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enero 11th, 2013:

Visita al convento de Santa Clara de Guadalajara

El claustro de Santa Clara de Guadalajara tal cual era en 1837 y lo dibujó Valentín Carderera.

 

Paseando por la ciudad de Guadalajara, uno de los edificios que constituyen esencia de la Ruta monumental de tintes mudéjares, y que nadie debe perderse porque es fundamental y forma parte de la silueta perenne de Guadalajara, es la actual parroquia de Santiago, que fue durante siglos iglesia conventual de Santa Clara. Un convento monjil que acumuló riquezas y prebendas, pero que ofreció sus joyas de arte casi completamente olvidadas. Al menos queda la iglesia y sus detalles particulares.

La fundación de monjas clarisas de Guadalajara se debe al entusiasmo de doña Berenguela, hija del rey Alfonso X de Castilla, y señora de la entonces villa por concesión de su padre. Entusiasta de la rama femenina del franciscanismo, ya en 1284 estaba creada la casa alcarreña para este modismo de comunidad religiosa. En ese año el Rey Sabio la protegía. Tenía por advocación El Salvador, y se situaba en la parte de la fuerte cuesta de San Miguel, en unas casas que doña Berenguela tenía recibidas en herencia de su abuela, reina que había sido con el mismo nombre. Pero la casa de clarisas recibió una segunda y definitiva fundación (re-fundación podría decirse) a costa de la siguiente  señora de Guadalajara, la infanta doña Isabel, hija de Sancho IV y María de Molina, quien con su hermana Beatriz vivió largos años en el alcázar de esta ciudad. Su señora de compañía, la piadosa y tenaz doña María Fernández Coronel, compró unas casas en la colación de San Andrés, en plena judería, a doña Sancha, viuda del judío Yahuda, con corrales, huertos anejos y tiendas. Una enorme manzana que hoy se limita por las calles de Teniente Figueroa, Mayor baja, Francisco Cuesta e Ingeniero Mariño. Tras la compra, en 1299, se comenzó a edificar convento e iglesia. Nacía así, en los comienzos del siglo XIV, el Real Convento de Santa Clara de Guadalajara. Otros vecinos de Guadalajara vendieron ó donaron sus terrenos para crear solar inmenso a esta fundación, que crecería rica y poderosa a lo largo dela Edad Media.

Desde la cuesta de San Miguel se trasladaron las monjas al nuevo convento en 1307. Poco después, en 1309, moría doña María Fernández Coronel, rodeada de todas las monjas clarisas, de las que entonces aparecía como abadesa su propia hija doña Teresa. En su testamento figura el enorme donadío que las deja: tierras, huertos y molinos por la vega del río Henares (por Alovera, Benalaque, Iriépal, Marchamalo) por el valle del Badiel (en Hita, Alarilla) y aún más lejos. Enseguida, y con tantos posibles, comenzó a levantarse la iglesia conventual, joya del arte mudéjar de Guadalajara que, hoy con el nombre de iglesia de Santiago, luego describiremos.

La Baja Edad Media, embebida del ímpetu religioso y movida por el gobernalle de un teocentrismo sin fisuras, ve crecer esta institución siglo tras siglo, año tras año. Magnates de la tierra, monarcas castellanos, y pueblo fiel, va creando las condiciones para que crezca y prospere este cenobio. El infante don Juan Manuel dio en 1321 a la comunidad de monjas 4 cahíces de sal a sacar de las salinas de Atienza. Y en 1328 su contrincante, el rey Alfonso XI, aumenta esa concesión de sal y las exime de diezmos y tercias. En 1358, el Concejo de la villa de Guadalajara exime para siempre a las monjas del pago de pechos, derramas y remates: no tienen que pagar impuestos. Aun don Alonso Fernández Coronel, nieto de la fundadora, quedó con el patronazgo sobre la capilla mayor y el primer tramo de la nave central de la iglesia: su enterramiento fue puesto en la parte lateral de la capilla mayor. En los siglos XIV al XVI aumentaron notablemente los bienes de esta comunidad monjil. Entre otras concesiones, contaron con el almojarifazgo castellano de Córdoba, concedido por Enrique IV. El ingreso contínuo de jóvenes de la ciudad, todas ellas acompañadas de jugosas dotes, hizo crecer los bienes monetarios, consiguiendo juntar más de cien abultados censos en lugares cercanos a la capital, y muchas casas y solares distribuidos porla ciudad. Enesa época alcanzó el centenar de monjas, que se distribuían por un enorme edificio en el que había dos claustros, el soberbio templo, y refectorios, celdas y salas sin cuento.

Con el comienzo del siglo XVIII se inician los problemas para esta comunidad. La guerra de Sucesión, en 1706, supuso para las clarisas un momento de retroceso en sus bienes y pérdida de tierras, incluso destrucción parcial de su casa. La Guerra de la Independencia fue otro impulso a su destrucción. En 1808 huyen del convento las monjas. En 1835, y aunqueel sermás de 12 monjas profesas no le obligó a abandonarlo físicamente, la Desamortización de Mendizábal las dejó desprovistas de muchísimos de sus bienes. En su ancho caserón se amontonaron entonces, con ellas, las franciscanas de la Piedad, y las jerónimas de los Remedios.

En 1912 vendieron su gran manzana al conde de Romanones y se fueron a Canals (Valencia). El político factotum de la Alcarria por esos tiempos, cedió la iglesia para uso parroquial, dándola el nombre de Santiago (por haberse derruido pocos años antes la que con ese mismo nombre ocupaba lo que hoy es lonja de acceso al palacio del Infantado), y montó un hotel (el Hotel España) en la parte más noble del convento, vendiendo a Correos y a otros terratenientes alcarreños el resto de la manzana conventual. (más…)