Los Viajes de Urioste por la Alcarria

viernes, 22 diciembre 2006 1 Por Herrera Casado

Una novedad literaria de este otoño finiquitado son los “Viajes de Urioste por la Alcarria”, que han sido publicados recientemente, y que vienen a añadir una nueva visión, fresca y simpática, de la provincia en que vivimos, con datos nuevos y, sobre todo, con visión desde fuera, que es la mejor y más limpia, porque está exenta de prejuicios, de débitos y compromisos. Para que el lector tenga ideas renovadas de las tierras en que vive, y para que sepa qué hay de mérito en ellas, estos viajes de Urioste por los caminos de Guadalajara son un revulsivo a tanta frase hecha y tanto estereotipo como, -mea culpa- estamos acostumbrados a escuchar, leer o escribir.

Desde hace años, quizás muchos años, José Ramón de Urioste y Ramón y Cajal ha venido pateándose los caminos de Guadalajara. Su forma de escribir, ya consagrada en diversos premios y brillantes intervenciones literarias previas, tiene la fragancia de quien va descubriendo los mil perfiles de la tierra que pisa, sorprendiéndose y juzgando también. No es un mero transcriptor, sino que da valor a las cosas: y unas son positivas y otras no tanto. Al menos, tiene la valentía de decirlo.

Empezó, hace cuarenta años, recorriendo sobre un seiscientos los caminos, -en su mayoría polvorientos o embarrados- de Guadalajara. Anotaba lo que veía, y algunas veces se documentaba luego sobre ello. Otras no: simplemente escribía su impresión, lo que le contaban los paisanos, y ahí quedaba el dato.

En el discurso viajero de Urioste hay mucho de emoción y vida directa. Así ocurre que en algunos lugares de la provincia, meritorios de aplauso por muchas razones, la fotografía le sale movida. Así ocurre en Brihuega, donde tuvo problemas con los taxistas; o en Lupiana, donde los tuvo con el guardián del viejo monasterio jerónimo; o en Torija, donde las vitrinas del Museo Cela (ahora cerrado ya) le supieron a rancio.

Pero en la mayoría de los lugares, Urioste acierta con su descripción, le pone un toque vibrante, muy breve y directo, de pasión y ganas. Una sonrisa. Y casi siempre sale un gato corriendo, un arco iris, un bar de plaza mayor donde hacen unas suculentas empanadillas que alaba como merecen. No se entretiene en largas descripciones de monumentos, historias o costumbres. Simplemente llega, describe lo que ve, lo valora, lo sazona con sus inesperados adjetivos y visiones por derecho y por el forro, y se va.

Es, sencillamente, otra Alcarria a la que estamos acostumbrados. Una Alcarria (y una Campiña, una Sierra y un Señorío molinés) que merece ser leída y entendida. Porque nos fuerza a verla desde esa perspectiva, siempre sana: la del forastero que llega sin prejuicios y cuenta lo que el corazón le dicta.

Un Apunte

Un capítulo de Urioste

POR LA RAYA DE MADRID: LAS TIERRAS DE PIOZ

Hasta hace poco nosotros no sabíamos si Pioz pertenecía a Madrid o a Guadalajara. Visitábamos a menudo el castillo por dentro ‑entonces se podía entrar libremente en él ‑, nos hacíamos fotos en sus muros y nos íbamos hacia el Henares.

En este castillo de Pioz tuve el mayor ataque de vértigo de mi vi­da: estaba atravesando un murete alto cuando a la mitad del recorrido me vino un vértigo invencible y me quedé bloqueado en las alturas sin poder dar un paso. Tuvieron que venir a sacarme del atolladero.

Para llegar a Pioz hay que subir un buen trecho, venimos de Santos de la Humosa. Una bandada de palomas silvestres, en formación cerrada, vuela rápido sobre una nave industrial abandonada. El campo es el típico de la meseta alcarreña: campos de labor con mojones de piedras extraídas de los surcos.

El castillo de Pioz posee un magnífico foso cubierto de hierba y ba­rro rojo. Muchos sillares de la base han sido desgajados para construir otras casas del pueblo, así es que se nota muy claramente el hueco donde estuvieron los nobles bloques de piedra. De cualquier manera el castillo, si le echaran dinero, podría quedar de muy buen ver. Le rodean unos arbo­lillos. A su alrededor se extiende una pradera muy apta para cualquier ro­mería.

El pueblo es muy apañado, las casas viejas que están arruinadas pare­cen como si en cualquier momento fueran a ser habitadas de nuevo.

Desandamos algo el camino para cruzar Pozo de Guadalajara: un rollo jurisdiccional y una iglesia con arquería. Detrás de la iglesia está el cementerio de verja baja y puerta que se abre a discreción. Montículos de tierra entre las ortigas y cruces de hierro clavadas en el suelo. El ce­menterio de Pozo es un cementerio como deberían ser todos los camposantos: con hierbas incultas que van creciendo más que las cruces. Aquí está el olvido, como Dios manda.

Una buena hilera de tordos hace su reunión vespertina en los hilos del tendido eléctrico. Los tordos están en animada asamblea, charlan sin parar, junto a otros pájaros más grandes. Sin embargo, los pájaros gran­des ‑tres o cuatro ‑ hacen migas aparte, han dejado unos metros de hilo entre ellos y la multitud de tordos parlanchines.

Chiloeches aparece allá abajo, ya hemos dejado la meseta.

En Chiloeches el buen profesor don Hugo Obermaier, a principios del siglo pasado, encontró el ejemplo para su teoría del várdulo‑iberismo universal en la provincia. Quién sabe si don Hugo tenía razón o no.

Dos olmos muy pelados, frente a la iglesia, todavía tienen la faja blanca de haber estado al borde de una carretera de hace sesenta o seten­ta años, todavía se aprecian los trazos pálidos en sus cinturas.

Una curiosidad de la iglesia de Chiloeches: por dentro parece el sa­lón de columnas del Pequeño Rey (véase Osglow), con dorados, en vez de una austera nave para rezar por nuestros pecados. La iglesia huele a madera bien encerada.

Albolleque viene marcado en un mapa viejo que tenemos, pero no apa­rece en la guía Michelín de este año.

‑ ¿Para ir a Albolleque?

‑Por la carretera de Madrid hay un caserío con picadero.

Nosotros sospechamos que Albolleque no es un pueblo.

Todavía estamos en Chiloeches. Cerca de la plazuela del pilón hay una casa con unos borrosos números y letras: MOLINO ACEITERO AÑO 1853″.

Pasamos el puente del Henares. Damos la vuelta, nos vamos a Guadala­jara a por una docena de bizcochos borrachos de Hernando. Estamos sólo a diez kilómetros de la capital.

Otro Apunte

El autor de este viaje literario

José Ramón de Urioste y Ramón y Cajal nació en Madrid en 1944. Su modo de vivir es el trabajo en una Compañía de Seguros, pero su indudable vocación es la de escritor.  Su más conocido triunfo fue haber sido ganador del Premio de Novela «Ciudad de Irún» en 2002, con su obra «Por la pendiente», habiendo llegado a finalista en otros varios concursos, entre ellos los premios de novela Sésamo 1986, Tigre Juan 1987 y Plaza-Janés 1989. Cuenta Urioste en su haber con 16 novelas, 3 libros de poesías, 2 de cuentos y relatos y ahora este libro de “viajes literarios” que acaba de publicarse. Optimista y hablador, Urioste ha recorrido España entera a través de sus caminos más insospechados, pero ha elegido precisamente la provincia de Guadalajara para hacer su début como autor de literatura de viajes. Es quizás esta una costumbre que abrió Camilo José Cela con su “Viaje a la Alcarria” y han ido repitiendo otros autores. Ojalá se ponga de modaesta buena costumbre, de entrenarse con Guadalajara para descubrir el mundo y contárselo a los demás.

Otro Apunte

El libro “Caminos de Guadalajara”

La edición de “Caminos de Guadalajara” de J.R. de Urioste ha corrido a cargo de AACHE Ediciones de Guadalajara, que lo ha colocado como número 7 de su Colección “Viajero a pie”. Tiene la obra 248 páginas y muchos grabados, en su mayoría realizados por el propio autor, que además maneja con trazo fácil el estilógrafo. En la cubierta aparece una perspectiva de los bosques del Ducado antes de su incendio: concretamente una imagen espectacular de los grandes pilotes rocosos conocidos como “los Milagros” de Riba de Santiuste, en el valle del río Salado.