Carabias, un románico renovado

viernes, 1 mayo 1998 1 Por Herrera Casado

 

Cuando mis lectores se planteen qué hacer, o dónde ir, este próximo fin de semana que se presenta largo y nutrido de posibilidades (entre ellas el viaje por la provincia, para admirar sus recónditas bellezas) no les debe caber ni la más mínima duda: es Carabias su destino. Porque Carabias, un pueblo de la serranía del Ducado muy cercano a Palazuelos, y por tanto a Sigüenza, es uno de esos lugares que no por desconocido pierde capacidad de asombrar a quien lo mira por primera vez.

Diminuto, perdido en los mapas, apenas sin vecinos ya, ha recibido en su templo los benéficos impulsos de la administración regional, que ha dedicado en los últimos años una buena cantidad de sus dineros, y la atención y el cariño que merece un monumento de tanta importancia como es su iglesia parroquial.

Descubriendo Carabias

No hace mucho, en tarde primaveral y amistosa, cuajada de asombros y de renovados destellos, visité este lugar en el que no me crucé con nadie, a excepción de nuestro viejo amigo el perro «Tomy», con el que siempre que voy me tropiezo, nos saludamos y quedamos, como es habitual, «amigos para siempre».

La iglesia de Carabias, que puede verse en imágenes por los diversos libros que tratan del románico de Guadalajara (el clásico de Layna, el de Inés Ruiz Montejo y su equipo, del de Tomás Nieto y su equipo, e incluso uno mío sin equipo) siempre aparece con su aspecto de estar enterrada entre las lavas de un ignoto volcán: su atrio porticado meridional, rellena la plaza con aluviones del cerro sobre el que asienta el pueblo, durante siglos, había llegado a quedar casi por completo tapado. La humedad que ese aluvión le había aportado al templo estaba consiguiendo deshacer su piedra, desmoronarse sus columnas, y amenazar con la desaparición total de la iglesia románica más importante de los contornos.

Una tarea de restauración y recomposición muy importante ha hecho olvidar esos temores, que alguna vez llegué a expresar públicamente en estas páginas. Por lo tanto, mi aplauso y felicitación a cuantos han hecho posible esta gran acción salvadora, en especial a la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, bajo cuyos auspicios se ha realizado.

Descripción del templo

Cuando el viajero quiera ver el paradigma del arte románico rural de Guadalajara, debe venir hasta Carabias. Pasado el lugar de Palazuelos, la otra vieja ciudad amurallada del marqués de Santillana. Derramada sobre la pendiente izquierda que abriga el valle del río Salado, la villa de Carabias tiene un escaso caserío, un fontanar rumoroso, y este templo cristiano que fue construido en el siglo XIII. Aún con reformas de siglos posteriores, ha conservado su primitivo aspecto que podemos calificar sin hipérbole de pieza única de la arquitectura medieval de esta provincia.

Esta contundente etiqueta la recibe gracias a su estructura singular. El templo propiamente dicho consta de una sola nave. Alta, cubierta de bóveda falsa de escayola, tiene un presbiterio elevado y algunos altarcillos barrocos en los que San Sebastián, San Antonio y un triste Cristo meditan su abandono. Bajo la tribuna del coro, a media luz, se entrevé la antigua pila bautismal, como un enorme fósil con formas de venera. Al exterior, una torre muy antigua cobija las campanas en el ángulo sureste del edificio. Y por fin, el pórtico o atrio, que es lo verdaderamente singular de este monumento, y que, caso único en toda la provincia, tiene muros abiertos (hoy recuperados) a los cuatro puntos cardinales.

El templo parroquial de Carabias fue dotado de una galería porticada que le rodeaba por mediodía y poniente. Pero que tenía también acceso por levante, a través de un gran arco hoy practicable bajo la masa de la torre, y un amplio vano abierto al norte. De ahí la anterior aseveración de ser la única iglesia románica de nuestra tierra que posee galería con muros orientados a los cuatro puntos de la esfera terrestre.

La parte más amplia y hoy conservada de esta galería es la del sur. Dos bloques de siete arcos cada uno, separados por un grueso pilastrón, se sostienen por sus respectivos pares de columnas de canon muy alargado, y rematadas en parejas de capiteles, todos ellos con elegante decoración vegetal. Apoya la columnata sobre una alargada basamenta de bien tallado sillar en el que lucen marcas de cantería muy nítidas, formando cuatro grupos concretos de signos. No tenía acceso la galería por este lado. Era por su costado de levante por donde lo tenía, y tiene hoy de nuevo, a través de un arco incluido en el muro de la torre.

Por el lado de poniente, la galería continúa con su sucesión de arcos y columnas: en el centro de ella se abre la puerta principal a la galería. Y a sus lados, tres arcos también sustentados de columnas y capiteles parejos. Finalmente, al norte se abren un arco solamente completando ese amplio y airoso atrio en el que, -el viajero se imagina sin gran esfuerzo-, se reunirían al mediodía de los domingos, allá en los pasados siglos, las gentes del lugar.

Al templo se entra, desde el lado meridional del atrio, a través de una puerta de sencilla hermosura: es un vano cobijado de arcos semicirculares en el que surgen dos arquivoltas y un dintel arqueado. Se adornan de baquetones y algunos trazos geométricos. Y a su vez se apoyan en columnas rematadas por capiteles ya muy destrozados, pero en los que aún se adivina alguna forma humana. Los mejores capiteles son, sin duda, los de la galería porticada: muy parecidos a los de las iglesias (próximas entre sí) de Pozancos y Saúca, y sin duda copiados de los elementos iconográficos de los templos seguntinos (San Vicente, Santiago, la Catedral…), a su vez heredados de formas francesas, narbonenses y rosellonesas.

No hay que decir nada más. Solo mirar las imágenes que acompañan a este artículo, y que tomamos hace un par de meses, son suficiente garantía para invitar una vez más a visitar esta joya del arte medieval de Guadalajara, una pieza más de ese centenar de iglesias románicas que son todo un lujo (un capital de primer orden) de nuestra tierra.