Tamajón al final de un viaje

viernes, 6 abril 2012 2 Por Herrera Casado

Iglesia parroquial de Tamajón

Un destino para pasar alguno de estos días de vacación, con un tiempo más que aceptable, y descubriendo pueblos y detalles de nuestra geografía provincial, es sin duda Tamajón: al pie del Ocejón, entre jarales, sabinares y pinares, Tamajón es la puerta de la Serranía Negra, de los caminos del parque natural de la Sierra Norte, un lugar sin duda que merece visitarse, degustarse y salir de él con la alegría de haber encontrado un pueblo y un entorno de sorpresas.

Sobre una llanada amplia, al pie mismo de las altas y frías serranías del Ocejón, encontramos la villa de Tamajón, que alcanzó en siglos pasados gran prosperidad como centro comercial y nudo de comunicaciones con el resto de los pue­blos y lugares que se esconden en las anfractuosidades de estas montañas, y aun con aquellos otros lugares que están al otro lado de ellas, hacia el norte. No es exagerado decir que hoy es Tamajón la capital, por lo menos geográfica y simbólica, de la Sierra Norte de Guadalajara.

Lo limpio y sano de su aire, el magnífico paisaje que sobre este pueblo se cierne, hizo que ya en el siglo XVI se fijara en él Felipe II como uno de los posibles lugares donde colocar su monasterio real de San Lorenzo, que finalmente llevó al Escorial, bajo el Guadarrama.

Fue reconquistado Tamajón al tiempo que todas las vegas del Jarama y Henares, por Alfonso VI. Perteneció en princi­pio al Común de Villa y Tierra de Atienza. Posteriormente el rey Sancho IV se lo donó en señorío a su hija la infanta doña Isabel, y ésta se lo traspasó en la misma calidad a doña María Fernández Coronel, su ama de compañía. Ya en el siglo XIV pasó este lugar a engrosar los abultados dominios del caballero don Iñigo López de Orozco, de quien luego pasaría a los Mendoza, en cuya casa permaneció durante siglos.

Durante la Edad Media, Tamajón tuvo un gran creci­miento económico, pues poseía el Concejo grandes cantidades de ganados: los reyes castellanos le concedieron el derecho a que éstos pastasen en tierras de Ayllón, sin pagar derechos. También, desde Sancho IV, y luego confirmado por sus sucesores, Tamajón gozó del derecho de que sus arrieros no pagaran portazgo por ningún lugar de Castilla. Estas franquicias hicie­ron acudir a numerosas gentes a residir en el lugar, poblán­dose y creciendo notablemente.

Un paseo por Tamajón

Sorprende en un principio Tamajón por lo bien urbani­zado, lo recto de sus calles y lo uniforme de sus edificios. Guarda esta estructura de calles paralelas y en perpendicular perfecta, con plaza central y la iglesia a un extremo y en alto, desde el siglo XVI. Destacan en el conjunto de sus edificios civiles el palacio de los Mendoza, situado en la calle mayor, junto a la plaza. Se restauró hace no mucho, aunque sólo se conserva la portada, pues el resto siendo ocupado como Ayuntamiento, vino al suelo. Lo que queda constituye, sin embargo, un ejemplar magnífico de la arquitectura civil plateresca. Puede datarse su construcción a mediados del siglo XVI. En recia piedra sillar de la zona, la portada se estructura con un gran portón lateral, de arco semicircular adovelado. Sobre él, un escudo circular que, muy machacado, se hace hoy imposible de identificar. Empotrado en el muro, se ve también un gran escudo, con las armas de Mendoza y la Cerda esculpidas, en medallón y frisos cuajados de grutescos. Diversas ventanas de traza sencilla completan el conjunto.

Otras casonas que pueden admirarse en Tamajón son: la de los Montúfar, con portada de sencillo barroquismo, propia del siglo XVII en sus finales, y gran escudo con yelmo y lam­brequines de rectas plumas, mostrando las armas de esta familia con otros entronques; la casa del marqués, que no posee escudo ni detalles artísticos, pero que está construida totalmente en bien tallados sillares de la dorada piedra de Tamajón; y otra casa, de algún labrador, que en su dintel lleva tallado un escudete en que se representan los elementos de su trabajo: una hoz, un hacha, un azadón y un martillo.

La iglesia parroquial fue en sus orígenes románica, y de aquella época conserva una docena de interesantes canecillos, con carátulas corrientes y personajes del siglo XIII en diver­sas y curiosas actitudes, hoy colocados sobre el muro meridio­nal del templo. Lo actual es del siglo XVI en su primera mitad, y consiste en un atrio porticado, con arcos semicircula­res apoyados en sencillos capiteles de geométrica traza; de un total de nueve sobre el lado mayor, el central sirve de acceso, y los restantes presentan una alta baranda de piedra. El lado menor de este atrio tiene dos arcos apuntados. A los pies del templo, una torre. El resto del edificio, todo él en sillar cons­truido, no presenta nada de notable, aunque recomiendo al viajero que no deje de observar los dos relojes de sol que aparecen, en alto y bajo, en el muro meridional de la cabecera del templo. En su interior, de tres naves separadas por gruesas pilastras sobre las que cargan semicirculares arcos, se cubren con bóvedas de crucería.

En el pavimento de la nave central, aparecen gran cantidad de lápidas funerarias. La cabecera del templo se forma por tres capillas en las que rematan las correspondientes naves. La capilla mayor es cuadrada y más profunda que las laterales, con bóveda de crucería estrellada más rica que las demás. En una capilla del lado de la epístola, sufragada por la familia Montúfar en el siglo XVI, se ven escudos policromados y esta leyenda pintada en el friso: «Esta capilla mandaron hacer, a honrra y gloria de Dios, Alonso de Montufar, natural de esta Villa, i Olalla Martínez, su muger, natural de…. de Duero, vezinos que fueron de la villa de Madrid. Acabose en el mes de febrero año de mil y quinientos noventa y seis años». Las estatuas orantes, talladas de alabastro, de estos señores que adornaban la capilla, fueron destruidas en la Guerra Civil de 1936‑39.

En las afueras del pueblo, aparte de algunas ermitas, se conserva el gran edificio de la antigua fábrica de vidrios, que en el siglo XVIII y aun en el XIX, produjo gran cantidad de bellos productos en material suavemente azulado. Otro grupo, muy amplio, de ruinas, viene a señalar el lugar en que asentó el monasterio de la Concepción de la Madre de Dios, de frai­les franciscanos. Lo fundó en 1592 doña María de Mendoza y de la Cerda, y dio para ello la enorme cantidad de 12.000 ducados más varias tierras, cuadros y obras de arte. Enco­mendó el cuidado y patronato del convento a su primo el poderoso duque de Pastrana. La iglesia hubo de ser reconstruida de nuevo en el siglo XVIII, pero tras la desamortización de 1835 el convento quedó vacío, y las pie­dras de su iglesia y dependencias sirvieron a los vecinos del pueblo para construirse casas nuevas. Hoy sólo queda del antiguo cenobio el perímetro anchísimo, y, en su interior, leves muestras de la que fue iglesia, claustro, y muy poco más.

Es de destacar, para los aficionados a estos temas, que en Tamajón se pueden encontrar con cuatro relojes de sol de diverso valor y antigüedad. Dos de ellos están en la iglesia, en sus muros exeriores. Uno es antiguo, enorme y cuidado, sobre el muro sur de la cabecera de la iglesia, estando grabado sobre sus sillares, con más de 3 metros de anchura, con las líneas de la mañana muy bien calculadas, y las de la tarde agrandadas para recoger la luz más oblicua. Otro se encuentra tallado en una columna de la plaza porticada. Otro es moderno, grabado con exquisito detalle sobre una placa de mármol de medio metro de lado, y sujeto en la parte baja del muro sur de la cabecera de la iglesia. Finalmente, hay otro en los jardines de la Residencia de Ancianos “Virgen de los Enebrales”, tallado sobre una losa de piedra de 80 cms. de alto, en el que aparecen las líneas horarias, la escala horaria, los números horarios (de 5 de la mañana a 8 de la tarde), las líneas del zodiaco, y un gráfico con la Ecuación de Tiempo. Estos dos últimos son obra de José Esteban Esteban, destacado gnomista que lo construyó en 1991.

Un paseo por los alrededores

En el término de Tamajón, camino de Majaelrayo, sobre un altozano desde el que se divisa el cercano picacho del Oce­jón, se alza la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, muy venerada en toda la comarca, donde a la Virgen la lla­man «la Serrana» y se hacen alegres y nutridas romerías el domingo siguiente a la Natividad de María. La tradición dice que esta Virgen se apareció, en este mismo lugar, cuando el párroco de Tamajón se dirigía al pueblo de El Vado a decir misa, y fue atacado por enorme serpiente amenazante, que fue vencida por el resplandor de la Virgen aparecida sobre su enebral, y el cura puesto a salvo. Esta leyenda se pintó al fresco en el muro norte de la ermita, que es construcción del siglo XVIII. Quiere también la tradición popular mantener siempre, día y noche, una puerta abierta del templo, para evitar apariciones demoníacas a los cami­nantes.

Para llegar a esa ermita hay que pasar antes por la Ciudad Encantada, que es un espacio maravilloso en el que uno no para, aunque esté horas deambulando entre sus rocas y bosques, de admirarse. Un lugar de la Naturaleza que parece haber sido esculpido por los procesos de erosión y disolución que las aguas de lluvia han generado a lo largo de milenios.

La base de su espacio es una plataforma rocosa determinada por los estratos calcáreos del Cretácico superior, y que se ofrecen en una posición levemente horizontal o subhorizontal. La progresión de los fenómenos kársticos y de hundimientos rocosos en todo este bloque, así como el hecho de que no todos los estratos calizos superpuestos tengan la misma fragilidad ante el ataque del agua han llegado a consolidar este formación en la que el viajero va a sorprenderse ante fenómenos, a pequeña escala, similares a los de la “Ciudad Encantada” de Cuenca, y que en esencia son la presencia de algunos monolitos aislados con forma de seta (tormos), pequeñas cavidades, socavación de paredes e incluso la aparición de algún «puente» rocoso.

Una vez que estemos deambulando entre las rocas y los enebros, los viajeros deben fijarse en las microformas que dan toques de amenidad al conjunto, como los lapiaces o pequeños hoyos que horadan la roca caliza. Y por supuesto no hay que olvidar admirar la variedad de colores y texturas: la Naturaleza se expresa con su belleza máxima en este lugar, a través de las tonalidades crema, típicas de los bancos calizos, que se ven enmascaradas por un revestimiento superficial, que como un suave lienzo negro cubre algunas paredes de esta pequeña ciudad encantada: ello es la consecuencia del arrastre del agua y el depósito en los fondos de las rocas de sales de manganeso.

Es un placer andar subiendo y bajando estos roquedales de Tamajón. Uno piensa que se encuentra en un escenario (natural y viejísimo) en el que podrían representarse en cualquier momento emocionantes escenas de guerra y pasión. Se ven torres auténticas, gigantes envarados, sobre los las sabinas. Y un inmenso auditorio, con una escalinata preparada para que baje la artista principal, escalinata además tapizada por el agua que escurre desde algún nivel impermeable. Hay un gran puente de roca, y unos contrastes llamativos en el color de las paredes: desde el gris perfecto, que parece recién pintado, hasta los dorados solemnes y los negros pizarrosos. Un espectáculo de luz y silencio, una maravilla tan cerca…

Finalmente, merece la pena acercarse a visitar el Pantano de El Vado. Por la carretera que desde Tamajón conduce al Concejo de Campillo de Ranas y Majaelrayo, a pocos kilómetros se encuentra una desviación a la izquierda que va a seguir el curso del Jarama por su izquierda y aborda el embalse de El Vado por su parte posterior. Así llegamos al actual poblado de la presa del El Vado. Este gran embalse está formado por dos presas (la principal y el aliviadero), y almacena el agua del río Jarama, que se embalsa entre los cerros que descienden del sistema Cen­tral, Somosierra y serranía del Ocejón. La presa principal fue concluida en 1972 y tiene una longitud de coronación de 175 metros, con 70 metros de altura. El aliviadero fue terminado en 1954 y tiene un sistema de compuertas, con 200 metros de longitud de coronación. Almacena un máximo de 57 millones de metros cúbicos, y el embalse alcanza una superficie de 264 hectáreas. Su destino es tanto para regadío como para abastecimiento de aguas a Madrid.

Entre otras cosas y el paisaje en que se enclava, el viajero debe admirar en el aliviadero las grandes cabezas de monstruos en que apoya su estructura, uno de los cuales reproduzco adjunto a estas líneas. A la entrada de su vial se encuentra un monolito que recuerda el paso por este lugar de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, en su viaje serrano. Bajo las aguas de este embalse quedó el pueblo de El Vado, que en ocasiones, cuando baja el nivel por sequía o vaciado, resurge en las ruinas de sus casas o los restos de su iglesia parroquial, que se mantiene siempre visible, en unas evocadoras ruinas entre la vegetación de robles. Este templo era romá­nico, de construcción sencilla y popular, y aún queda en pie su espadaña de pizarras, triangular y evocadora, y la nave completa, desprovista de cubierta. Merece hacerse una excursión a pie, por la orilla del embalse, hasta el ameno lugar en que asentó este antiguo pueblo.

En realidad, todo el término de Tamajón está cuajado de interesantes paisajes y sorpresas continuas. Una oferta de camino sencillo es el llamado “Camino Olvidado” que bajaba por entre los sabinares a Retiendas y seguía al monasterio de Bonaval. Y otro, más largo, pero que con paciencia se cumple es el de llegar, a través del despoblado de Sacedoncillo y la pedanía de Muriel, a la ermita de Peñamira. Esta primavera van a poder cumplirse estos paseos para quien realmente se decida a hacerlos.