La iglesia de Peñalver, huellas santiaguistas en la Alcarria

viernes, 15 octubre 1993 1 Por Herrera Casado

 

Varias veces he traído a estas páginas la alcarreña villa de Peñalver, por razones de paisaje, de historia, de anécdotas folclóri­cas, e incluso del arte y el selecto pa­trimonio artístico que guarda entre sus límites. No sólo su cas­tillo sede de los caballeros sanjua­nistas hace siglos, o las ruinas (ya imperceptibles) de su iglesia románica de la Zarza, en el centro del lugar, sino el rollo o picota, las ermitas y aun la iglesia parroquial, que es cofre magnífico de otras tantas obras extraordina­rias de los más variados siglos y estilos. Un viaje reciente en una tranquila tarde de este otoño a esta vi­lla amable siempre, me ha servido para admirar nuevos detalles de este rico patrimonio que aún conserva.

Aunque en pleno proceso de restauración el templo parroquial dedicado a Santa Eulalia de Mérida, llenos sus ámbitos de andamios y maquinarias, de un ir y venir de gentes con casco y cintas métricas, puede califi­cársele sin exageración como uno de los mejores edificios renacentistas de la Alcarria. Así es reconocido por visitantes y estudiosos, en comparación fácil con el resto del patrimonio arquitectónico de la comarca. No puedo dejar pasar esta oportunidad de tener, todavía reciente, grabada en las retinas la imagen y la solemne presencia de este templo, para describirlo a mis lectores y animarles a que lo vean. Incluso esta nueva estancia ante la dorada piedra de su portada plateresca me ha servido para elaborar una nueva visión, una interpretación novedosa de su iconografía, verdaderamente sorprendente.

El templo mayor de Peñalver está situado en medio del caserío, y como todo él está instala­do sobre la fuer­te pendiente del cerro que desde el castillo baja al arroyo del Pra. Por esta causa, se hizo preciso, cuando su construc­ción, rellenar lo que había de ser ocupado por el ábside, acumulando tierra y piedras y haciendo un for­tísimo muro de contención con barbacana encima. Así se consigue que templo tan grande pueda caber, en equilibrio perma­nente, sobre tan cuestuda pendiente. Su fábrica es de mampostería de piedra caliza y argamasa, lle­vando sillar de lo mismo en esqui­nas y refuerzos. A los pies del templo se alza una torre rechoncha y de fuerte aspecto.

En el exterior hay dos detalles artísticos que arrebatan la atención: son sus puertas. Una de ellas, la orientada al norte, la que podríamos denominar accesoria, es obra de fines del siglo XVI, y por lo tanto está construida con unos cánones geométricos severos, en el sentido que la reforma trentina y los gustos del reinado de Felipe II imponían. La portada principal está orientada al sur, y ante ella se abre una es­trecha y muy recoleta plazuela. Esta puerta monumental puede ser calificada sin duda alguna como una joya de la arquitectura plateresca en la Alca­rria, y es obra de la primera mitad del si­glo XVI, momento en el que se alza en conjunto todo el templo. Está, pues, pensada y programada con equilibrio, y merece un comentario aparte por varias causas.

Una de ellas es su estructura general: se incluye la portada toda en gran arco, como si una inmensa hornacina la cobijara. Ese gran ar­co lo forma el muro del templo, y dentro aparece, como un tapiz, la portada, toda ella cuajada de de­coración y esculturas muy en la línea o el estilo de lo que por esa época (hacia 1550) hace Alonso de Covarrubias y los de su escuela. Al menos, es lo que recuerda la primera vi­sión de esta portada: a la del tem­plo conventual de la Piedad en Guadalajara, que este artista tra­zara y tallara en el primer tercio del siglo.

Peñalver, una portada santiaguista

Dentro del gran arco, aparece la portada también con arco semicircular, y columnas y pilares recu­biertos densamente de decoración de grutescos. En Peñalver, como en la Piedad de Guadalajara, la por­tada es también poseedora de un arco de ingreso semicircular, escol­tado de pilastras y rematado arriba por dintel, frisos y hornacina. To­do ello está cubierto de numerosas es­culturas y relieves tallados: se ven muchos grutescos (monstruos, sirenas, faunos, cabezas de ángeles, etc.) pero también se ven, -y esto es llamativo- una gran profusión de sím­bolos santiaguistas: bordones, veneras, escarapelas, calabazas, cru­ces de Santiago. Todo ello como si nos quisiera recordar, proclamar incluso, que quien ha hecho aquello es un fervoroso san­tiaguista ¿lo hicieron, quizás, canteros gallegos? Poco probable, pues los canteros no solían diri­gir la decoración de una portada.

El caso es que además del grupo de tallas que en el semicircular tímpano principal aparecen con la Virgen María y dos ángeles arrodillados, se ven bajo el gran arco cobijador los medallones que contienen sendos bustos de San Pedro y Santiago. Además, en el intradós aparecen casi una docena de «vieiras», usadas por los peregrinos jacobeos como «logotipo» de su aventura. Y cuatro detalles escultóricos que son como para hacer pensar: un bordón de camino, un morral, una cantimplora de calabaza, y un monstruoso animal (un grifo concretamente) tenido en todas las mitologías y bestiarios antiguos como protector de los caminos y de los caminantes. Todo ello nos lleva a hacernos preguntas sin fin: ¿pasaría por Peñalver un camino accesorio del gran «Camino de Santiago»? Quizás lo usaban los peregrinos procedentes del sur de España. Fue el arquitecto, el tallista, o el comitente de este templo, un ferviente santiaguista? Eso es lo más probable.

Despejando dudas: el obispo Juárez de Carvajal

Será la historia del pueblo, una vez más la que acuda a explicar estos misterios que emergen de tan mínimos detalles decorativos: perteneció el pueblo durante varios siglos a la Orden Militar de San Juan, que te­nía su iglesia en el centro del lu­gar (era la ya arruinada iglesia de la Virgen de la Zarza, de estilo ro­mánico rural, muy simple). A mediados del si­glo XVI, concretamente en 1552, Peñalver fue puesto en almoneda por el Emperador Carlos I, maestre proclamado de todas las órdenes militares, y este pueblo alcarreño, junto con el inmediato de Alhóndiga, fue comprado por don Juan Juárez de Carvajal, obispo de Lu­go, en cuya familia (pues tuvo hi­jos, y nietos) permaneció también varios siglos. Quizás sea esta ra­zón, la de que su nuevo dueño, en el comedio del siglo XVI, y nada más tomar posesión del lugar, se pusiera a construir nueva iglesia, la de que por ser obispo de Lugo, gallego de nacimiento, y por tanto ferviente enamorado de Santiago, de su Camino, y de sus símbolos, mandara llenar la portada del tem­plo parroquial de Peñalver con ve­neras, bordones y cantimploras ca­mineras.

El interior del templo de Peñalver

 Pasemos al interior. Una arquitectura espléndida, ahora en proceso de restauración, como digo. Posee tres naves alargadas, de las que la central es la más alta. Las tres se cubren por bóvedas de crucería, con bellos dibujos y combinaciones geométri­cas, que recuerdan inmediatamen­te el estilo de las catedrales góti­cas, pero que se justifica en su época de construcción porque así se hacía todo en esos momentos, sal­vo los muy «snobs» que, como los Mendoza, o el propio Emperador, preferían la influencia del estilo renaciente italiano a lo tradicional hispano. Dichas bóvedas apoyan en pilares poliédricos que separan las naves. Toda la estructura del templo había ido progresivamente deteriorándose, pues la nave de la epístola y el ábside entero, estaban cediendo, al tener por cimientos un simple relleno que, con los siglos, se ha re­sentido. Así, se han llegado a abrir grandes grietas en los muros, resque­brajándose peligrosamente las bóvedas. La iniciativa de la Junta de Comunidades, en el marco del convenio suscrito con el Obispado de Sigüenza-Guadalajara, ha puesto en marcha la restauración que en el momento actual está en plena realización, lo que merece un aplauso.

En el interior, ahora en obras, no puede hoy admirarse su máxima joya artística, el retablo de pinturas y esculturas del que en otras ocasiones he hablado, y que comentaré, -aquí lo prometo- en próxima ocasión, cuando ya restaurado todo, luzca con el brillo de su pureza castellana primitiva.