Barroco en Almonacid

viernes, 8 febrero 2013 2 Por Herrera Casado

El arcángel Jegudiel, uno de los cuatro que asoman en la bóveda de la iglesia de los jesuitas de Almonacid de Zorita, hoy ermita de la Virgen de la Luz.

Semana tras semana, desde hace ya unos cuantos años, vamos viendo elementos que componen el patrimonio artístico y monumental de Guadalajara. Desde el románico al eclecticismo, o desde la arquitectura contemporánea al Renacimiento, hay edificios y conjuntos que son dignos de admirarse, que nos interesan y nos hacen disfrutar contemplándolos. En un análisis del estilo artístico menos abundante en la provincia de Guadalajara, el barroco, hay algunos elementos que merecen destacarse, y a eso voy a dedicar este y próximos trabajos en esta sección de “Crónicas de la Provincia”.

El barroco es estilo que solo cuaja en las grandes ciudades, en los contextos de la Corte, de sus cortesanos y de la Iglesia y sus miembros. En los pueblos, al menos en Guadalajara (otra cosa es Italia, Austria, etc…) apenas quedan huellas de la arquitectura barroca. Hay excepciones solemnes, por supuesto, como en Terzaga, Atienza o Illana. En cuanto a retablos y obras muebles ya es otra cosa. Lo veremos en su momento.

Viajamos a Almonacid de Zorita

Nuestro paseo se alarga hoy hasta el extremo sureste de la provincia, a la vega del Tajo, y a Almonacid de Zorita más concretamente. Un pueblo con largo curriculum, que perteneció al señorío de los caballeros de Calatrava, luego al Rey, y en fin se ha mantenido a lo largo de los siglos alegre y productivo (ya veremos qué pasa ahora, cuando le han cerrado y están desmantelando su Central eléctrica).

Son varios los elementos curiosos que mantiene en pie, enteros o a medias, de su patrimonio monumental. Quedan restos de muralla y dos portalones. Queda la iglesia parroquial que no se acabó nunca del todo. Queda el humilladero gótico y el convento de las concepcionistas (abandonado ya totalmente, expoliado a tope, sin sus antiguos retablos renacentistas), queda el magnífico palacio de los condes de San Rafael, y queda este edificio del que vamos a hablar hoy, y a recomendar su visita. Una pequeña joya del barroco rural.

El Palacio de los Condes de Saceda

La familia de don Juan Escudero Lozano, acaudalado prócer del pueblo, a principios del siglo XVII aportó sus caudales para que en sus viejas casonas se alojaran y fundaran congregación los jesuitas, y junto a su palacio se levantara la iglesia del colegio que proponían a los “soldados de Cristo” que levantaran y mantuvieran.

De aquel viejo palacio, al que también se denomina de los Condes de Saceda, por haber sido ocupado por estos aristócratas durante unas décadas del siglo XIX, quedan grandes volúmenes construidos, pero muy transformados a lo largo de los siglos. Solo recuerdo de interés su portón de ingreso, y algunas magníficas rejas de su fachada. El interior, digno y moderno ahora alojando el Centro de Recreo de los Jubilados de la Villa con el título de «Los Olivos», se ha ido transformando. De lo que sabemos fue un notable palacio barroco ha quedado poco menos que su sombra. Además de amplios salones, se ve un bello patio de tradición hispana. Construido de  sillería con numerosos ventanales cubiertos de magníficas rejas de forja popular, su interior guarda aún ecos del paso de la Compañía de Jesús, y muestra salones amplios, escaleras de madera y otros detalles de la época en que fue construido.

Los jesuitas se mantuvieron allí todo el siglo XVII, manteniendo un ritmo de vida muy discreto, con un templo mínimo. Allí daban clases los religiosos a los niños de la localidad, y tras su exclaustración se continuaron dando clases de gramática y latinidad, con maestros puestos por el Ayuntamiento. Hasta tiempos muy recientes ha continuado dicho edificio, en cuyos muros nobles destacan las ventanas y algún escudo de la monarquía, siendo el lugar donde se daban las clases a los niños de Almonacid.

Cuando a principios del siglo XVIII llegó a la zona el dinámico industrial navarro don Juan de Goyeneche, que se dedicó a montar manufacturas y fábricas por todos los pueblos de la zona, a pedido de los jesuitas decidió levantar para ellos una gran iglesia de estilo barroco, que era el pujante en ese momento, y se la entregó para el culto. En su testamento de 1733 dispuso que a su muerte se le enterrara en la iglesia de Nuevo Baztán o en el templo jesuita de Almonacid. Al final se hizo en la localidad madrileña.

Goyeneche estaba asistido en sus realizaciones artísticas por José de Churriguera, que construyó para él todo un pueblo, el Nuevo Baztán (hoy en la provincia de Madrid pero muy cerquita de Mondéjar) donde levantó un templo magnífico, un gran palacio, plazas, calles, fábricas, residencias, jardines, etc…

De ese artista, Churriguera, y de sus hermanos e hijos, están llenos los grandes centros de arte español (quién no conoce el retablo de San Esteban en Salamanca, la iglesia de San Cayetano en Madrid, el coro de la catedral de Salamanca, o el retablo de las Calatravas de Madrid…) habiendo dejado un monumento en el Centro de Madrid, en la calle Alcalá cerca de la puerta del Sol, que fue el palacio madrileño de Goyeneche hoy dedicado a sede de la Real Academia de Bellas Artes.

Es muy posible que fuera también el tracista, cuando no el constructor directo, del retablo mayor de la iglesia de Illana, que aún anda sin dorar, en madera pura, o del que fuera palacio de Goyeneche en ese mismo pueblo, del que hoy nada queda… No sabemos quien fuera el arquitecto director de la iglesia de los jesuitas (ahora ermita de la patrona, la Virgen de la Luz) en Almonacid de Zorita, pero no sería nada de extrañar que el propio Churriguera hubiera sido el tracista de su planta y detalles ornamentales.

La iglesia de los jesuitas de Almonacid

La iglesia de los jesuitas (que fue convertida en sede de la ermita de la Virgen de la Luz, y aún hoy tiene este oficio) es un bello edificio religioso barroco. Se empezó a construir en 1715 y no estuvo del todo acabada hasta 1733. Su portada muestra un ingreso, elevado sobre escaleras, con complicado molduraje y un escudo real, acabando en dos espadañas laterales, que le confieren un aire noble y bello. Su interior es también de grandes y elegantes proporciones, y ofrece una sola nave, con capillas laterales, crucero sobre el que se levanta una cúpula hemiesférica y presbiterio elevado. En las pechinas de la cúpula aparecen los policromados escudos de los Goyeneche y marqueses de Belzunce, más las armas de los Balanza, todos linajes navarros puros, que fueron protectores de este convento jesuítico, así como en las pechinas los lienzos pintados de cuatro arcángeles de gran fuerza barroca. En el suelo de la nave se ven algunas lápidas funerarias de nobles allí enterrados, algunas con escudos heráldicos. Una de ellas corresponde a don Juan de Escudero Lozano, fundador y primer protector del Colegio, hijo del escritor Matías Escudero de Cobeña, que en el siglo XVI escribió su Relación de Casos notables, interesante documento sobre la villa de Almonacid en aquella época.

Se ha restaurado perfectamente esta ermita: descubriendo la piedra del arco, quitando humedades, restaurando los cuadros de los cuatro arcángeles en las pechinas, restaurando los frescos del presbiterio, (donde han aparecido curiosas pinturas de la época barroca, con sencillos paisajes), pintando e iluminando la ermita en su interior y exterior, y todo ello se ha podido llevar a cabo gracias al PRODER (Programa Europeo de Desarrollo), la Delegación de Cultura y el Ayuntamiento. En su sacristía, en unas vitrinas perfectamente adecuadas e iluminadas, se guardan las joyas propias de la Virgen, incluidos algunos mantos suyos.

El templo de los jesuitas de Almonacid puede mostrarse como un digno y sencillo ejemplo de barroco alcarreño. La iglesia es de una sola nave, con planta de cruz latina, y el orden arquitectónico es de pilastras y retropilastras, con capiteles que se funden en el friso, cortado a trechos por tribunas y balcones que interrumpen el entablamento hasta la cornisa, donde todo remata. Esa colocación de balcones en la parte alta de los muros del templo, es muy típica de los conventos masculinos, y en especial de los jesuitas, porque ellos se asomaban allí, desde sus habitaciones y estancias, a oir la misa. Recuérdese, por ejemplo, el templo de San Nicolás de Guadalajara (también originariamente de jesuitas) que los muestra abundantes.

La cúpula de esta iglesia es de decoración tradicional (barroca) con modillones en el anillo, sumados de los blasones de Goyeneche, Belzunce y Balanza, más los motivos vegetales profusos que se combinan con los lienzos de los arcángeles. De estos (ejemplares magníficos de la pintura barroca en la Alcarria, no estudiados todavía como debieran) dí noticia primera y los estudié por encima en un artículo de “Nueva Alcarria” que ahora me resulta imposible localizar ni decir de qué fecha fue su publicación. En todo caso, aquí van un par de fotografías de esos cuatro arcángeles propios del más exaltado barroquismo, y que con dificultad (porque la angelología es una ciencia difusa y difícil) identifico con Miguel (el jefe de las cortes celestiales, militar y guerrero con una espada en lo alto de su mano derecha), Jegudiel (que lleva un látigo), Baraquiel (que lleva un manojo de rosas) y el arcángel del Arca de la Alianza, figura no canónica, incluida en la baraja del Tarot, pero que antiguamente se colocó junto a los otros arcángeles de los que hay tratados sin fin, alusiones en la Biblia, el Islam, el ocultismo, etc. En todo caso, aquí en el templo de Almonacid están muy justificados, porque los jesuitas tuvieron mucha devoción a los arcángeles y estimularon su conocimiento e interpretación, especialmente el escritor Antonio Ruiz de Montoya en su obra “Silex del amor divino” en cuya portada aparece San Ignacio coronado por Laruel y Zeadquiel. Los arcángeles, que cobran un valor estético y narrativo en el barroco, son tratados especialmente en el arte hispanoamericano. Aquí en Guadalajara hay diversos ejemplos de grupos arcangélicos que visitaremos otro día.