Lupiana: repaso a la historia

viernes, 26 julio 1996 1 Por Herrera Casado

 

Desde hace muchos años, la Asociación de Amigos de la Catedral de Sigüenza viene desplegando una actividad continuada y plena de utilidad, en orden a defender cuanto tiene relación con este edificio religioso que es, al mismo tiempo, el más alto de los elementos artísticos y patrimoniales de nuestra provincia. Entre sus actividades está la de editar un Boletín o Revista que se titula «Ábside», y que a lo largo de su colección completa, cuenta ya con 26 números, y eso que sale cada trimestre solamente), se han ido atesorando un cúmulo de informaciones y datos sobre la catedral, sobre Sigüenza y la diócesis, que se hace ya de consulta obligada por cuantos quieran conocer esa historia de las cosas y las gentes de Guadalajara que pasa por los detalles pequeños pero cruciales.

Viene este preámbulo a cuento de que en el último de sus números, el correspondiente a esta primavera recién finalizada, aparece un artículo del canónigo J.A. Marco, músico de altura e investigador de altos perfiles, sobre algunos monumentos de nuestra tierra que, pienso, merecen un comentario amplio, y sobre todo, darse a conocer entre el mayor número posible de lectores. En concreto, Marco encuentra y comenta el documento para la construcción de la iglesia monasterial de Lupiana, el núcleo primigenio y central durante siglos de la Orden jerónima, la más española de las órdenes monásticas. Y, aunque no sea el monasterio de Lupiana un modelo de oferta turística ni de facilidades para la admiración de las gentes, sí que reúne la noticia el interés suficiente como para ser aquí expuesta.

Una iglesia de suntuosidad real

La iglesia del monasterio jerónimo de San Bartolomé en Lupiana es el contrapunto firme de su claustro mayor. En ella se quiso reproducir, en cierto modo, la grandiosidad de El Escorial, que era a finales del siglo XVI el paradigma de la arquitectura, pues Juan de Herrera, que además de arquitecto (y por cántabro) era medio alquimista y un profundo filósofo, había hecho en el monasterio jerónimo de la sierra madrileña un «más difícil todavía» que hoy -todavía- ha sido imposible mejorar.

La iglesia de Lupiana se construyó a principios del siglo XVII.

Hoy la vemos muy alterada de lo que fuera su original aspecto, después de que en los años veinte de este siglo se hundieran las bóvedas de la nave y todo el coro, quedando como un espacio murado y hueco, aprovechado por la propiedad del monasterio para construir en su centro un irregular estanque y unos jardines.

Este templo, construido en la primera mitad del siglo XVII, fue posiblemente la última gran obra artística del monasterio. Hacia el año 1569, Felipe II aceptó ser patrón de la institución, en el momento en que el monarca andaba entusiasmado con la contemplación de la construcción del gran monasterio de San Lorenzo de El Escorial, que había entregado a los jerónimos para su cuidado. Es muy posible que en esos años encargara a sus arquitectos y decoradores reales un proyecto, sencillo, para ponerle nuevo templo al monasterio de Lupiana. Y que les pidiera se hiciera en todo semejante, aunque con dimensiones más pequeñas, a lo del Escorial. No hubiera sido de extrañar que el proyecto de esta iglesia fuera debido a Juan de Herrera.

Pero no fue así. El mérito de Marco ha sido desvelar, a través de un documento encontrado en el Archivo de Protocolos de Guadalajara, que los autores fueron otros, y la fecha más tardía. La traza de la iglesia del monasterio de Lupiana se debe concretamente al arquitecto vallisoletano Francisco de Praves, quien la realizó en 1613, y el desarrollo estructural de la fachada del templo, que añadía a lo que ahora vemos una segunda torre que nunca se llegó a construir, fue original del arquitecto madrileño Francisco del Valle. Las obras, según una meticulosa carta de contrato, se llevaron a cabo hacia 1613-15, y la dirigieron y ejecutaron los maestros canteros y de obras Antonio Salbán y Juan Ramos, ambos seguntinos, y muy ligados a la construcción de la catedral de Sigüenza en esas fechas de comienzos del siglo XVII.

Tras estos datos documentales, que para los estudiosos de la historia del arte son sumamente importantes, no está de más recordar aquí, una vez más, la estructura y la belleza que reúne este templo, a pesar de encontrarse en ruinas, aunque bien cuidadas, dignificadas y románticamente aparejadas.

La fachada del templo, que era lo primero que encontraban los caminantes al llegar al monasterio de monjes jerónimos, se orienta a poniente, y consta de un gran paramento de remate triangular, en cuya parte baja aparece la portada propiamente dicha. Se trata de un arco semicircular escoltado de dos pilares de planta cilíndrica y rematado por un entablamento sencillo del que surge una hornacina que alberga una deteriorada estatua exenta de San Bartolomé. En ese mismo muro, una gran ventana, hoy cegada, iluminaba el coro de los monjes. Encima de ella, ya sobre el triangular frontón, un gran escudo del Rey Felipe II. A su lado sur se alza la torre monasterial, que todavía presenta un aire medieval gracias a su planta cuadrada, estrechas ventanas asaeteradas, y coronación con almenas. Hoy sabemos que el proyecto original contemplaba levantar dos torres semejantes.

La iglesia es de planta única y muy alargada. Gruesos pilares prismáticos dividían la nave en tres tramos cortos, estando los dos primeros cubiertos por la gran bóveda del coro alto, similar al de El Escorial, y que también a comienzos del siglo XX se hundió junto con el abovedamiento general del templo. Tras ellos se abre el poco pronunciado crucero, apenas resaltado por el rehundimiento de sus muros para dar acceso a sendas puertas laterales: la del norte, al jardín, y la del sur, a los corredores que la comunican con el claustro y resto del monasterio. Es de suponer que este espacio se cubriera de una gran bóveda de media esfera, como el resto de la nave lo haría con cúpula de medio cañón reforzada por arcos fajones, según se dice en el documento de contratación. Estas bóvedas estaban totalmente decoradas con pinturas al fresco, tal como un cronista se encargó de transmitirnos a comienzo del siglo, aunque sin describir mínimamente las formas, el estilo y los temas, por lo que ni imágenes gráficas, ni siquiera descripción ha quedado de todo ello.

Finalmente, el presbiterio, elevado sobre el nivel de la nave, era accesible gracias a una escalinata. De planta rectangular, y muro del fondo liso, también se cubría de bóveda encañonada con decoración de pinturas al fresco, de las que aún quedan trazas hoy día, pero tan deterioradas que es imposible ni siquiera imaginar los temas que proponían. De todos modos, para quien hoy viaje a Lupiana, a visitar su monasterio jerónimo (recordar, solo es visitable los lunes por la mañana) el encanto de su templo será parejo al de su gran claustro renacentista, esa otra maravilla que diseñara Alonso de Covarrubias y que hoy da la imagen de la serenidad y el buen gusto.