A vueltas con el Patrimonio

viernes, 10 mayo 1996 1 Por Herrera Casado

 

Que España es -mal que les pese a algunos- un país culto, quedó de manifiesto el pasado jueves 25 de abril, cuando en el Casino principal de Guadalajara tenía lugar un interesante debate coloquio, de esos que periódicamente organiza con tino y frescura el Club «Siglo Futuro» de nuestra ciudad. Y lo digo porque un tema como es la «Recuperación y uso de los edificios históricos con fines socio-culturales», que a priori no interesa prácticamente a nadie, dio ocasión para que se juntaran en el Casino muchísimas personas de nuestra ciudad que, con su asistencia y su participación en el coloquio, concedieron calor humano, viveza y actualidad a ese tema. Vivo siempre, en la superficie de la piel ciudadana.

Aunque el tema iba solamente en torno a los edificios históricos de la ciudad, también se oyeron voces que ofrecían realidades y pedían miradas hacia otros espacios de la provincia, concretamente para el antiguo Monasterio de Sopetrán, junto al río Badiel, que después de siglos de yacer abandonado y roto, está naciendo al empuje de gentes, de monjes y de una especie de milagro que sólo tiene su explicación en esta afirmación que hacía al principio: aunque a algunos les siente mal, España tiene futuro en su cultura y en las gentes, cada vez más numerosas, que la hacen.

El palacio del Infantado

Salió el primero a la palestra, quizás por ser el más grande. Por ser, también, el más usado, el más conocido de todos. Es sin duda el edificio histórico emblemático de la ciudad, y hay que poner la atención primera en sus imágenes. Es por ello que está ahora recibiendo, con prontitud y mimo, las atenciones del Ministerio de Cultura, para consolidar los detalles escultóricos de su portada. Luego seguirá el arreglo por el patio, y al final, (ojala no tardando mucho) vea su destino cambiado para una utilidad que a Guadalajara aún le falta: la museística de altura, el Museo Total (arqueología, artes populares, historia de la ciudad, etc.) que necesitamos. Quedó claro que la Biblioteca Pública Provincial copa en estos momentos toda la energía del Palacio, y, sin ser malo, somete al edificio a un desgaste acelerado que no merece. Cuando esa Biblioteca pase (como está previsto) al Palacio de los Dávalos, la casa madre de los Mendoza podrá esperar otros destinos. ¿Con su patio cubierto de un enorme techo transparente? ¿Protegido de lluvias y soles para dar albergue a nuevas actividades? Esa era la propuesta que, valientemente, lanzaba el moderador del debate y Presidente del Club Siglo Futuro, el catedrático Fernando Laborda: una posibilidad a contemplar, aunque personalmente no me entusiasme. Entre otras cosas, porque sería una forma clara de destruir un «espacio arquitectónico» que su arquitecto, Juan Guas, diseñara con un objetivo claro en el siglo XV.

La iglesia de la Piedad

Y de espacios arquitectónicos destruidos se habló luego. De la iglesia de la Piedad, a la que una desafortunada restauración realizada por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, hace tres años privó de su esencia covarrubiesca, colocando una enorme escalera de cemento y mármoles adosada a los tres muros de su viejo presbiterio renacentista, para subir (nadie) a una sala de exposiciones que no se usa (nunca). Ejemplo máximo de mala restauración para un fin socialmente inútil. Ello trajo aparejado un interesante sub-debate en torno a la capacidad profesional de los arquitectos para dirigir obras de restauración. Hoy no existe el grado académico de especialista en restauraciones históricas, por lo que estas sólo las realizan aquellos arquitectos que por su dedicación, sus estudios y su constante afán de aprender les han llevado a ser «especialistas de hecho» en estos temas.

La libertad del arquitecto quedó patente en la opinión de los mismos arquitectos presentes, si bien con la matización de que la responsabilidad en desaguisados restauradores ha de conferírsela a quien elije: el Poder, en definitiva, puesto que tiene la última palabra, y por lo tanto también la máxima responsabilidad.

La iglesia de la Piedad ha visto últimamente algunas acciones plausibles: la portada tallada por Alonso de Covarrubias, auténtica joya (escondida) del plateresco español, ha sido limpiada el pasado verano. El sepulcro de doña Brianda, la dama/aristócrata/monja que fundó el templo, y que pasó largos años roto y arrinconado, ha sido restaurado y puesto en lugar de honor. El problema de este emporio del arte alcarreño es que siempre está cerrado. Y cuesta verlo -aunque haya quien vuelva a replicarme- a no ser que se cambie el papel de simple turista por el de investigador de horarios, puertas especiales, funciones de porteros y jerarquía de instituciones.

El Panteón, la Hispano-Suiza, Villaflores y 30 cosas más

El debate de «Siglo Futuro» caminó luego sin más fronteras que las del término municipal de Guadalajara. Salió a relucir, es lógico, la enésima restauración de la capilla de Luís de Lucena (según mis cuentas, es la quinta que recibe desde que en 1914 fuera declarada Monumento Nacional) y la tercera que yo he visto con estos ojos que se han de comer la tierra. ¿Se cerrará otra vez después de dicha restauración? Para arquitectos y contratistas, este minitemplo que diseñara el galeno Lucena se ha convertido en maná interminable de ingresos. Para los ciudadanos de Guadalajara, sigue siendo un arcano lamentable. ¿Lo podremos ver, por dentro, cualquier día, sin más protocolo que acercarnos a la puerta?

Hubo voces diversas: hubo quien pidió que a Guadalajara se la dotara de una buena guía, para que el turista que llega a ella pueda orientarse por sus calles y conocer detalles de lo que encuentre. Se ve que la que escribió don José Pradillo (30.000 ejemplares editados y repartidos), la que ha hecho en folleto desplegable la Junta de Comunidades, y la que yo mismo escribí hace cinco años y va también por la tercera edición, no sirven para nada. O es que hay opinantes que suben y bajan la Calle Mayor en vacación permanente.

Y quien dijo que el atentado urbanístico cometido contra el Panteón de la Duquesa de Sevillano, al que se le ha rodeado de una urbanización de chalets y pisos no tenía calificativo. Yo incluso me permití recordar cómo existen, al menos, dos monumentos que, por ser de propiedad privada, no eximen a nuestras autoridades de responsabilidad en su paulatina y rápida destrucción, que luego devendrá en lamentos y mutuas acusaciones: la antigua fábrica de la Hispano-Suiza, al otro lado de la vía del Ferrocarril, camino de Marchamalo, y el poblado de Villaflores, en la carretera de Cuenca, son dos piezas magníficas de la arquitectura, dos elementos capitales de nuestro patrimonio arquitectónico e histórico, que abandonados de todos, cada día se destruyen un poco más ¿A quien importa?. Aunque en estas mismas páginas, en ocasiones varias (puedo dar fechas) se ha tocado el tema con vehemencia, el pasado jueves quedó palpable que importa a mucha gente. Por desgracia, a los del otro lado de la mesa, a los que se sientan en las sillas del público. A la sociedad civil, sí, que tiene voz pero, al parecer, carece de voto.