La Presa de Bolarque

viernes, 23 julio 2010 3 Por Herrera Casado

El lunes que viene, 26 de julio, S.A. el Príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, acudirá a los términos de Almonacid de Zorita y Pastrana, en nuestra Alcarria, para presidir los actos de conmemoración del centenario de la inauguración por su bisabuelo, el rey Alfonso XIII, de la presa de Bolarque, sobre el río Tajo.

Un momento en el que se verá la historia discurrir y palpitar, en el que podremos tomar conciencia de que ese río (no el Tajo, sino el de la Historia) se mueve sin parar y nosotros vivimos en su mitad, braceando, aplaudiendo unas veces, otras dando puñadas al viento. Un buen momento, sin duda, para recordar algo de lo que ocurrió, durante siglos, en nuestra tierra de Alcarria.

El embalse de Bolarque y su Central hidroeléctrica

 El día 23 de junio de 1910, el Rey de España don Alfonso XIII acudía a inaugurar la presa que en Bolarque se acababa de construir para almacenar el agua, abundante y limpia, que le llegaba desde el Tajo y el Guadiela, recién encontrados unos metros más arriba. Con doble intención, de atender a regadíos de los llanos zoriteños, y de producir energía eléctrica, aquello era un elemento auténticamente pionero en la incipiente industrialización de nuestro país. Por eso ahora, 100 años después, aplaudimos el homenaje a quienes hicieron realidad aquella Presa, y a quienes la han ido manteniendo y acrecentando, a lo largo de todo un siglo.

Las historias más antiguas de Bolarque

Una de las historias más elocuentes del espíritu de trabajo y de entusiasmo en la mejora del hábitat que siempre tuvieron los vecinos de Almonacid, es la que podríamos llamar «la historia de la presa de Bolarque». Al menos en sus inicios fue verdaderamente asombrosa, especialmente por la tenacidad puesta por su promotor, el comendador don Francisco Ortiz, quien a lo largo de casi 20 años luchó tenazmente contra la adversidad, construyendo y reconstruyendo la presa tantas veces como el agua del río se la tiraba.

Ya desde tiempos remotos, los de Almonacid habían intentado recoger en forma de presa el agua del Guadiela y canalizarla hacia los llanos y zonas productivas del pueblo: se perseguía regar la dehesa de la Mata, el llano del Varo, los Arenales, la zona de Cifuentes y el Povillo, así como el término del Saco, pero la obra era de dimensiones superiores a lo que podía la villa.

Ya en la época de Carlos V fue nombrado comendador de Zorita frey Francisco Ortiz, montañés, de Espinosa de los Monteros. Residía habitualmente en Almonacid, y estaba muy identificado con los problemas del municipio y de sus gentes. Echó cálculos respecto a lo que podría costar la realización de la presa y los beneficios que entregaría su funcionamiento, y casi como en un cuento de la lechera hizo la propuesta al pueblo de que él construiría la presa de Bolarque, debiendo de pagar los vecinos, aparte del diezmo debido a la Iglesia, otra décima parte a él de todo lo recogido gracias a los riegos. Además se pusieron otras condiciones, muy favorables al comendador.

Este obtuvo licencia del Rey y se puso en marcha con las obras. Antes de pormenorizar las diversas obras, vuelvo a insistir, pues el tema lo merece, en lo admirable del tesón, del entusiasmo y de la constancia desarrollados por este hombre, pues los gastos hechos en la construcción de la presa superaron con mucho lo previsto (miles y miles de ducados), empleando a mucha gente en éllo, aparte de su preocupación personal constante.

Con diversos artífices e ingenieros que Ortiz buscó, las obras comenzaron en agosto de 1569. El día de San Pedro de 1570, una riada se llevó todo lo que hasta entonces se había hecho. Se comenzó de nuevo, y el agua se lo volvió a llevar en la otoñada de ese año.

Unos venecianos que acudieron sabedores de la obra emprendida en Almonacid, aconsejaron levantar la roca de las orillas para facilitar la realización de las obras. Gastaron mucho en pólvora, y aunque derribaron buena parte de las orillas rocosas del Guadiela, se gastó mucho y se sacó poco provecho. En abril de 1571, una riada se volvió a llevar todo lo que habían hecho. Mas adelante, en 1572, frey Francisco Ortiz contrató a un famoso ingeniero, un tal Pedro Lucas, quien convino realizar la obra completa por 1.200 ducados, debiendo hacer la presa de piedra seca. La cosa iba bien, pero nueva riada en el día de Todos los Santos de ese año, y lo conseguido se perdió por completo. Volvió Pedro Lucas al año siguiente, terminó la obra, y cuando solamente le faltaba por acuñar las piedras grandes de la base, otra creciente se la llevó en su mayor parte.

Pero el comendador siguió en su empeño. Mandó traer grandes vigas de madera de la Sierra de Cuenca, horadando la roca en los laterales y metiendo en ella los maderos. Tras muchos trabajos, en agosto de 1577 se terminó, y las siguientes avenidas que llegaron en aquel invierno solo consiguieron llenar la presa y dar a todos la alegría de la obra concluida. La obra, todo un ejemplo para su género y su época, consistía en una presa de maderas y cal y canto, con un estribo de lo mismo, amacizado de piedra y tierra. Tenía una altura de 45 pies (12,5 metros) desde el suelo del río, y el total del paredón tenía una longitud de 55 pies. Inmediatamente se iniciaron las obras para hacer una zanja o acequia muy grande que, a través de las rocas, llevara el agua sobrante a los campos de Almonacid, para iniciar los riegos.

Unos años después, otra avenida del río se llevó toda la presa y paredón, sin dejar memoria de toda la presa. A pesar de la desgracia, el comendador propuso realizarla de nuevo, pero cambiándola de sitio, esta vez junto a la desembocadura del Guadiela en el Tajo, haciendo allí una obra todavía más grande, una presa de 130 pies de largo y dos estados de alto (unos 5 metros). En 1586, Ortiz llevaba gastados en su empresa más de 7.000 ducados. Cada año, indefectiblemente, las crecidas del río se llevaban lo hecho hasta entonces. Y él mandaba enseguida repararlo. La reconstrucción de ese año fue todavía más abajo de la corriente, donde hoy está la actual presa. Cuando la terminó, se conseguía un embalse de una legua de longitud. Debía ser hermoso contemplar aquella obra de ingeniería con tanta fe y constancia realizada. El 3 de diciembre de 1586, otra gran avenida la desbarató en gran modo. El agua se llevó la presa y buena parte de la montaña que la ceñía. Llamó entonces el comendador al padre Mariano, un fraile carmelita descalzo, de Madrid, que tenía fama de ser muy entendido en la construcción de presas. Este propuso una serie de medidas a tomar, y se ayudó de un oficial de fama, llamado Alonso Gilera, para que ejecutara la parte práctica de la presa y zanja. El fraile se comprometía a hacer la presa en Bolarque, donde estaban los molinos, en el plazo de un año, cobrando por éllo más de 3.000 ducados. Parece ser que esta obra, y gracias a este ingeniero religioso, se concluyó felizmente en 1587, quedando buena por muchos años, y dando por fin el riego apetecido a las tierras y a las gentes de Almonacid. Un ejemplo de tenacidad y de perseverancia en lo propuesto. 

El Bolarque de este último siglo

A pesar de los angustiosos y poco fructíferos comienzos de Bolarque, el tema siguió adelante, y siempre hubo alguien empeñado en mejorar aquello. El lugar es, sin duda, un monumento a la tenacidad humana.

El 27 de enero de 1899 Francisco Rabanal solicitó autorización para construir en Bolarque una presa de 24 metros de altura, siendo aprobado ese proyecto por Real Orden de 8 de febrero de 1904, sustituyendo a Francisco Rabanal por Juan Ron y Alvarez, un jesuita que resultaba ser heredero principal de aquellos terrenos, cedidos en testamento por la duquesa de Pastrana a la Compañía de Jesús. Aún haciendo las obras sin parar, en 1907 el señor Ron se asoció con quien de verdad tenía dinero, y visión empresarial, para poner en marcha una gran idea: fue el Marqués de Urquijo, amigo del Rey, y político de aquellos años, además de empresario con empuje, quien aceptó el reto, delegando en su hijo Estanislao Urquijo Ussía. El 15 de junio de 1907 se inició la construcción de la nueva presa, bajo la dirección de Luis de la Peña y Braña, ingeniero de minas. El 12 de junio de 1908 se modificó el inicial proyecto con la derivación de aguas para riegos. En esos momentos, de inicios del siglo XX, llegaron a trabajar 1.300 obreros en la obra, y algunos periodistas de importantes revistas técnicas visitaron el enclave.

Bolarque empezó realmente a crecer con la construcción de las Centrales de Zorita y Almoguera, acoplándose en 1947 al sistema madrileño de electricidad. La Unión Eléctrica Madrileña fue la empresa que montó el sistema conjunto, para dar electricidad (junto a otros conjuntos hidroproductores, como en Manzanares) a la capital del Reino.

Teniendo en cuenta que los ríos Tajo y Guadiela, desde 1955 en que se inauguraron Entrepeñas y Buendía, tenían ya regulado su caudal, Bolarque pudo ser mejorada con toda seguridad, alzando en 10 metros la altura de la presa y construyendo en 1954, a pie de presa, una central que sustituiría a la anterior, ya caduca. Se instaló una Subestación Colectora para recoger la energía de las cinco centrales para su distribución en la zona alcarreña y en Madrid.

Todavía en 1962 se instalaron los terceros grupos de Zorita y Almoguera. Fue a comienzos de los años 70 cuando la función bolarqueña cambió, en parte, y de ser solamente elemento de riego y producción eléctrica, inició su andadura de transmisora de agua a otras regiones de España. El famoso “Trasvase Tajo-Segura” existe gracias a la Central de Bombeo de Bolarque, que fue inaugurada en 1974 por el entonces Príncipe de España, don Juan Carlos de Borbón, y que sirve para levantar el agua al Embalse de la Bujeda, y de este a su vez por acueductos y canales, llevarla al de Alarcón para finalmente pasarla a la cuenca del Segura, en Murcia.

Apunte

El Museo de la Electricidad

Conviene recordar aquí que en el término de Almonacid, en el entorno de Bolarque, asienta un Museo emocionante y curiosísimo: el Museo de la Electricidad. Solamente la visita de este poblado junto al Tajo, a los pies de la presa del mismo nombre, es ya todo un espectáculo. Edificios de comienzos del siglo XX, entre los que destaca una bella iglesia, se combinan con la presencia testimonial de los restos de los antiguos molinos de Bolarque. La Naturaleza vibrante, cubiertos los montes escarpados de densos pinares, se conjuga con la severidad de los edificios, entre los que destaca el grandioso que sirivió de primera Central Hidráulica, y que hoy Gas Natural Fenosa ha habilitado como Museo de la Electricidad. En su interior se conserva el recuerdo de todo el proceso, desde el proyecto inicial de Salto de Bolarque de 1903. Existe un curioso espacio que recuerda el despacho del director y sala del Consejo de Administración, con retratos de presidentes, noticias de adelantos técnicos, matrices de acciones, etc. Hay también grandes piezas de grupos convertidores, reductor de carga de baterías, aparatos de medida eléctrica de precisión, contadores, aparatos telefónicos y topográficos, etc. Es un Museo vivo, que además está en continua renovación. Y en el que se sigue trabajando, por parte de un grupo de investigadores, para clasificar y mostrar la riquísima documentación, especialmente fotográfica, que aún atesora.