Un recuerdo del escultor Angel García Díaz

viernes, 13 febrero 2015 2 Por Herrera Casado

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En la ciudad de Guadalajara, que tuvo un patrimonio artístico muy denso, y del que han quedado escasas muestras después de tanto atraco, tanta guerra, tanto bombardeo y tanta desidia, hay varias espectaculares esculturas debidas a uno de los genios de la escultura romántica española. Son piezas debidas al cincel de Angel García Díaz, de quien hoy quiero redescubrir su obra, especialmente radicada en edificios madrileños.

Quizás sea por su nombre y apellidos, a los que la sociedad española considera vulgares por ser muy comunes, por lo que este escultor haya permanecido un tanto olvidado y muy poco considerado en los últimos 100 años, aunque su obra, espléndida y de primera línea, todavía pueda darnos, cuando la vemos, un vuelco al corazón.

Ángel García Díaz fue en su tiempo un artista reconocido, y considerado por la prensa de entonces un “insigne” y laureado escultor, aunque como digo hoy día es prácticamente un desconocido. En los años iniciales del siglo XX, era uno de los escultores más conocidos y cotizados en Madrid, colaborando asiduamente con el arquitecto Antonio Palacios, con quien tuvo no solo amistad sino una compenetración perfecta en la línea de decorar los edificios que este creaba. Así ocurre que todavía hoy las obras de Angel García decoran muchos y muy notables edificios del centro de Madrid. Por ejemplo, cabe recordar cómo en abril de 1910 Ángel García Díaz y Antonio Palacios fueron fundadores, junto a los más destacados artistas del momento, de la Asociación de Pintores y Escultores.

Por su forma de ser, un tanto bohemia y alejada de los salones, no llegó a formar parte de esa “gran sociedad” del Madrid de los felices años veinte, que además solo aplaudía lo que se lucía, y a esta gente que trabajaba en profundidad, sin descanso, con genialidad, no se la apreciaba. Además firmó muy pocas obras, porque hacía lo que los arquitectos le encargaban, colocaban en lo alto de los edificios estas enormes figuras, y nadie se entretenía a preguntar quien había tallado aquello.

Breve biografía

Ángel García Díaz nació en Madrid, el 19 de diciembre de 1873, en la calle de la Madera, número 14. Muy joven, y gracias a una beca, pudo viajar a Roma y a París luego, pues desde muy pronto fueron evidentes su talento y creatividad. Entre 1889 y 1895 cursó estudios de arte, fundamentalmente escultura, en la madrileña Academia de San Fernando, acudiendo al mismo tiempo, en calidad de aprendiz, al taller del escultor madrileño Ricardo Bellver, a quien se le recuerda entre otras ocsas por haber sido el autor del famoso Ángel Caído en El Retiro. Esa forma de tratar los temas, desde una perspectiva absolutamente realista pero al mismo tiempo simbólica, marcó a nuestro autor para siempre. Y progresó García tan deprisa, que en 1888, con solo 15 de edad, obtuvo su primer premio en la Exposición Universal de Barcelona de ese año, llegando otros en la Internacional de 1892, y en las Nacionales de 1895 y 1897.

En cuanto a los encargos, y gracias a estos premios, le llegaron enseguida. Quien primero se fijó en él fue precisamente Ricardo Velázquez Bosco, que le encargó tallas y figuras para complementar el gran edificio que a finales del siglo XIX estaba construyendo frente a Atocha, el Ministerio de Agricultura. En él talló los relieves que simbolizan La Minería y La Industria, habiendo sido el autor de otras obras menores, a las que Daniel Zuloaga puso cubrición de porcelana. Y en el interior del edificio, García Díaz talló las imágenes que aparecen en la escalera principal. Siguió colaborando por entonces con Ricardo Velázquez Bosco, y así se encargó de tallar los mineros que decoran los torreones laterales de la Escuela de Minas en la calle Ríos Rosas de Madrid (con los que consiguió primera medalla de la Exposición Nacional de 1906), y el gran escudo para la fachada de la Escuela de mandos del Ejército que está en el paseo de la Castellana, frente al Museo de Ciencias Naturales.

Otro de los arquitectos de la época (plena de novedades y crecimiento urbanístico en Madrid) quiso contar con la maestría del joven García Díaz: fue en concreto Julio Martínez Zapata, quien le encargó imágenes para decorar el Instituto del Pilar para la Educación de la Mujer, en el Paseo de las Delicias 67, inaugurado el 11 de septiembre de 1902 como escuela de niñas pobres huérfanas hijas de Madrid, y que se construyó por iniciativa de doña María Diega Desmaissières, la condesa de la Vega del Pozo, con quien entonces establecería contacto inicial. Con este mismo arquitecto colaboró tallando imágenes para el puente de la Reina Victoria, que está sobre el Manzanares frente a la ermita de San Antonio de la Florida, concretamente dio las formas de los osos de las farolas. El puente se inauguró en 1909. Poco después, en colaboración con el mismo arquitecto, participó en la construcción de la Casa de Socorro Municipal del Distrito Centro, en la calle de las Navas de Tolosa ,3, realizando para ella el relieve alegórico de la fachada en memoria de la promotora del centro, doña Josefa Claudia Artieda. Se terminó en 1913. Por entonces, y como encargo directamente municipal, se encargó de restaurar la Fuente de la Fama, de Pedro de Ribera, que actualmente se encuentra en los Jardines del Arquitecto Ribera en la calle de Barceló.

Pasó a continuación a trabajar con otro arquitecto de fama, concretamente con Fernando Arbós, director del proyecto de la fabulosa iglesia dedicada a San Manuel y San Benito, en la calle de Alcalá, frente al Retiro. Un templo que recuerda mucho (eran los años de la fiebre del eclecticismo) al panteón de la Condesa de la Vega del Pozo de Guadalajara. De García Díaz son todas las estatuas del interior, incluido el Jesús Salvador del altar mayor. Poco después se encargó de completar con esculturas y ornamentos la espectacular escalera del Casino de Madrid, en la calle de Alcalá, que dirigió el arquitecto José López Sallaberri.

Hacia 1910 comenzó la colaboración, que sería en adelante copiosa y muy fructífera, con el gran arquitecto Antonio Palacios. El primer proyecto en el que colaboraron fue el edificio del Banco Río de la Plata, (actualmente sede del Instituto Cervantes), en el inicio de la calle Alcalá desde Cibeles: las enormes cariátides de su fachada son obra de nuestro personaje, así como los espectaculares capiteles que rematan sus columnas soberbias. Angel García Díaz conoció a Palacios gracias a su maestro Velázquez Bosco, y su colaboración con el gran arquitecto fue donde su arte encontró la mejor expresión de la unión entre la escultura y la arquitectura. El edificio del Palacio de Comunicaciones en Cibeles, hoy sede del Ayuntamiento, que ambos construyeron, es considerada por algunos como una gran escultura modelada cuidadosamente pieza a pieza. Hoy es posible ascender a las terrazas de este edificio, y admirar allí los grandes medallones que representan a personajes de nuestra historia, conquistadores, generales, artistas… esas románticas imágenes, llenas de fuerza y vivacidad, son talladas por este genial escultor que debería ser más conocido hoy día. Se sabe que en un barracón de lo que fue Patio de Cartería, los dibujos de Palacios iban siendo transformados en realidad volumétrica por García Díaz, quien primero construía su inspiración en yeso, siendo un total de 130 tallistas, en los momentos de mayor trabajo, los que se encargaban de pasar a la piedra caliza de Colmenar y Petrel en que están hechas. De entonces son las figuras del pabellón de acceso y fachada de la iglesia del colegio del Pilar, en la calle Castelló, fundación también de María Diega Desmaissières.

Durante los años 1910 a 1920, su colaboración con Velázquez Bosco fue renovada, y este le encargó, entre otras cosas, el Escudo principal del edificio central de la Fundación de San Diego de Alcalá, (el actual Colegio de Adoratrices de Guadalajara), así como el tímpano de la iglesia de San Sebastian (el actual Colegio de Maristas) y el escudo de ese mismo palacio. Pero la obra gigantesca, espectacular y la que le define como gran artista de la escultura simbólica y romántica, es sin duda el conjunto mortuorio para el enterramiento de doña María Diega Desmaissières, duquesa de Sevillano, en la cripta de su panteón guadalajareño.

Había casado en 1898 con Julia Morales Atienza, siendo ambos muy jóvenes, y con ella tuvo ocho hijos. Cuando ella murió, veinte años después, Angel García empezó a flaquear, no solo por la depresión que el tema le causó, sino porque los encargos empezaron a escasear. Se sintió rechazado por los escultores oficiales, sobre todo por haber dedicado su capacidad creativa a la decoración opulenta de los edificios grandiosos del centro de la Corte, apoyado y aplaudido por los arquitectos de los mismos. Durante la República, consiguió acceder a la cátedra de Escultura Decorativa de la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado, pero la llegada de la Guerra Civil, como a tantos otros españoles, le supuso el inicio de la hecatombe. No había ningún trabajo a la vista, y tuvo que dejar el gran taller que se había construido en la calle Ríos Rosas esquina a Alonso Cano, donde tenía sus proyectos, maquetas y piezas menores. Todo ello fue destruido, y el edificio derribado tras la Guerra. Él fue apartado de la enseñanza, y aunque regresó al acabar la contienda, solo por un año siguió dando clases. La muerte de su amigo Palacios le hundió aún más, y ya pobre, envejecido, sin trabajo y sin amigos, murió casi ignorado, en 1954, en la casa taller última que tuvo en la calle de Lope de Vega.

El estudio de la obra de este gran escultor español, maestro y representante máximo de la escultura simbolista, está aún por hacer. Es importante el trabajo “Un escultor para arquitectos. La obra de Angel García” que Juan Manuel Arévalo publicó en 2004 en los números 300-301 de la Revista “Goya”, apareciendo interesantes alusiones a sus obras en el catálogo de la exposición que sobre Antonio Palacios montó el Círculo de Bellas Artes en 2001.

La obra de Guadalajara

Para mis lectores alcarreños no es necesario ponderar la belleza de las obras que este escultor madrileño dejó en Guadalajara, todas de la mano de una protectora del arte como fue María Diega Desmiassières, y de su arquitecto Ricardo Velázquez Bosco. Así, podemos recordar (y yo invito a que vayan a verlas una vez más en cuanto puedan) los relieves con que adornó la fachada del palacio de esta señora detrás de la Diputación Provincial (hoy Colegio de Hermanos Maristas) en el que puso el escudo de armas de la propietaria, y en lo que fue portada de la aneja iglesia de San Sebastián el relieve representando el martirio de este santo.

En lo que hoy es Instituto de Enseñanza Secundaria “Liceo Caracense” en su fachada a la calle Teniente Figueroa, y que Velázquez Bosco arregló para ser sede de la Diputación Provincial, está el balcón solemne escoltado por dos estatuas de la Libertad y la Justicia, obras también de García Díaz.

De otra parte, en el conjunto de las Adoratrices, admirar al menos tres cosas: el escudo de la fachada del edificio central de la Fundación “San Diego de Alcalá”, sostenido por angelillos adolescentes y cimado sobre la corona por un pudorosa virgen; el enterramiento de la duquesa, obra que merece por sí sola un artrículo, y los ángeles tenentes de los escudos de las esquinas de la cripta en que esta descansa. Todo ello con el mismo estilo de limpieza, espiritualidad y leve elegancia que es la esencia de la obra de Angel García Díaz, a quien hoy he memorado con estas líneas.