Descubriendo las Cendejas

viernes, 24 septiembre 2010 3 Por Herrera Casado

Invito a mis lectores a que vayan mañana a las Cendejas, ese grupo de tres pueblos intimamente hermanados, porque encerrados en un alto valle los tres se contemplan mutuamente, y a los que se suele ir poco, porque siempre pillan a trasmano de cualquier ruta, remotos por desconocidos, pero cerca porque en una mañana se va, se les visita y se vuelve uno, sin mayor problema.  

Son tres lugares de común historia, con patrimonio reducido y sencillo, pero como siempre peculiar y con perspectivas únicas, y espacios por los que el viajero puede deambular cómodamente, a veces en llano, a veces casi trepando, y desde sus atalayas ver el fluir de la mañana otoñal, azul y quieta, con la vida antigua rodando por sus plazas y empinadas callejas.   

Cendejas de la Torre asienta en un cerro que estuvo culminado por un castillo, del que aún quedan restos visibles.

 

 Una historia común  

Son sus nombres Cendejas del Padrastro, Cendejas de Enmedio y Cendejas de la Torre. Se puede empezar a visitarlos desde la carretera que de Jadraque sube a las sierras, hacia Atienza. O llegar a ellas subiendo la cuesta que desde Matillas asciende hacia su alto valle. Sea como sea, empezar por uno y acabar por otro, Cendejas de Enmedio queda siempre a la mitad del recorrido. No falla.  

En las vertientes que dan a un arroyo central que bajará hacia el río Henares finalmente, las Cendejas tuvieron una historia común. Parece ser que en sus términos hubo asentamientos celtíbéricos, y quizás también romanos, pues su primitivo nombre de «Sintilia» así lo sugiere. Hasta “las Cendejas” (sin especificar a cual de ellas, porque las tres se tenían por un lugar único) llegó Ordoño II, a comienzos del siglo X, en un avance reconquistador, según dice el Cronicón de Sampiro. Pero la reconquista definitiva no llegaría hasta fines del XI, cuando Atienza cayó en poder de Alfonso VI. Quedaron las tres en el Común de Atienza pasando luego más tarde al de Jadraque. En 1434 pasó a formar parte, junto con Jadraque y toda su tierra, del señorío que en ella concedió el rey Juan II a su cortesano Gómez Carrillo. A fines del XV pasó al cardenal don Pedro González de Mendoza quien lo incluyó como «condado del Cid» en el mayorazgo de su hijo Rodrigo. De él pasó, con el título de marqués de Cenete, a los duques del Infantado, en cuyo señorío quedó hasta el siglo XIX.  

Tan asilados estaban, que no fueron incluidos en los desmanes y atropellos de guerras como la de Sucesión o la de Independencia. Ni siquiera en la Civil, y eso que el frente anduvo cerca, sufrieron bombardeos y asaltos. Las Cendejas han formado siempre, como se ve, en la falange de los sitios tranquilos, lejanos “del mundanal ruido”. Y hoy siguen así, cuajados de chalets, de casas que se va construyendo la gente porque son el lugar idóneo para retirarse, y pasar desapercibido.  

Su patrimonio esencial  

Cada uno de estos lugares tiene su aquel. Como van gemelos, la tarde que los visité estaban los tres en fiestas. Son las de aquí unas fiestas tranquilas, que se reducen a colgar banderitas de plástico en las que alternan los colores rojo y gualda con los de la Diputación y la Junta. En uno de ellos, en el de La Torre, habían conseguido montar, en la estrecha plaza, un gran hinchable que servía de espacio de saltos para los más pequeños, y una gran piscina, también de estructura hinchable, para los adolescentes, que no hacían más que salir y entrar, porque el calor así lo demandaba. Supongo que al mediodía dirían su Misa y por la noche darían paso al atronador sonido de los bafles pachangueros.  Afortunadamente no me pilló ninguno de esos peligros.  

Cendejas del Padrastro es realmente pequeño y en su caserío ganan en cómputo las casas derruidas sobre las construidas. Está un poco de pena por eso, porque se ve mucha ruina por las calles. Sin embargo, aún da para saludar a las gentes que a la sombra charlan, o en las encrucijadas juegan a las bicis y a los aros con sus hijos. Ya veremos qué pasa en el invierno, pero me imagino que se queda vacío.  

Es este un lugar anejo a Cendejas de Enme­dio, del que está separado tan sólo, como dicen las antiguas crónicas, «por dos tiros de ballesta». Destaca en lo alto, a media ladera, la iglesia parroquial, de origen románico, que nos pre­senta una espadaña de fuerte fábrica de mampostería, con remate triangular y tres vanos para las campanas. La puerta aparece entre dos contrafuertes, y consta de arco semicircular adovelado. El interior, según me dijeron, es de una sola nave, muy sencilla.  

En su término asienta el san­tuario de Nuestra Señora de Valbuena, por el que es más conocida esta Cendejas. Se trata de un edificio grande, obra del siglo XVII, al que se unen una hospedería y otras dependencias para uso de los romeros. El entorno del valle en que se ubica se halla rodeado de hermosas y densas arboledas. Dice la tradición que en aquel paraje, un «buen valle» durante la Edad Media, se apareció la Virgen a un pastorcillo, ordenando que construyeran allí una gran ermita en su honor; otra versión quiere que fueran unos reyes de Castilla los que, perdidos por aquellas espesuras, prometieran elevar un edificio religioso a la Virgen si les ponía en el buen camino hacia Atienza.  

La tradición popular sigue celebrando una gran romería el último domingo de mayo, que se repite también la víspera de la Ascensión. Acuden gentes andando o en vehículos desde muchos pueblos de la comarca, y aún de Guadalajara y Madrid en autobuses. Los pueblos comarcanos hacen la rome­ría a pie, presidido cada grupo por la cruz parroquial respec­tiva. Al llegar a la ermita, se realiza la ceremonia del «saludo» que consiste en que la cruz de los romeros choca sus puntas con la cruz parroquial de Cendejas del Padrastro. Se celebran actos religiosos, y luego comida y bebida en los pra­dos y alamedas circundantes.  

Seguimos viaje a Cendejas de Enmedio. En realidad es bajar al valle, denso de arboledas, y subir la cuesta. Ya estamos en medio de las Cendejas de Enmedio.  

Además de un denso surgir de chalets, plazuelas y fuentes, llegamos a la amplia plaza de la iglesia, que está aislada de todo, y que fue reconstruida a finales del siglo XIX (1888) aunque mantuvo su alta torre de fábrica de digna mampostería, con esquinas de fuerte sillar calizo, y el templo de tapial revocado, con contrafuertes de sillar, y una simple puerta de arco semicircular sobre el muro sur. La torre forma un agradable contrapunto con la fuente que preside una de las dos plazas que la circundan. Aunque cuando uno se pone a mirarla, se da cuenta de que la sobran algunas cosas: muchos cables, muchas farolas, y una amenazante higuera que se la va a comer como un cáncer, por la mitad.  

El más interesante, en mi opinión, de estos tres pueblos, es al que se llega finalmente, siguiendo la propuesta ruta. Cendejas de la Torre asienta en una empinada ladera que tiene en su cima los restos, todavía bastante evidentes, de un viejo castillo medieval. Ascendemos, todavía en coche, hasta la plaza o la confluencia de calles que ejerce de tal. En un rellano aposenta el rollo o picota que se edificó hace unos años, en memoria del que existió hace muchos siglos, proclamando su categoría de villa independiente. Va junto a estas líneas una imagen de este rollo moderno pero tradicional a un tiempo. También en el centro está una ermita grande y antigua, y si se sigue trepando llegaremos, primero, a la Torre del Reloj, que es posiblemente la que da nombre al pueblo. Y que es sin duda el resto de una antigua torre fuerte, quizás albarrana de su castillo primitivo, o quizás esquinera de su amurallamiento. Siguiendo la calle se llega a la iglesia, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, que si bien tuvo un origen románico, como todo en esta zona ya viva y poblada en el siglo XIII, fue reedificada en el siglo XVIII, y muestra su por­tada, algo más antigua, abierta a atrio descubierto, consistente en arco de medio punto, escoltado por sendas pilastras estria­das y adosadas, rematadas en capiteles renacientes y friso.  

Sin dedicar mucho tiempo al examen de las ruinas de lo que fue castillo, porque el calor de la tarde apretaba fuerte, sí que es visible la estructura de la fortificación, que remata un cerro más de 30 metros más alto que la parte más alta de la villa, y que tanto en las fotografías de satélite como a simple vista, incluso en la lontananza cercana desde Cendejas del Padrastro, se le ve como cerro atalayado que, ya en la cercanía, se aprecia está reforzado por murallas de piedra. Este castillo de Cendejas de la Torre no ha sido hasta ahora identificado ni estudiado por autor alguno. Será cuestión de ahondar todavía en sus posibles referencias medievales. “Las Cendejas” tuvieron siempre una común historia y “buena prensa” entre los cronistas medievales. Eran, sin duda, el camino natural para bajar desde la Sierra central y Atienza hacia el valle del Henares, que en Matillas, su salida natural, recibe al Dulce y forman ya el seguro camino hacia Toledo.  

El viajero que haya pasado un largo rato visitando estos tres pueblos se llevará, como se la llevó este cronista, la impresión de estar en un mundo remoto y tranquilo. Y es así, las Cendejas no están lejos (lleva poco más de un cuarto de hora saliendo desde Jadraque por la carretera de Atienza, y cinco minutos subiendo desde Matillas). Da la sensación de que están remotos por su aislamiento, por su soledad en invierno, por la geografía en que se enclavan, de valle alto, y por la sobriedad de sus perfiles. Pero dentro late un corazón sonriente. Estos días del verano lo pude comprobar, y así se han quedado, los tres lugares, metidos en el mío, seguros para siempre.