Bonaval recupera la esperanza

viernes, 7 abril 2017 2 Por Herrera Casado
Monasterio cisterciense de Bonaval

Monasterio cisterciense de Bonaval

El pasado sábado 25 de marzo, viajó hasta las ruinas del monasterio cisterciense de Retiendas, en la profundidad de la Sierra norte escondidas, el presidente de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, señor García-Page, acompañado de mumerosas autoridades regionales y provinciales. Es la primera vez que un presidente regional (y van ya siete en nómina) dedica un día a viajar hasta aquel enclave, que es una parte fundamental de nuestro patrimonio histórico-artístico. Sustancial para conocer nuestra historia. En la visita planteó una actuación de defensa y recuperación, con dinero público, de aquel enclave monumental. Mantengo viva la esperanza, y espero por ella que sea realidad lo prometido.

Por ello quiero hoy dedicar mis páginas de Nueva Alcarria al recuerdo de este lugar, de estas ruinas, de la historia que las hicieron vivas hace muchos siglos. Porque solo manteniendo vivos, palpitantes, los testigos del pasado, podremos intentar avanzar hacia el futuro

La presencia

La imagen, un tanto idealizada, que todos tenemos de los antiguos monasterios, románticamente derruidos, silenciosamente apartados del mundo, con unas enredaderas escalando los muros de celdas y capillas, sólo nos la ofrece en Guadalajara el abandonado cenobio cisterciense de Bonaval, escondido en un profundo y solitario vallejo de la serranía de Tamajón, entre altas y rocosas montañas, espesos bosques de encinas y argentíferos arroyos. Desde Retiendas es fácil llegar. Se comienza a andar por un camino que, a 200 metros del cementerio del pueblo, en la carretera que de dicho lugar va hacia el pantano del Vado, surge a la izquierda. Sólo se escuchan los pájaros, que los hay a millares, y el rumor suave y lejano del arroyo que corre paralelo. El camino es umbrío, parece que de un momento a otro saldrá de algún recodo un monje cabalgando un pollino, o que si no andamos vivos y despiertos, nos puede ocurrir lo que a San Virila en Leire, que por saber lo que era la Eternidad, pasó 300 años escuchando el canto de un jilguero.

Al abrirse el vallejo después de dos quilómetros de andadura, aparece la mole pálida y grisácea del monasterio. Es su estructura muy característica del construir del Cister en el siglo XII o comienzos del XIII. El templo, tal como aparece hoy, es casi tan ancho como largo. De sus tres naves, sólo queda una, la de la epístola, cubierta. Las otras no tienen otra techumbre que el Sol y las estrellas.

Las tres capillas de la cabecera quedan bastante enteras y conforme al originario trazo, cubiertas también de sus primitivas cúpulas nervadas. Abundan los capiteles sencillos o foliados, dentro de la simplicidad ornamental que la reforma espiritual de San Bernardo introdujo. Adosada a la capilla del Evangelio, se halla la sacristía, de encañonada bóveda semicircular, tal vez lo más primitivo del monasterio.

Al exterior, sobre la cara meridional, iluminada y feliz, se abre la puerta del templo, en un estilo netamente bernardo, cisterciense, de apuntado arco cargado de archivoltas, que a su vez descansan en sendos capiteles foliados. Sobre ella se abre un elegante ventanal también de traza transicional entre el románico y el más primitivo gótico. A su derecha, en un saliente del muro que acaba arriba en cuatro o cinco almenas, camina en espiral la escalera de acceso a la torre (más vigía que piadosa) y desde la que hoy se puede caminar tranquilamente por los tejados de la iglesia. Finalmente, los tres ábsides vienen a calcar fielmente la estructura interna de las capillas, iluminándose la central con tres altos ventanales, delgados y esbeltos, orlados de puntas de diamante y acabados en apuntado arco.

Para completar esta somera descripción de lo que hoy queda de Bonaval, he de señalar cómo todavía rodean la iglesia, por occidente, los altos muros, de ladrillo y argamasa, que en su día constituyeron el habitáculo de los monjes. El muro septentrional se hundió hace pocos años. Son construcción mucho más moderna que la iglesia, y sin interés arqueológico.

La historia

De la historia de Bonaval poco se puede decir, pues metido en este hondón de las montañas, poca fue su esperanza y poco su temor. Siempre pasó desapercibido, tanto en los favores reales, como en los castigos de airados enemigos. No quiere esto decir, sin embargo, que no tuviera, sobre todo en los momentos de su iniciación, importantes ayudas de los monarcas castellanos, a uno de los cuales, concretamente a Alfonso VIII, se debe su fundación. En 1164 concedió aquel «buen valle» a unos pocos monjes cistercienses, de cuya orden nueva y pujante era ferviente admirador, para que habitándolo «velut precarium» (como de prestado) sirvieran de barrera en caso de, ya improbable, nueva invasión moruna. Poco después, en 1175 y por escritura fechada en Fitero, uno de los más antiguos e importantes cenobios bernardos del territorio hispano, Alfonso VIII cedía definitiva y completamente Bonaval a la orden de los monjes blancos, y a su abad don Nuño en representación de todos ellos, «tanto de los presentes como futuros monjes que allí vivan». Los primeros pobladores fueron venidos del Monasterio de Valbuena, junto al río Duero, entonces en la diócesis de Palencia.

En esta carta, que podríamos llamar «de fundación», Alfonso VIII, junto con su mujer doña Leonor, hace merced a don Nuño Abad y Monjes de la Orden Cisterciense, del Monasterio de Santa María de Bonaval, en el que desde algunos años antes habitaban, para que lo poseyeran perpetuamente, con todos sus pechos, derechos y demás pertenencias. Poco antes habían «apeado, delineado y dividido» las posesiones territoriales del cenobio, para que fuera de todos públicamente conocido.

Y se hizo de la siguiente manera: «desde la Yglesia de Arretiendas (Retiendas), directamente asta el Molino del lugar de Tamajón situado en la Sierra, y por la otra parte desde la misma Ygiesia, en derechura hasta el camino de Guadalaxara, como corrían las aguas en el término de la villa de Uzeda, y a la otra parte desde el Valle de Sotos (Valdesotos), hasta la sierra de Elvira, y de dicho valle a la Serranía, transitando más allá de ella, hasta el valle de Muratel (Muriel, en el Sorbe)», dándoles todas las tierras, heredades, labradas y por labrar, aguas, prados, pastos, haciendas, rentas y demás derechos que se incluyen en los referidos términos. Les dio también el lugar de Carranque con todas sus pertenencias, y en Uceda les hizo dueños de ciertas viñas con un huerto, y otra tierra que estaba contigua a otra que pertenecía a Fernando Martínez.

Como se ve, la extensión de las tierras monasteriales era, ya en sus comienzos, bastante grande. Con el tiempo fue creciendo todavía, aunque nunca llegó a un grado excesivo. Muchos particulares, en la difícil hora de salvar su alma por todos los medios, se hacían rumbosos al testamentar, y dejaban tierras y bienes para los monjes. Así, en 1228, don García de Alfariela donaba a Bonaval «todo quanto y avíe en Sotojo, casas y viñas y heredades, y huertos y molinos, assí como don García lo avíe con sus entradas y con sus salidas», donación que fue confirmada por el «concilio de Hita» en aquel mismo año.

Por parte de las personas reales, recibió de Alfonso IX, en 1224, una nueva heredad, esta vez en «Alcazariella», señalándola con todo cuidado sus términos y fronteras. En 1253, Alfonso X, junto a su mujer doña Violante, confirmó todos los privilegios y donaciones de sus antepasados. Incluso el que Enrique 1 dio en Segovia, a 17 de febrero de 1216, eximiéndole de pagar portazgo o pasaje, lo mismo que hará, en 1218, Fernando III, acogiendo bajo su protección a Monasterio, abad y monjes, así como a sus renteros, pastores y ganados, para los que da permiso puedan pastar en cualquier parte de su reino, y pasen todos los puertos y caminos sin pagar las tasas acostumbradas. Todo ello sería confirmado nuevamente por Juan II, en 1417.

La vida de esta abadía continuó en su tono discreto, metódico y feliz, ocupada en construir su templo, claustro y viviendas, administrar sus posesiones, y servir de ejemplo, unas veces bueno, otras no tanto, a las sencillas gentes de la región, agria y difícil, de la serranía de Tamajón. Tuvieron, como es lógico, sus pleitos y discusiones, muy especialmente con el Concejo de Uceda, a propósito de ciertas heredades en aquel término. En 1459 se, hizo la reconciliación de unos y otros, siendo abad don Diego.

Llegada la hora de las reformas y primeros ajustes de la Orden, Bonaval vio reconocida su poca importancia, al perder su carácter de abadía, ser incorporada a la Congregación Cisterciense de Castilla, y quedar sujeta, en forma de priorato, a la jurisdicción de los bernardos de Monte Sión, en Toledo. Poco a poco fue adquiriendo el carácter sumiso y humilde de «residencia para ancianos» de la orden cisterciense, en donde se preparaban a bien morir, al tiempo que descansaban de su más o menos ajetreada vida, los más veteranos monjes blancos de Castilla. Su clima y su tranquilidad fueron alabados incluso por los historiadores de otras órdenes religiosas.

En 1713, acabada la guerra de Sucesión con la victoria del Borbón Felipe, quinto de su nombre en España, le fue nuevamente reconocido a Bonaval su exención de pagos al Estado, confirmándole su posesión de territorios anejos, en Carranque, y en Uceda: todo para que continuasen, como desde hacía más de 500 años venían cumpliendo, con oraciones y ruegos a Dios por las personas reales.

Aunque no sufrió grandemente en la guerra de la Independencia, por haber sido aquel territorio poco castigado de la francesada, no pudo resistir, sin embargo, el embate del trienio liberal que en 1821 acabó con algunos venerables cenobios, entre ellos el de Bonaval. Los monjes se retiraron a su casa madre, en Toledo, y el edificio fue vendido a particulares, que no se preocuparon en absoluto de su conservación, viniendo a la ruina en que hoy le vemos.

Su archivo se dispersó en su mayoría; sus libros, sus joyas, sus pertenencias más diversas cayeron en manos (por no decir garras) de anticuarios y oportunistas, y solamente algunas piezas artísticas pasaron a la parroquia de Retiendas, donde hoy se veneran. Entre ellas contamos un Crucificado de toscas y populares maneras, y una deliciosa imagen gótica, sedente, tallada en alabastro, que tienen por milagrosa en el pueblo, y que representa un importante documento artístico del arte del siglo XV en sus finales. Nada más, si no son algunos capiteles repartidos por casas y en la fuente del pueblo, queda de Bonaval.