En el Quinto Centenario de la Universidad de Sigüenza

viernes, 24 noviembre 1989 2 Por Herrera Casado

 

Este año de 1989 está marcado culturalmente en nuestra provincia por la celebración del Quinto Centenario de la Universidad de Sigüenza. A lo largo de los meses precedentes se han celebrado una serie densa y prolífica de actos, especialmente en la Ciudad Mitrada, que han dado el relieve que este aniversario merecía. Durante los días de la presente semana, es Guadalajara, a través de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» la que ha querido sumarse a tal acontecimiento, llevando a cabo un Curso de cinco Lecciones de Historia que han versado, a cargo de prestigiosos historiadores y conferenciantes, sobre los aspectos mas destacados del devenir pretérito de esta institución universitaria.

De todas las fundaciones existentes en la ciudad de Sigüenza a lo largo de los siglos, una de las que más prestigio la ha dado ha sido sin duda la Universidad. Cabe ahora hacer un recuento, aunque breve, de su historia. El precedente de dicha institución científica fue el Colegio Grande de San Antonio de Portaceli, fundado en 1476 por un canónigo seguntino, don Juan López de Medina, arcediano de Almazán. Extramuros de la ciudad, sobre un altozano en la orilla derecha del río, donde hoy asienta la estación del ferrocarril, se puso humilde edificio que fue ampliándose paulatinamente. Las Constituciones primitivas del Colegio fueron aprobadas por el Papa Sixto IV en 1483 y promulgadas el 7 de julio de 1484. Hubo luego adiciones y reformas, hechas por el propio fundador y unos años después por el Cardenal Mendoza, en 1489, y por el Cardenal Carvajal en 1505. La Bula fundacional, la que transformaba dicho Colegio en Universidad capaz de conferir grados, fue entregada por el Papa Inocencio VIII el 30 de abril de 1489.

Esta fundación la entregó López de Medina a los jerónimos, en 1484, para que ellos fueran los administradores del centro. Se instituía así monasterio y Colegio. En este se darían clases de Teolo­gía, Cánones y Filosofía a cargo de «lectores» de esos temas. Ensegui­da se añadió por el fundador una casa aneja que sirviera de colegio para 13 clérigos pobres. Además estableció en el piso bajo un «Hospi­tal de Donados» para que en él se mantuvieran cuatro pobres, sexagena­rios. En esta fundación, tan curiosa, se daba vida conjunta a tres de los ideales mas queridos del Medievo: se alzaba un monasterio (para la religión), un colegio (para la ciencia), y un hospital (para la cari­dad).

La intención del fundador era la enseñanza de Teología y Filosofía a los clérigos. El número de trece colegiales, con uno de ellos como rector, lo hizo en recuerdo de Cristo y sus apóstoles. Nombró patronos del Colegio al Deán y Cabildo de Sigüenza, así como al prior del monasterio jerónimo anejo. Las condiciones que se ponían para entrar de colegial, eran las de tener al menos 18 años, ser tonsurado, virtuoso y hábil para la ciencia y el estudio. Desde el primer momento, en las adiciones del fundador, las Constituciones cuidaron mucho la información previa genealógica y de limpieza de sangre de los colegiales, que vestían ropón de paño pardo con capu­cha en recuerdo de San Jerónimo, San Francisco y San Antonio.

Aunque en la idea primitiva de López de Medina, estaba ya la creación de una Universidad, esta no se llevó a cabo hasta unos años después, con la solicitud que el Cardenal don  Pedro González de Mendoza hizo al Papa Inocencio VIII, y este contestó afirmativamente con la referida Bula de abril de 1489. De esta manera, el primitivo Colegio de San Antonio alcanzaba la posibilidad de conceder grados de bachiller, licenciado, maestro y doctor en las materias impartidas. En un prin­cipio, estas fueron la Teología, las Artes y los Cánones. Los cate­dráticos tenían que ser canónigos del Cabildo. Mas tarde, en 1540, se crearon las cátedras de Vísperas de Teología, Filosofía y Lógica. Desde el principio, el único libro de texto que se utilizaba en la Universidad de Sigüenza, para todas las facultades, era la Summa Theológica de Santo Tomás. En 1551 se crearon nuevas facultades: las de Derecho (canónico y civil) y Medicina. Durante la época de creci­miento y esplendor de esta Universidad, el siglo XVI en toda su exten­sión, además de las cátedras se fundaron academias, y en todas ellas impartieron enseñanzas valiosas figuras de la ciencia renacentista: Pedro Ciruelo enseñó filosofía; Fernando de Vellosillo, Vísperas de Teología; Pedro Guerrero, la Teología; el primer catedrático de Medi­cina fue el doctor Juan López de Vidania. Una de las causas por las que esta institución era preferida a otras de Castilla, estaba en que era la mas barata en lo relativo a derechos de exámenes.

Situada desde su fundación en las afueras de la ciudad, en la orilla derecha del río, quiso el Cardenal Mendoza trasladar la Universidad a lugar mas céntrico, dentro de las murallas, en la ciudad eclesiástica. Pero los monjes jerónimos se opusieron. Ello retrasó mucho su posible desarrollo, por la incomodidad que suponía, para profesores y estudiantes, desplazarse a diario hasta su recinto. Constaba el antiguo edificio de un gran patio con fuente redonda central, a donde daba el monasterio, el «general» o aula principal, y alrededor se abrían otras aulas, la biblioteca, el archivo, refecto­rio, cocinas, mas la capilla, estando en los pisos altos los dormito­rios de los estudiantes.

A partir del siglo XVII se inició la decadencia de la insti­tución. La calidad de la enseñanza bajó, quedando anticuada. Hubo numerosos pleitos por cuestiones protocolarias. Tuvo cada vez menos estudiantes y mas reducida renta, por lo que en ocasiones rozó la bancarrota. Fue el Obispo Bartolomé Santos de Risoba quien promovió el traslado de la Universidad a la ciudad, realizándolo en 1651. Elevó un nuevo y grandioso edificio barroco (hoy Palacio Episcopal) para albergar aulas y dependencias. Ya en el siglo XVIII, en 1752, hubo que añadir dos cátedras nuevas a la única existente de Medicina, para evitar el cierre de esa facultad. Las reformas de Carlos III llegaron a la Universidad de Sigüenza, que ya agonizaba: en 1771 hubo que cerrar tres facultades: Leyes, Cánones y Medicina, por falta de alum­nado y dotaciones.

Por la influencia de la Universidad, se crearon en Sigüenza algunos Colegios: así el de San Martín, creado en 1618 por el racione­ro molinés Juan Domínguez; el de San Felipe (o de Infantes) creado en 1641 por el Cabildo para acoger a niños y educarlos, y el de San Bartolomé, fundado en 1651 por el Obispo Santos de Risoba, y que fue el primer Seminario de la Diócesis.

Las reformas de 1807 suprimieron la Universidad de Sigüenza. En la ocasión de la Guerra de la Independencia, los colegiales se unieron a un batallón que peleó en la contienda contra los franceses. En 1814 se restauró la institución, que quedó reducida a Colegio en el plan Calomarde de 1824, siendo clausurada definitivamente en 1837. El espíritu universitario, sin embargo, ha pervivido en Sigüenza, y hoy es su Universidad de Verano y sus múltiples actividades culturales las que sirven de justificación a ese título que todavía con orgullo puede lucir como lo vino haciendo desde el final de la Edad Media: «Sigüenza, ciudad universitaria». Cinco siglos se han cumplido, se están cumpliendo todavía, de aquél glorioso nacimiento.