El Desierto de Bolarque, un patrimonio escondido

viernes, 27 agosto 2004 4 Por Herrera Casado

Cuenta Guadalajara con espacios naturales de espléndida belleza, que poco a poco van siendo divulgados y conocidos de muchos. De entre ellos, destaca el entorno del embalse de Bolarque, formado sobre el Tajo para, con sus aguas recogidas, llevarlas a tierras de Levante. El río, que siempre fue por allí encañonado y estrecho entre altos roquedales, es ahora un ancho lago que refleja el azul del cielo y el verde de los bosques de las laderas.

Las ruinas del convento y desierto de Bolarque junto al Tajo

En el ámbito de belleza suprema (tengo amigos que al verlo dijeron creerse en Suiza) podemos encontrar algunos elementos patrimoniales que son esencia de la historia de la Alcarrria. De entre ellos, recuerdo aquí las ruinas del complejo conventual carmelitano que llamaron “Desierto de Bolarque”, la altiva silueta (cada vez más arruinada) del castillo calatravo de Anguix, y las referencias (que no evidencias) de la “Ciudad Perdida” o posible Repópolis de la altura que vigila la unión de los ríos Tajo y Guadiela.

Hace años hice algún viaje al Desierto de Bolarque, que comenté en estas páginas, causando la incredulidad de algunos, y alimentando en otros el deseo de llegar hasta aquel lugar recóndito. De aquellos viajes y de sus posteriores investigaciones, nació un libro que ha tenido cierto éxito, pues va ya por su segunda edición.

Lo cierto era que aquel lugar tenía una imagen de misterio y romanticismo muy clara: ruinas de grandes edificios (abandonados por los monjes carmelitas mediado el siglo XIX) que incluían un gran templo barroco; un claustro con sus arcos y en el suelo profundos agujeros que comunicaban con amplios aljibes y cámaras subterráneas; ermitas a docenas, repartidas por la montaña y el bosque, etc. Todo ello poco a poco devorado por el bosque de pinos, las zarzas y los cardos. Una maraña de vegetación que no conseguía enterrar tanta belleza. Una imagen de escalofrío.

El Desierto de Bolarque es un lugar inédito, desconocido para la gran mayoría. Conjuga tres valores diferentes: de un lado, el paisajístico, pues se encuentra situado en uno de los lugares más hermosos de la provincia, la orilla derecha del río Tajo aguas arriba de Bolarque; de otro, el monumental y artístico, ya que aún permanecen escondidos entre la densidad del pinar los restos del gran monasterio carmelita y numerosas ermitas de las que usaron los ermitaños para su vida ascética; y finalmente el interés histórico, pues allí se fraguó y se dio vida a un nuevo modo de entender la religión, el anacoretismo primitivo, pasando por aquel lugar gentes diversas y de gran importancia, desde el renovador del Carmelo fray Alonso de Jesús María a su Vicario General, Nicolás Doria, así como destacados aristócratas de la Corte, y el propio Felipe III que visitó en 1610 aquellas soledades.

El Desierto de Bolarque cumple 412 años, exactamente el día 17 de Agosto. Su mejor cronista, el fraile carmelita fray Diego de Jesús María, escribió y publicó en 1651 un interesante libro en que narra la vida primitiva de esta institución. Nos dice de los esfuerzos que los frailes de Pastrana hicieron para poner en práctica el ideal de la Reforma: la vida contemplativa exclusiva, el eremitismo primitivo. Y entre varios renovadores se pusieron manos a la obra. El lugar lo eligió fray Ambrosio Mariano, comprándolo por 80 ducados con el dinero que entregó para ello un caballero genovés amigo suyo. Tres carmelitas comandados por fray Alonso de Jesús María se instalaron en la solitaria orilla del río Tajo, media legua arriba de la estrechez que formaba el río en la llamada Olla de Bolarque, y construyéndose con ramas y piedras sus ermitas y una pequeña iglesia, dijeron en ella la primera misa ese día de agosto de 1592.

Después llegaron muchos más frailes, muchas ayudas, el entusiasta apoyo de buena parte de la aristocracia madrileña, y hasta la visita del Rey Felipe III. Se levantó en los primeros años del siglo XVII un enorme convento, con una bonita iglesia, muchas capillas, un claustro, biblioteca, dependencias múltiples y, por supuesto, muchas ermitas, hasta 32, que se distribuían por la ladera derecha del Tajo en torno al convento. Allí vivían aislados en oración permanente los frailes más tenaces. Otros residían en el convento, también rezando, pero además escribiendo. En Bolarque se fraguaron muchos de los libros de espiritualidad de la Orden Carmelita reformada a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

En 1836 la Desamortización de Mendizábal forzó el abandono de este lugar paradisíaco. Los frailes se fueron, exclaustrados. Algunos se quedaron a vivir en Sayatón, incluso se casaron y hoy viven allí sus descendientes. Dicen las leyendas que guardaron un gran tesoro por las brañas del monte, y que nadie hasta ahora ha conseguido descubrirlo. Lo cierto es que muchas de las riquezas artísticas que encerraba Bolarque se trajeron a Pastrana y hoy en su colegiata se exponen. Así ocurrió con la talla salcillesca de la Divina Pastora, o con el óleo de Diricksen que representa a María Gasca, mas algunos retablos, reliquias y enterramientos con escudos.

Visitar hoy el Desierto de Bolarque es una tarea para aventureros, caminantes y montañeros avezados. Se encuentra el lugar en las orillas del pantano de Bolarque, aunque el mejor camino para acceder a él es por Sayatón, subiendo la ladera del monte que limita el término por levante, y bajando por alguno de los barrancos (alguno tan profundo y espectacular como el del Rubial) que dan al Tajo. Las aguas del río, allí remansadas, pero aún estrechas por la hondura de los montes, reflejan el azul del cielo y confieren al lugar una belleza intensa, una paz soñada, una sensación indescriptible de vuelta a los orígenes.

Entre la maleza y el bosque, allí de pinos y muy denso, surgen las románticas ruinas del convento, de las ermitas, de la iglesia, del claustro… como si de una fábula se tratara, en el silencio de la mañana parece reconocerse aún el eco de las campanas, o el murmullo de los cánticos monacales. Todo es paz, armonía. Lástima que haya que caminar tanto, y tan duro, para llegar hasta aquel espejo de felicidad.

Ahora he vuelto a Bolarque. Por última vez. En doce años, la vegetación ha crecido tanto que ya a duras penas puede el viajero hacerse idea de cómo fue aquel monasterio. Solo queda limpio el ancho camino que había, protegido por muros de contención, a la entrada del convento. Todo lo demás está invadido de forma asfixiante por la vegetación. Desde dentro de las ruinas es difícil hacerse idea de cómo era aquello. La mejor estampa de este viejo conjunto carmelitano se tiene ahora desde las aguas del pantano de Bolarque. A través de ellas, sobre una lancha neumática con motor fuera de borda, he podido admirarlo desde el agua, y luego desde la orilla trepar a las ruinas. En todo caso, el paisaje que acoge al conjunto es tan hermoso, que bien merece la pena hacer el intento, y llegar hasta allí. Hoy día lo mejor es hacerlo, en lancha, sobre las aguas del pantano, desde el Club Náutico de “Nueva Sierra de Madrid”.

Un nuevo libro sobre Bolarque

La Excmª Diputación Provincial de Guadalajara ha editado recientemente un libro que explica todo sobre Bolarque. Se trata de un manuscrito que dejó inédito el que fuera Cronista de Pastrana, el doctor don Francisco Cortijo Ayuso, quien nos relata que de niño pasó largas temporadas veraniegas entre los muros de aquellas ruinas, todavía habitables porque eran propiedad de unos amigos suyos, los Escudé, y refiere lo que entonces le enamoró de por vida: el silencio de las murallas, la presencia de los techos barrocos del templo, la sugerencias misteriosa de los hondos sótanos y aljibes… explica la historia completa del edificio y su conjunto, y habla de los varones, insignes en piedad y sacrificios, que conformaron a lo largo de los siglos aquella casa de la Orden del Carmelo.

Sigue el libro con la transcripción completa de un manuscrito que él halló en la Biblioteca Nacional de Madrid, y que bajo el título de “Melisa de Bolarque” ofrece un auténtico tratado práctico de apicultura, escrito en el siglo XVIII por un fraile de Bolarque, de Francisco de la Cruz. Tiene el libro un total de 128 páginas, un tamaño de cuarto, y muchas fotografías.