni la tira un vendaval, por fuerte que sea. A mí lo más hermoso me parece el pórtico delantero, con sus columnas rematadas en capiteles de quiero y no puedo, pero de solemne talla que aguantan lo que sea. En ese atrio se tiene que estar bien resguardado cuando el tiempo se pone malo.

Dentro hay una talla de la Virgen Dolorosa, y otra de Cristo yacente. Y dentro se reunen las gentes piadosas de Palazuelos a rememorar años antiguos y pedir, porque nunca se sabe, un milagrito a la Virgen.

Por aquí delante, a la vista de las murallas y el castillo, antes de partir hacia Carabias, andaría don Onofre Caballero, que fue un donoso individuo que aquí nació, en el interior de las murallas de esta villa a la que él dice que tenía “por mal nombre Engañapobres”, debido a que desde lejos, cualquier caminante que fuera a hacer las Castillas, y al pasar entre Sigüenza y Atienza la viera a lo lejos, pensaría que era castillo de riquezas y anaquel de los buenos manjares, concluyendo (en acercarse y entrar) que nada de eso había, sino hambre también, y miserias.

El Guitón Onofre estaba orgulloso de ser de aquí, de donde el marqués de Santillana quiso poner un fuerte amurallamiento para engañar a los que pasan. Y seguro que se entretuvo, de pequeño, en jugar por los trigos que la rodean, y como en toda primavera incipiente, en los días de su primera luna llena, salir con los cofrades acompañando al Santo Entierro, admirando a fuerza que los jóvenes desarrollan, de los pulmones a la boca, haciendo sonar solemnes las caracolas que anuncian la muerte de Cristo, y la Soledad de su madre.

Así lo narra el escritor Luis Monje, que aún alcanzó a vivir, a principios del siglo XX, aquella mágica nocturnada del Viernes Santo, cuando “Delante del triste cortejo de hombres silenciosos y mujeres enlutadas con mantos en la cabeza, los mozos se relevaban constantemente en el uso de la primitiva trompa, mientras las jóvenes cantaban en grupo un monótono romance alusivo detrás de la imagen de Cristo yacente. En la oscuridad de la noche, entre trigales en flor, el prolongado lamento de la caracola subrayaba la tristeza del momento y ponía una nota emotiva en el fervor de los fieles”.

Esta ermita es un privilegiado mirador de las costumbres de Palazuelos. También a ella llega el bullicio de la Quema del Boto, que se hace en honro a San Roque cuando aprieta el calor del verano. Y en su torno los chicos siguen jugando a la tanguilla, primitiva competición de habilidad y punterías.