Un fin de semana en Mayagüez

viernes, 20 diciembre 2013 1 Por Herrera Casado

El monumento a Cristóbal Colón en la Plaza de Armas de Mayagüez (Puerto Rico)

En Puerto Rico he pasado unos días, asistiendo al XXX Congreso de la Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo. Las autoridades de la provincia y municipio de Mayagüez, “la Sultana del Oeste”, están en el camino de poner a su ciudad principal en la órbita de las más señaladas de América. Y aunque hasta ahora muy pocos habían oído hablar de este lugar del Caribe profundo y sonoro, es justo que aquí se de noticia de lo que nos ofrece. De tantas maravillas que encierra, tanto naturales como monumentales, folclóricas y gastronómicas, incluso sociales y políticas.

Está considerado como “Estado Libre Asociado” a los Estados Unidos de América. En todo son norteamericanos, excepto en la capacidad de votar al Presidente. Pero cuando suena el himno de los Yankees nadie se emociona ni aplaude, nadie (lo he visto) y sí se les saltan las lágrimas al escuchar el himno de Puerto Rico. Esto ya dice bastante de cómo se mueve y funciona un país.

Puerto Rico lo hace a ritmo de salsa, de aguinaldo y de plena, con mucho tambor a lo lejos, que empieza lento y acaba trotando, levantando las haldas blancas de sus mulatas, saludando en mil formas elegantes sus oscuros hombres. Hay pocos negros puros, porque los esclavos, hace siglos, iban más a La Española (Santo Domingo y Haití) y a Cuba. Aquí quedan muchos criollos, de origen balear sobre todo, pero llegados durante cinco siglos (exactos, en 1513 se funda San Juan, la capital) de toda España, de Europa también. Y hoy forman todos un pueblo de características bien definidas, unido por un lenguaje casi único (el inglés solo lo conoce el 10% de la población) que es el español, que hablan con modulaciones muy pintorescas a las que algunos llaman el espaninglis, que hace a todos broders y ponen como deporte nacional el “juego de pelota” al que más bien conocemos, por aquí, como beisboll yankee puro.

Mayagüez será capital americana de la Cultura en 2015

Designada para este puesto, que la va a lanzar a la primera línea de ciudades americanas, Mayagüez se prepara para este evento con mucha ilusión. Cuenta con 100.000 habitantes y una enorme extensión de terreno, que costea por largos kilómetros sobre el estrecho de Mona (el mar que media entre Puerto Rico y República Dominicana), entre Mayagüez y Punta Cana, hermanas de azules aguas. En Puerto Rico hay más coches que habitantes (están contados) y si todo el país tiene ahora tres millones y medio de habitantes, otros tantos viven en el continente, repartidos por todos los estados pero centrados en Nueva York y Nueva Jersey. En la isla no hay red de ferrocarriles (los que construyeron los españoles, con gran esfuerzo, se perdieron, y ya son carne de museo), ni de autobuses de línea. Todo se mueve sobre automóviles particulares, y algunos, pocos, taxis. Una flota de media docena de avionetas hacen de red aérea poco recomendable.

Lo ideal para recorrer Puerto Rico, y una vez que se consiga el vuelo directo desde España (lo va a poner Hidalgo con su Air Europa a partir de Enero próximo) es alquilar un coche: la gasolina de 95 está a 1 dólar, lo que equivale a 73 cts. de euro, justo la mitad de cómo la pagamos en Guadalajara. El paisaje es monótono, pero tan bello, que nunca cansa. Se atraviesan bosques sin fin, sabanas verdes, pueblos y pueblos colgados de las montañas, ríos caudalosos, cascadas, y todo ello en la abundancia que proporciona un clima tropical al que solo puede ponérsele un pero, y es que todos los días llueve, más unos que otros, pero al fin cae “el goterón” que tienes que torear bajo techado, porque el rato que cae parecen que tiran cubos de lo alto.

Hemos estado, en este Congreso, visitando la mayoría de las localidades del oeste insular, la que llaman región de “Porta del Sol”. Costa lineal, abrupta y llamativa, con pequeñas playas salvajes, adornadas de palmeras. Y un interior cubierto de carreteras, autopistas cómodas, y muchos pueblos, en los que sus alcaldes y población nos han recibido con verdadero entusiasmo.

Decir aquí de todos ellos que tienen lo fundamental para hacer agradable un viaje por un país desconocido: que hablan nuestro idioma, son como nosotros, amables y entusiastas, alegres y comunicativos. Así era Heriberto Vélez Vélez, el alcalde de Quebradillas, que después de mostrarnos su “Teatro Liberty” restaurado, y enseñarnos la gran “plaza de armas” que mantiene la estructura del siglo XVI, me quiso dar una vuelta en su Ford Expedition porque mostré entusiasmo al contemplar el automóvil que recientemente se ha comprado.

Así era Miguel “Papin” Ortiz, el alcalde de Sabana Grande, donde nos recibieron con un baile de plena, interpretado por jovencísimos danzantes ataviados a la usanza portorriqueña. El baile es espectacular, pero quizás lo que más me llamó la atención fueron los personajes enmascarados que incorpora, que tienen cierto parecido con las botargas de nuestra Campiña y Serranías.

Así era Roberto Ramírez Kurtz, el alcalde de Cabo Rojo, que a pesar de recibirnos ya de noche, nos enseñó el Parador Nacional de la localidad, y el gran Museo de Arte y múltiples objetos que han construido, recogiendo los mil detalles de su historia local. Un poco de envidia me dio el dinero que han empleado, el entusiasmo y el cariño que ponen en este pueblo pequeño de Puerto Rico en ese Museo de Historia local, cuando ciudades españolas de tanta prosapia como (por poner un ejemplo) la nuestra, llevan años, siglos, pensándoselo.

Y así era José Guillermo Rodríguez, el alcalde de Mayagüez, que nos agasajó en el acto por muchos motivos sorprendente del “Gran Encendido de la Navidad” que tuvo lugar la tarde del sábado 30 de Noviembre, acompañado de manifestaciones folclóricas, coros típicos, niños pequeños cantando villancicos tradicionales, etc. Y unos fuegos artificiales que parecían surgir de la iluminación artística de la fachada de la Casa Alcaldía: un esfuerzo que fue seguido con aplausos por miles de personas.

Mayagüez, un destino obligado

En los días siguientes, hemos tenido la oportunidad de recorrer, de la mano de amigables guías, de gentes que viven con pasión su ciudad, el centro antiguo de Mayagüez. Solamente mencionar, de entrada, que ese paseo es siempre agradable porque la temperatura del oeste portorriqueño es suave en el invierno y bastante llevadera en el verano. La calle nos llama.

Y en ella nos encontramos siempre con la plaza grande, el espacio dedicado al Almirante Descubridor, a Cristóbal Colón (¿genovés, mallorquín, gallego, alcarreño…?) y a la raíz de una comunidad humana bien plantada. Con alegría en las caras de la gente que encontramos, y con limpieza y mimo los edificios, los viales y las plazas.

El Consistorio al que aquí llaman “Casa Alcaldía” porque en la estructura política del Puerto Rico de hoy los alcaldes tienen un peso específico muy notable, es un edificio que se construyó de inicios en 1845, muy sobrio al inicio, con solo dos plantas, arcos en la superior y vanos rectangulares en la inferior, pero que sufrió mucho en el severo terremoto de 1918, y se hizo de nuevo en 1926, bajo la dirección del arquitecto  Fidel Sevillano, con detalles decorativos a cargo de Gregorio Iñesta. Quizás sea este el edificio más bello de Mayagüez: a este viajero así le pareció, y más visto en diciembre, cuando la luz y la magia de la Navidad le envuelve en un espectáculo único de color cambiante.

Se han propuesto todos sus edificios para ser votados por la población y elegir los siete más bellos. Cuando estas líneas escribo está pendiente de resolver la votación popular que los designe. Pero es muy probable que estos que aquí ofrezco como exponente claro de la ciudad sean los que la representen en el liderazgo cultural que se avecina.

Después de la Casa Alcaldía, sin duda el edificio más solemne es el que le planta cara, al otro lado de la plaza Colón: es la catedral dedicada a la virgen de la Candelaria. En 1763 se construyó, con madera, el primer edificio, que el terremoto de 1918 echó abajo. Las reparaciones y mejoras, a partir de 1922 propusieron una fachada nueva, sin torres, diseñada por el arquitecto mayagüezano Luis Perocier. Pero ya en nuestro siglo el impulso cultural y ciudadano ha conseguido mejorarla aún más, remodelando su aspecto exterior, alzándose las dos torres laterales, bajo la dirección de Carlos Juan Ralat. En los últimos años se ha mejorado el interior, se le ha añadido un fabuloso retablo de madera policromada hecho en Barcelona, y se han decorado suelos, techos y muros: hoy esta catedral (tiene esta categoría desde 1976) es sin duda el edificio religioso más llamativo de Mayagüez.

Y no es manía, pero en la plaza mayor seguimos, porque todo en ella es sorpresa. La primitiva “plaza de armas” que como espacio común entre el gobierno o “casa real” y la iglesia se abría para el común disfrute, es hoy un enorme plazal dedicado a Colón. Amable, sonoro, brillante. Su actual disposición data de 1883, cuando se puso en su centro una fuente dedicada a Neptuno. Sin embargo, los fastos del Centenario llegaron a Mayagüez cuando en 1896 se alzó en su centro el monumento a Cristóbal Colón. Propuesto por el alcalde Miguel Pons (obsérvese la abundancia de apellidos de origen balear que aún existen en este costado occidental de Puerto Rico) se encargó la estatua en bronce al escultor Antonio Coll y Pi, siendo Federico Masriera quien la fundiera en Barcelona. El pedestal está hecho en granito y muestra el escudo de la ciudad, el perfil de los Reyes Católicos y un retrato de Antonio de Marchena, el franciscano protector de Colón.

Pero aún queda por admirar, a la que se pasea sin cansancio esta plaza encantadora, las estatuas que la adornan en sus costados, también de Coll: hay alabarderos de diversas épocas (egipcios, griegos y españoles) que totalizan dieciséis figuras sosteniendo faroles.

Otro de los singulares espacios de Mayagüez, solemne, cargado de historia seria, de recuerdos entrañables, de tardes de música y algún que otro doloroso acontecimiento, es el teatro Yagüez, adosado a la espalda de la Alcaldía, pero independiente en todo. El primer teatro mayagüezano perteneció a Francisco Maymón y se construyó de madera. Inaugurado en 1909, ardió diez años después durante una representación, ocurriendo unas sesenta muertes. Por completo se reconstruyó en 1920 bajo la dirección del arquitecto local José Sabas Honoré. En 1976 pasó a pertenecer al Municipio, restaurándose sucesivamente y presentando hoy un soberbio aspecto, digno de una gran ciudad. Solamente la lámpara que nutre el espacio interior nos hace abrir la boca de asombro.

Podríamos estar reseñando, sin cansarnos, decenas de edificios estupendos, evocadores y simpáticos. Útiles los unos, como la fábrica de cervezas (la más grande y sonada de Puerto Rico) donde se fabrica la deliciosa Medalla Light, y otros patrióticos, como el busto que se levantó en homenaje a Eugenio María de Hostos, en 1939, con ocasión de su centenario, y que tienen de contrapunto urbano a las Fuentes de Hostos, diseñadas por Fantauzzi, estudiante del Colegio de Ingeniería.

El viejo casino, los caserones de rancio sabor colonial, la Casa Grande, el vasto puerto antañón y movido… todo en Mayagüez nos da la imagen de un tiempo largo, de una cultura densa, y de un vivir sin descanso, siempre en la rutina alegre de este Caribe “que sabe a mangó”.