Arte del Renacimiento en el Señorío de Molina

viernes, 17 agosto 2012 2 Por Herrera Casado

Cristo atado a la columna, detalle de la predela del retablo de San Gil en Molina de Aragón.

Está el Señorío de Molina, en estos días, a tope de gente. Es la mejor época para viajar por sus pueblos, por sus plazas y ejidos. Y visitar en ellos los elementos que constituyen su patrimonio heredado, sus templos y casonas, sus plazas anchas y sus castillos. En muchas de las iglesias del Señorío molinés se esconden, o muestran a toda luz, los retablos que antaño fueron admiración de devotos, y hoy son asombro de eruditos. En todo caso, siempre la expresión de una fe y un alarde de habilidad y buen gusto. Por algunos de esos retablos, renacentistas o aun barrocos, invito a mis lectores a viajar este mes de calores y descansos.

En Tartanedo nos abrimos paso por la iglesia ancha y despejada, que este verano ha recibido de nuevo la visita de un grupo de estudiosos y restauradores de la Universidad de Valencia. En este templo nos admira siempre la profusión de retablos, de luz y de imaginería que por todas partes se despliega. Parece toda ella un grito de la Contrarreforma, con imágenes barrocas, serenidades renacentistas y hasta un equilibrio neoclásico que se plasma en retablos, púlpitos y capillas decoradas con profusión. Es sin duda un destino seguro para quienes amen el arte de pasados siglos.

Lo primero que nos sorprende al entrar en la iglesia de San Bartolomé de Tartanedo, en su muro norte, frente al acceso, es un magnífico retablo con pinturas, obra del siglo XVI, dedicado a San Juan Bautista, con figura orante de canónigo a los pies. También otro retablo barroco más pequeño, pero con buenas tallas. En el ala sur, se ve el altar dedicado a nuestra Señora de la Cabeza, con un gran cuadro de mediana calidad, fundación todo ello, en el siglo XVII, de don Juan Ximénez de Azcutia. A continuación se ve un magnífico púlpito barroco en el que aparecen talladas las figuras de los Padres de la Iglesia.

En el brazo de la epístola, en el crucero, además del impresionante cuadro de “El juicio de Salomón” donación de un sacerdote en el siglo XIX, encontramos el gran retablo de Santa Catalina, que se forma, además de la hornacina central con la santa titular, de buena talla del siglo XVI, con una serie de cinco lienzos con ángeles sosteniendo atributos marianos. Entre los escudos se puede leer esta frase: «Este retablo mandó hacer el Señor don Andrés Carlos de Montesoro y Ribas patrono de esta Capilla año 1741. La que fundó Miguel Sánchez de Traid año de 1557». En la mesa de altar de este retablo, aparece tallado otro escudo policromado con las armas y atributos eclesiásticos de don José García Ibáñez, canónigo de Sigüenza, que hizo importantes donaciones a la iglesia en el siglo XVIII. Y en el fondo de este brazo, un gran altar constituido por pinturas en lienzo, adosadas directamente al muro, en el que se ven otra serie de ángeles con más atributos virginales. De esta colección de ángeles de tradición virreinal americana, ya me he ocupado en ocasiones anteriores.

Todavía en Tartanedo, y en el brazo del evangelio del crucero, destacan los altares de Nuestra Señora del Rosario, buen conjunto de tallas y pinturas, obra del siglo XVII, con un lienzo representando el martirio de San Bartolomé, copia exacta de la conocida obra de Ribera con este motivo, y en el presbiterio el retablo principal, obra barroca mesurada, con buenas tallas y profusión de dorados. En su centro, una buena imagen de San Bartolomé, en cuya peana se lee: «Este Santo se hizo a deboción de don Bartholomé Mungía, cirujano de cámara del rey Fernando VI, natural de esta parroquia». A sus lados, sendas tallas de San Pedro y San Pablo. Sobre el Sagrario, un magnífico crucifijo gótico, de pequeño tamaño, que la tradición dice haber sido traído del monasterio de Piedra. Este verano se ha comenzado la tarea de restauración y limpieza de estos últimos ejemplares, que seguirá en años próximos, y que dan nuevo valor a este templo que puede considerarse como Museo del Arte religioso castellano.

En Alustante se encuentra, en la cúspide de su nave y presbiterio, brillante y colorista, el gran retablo mayor de su parroquia, dedicado a la Asunción de la Virgen, recién celebrada. Es este retablo una sorprendente joya que se articula en tres cuerpos, cinco calles verticales y un ático. En ellas aparecen magníficas tallas y grupos escultóricos de exquisita factura. La representación tallada del panel central es un grupo de la Asunción de la Virgen, y sobre él aparece otro representando a San Miguel Arcángel, revestido de soldado barroco, aplastando al Diablo. Otros paneles muestran los martirios de San Pedro y San Pablo, así como representaciones de Santiago y San Jorge a caballo. También se distribuyen por este retablo varios relieves con escenas de la Pasión de Cristo y de su infancia vital. Debe destacarse su aislado y central tabernáculo, complicada arquitectura en dorada madera que se corona con bellísimo grupo en talla de la Transfiguración, presentando en el interior del Sagrario un valioso conjunto de relieve conla Ultima Cena. Este retablo fue ejecutado entre 1629 y 1700 por una serie de artistas salidos del taller seguntino de Giraldo de Merlo: Teodosio Pérez y Rafael Castillejo fueron los tallistas, mientras que Juan de Pinilla y Sebastián de Quarte fueron los ensambladores; los pintores y decoradores Juan de Lasarte y Bernardino Tollet completaronla obra. Está realizado en madera de pino rojo sobre la que se aplicó en su integridad una capa de pan de oro. La limpieza y restauración meticulosa de este conjunto en años recientes le ha devuelto su primitivo valor. Solo por ver este retablo merece la pena hacer el viaje (150 kilómetros desde Guadalajara, a la raya de Aragón) hasta Alustante.

En Molina de Aragón, en la iglesia de San Gil, luce el retablo de la Asunción, que es obra importada, y así salvada, desde El Atance, en la sierra seguntina. Esta iglesia, hoy parroquia única de la vieja ciudad molinesa, sufrió un incendio en 1915, quedando entonces vacía de altares. Se consiguió finalmente, a fines del pasado siglo, traer desde El Atance su retablo renacentista que debía ser salvado de la destrucción del templo por las aguas de un pantano. Es obra magnífica, fechada en 1620, y salida de los talleres retablísticos de Sigüenza, aunque no poseo datos concretos de autores y doradores. Consta el retablo de tres cuerpos divididos en cinco calles y apoyado sobre una predela. En esta se ven talladas cuatro escenas de la Pasión de Cristo, entre las que destacan la flagelación, el prendimiento y la coronación de espinas. En el primer cuerpo, empezando desde abajo, se ven las calles exteriores escoltadas por los santos franciscanos San Antonio y San Francisco de Asis, y en el interior grupos de relieve mostrando escenas de la infancia de Jesús: la Adoración de los pastores y la epifanía o Adoración de los Reyes Magos. En el segundo nivel, las calles exteriores muestran a dos evangelistas, San Marcos y San Lucas, y al interior los paneles en relieve de la Natividad y la Anunciación, y en su centro, el grupo, algo mutilado, de la Asunción. El tercer nivel, al exterior los otros dos evangelistas, San Juan y San Mateo, y dentro los paneles mostrando a María en su versión de Tota Pulchra, rodeada de los símbolos de la letanía laurentina, más la movida y multitudinaria escena de la Presentación de Jesús en el Templo. Al centro, Dios Padre, y arriba del todo, en el pináculo de la máquina retablística, el Calvario, esencia y eje del cristianismo. Sendos medallones a sus lados fechas con exactitud la terminación del obrón: 26 de mayo de 1620.

En Embid encontramos una interesante muestra retablística, pues además del retablo mayor y el de la virgen del Rosario, destaca sobre todo la obra del siglo XVI dedicada a San Francisco, con tablas muy buenas de la escuela aragonesa. Este retablo, del que tuve fotografías que ahora no encuentro, fue fundación, en el siglo XVI, del alcalde y regidor de Embid D.Diego Sanz de Rillo, poderoso ganadero. Hice su estudio enla Revista Wad-al-Hayara, hace ya bastantes años.

En Selas se muestran espléndidas piezas dela retablística. El fondo del presbiterio muestra un gran retablo barroco, popular, aparece en su hornacina central una imagen dela Virgen María en su advocación de la Minerva, rodeada de varios lienzos con pinturas de El Buen Pastor, San Francisco de Borja, San Isidro Labrador y San Pascual Bailón. Sobre la Virgen, un Calvario de talla. En una leyenda que se ve en la predela, pone lo siguiente: «Doró este retablo de limosna el onrrado concexo de Selas, siendo cura el Lcdº D.Francisco Sanz López y Regidores Joseph Bermexo y Francº Nobella y Maiordomo Juan Fernandez Año de 1699». En la nave de la Epístola aparece el mejor retablo de la parroquia, que es obra de comienzos del siglo XVI, con tablas de extraordinaria factura, algunas de las cuales representan el Calvario, Santa Catalina de Alejandría, Santa Águeda, Santa Inés y San Cristóbal.

Hace unas semanas repasaba aquí uno de los templos más desconocidos, por lejanos, de la provincia: el de Motos. Y allí destacaba lo que hoy corresponde señalar aquí como uno de los mejores ejemplos de la pintura renacentista en nuestra tierra: el retablo de San Juan, espectacular y recién restaurado. Está colocado sobre el muro norte del templo y es lo primero que vemos al entrar ala iglesia. Se trata de una pieza de estilo renacimiento castellano, seguro que de principios del siglo XVI. Con cierta influencia, por su estructura y disposición, levantina, hay quien ha pensado que fuera de la misma mano que otro similar que hay en la iglesia molinesa de Rueda dela Sierra.  En todo caso, el nombre del autor se ignora. Este es un retablo de los que pueden denominarse “de donante” porque quien lo mandó hacer y lo pagó figura retratado en el mismo, en este caso junto a su esposa. El tal donante fue, de eso sí hay constancia, porque aparece escrito en la predela, don Juan López Malo, según se lee con caracteres muy lucidos: “Esta Capilla y Retablo hizo Ivan Lopez Malo Año M D XX”.

Se trata de un conjunto de pinturas estructurado en tres calles verticales, con dos cuadros en cada una. Más una predela con cuatro tablas, y una escocia o charnela que lo protege, decorada con filigrana seudogótica. En la calle central vemos la representación de San Juan [bautista], en pie, venerado por dos personajes, uno a cada lado, de rodillas. A su derecha aparece un varón (el donante, Juan López Malo) y a su izquierda una mujer, su esposa. El fondo, muy sencillo, presenta un cielo azul con algunos árboles delante. Encima está la tabla que representa a la Crucifixión de Jesucristo, que clavado en la cruz es acompañado de su Madre María y su discípulo san Juan [evangelista].

En la calle de la derecha, el cuadro inferior representa a San Bartolomé, exorcizando a un demonio, representado de cuerpo entero, muy peludo y con cuernecillos, y el superior a San Fabián, patrón de los caminantes y cazadores, muy elegante y con hábitos de caballero. En la calle de la izquierda, la tabla inferior nos muestra a San Pedro, patrón de la iglesia, y la superior una representación de San Bernardino de Siena, en su hábito de franciscano, con la imagen delNiño Jesúsgrabada y brillante en su pecho.

La predela del retablo nos muestra, en tablas más pequeñas, y de izquierda a derecha del espectador, a Santa Lucía con los símbolos de su martirio (dos ojos sobre una copa y la palma), a San Juan Evangelista y San Agustín emparejados, a Cristo en la tabla central, viniendo a continuación el grupo de Santa Ana, la Virgen yel Niño,  y acabando con la representación de Santa Quiteria mártir, con sus símbolos de un perro y la palma.

En Rueda de la Sierra es muy interesante de ver el retablo que adorna la capilla de San Andrés, obra del siglo XVI, con cierto parentesco estilístico con el anteriormente descrito retablo de San Juan de Motos. Esta obra fue promovida por el clérigo Andrés Fernández Vallejo.

Aparte de ello, y por no entrar en detalles que desbordarían el espacio de que dispongo, quiero mencionar  las sorpresas barrocas de Terzaga, de Tordesilos, de los altares del templo de Campillo de Dueñas, de Setiles, de Tierzo… Sin duda que este mes es el mejor momento para viajar por Molina, y la ocasión de poder contemplar, sin prisas pero sin pausas, algunas de estas maravillas del arte que han quedado ancladas, esperemos que para siempre, en las penumbras de sus viejos templos cristianos.