El palacio del Infantado, centro de la miradas

viernes, 29 junio 2001 2 Por Herrera Casado

 

Estos días pasados he tenido que explicar, a grupos numerosos y atentos, interesados y asombrados, la historia y el mérito del palacio del Infantado. Han sido dos Congresos Regionales (el de Escritores, y el de Otorrinolaringólogos) y los máximos órganos rectores de Ibercaja, las causas de que hayamos tenido que pasar, entre el sol y la sombra de los muros y las salas del palacio de los Mendoza, algunos ratos rememorando su construcción, sus habitadores, sus tallistas, los autores y motivos de sus pinturas. Una sucesión de aspectos que por entretenidos y curiosos parecen dejar atrás las razones más hondas de la existencia de este palacio: y es el de que en él está anclada la historia de la ciudad, y de quien quiere verla y saberla (cada día son más, pero en progresión geométrica además) ha de pasar por delante de su fachada, y mirar sus cabezas de clavo atrapando sobre la piedra la invisible malla de la sebka, el tapiz árabe que envuelve virtualmente el monumento entero.

Un patrimonio de toda la Humanidad

Tal como ha solicitado recientemente nuestro Ayuntamiento, el palacio del Infantado será dentro de algunos años (los que lleven el proceso de su análisis y catalogación) uno más de los monumentos prestigiosos que en el mundo están considerados como “Patrimonio de la Humanidad”. Las características que la UNESCO exige para al menos iniciar el expediente, están todas asumidas por nuestro más emblemático edificio: se conserva con la estructura y aspecto originales; es de titularidad pública; se destina a usos culturales; ofrece unas características de excepcionalidad artística, y se encuadra en estilos y modos propios de su época.

La genialidad de su arquitecto, el borgoñón Juan Guas, considerado el más revolucionario y a un tiempo clasicista de los arquitectos de su época, en el final del siglo XV, dejó su impronta en la fachada y especialmente en el patio. De la fachada, con su mole pétrea de tallado mineral de Tamajón, se destaca el avanzado colgajo de balconadas en lo alto; la puerta de apuntado arco escoltado de leyenda gótica y rematado en el más aguerrido y espectacular escudo del linaje mendocino, el que se sostiene por dos velludos salvajes. Y finalmente la tachonada superficie de cabezas de clavo, que se supone que están sujetando algo, clavando algún transparente tejido a la piedra, envolviendo el conjunto, en un alarde de novedosa propuesta de arte postmoderno.        

Del patio, todo es llamativo: los leones que le dan nombre, escoltando dos a dos la tolva de molino que suponía ser el emblema de actuación elitista de su propietario y constructor, el segundo duque del Infantado; los escudos de Mendoza y Luna, que bajo las cimeras valientes de leones y grifos se suman en vocerío de casorio; los grifos arriba, que con su doble valor de leones y águilas siguen en ese cerrado espacio la misión protectora que desde el más lejano oriente siempre se les atribuyó. Y el gran cartel corrido sobre las roscas de los arcos mixtilíneos, en el que se explica que el segundo duque, recogiendo el anhelo de sus mayores, por acrecentar la gloria de su familia y la suya propia, puso por el suelo las viejas casas de su abuelo el marqués de Santillana y levantó esta soberbia mansión, asombro de todos y muestrario de sus riquezas y su poder. El patio de los leones, como se le conoce en guías y mentideros, es el lugar donde madura la historia guadalajareña, y donde el arte hispánico se expresa con más dignidad y altura.

En la visita que los escritores hacían a este lugar, y buscando remembranzas literarias para el mismo, tuvimos que recordar al novelista Luís Gálvez de Montalvo cruzándole para ir de una sala a otra del tercer duque; o al humanista Alvar Gómez de Castro, mirando por los altos antepechos el jolgorio de criadas y criados a la caída de la tarde; o al mismo cuarto duque también llamado Don Iñigo, animando a los impresos alcalaínos que le compusieron, en las salas bajas de su casona, el “Memorial de Cosas Notables2 que él antes, con su sabiduría proverbial, había redactado.

Las salas pintadas de Cincinato

Otro de los lugares de este palacio singular que no debe dejar el visitante de admirar, de preguntar por ellas, de indagar en su significado, son las salas bajas de techumbres pintadas: las que el quinto duque mandó decorar a Rómulo Cincinato, el pintor florentino que acudió a España hacia 1580 al llamado de don Felipe segundo, y que aquí dejó su mejor arte en la Sala de las Batallas, o del pálido don Zuria, cabeza de los Mendoza, dirigiendo escuadrones de antepasados y descendientes, vestidos todos de romanos,  mientras en un ángulo la Victoria toca su trompeta, y el Honor afila su lanza con altivez. En otra sala, esa leyenda de Atalanta e Hipómenes que trazó en su imaginación Ovidio, y luego el pintor italiano le prestó vida con formas y colores, es la que –bien explicada, con el sentido antropológico que sin duda quisieron darle los Mendoza- centra la atención de los visitantes y hace que se vayan diciendo: esto es un edificio con sentido, con mensaje, con humanidad vibrante…

Los jardines de Poniente

La visita del palacio de los Mendoza acaba ahora, en la canícula veraniega, por fuerza entre las sombras vegetales de sus jardines. Cuando se limpiaron (un aplauso para quien lo decidió y sufragó) y se reconstruyeron, se hizo con la sana intención de recuperar un espacio que siempre había estado muerto y baldío. Se podía haber llegado al máximo, recogiendo de la tradición y los documentos el estanque de barcas y cisnes que los Mendoza tenían en ese espacio, para su regocijo. Pero se llegó hasta donde se pudo. Se pusieron árboles, se crearon espacios ordenados, y se colocó en el centro (un gran acierto, y con fundamento histórico reconocido) un Laberinto sin Minotauro que, en cualquier caso, sirve para recordar el sentido renacentista del jardín, y poder pasar diez minutos entretenido entrando y tratando de salir de la complejidad de arizónicas que conforman este espacio lúdico.

El palacio del Infantado es hoy, sin duda, el máximo atractivo, el mayor gancho del turismo en Guadalajara. Cuando acaben las obras del túnel que ante él perfora la tierra y se retiren las vallas metálicas que impiden su admiración plena, se va a remodelar la plaza de los Caídos y en ella resaltará, una vez más, la valiente y única fachada de esta casona de los Mendoza, cifra auténtica de nuestra historia y nuestra imagen de castellanía cierta.