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enero 1st, 1989:

La obra médica de Francisco Layna Serrano

Francisco Layna Serrano fue médico especialista en Otorrinolaringología

 

Hasta ahora se había conocido, en muy amplios sectores científicos y cultos, la figura de FRANCISCO LAYNA SERRANO en su faceta de historiador, de ensayista, de articulista y de orador, siempre en temas relativos a la provincia de Guadalajara, de sus pueblos, de sus personajes, especialmente de los Mendoza, etc. En ese sentido, y desde la perspectiva de Cronista Provincial de Guadalajara, de Académico Correspondiente de la Historia y de Bellas Artes, y de defensor permanente de los valores históricos y culturales de la tierra alcarreña, han sido varios los trabajos que se han escrito sobre él (1), por lo que aquí no lo tocaremos más que en su enunciado general. Nuestro propósito, en esta ocasión, es el de valorar la figura de LAYNA SERRANO desde una perspectiva científico‑médica, más concretamente de su faceta como médico especialista en Otorrinolaringología, actuante en una época en que dicha parcela de la Medicina está iniciándose en España, y pudiendo calificar a LAYNA, en ese contexto, como uno de los pioneros de la especialidad en nuestro país. 

Nació LAYNA en la villa de Luzón (Guadalajara), el 27 de junio de 1893. Hijo de médico rural, en Luzón y en Ruguilla pasó sus primeros años, estudiando luego Bachillerato en el Instituto de Guadalajara y pasando a la Universidad madrileña a cursar la carrera de Medicina. 

Su auténtica fama la consiguió como investigador de la Historia y el Arte en Guadalajara, a la par que luchador y defensor de las esencias provinciales y de la cultura de Guadalajara. Cuando contaba cuarenta años inició LAYNA sus estudios e investigaciones en torno a Guadalajara. Lo hizo llevado de la irritación noble que le produjo ver cómo un multimillonario norteamericano cargaba con un monasterio cisterciense de Guadalajara, entero, y se lo llevaba a su finca californiana. Se trataba de Ovila. LAYNA investigó, protestó, y así surgió su pasión de por vida. 

 Destaca LAYNA SERRANO en sus investigaciones históricas referentes a la familia Mendoza y su importancia en el devenir de la ciudad de Guadalajara. También en sus aportaciones a la historia de las villas de Atienza y de Cifuentes, así como a la arquitectura religiosa románica y militar de los castillos de la provincia de Guadalajara. 

 Fue nombrado por la Diputación Provincial de Guadalajara, en 1934, su Cronista Provincial, dedicándose a partir de ese momento en cuerpo y alma a estudiar, a publicar, a dar conferencias, a escribir artículos y a defender a capa y espada el patrimonio histórico‑artístico y cultural de la tierra alcarreña. Entre sus muchos títulos y distinciones, cabe reseñar que tuvo también el cargo de Cronista de la Ciudad de Guadalajara, fue presidente de la Comisión Provincial de Monumentos, fue Académico Correspondiente de la de Historia y de Bellas Artes de San Fernando, así como de la Hispanic Society of América, habiendo recibido el Premio Fastenrath de la Real Academia de la Lengua, y recibiendo la Medalla de Oro de la Provincia de Guadalajara tras su muerte, acaecida el 8 de mayo de 1971. 

El aspecto de LAYNA como investigador de la historia alcarreña ya ha sido tratado en otros lugares, por lo que aquí tocaremos exclusivamente su aspecto científico‑médico. Cursó la carrera de Medicina, como hemos visto, en la Facultad correspondiente de la Universidad Central de Madrid. Entre los años 1909 a 1916, obteniendo en su desarrollo 8 aprobados, 9 notables y 11 sobresalientes, incluyendo una matrícula de honor en la asignatura de las enfermedades de garganta, nariz y oídos. Fue calificado con sobresaliente en el ejercicio de Licenciatura, y nunca llegó a obtener el grado de Doctor. 

 Ya en el comedio de la carrera, a partir de 1912, acudió habitualmente al Instituto de Terapéutica Operatoria, la Fundación Rubio y Galí, considerada por entonces, y desde 1880 en que se fundó, el centro más prestigioso de formación de especialistas quirúrgicos. Junto al Jefe del Servicio de Otorrinolaringología, el Dr. José Horcasitas y Torriglia, comenzó su formación en el área de las enfermedades de garganta, nariz y oídos. Al terminar la carrera, en 1916, LAYNA podía considerarse un especialista en esta parcela de la Medicina (2). 

Poco después, en 1917, fue aceptado como médico auxiliar, sin sueldo, del Servicio de O.R.L. en su sección de Laringología, del Hospital del Niño Jesús de Madrid, donde se continuó formando y colaborando junto al director de dicho servicio, el Dr. Hinojar. En ello estuvo hasta 1929, en que por reajuste de plantilla se prescindió de sus servicios. Allí atendió durante una docena de años, en consultas y quirófanos, multitud de niños afectos de problemas inherentes a la especialidad. 

También junto a Hinojar, su auténtico maestro, actuó LAYNA entre 1916 y 1918 en la Cátedra de O. R. L. de la Facultad de Medicina de Madrid. A partir de 1919, y hasta 1922 en que cesó voluntariamente, fue médico especialista 0. R. L. en la Real Policlínica de Socorro de la capital de España. Desde 1923, fue el único especialista otorrinolaringólogo de la por entonces creada Unión Sanitaria de Funcionarios Civiles, en la que actuó durante muchos anos, prácticamente hasta su jubilación. 

En 1922 entró LAYNA COMO médico 0. R. L., en calidad de especialista numerario, en la Asociación Médico‑Quirúrgica de Correos, Telégrafos y Teléfonos, en cuya creación también colaboró activamente, y por cuyos servicios incansables le fue concedida, en 1923, la Cruz de Beneficencia de primera clase. En esta Asociación trabajó LAYNA, asistiendo de continuo en su parcela especializada a todos los trabajadores y familiares enfermos, hasta 1955, en que se jubiló. 

También obtuvo, en 1925, el cargo de Jefe del Servicio de O. R. L. en el Patronato de Enfermos, de Madrid, una entidad benéfica regida por un grupo de señoras caritativas, que tenía su sede en la calle Santa Engracia, en el número 13. Cesó voluntariamente en el siguiente año. 

Todavía en 1925 obtuvo, durante un solo curso, sin sueldo y con carácter de interinidad, el puesto de profesor ayudante de clases prácticas de la Cátedra de 0. R. L. de la Facultad de Medicina de Madrid. Pero no siguieron por ahí los pasos de LAYNA SERRANO, y continuó con su asistencia de enfermos, su práctica diaria de consultas e intervenciones, dedicándose de lleno a su profesión, tanto en las entidades públicas referidas, como en su clínica particular, progresivamente más acreditada, que tuvo primeramente en la calle Tres Cruces, nº 7, luego en el número 15 de la calle Concepción Jerónima y, finalmente, en una lujosa mansión del número 106 de la calle Hortaleza.  

La Guerra Civil la pasó LAYNA, con las penurias comunes a todos los habitantes de la capital de España, dedicado a su profesión y a la investigación histórica en la Biblioteca Nacional. A partir de 1941 prestó servicios gratuitos de O.R.L. en la consulta del Dispensario de la zona Centro-­Hospicio de Madrid, siendo desde 1947 médico forense en propiedad, y médico del Registro Civil. De todas sus actividades profesionales cesó hacia 1955‑60, en que se jubiló, dedicándose todavía, hasta su muerte en 1971, a la investigación histórica y a la publicación de artículos y libros sobre Guadalajara. 

La producción científica de FRANCISCO LAYNA SERRANO, centrada en el aspecto de la especialidad médico‑quirúrgica de la Otorrinolaringología no fue excesivamente amplia, pero en todo caso sí lo suficientemente interesante, y con rasgos muy propios de su época, como para que la analicemos someramente. Un detalle inicial a consignar es el de que toda su producción científico­médica la realiza en los primeros años de dedicación profesional, concretamente entre 1916 y 1926, y en esos años publica sus artículos, elaborados en solitario o en conjunción con el equipo del Hospital del Niño Jesús de Madrid, en revistas de tipo médico como son la «Revista de Especialidades Médicas», la «Gaceta Médica del Sur», y en separatas con motivo de sus comunicaciones al I Congreso Hispano‑Americano de Oto‑Rino-Laringología celebrado en Zaragoza en abril de 1925. Es una excepción su libro sobre la «Reflexoterapia endonasal», publicado en 1929, sobre el tema que entonces se encontraba muy de moda. 

La obra médica de LAYNA SERRANO podría clasificarse en tres apartados muy bien definidos: 

a) revisión de temas propios de la especialidad, 

b) revisión de casos clínicos de interés, y 

e) propuesta de tratamientos novedosos. 

Dentro de esta sencilla clasificación encontramos que en el primer apartado, el dedicado a la revisión de temas candentes o de actualidad, LAYNA se ocupa a lo largo de varios artículos en tratar el tema de los cuerpos extraños nasales, de cuya extracción era un gran experto, insistiendo en los síntomas y proceder terapéutico. También estudió el tema de los tumores benignos de la faringe, de los que había visto personalmente muchos y sin embargo no los había encontrado publicados en la cantidad que merecían. Explica el autor los síntomas y expone bastantes casos y la sistemática de su tratamiento, siempre quirúrgico, lo que venía a demostrar la gran soltura con que se movía dentro del campo de la cirugía faríngea. 

Revisa también LAYNA el tema, entonces de moda, de las osiculectomías en las otitis crónicas, señalando sus indicaciones, especialmente la evitación de angosturas del ático y la intención de dejar limpia y depurada la caja timpánica. 

Sobre el método electrofónico aplicado a la sordera, que con gran ingenuidad proponía (con el apoyo de numerosas autoridades en la materia) la curación de las hipoacusias crónicas de tipo perceptivo mediante los estímulos sonoros, LAYNA se muestra partidario aunque admitiendo que los resultados hasta ese momento son muy medianos y no cree en ello como panacea. En este tema da muestras de ser muy cauto, muy científico, aunque algo ingenuo, pero nunca siguiendo la corriente general sólo por imitación. Sigue en este tema a Compaired, muy partidario del sistema, pero la admisión de LAYNA es., en todo caso, muy cauta. 

En el segundo apartado publica un par de casos curiosos de abscesos de septum nasal bisaculados, entonces de origen infeccioso, y ya muy raros, que él trata quirúrgicamente. También publicó una historia clínica de un quiste paradentario, que solucionó con resección intraoral. Otro caso de calculosis nasal muy llamativa fue motivo de publicación. 

En el tercero de los apartados propuestos, LAYNA publica nuevas soluciones a pequeños problemas de la especialidad, como el de la aspiración de las aletas nasales, que cursan con insuficiencia respiratoria, proponiendo en estos casos la mejora del septum nasal y la realización de una rinotomía subtotal con resección de la cresta intermaxilar. En otro tema muy del momento, propone la resección submucosa de los cometes nasales, en los casos en que éstos presenten una evidente hipertrofia, ofreciendo la sección longitudinal de la parte inferior del comete, vaciándolo a continuación. Finalmente, en otro trabajo aconseja nuevas sistemáticas de curas para los operados de mastoidectomías radicales, siguiendo en el Servicio de O.R.L. del Hospital del Niño Jesús las pautas aconsejadas personalmente por el vienés Neumann, quien en 1923 visitó el Hospital y allí lo implantaron con éxito. 

Se ocupó LAYNA finalmente, dentro del campo estrictamente otorrinolaringológico, en el tema de la «Reflexoterapia endonasal», muy de moda en los años 20, especialmente a raíz de la polémica teoría y práctica que sobre el tema había extendido el Dr. Asuero. LAYNA llegó a escribir un pequeño librito sobre este tema, que incluso se llegó a traducir al inglés. A lo largo de más de 200 páginas, estudia las teorías de Bonnier, Y la aplicación que de ellas hace Asuero, y si no totalmente partidario de ellas, sí las admite en su generalidad, aportando sistemática e ideas nuevas al respecto. Llegó incluso a idear y utilizar algunos instrumentos de su invención para la aplicación de estímulos sobre los cometes nasales. En su obra aporta algunos interesantes gráficos, todos de su mano, en uno de los cuales expresa el pretendido «mapa» del organismo impreso en miniatura sobre el comete nasal, de tal modo que con estímulos en las áreas correspondientes podía llegarse, según esta teoría, a curar cualquier afección orgánica.  

Finalmente, y todavía dentro del tema estrictamente científico o de historia de la ciencia, FRANCISCO LAYNA preparó un breve trabajo sobre psicopatología, titulado «El crimen por imitación», con el que optó, y finalmente ganó, en 1916, una beca ofrecida por el Instituto de Medicina Legal de Madrid para asistir al Congreso para el Progreso de las Ciencias de Valladolid. En este sentido es de reseñar su breve trabajo sobre «La oftalmología en Aragón al final del siglo XIV y en el siglo XV», realizado a base de documentos inéditos, y que se publicó en la «Revista de Especialidades Médicas» de junio de 1916. 

Su jubilación profesional, hacia 1955, no impidió a LAYNA seguir dedicándose con gran interés a los temas de historia de Guadalajara, en los que continuó trabajando prácticamente hasta su muerte, ocurrida el 8 de mayo de 1971. 

Acabarnos con una sucinta relación de la bibliografía de LAYNA SERRANO en la parcela médica que de él hemos estudiado: 

‑     Un caso notable de calculosis nasal, en «Gaceta Médica del Sur», 1915. 

‑     El crimen por imitación, en «Revista de Especialidades Médicas», mayo 1916. 

‑     La Oftalmología en Aragón al final del siglo XIV y en el siglo XV en «Revista de   Especialidades Médicas», junio 1916. 

‑    Ensayos sobre Oto‑ Rino‑ Laringología, Madrid, 1921. Incluye esta publicación los siguientes trabajos: Dos casos notables de absceso bisaculado del septum nasal; Un caso sin transcendencia, pero muy curioso, de lóbulo superior, amigda­lismo aberrante; Aportaciones para el estudio clínico de los tumores benignos de faringe; La osiculectomía y, las otitis medias supuradas crónicas; El método electrofánico y la sordera; Cuerpos extraños intranasales. 

‑     La aspiración de las aletas nasales: Causas y tratamientos, comunicación presentada al I Congreso Hispano‑Americano de Oto‑Rino‑Laringología (Zaragoza, abril de 1925). 

‑     La resección submucosa de los cornetes, comunicación presentada al I Congreso Hispano­Americano de Oto‑Rino‑Laringología (Zaragoza, abril de 1925). 

Tratamiento de elección en los vaciamientos mastoideos, comunicación presentada al I Congreso Hispano‑Amerícano de Oto‑Rino‑Laringología (Zaragoza, abril de 1925). 

Historia clínica de un quiste paradentario, comunicación presentada al I Congreso Hispano­Americano de Oto‑Rino‑Laringología (Zaragoza, abril de 1925). 

La Reflexoterapia endonasal (Deducciones de la experiencia). Indicaciones, técnica, casuistica, Editorial Rafael Caro Raggio. Madrid, s.a. (1929). Con 10 figuras. 

NOTAS 

(1) En este sentido, ver HERRERA CASADO, A.: Los cronistas provinciales de Guadalajara (1885‑1971), en «Wad‑al­Hayara», 14 (1987): pp. 347‑354; MARTINEZ‑GORDO, J. A.: Sigüenza ante el Dr. Layna Serrano; VARIOS AUTORES:: Francisco Layna Serrano: Noticias y, opiniones sobre su vida y obra, Madrid, 1940.
(2) Sobre la historia de la Otorrinolaringología en España, ver H ERRERA CASADO, A.: Nacimiento), desarrollo de la Otorrinolaringología en España (1875‑1936), Tesis doctoral leída en el Departamento de Historia de la Ciencia de la Universidad de Madrid, 17‑VI‑1987, y actualmente en proceso de edición.

El escudo heráldico de la Diputación Provincial de Guadalajara

Escudo heráldico oficial actual de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara

La ciencia de la Heráldica se ocupa, se ha ocupado durante largos siglos, del estudio de los escudos y emblemas que caracterizan e identifican a individuos, instituciones y comunidades. Y de ese estudio se derivan en muchas ocasiones enseñanzas provechosas, No en balde la Heráldica está considerada como una de las ciencias auxiliares de la Historia. En otras ocasiones nos hemos ocupado ya de algunas particularidades de la heráldica histórica de Guadalajara (1), y en esta ocasión queremos entrar a estudiar un elemento heráldico singular y muy definitorio de la provincia, cual es el denominado Escudo Provincial o Escudo Heráldico de la Diputación Provincial de Guadalajara.

Entre los escudos que pudieran ser de interés en la consideración heráldica de la provincia, y de cuyo estudio llevamos ocupándonos ya bastantes años, hay diversos grupos de relevancia: uno es el de las familias destacadas, o de personajes importantes. Todos ellos nos permiten a veces saber quien encargó un edificio o un retablo, qué personaje mandó grabar una lápida o las líneas familiares que unían a unos con otros elementos de alguna estirpe. Por otra, destacan los escudos de las instituciones públicas o de los núcleos de población, como los Ayuntamientos, que vienen a darnos en sus emblemas el resumen de su historia y el corazón de sus tradiciones.

De unos y otros ya hemos hablado en ocasiones anteriores, y probablemente vuelvan a ocuparnos en el futuro. Aquí vamos a estudiar ahora el tema del escudo heráldico de la primera de estas Instituciones provinciales: la de nuestra Excma.

Diputación Provincial de Guadalajara, que posee también su escudo heráldico, sobre el que nos extenderemos a continuación.

Es sabido que la institución de las Diputaciones Provinciales se crea en 1812, cuando las Cortes de Cádiz proclaman la Constitución española que poco después es sancionada por el Rey Fernando VII. En aquella fecha, fue creada, junto a otras 30 más, la Diputación Provincial de Guadalajara con Molina, siendo reabsorbido el segundo nombre y formando la definitiva Diputación y Provincia tal como hoy existe. Ya en el siglo pasado preocupó la necesidad de crear escudos heráldicos representativos de las Diputaciones, y de este modo la Real Academia de la Historia recibió el encargo, por parte del Ministerio de la Gobernación, de estudiar la estructura y composición de los escudos de las Diputaciones.

De este tema se encargan don Vicente Castañeda y Alcover, secretario perpetuo de la primera institución histórica de la Nación, y el marqués del Saltillo, ambos insignes genealogistas y científicos cultivadores de la heráldica. Y entonces se decidió la composición de estos escudos de las provincias, formándolos con los de los municipios que entonces eran cabezas de partido judicial.

La medida fue entonces muy contestada. Hoy parece que estas cosas importan menos, pero analizadas desapasionadamente vemos que fue una solución injusta y en cierto modo disparatada. Porque entre la gran cantidad de pueblos de una provincia, elegir para representarla en un escudo los de las localidades que tenían juzgado, era segregar a otras poblaciones, quizás con más habitantes o con mayor relevancia histórica. Por esa razón, podría haberse elegido para poner en el escudo provincial las poblaciones donde había estación de ferrocarril, puerto de mar, o veterinario. En Guadalajara concretamente se pusieron las cabezas de partido judicial que luego veremos cuáles eran, y se ignoraron así poblaciones de importancia humana y económica capitales como Jadraque o Mondéjar, y otras de notable prestigio histórico, como Hita, Uceda o Zorita. Es más, con la remodelación de los partidos judiciales que se hizo no hace mucho tiempo, y que redujo su número, quedando en la actualidad solamente tres en nuestra provincia (Guadalajara, Sigüenza y Molina), sería necesario plantearse la posibilidad de creación o estructura de un nuevo blasón para Guadalajara.

En nuestro territorio se adoptó, de este modo, un escudo que consistía en nueve cuarteles, dispuestos horizontalmente de tres en tres, y que representan a los escudos heráldicos municipales de Molina de Aragón, Sigüenza, Atienza, Brihuega, Guadalajara capital (situado en el centro), Cogolludo, Cifuentes, Pastrana y Sacedón. Por timbre del escudo, y después de diversas interpretaciones, es general la aceptación de la existencia de una corona real, pues no corresponde la mural por no tener una muralla la provincia, y por haber sido un monarca quien amparara la creación de estas instituciones.

En cuanto al futuro, parece ser que los tratadistas de heráldica local opinan que sería lo lógico prescindir de estos escudos tan densos y prolijos, y adoptar escudos sencillos que podrían ser, o bien los de la capital de la provincia con pieza figura que los sirviera de brisura (algún detalle en el jefe, una bordura o filiera con piezas representativas de la monarquía o de cualquier otro elemento muy representativo de la provincia, etc.). Incluso se ha pensado en hacer escudos de nueva creación para las provincias (2). La idea, en cualquier caso, puede parecer atrevida, pero no descabellada: ahí está el ejemplo de los escudos y banderas adoptados por las Comunidades Autónomas de creación contemporánea, o la decisión de la Provincia de Madrid, que al cambiar su denominación por el de Comunidad Autónoma, ha eliminado su escudo provincial y ha adoptado uno nuevo, que puede ser discutido, pero que encierra indudablemente la capacidad de ser sencillo y fácilmente identificable. En este escudo provincial, en definitiva, continuaremos viéndonos y viendo a la tierra entera en la que hemos nacido. Podrá ser discutible, perfeccionable, modificable, su estructura. No cabe duda que, hoy por hoy, es el elemento heráldico que mejor nos dice de tierras, de cielos y de apasionados recuerdos.

A continuación, se pasa a considerar, uno por uno, los nueve emblemas heráldicos de los correspondientes pueblos o ciudades que forman el escudo provincial. Lo haremos en el mismo orden en que aparecen en el citado escudo, esto es, de derecha a izquierda y de arriba a abajo del mismo.

MOLINA DE ARAGÓN

La ciudad de Molina de Aragón es una de las más antiguas de la provincia de Guadalajara, y cuenta con una historia densa y propia, en la que aparece, desde hace muchos siglos, la existencia de un escudo de armas que siempre la ha distinguido y señalado de otros lugares (3).

Molina usó escudo de armas propio desde el siglo XII, poco después de haber sido reconquistada a los árabes por Alfonso I de Aragón. Las milicias concejiles molinesas participaron en la conquista de Cuenca y entonces pusieron, en lo alto de las murallas de dicha ciudad el escudo de las dos ruedas de molino. Posteriormente, en el siglo XIII, tras la «concordia de Zafra» que establecía la boda de la hija del conde molinés, doña Mafalda, con el infante don Alfonso, hermano del rey Fernando III se añadió como emblema un brazo armado sosteniendo entre sus dedos un anillo o alianza. Ya en el siglo XVIII, el apoyo de los molineses a la causa borbónica en la Guerra de Sucesión, hizo que el primer monarca de esta dinastía, Felipe V, le concediera el uso de la campana inferior con cinco flores de lis.

Repartido en antiguos sellos concejiles, documentos y piedras talladas, el escudo molinés ha ido evolucionando a lo largo de la historia, hasta llegar al que hoy utiliza oficialmente, sancionado por unas costumbres y una tradición, en emblemas y documentos oficiales. La descripción más pormenorizada, está en las páginas de la Historia del Señorío que en el siglo XVII escribiera don Diego Sánchez de Portocarrero (4).

El primitivo escudo de Molina fueron dos ruedas de molino, de plata, sobre fondo azul. En los primeros tiempos, tras la reconquista del lugar a los árabes, usó por armas una sola rueda. De ese modo se veía en uno de los torreones del antiguo castillo de Cuenca, en el muro que daba al Huécar, en recuerdo del señalado papel que habían tenido los molineses, al mando del conde don Pedro, en el asalto y toma de Cuenca en 1177. También en algunos sellos antiguos de la ciudad se veía este escudo de una sola rueda, pues así lo adoptaron sus condes en los primeros tiempos de su dominación (5).

Algo después, concretamente en el siglo XIII, se añadió un nuevo elemento simbólico al emblema molinés. En el primer cuarto de esa centuria se concertaron las bodas de doña Mafalda Manrique, hija del tercer conde de Molina, con el infante de Castilla don Alonso, hijo del rey Alfonso X el Sabio (6). Este entronque matrimonial supondría la incorporación, dos generaciones más adelante, del Señorío molinés a la corona castellana. Tan trascendente hecho pasó al blasón de Molina, y lo hizo en la forma concreta de un brazo armado, revestido del metal fuerte de la armadura, dorado todo él, del que emerge una mano de plata que sostiene entre sus dedos pulgar e índice un anillo de oro. Después del aquel entronque, y concretamente desde la boda de la señora doña María de Molina con el rey Sancho IV el Bravo de Castilla, Molina pasó a la corona castellana y es así que, aún hoy, el Rey de España es, además, señor de Molina, heredero directo de aquellos poderosos Laras que tuvieron en la roja altivez del castillo molinés su nido de águilas y su sede de cultura.

El tercer elemento de que consta el escudo de Molina, el más moderno, es una campana inferior en la que aparecen cinco flores de lis, de oro, sobre campo de azul. Otorgó este añadido emblema el primero de los Borbones, el rey Felipe V, cuando fue sabedor de lo mucho que los vecinos de Molina habían trabajado y sufrido en la Guerra de Sucesión, antes de su acceso al trono español (7). Ese símbolo tan francés, cual es la flor de lis, quedó añadido al castizo par de ruedas y al poderoso brazo anillado, como conjunción de fuerzas y de batallas en el largo devenir de una historia multisecular y plena de significados.

A lo largo del tiempo se han ido introduciendo pequeñas variantes, que se han ido admitiendo por el uso, pero que conviene ponderar y dejar en sus justos términos. Una de ellas es la de poner un cetro de oro en vez de una barra en el cuartel primero. Es otra la de colocar una sola flor de lis en la campana inferior, en vez de las cinco más comúnmente utilizadas. Y por fin cabe señalar la versión, equivocada a todas luces, de colocar una moneda entre los dedos de la mano de plata, obra de heraldistas como conocedores del sustrato histórico del que proceden las armas molinesas.

Finalmente, y para concretar tantas desperdigadas interpretaciones e inconexas reformas o versiones, el Ayuntamiento de la ciudad de Molina de Aragón decidió someter a sanción definitiva y oficial su blasón heráldico, pidiendo para ello previamente los Informes de algunos relevantes heraldistas, y finalmente aceptando la versión definitiva que la Real Academia de la Historia aprobó en su sesión de 17 de enero de 1975. Así queda, en el idioma escueto y preciso de la ciencia del blasón, la estructura del de Molina de Aragón:

Escudo español, partido, de azur la barra de plata acompañada de dos ruedas de molino del mismo metal, y de azur un brazo defendido o armado de oro, la mano de plata, teniendo entre los dedos índice y pulgar un anillo de oro. En la punta, de azur, cinco flores de lis de oro, Puestas en aspa. Al timbre, la corona real cerrada.

Una vez descrito el escudo de Molina, cabría añadir, como mera curiosidad, las interpretaciones que su historiador más concienzudo, Sánchez de Portocarrero, daba a sus dos primitivos emblemas, tomadas de autores clásicos y tratadistas de heráldica, de los que tanto proliferaron en la España del Siglo de Oro.

Así, dice en principio que las ruedas del molino aparecen como lógica representación del nombre del lugar: Molina. Pero aun pareciéndole corta esta sencilla interpretación, pasa a recordar cómo era éste también el blasón de los Coralios, “nación belicosísima del Ponto», de los que Covarrubias, en sus «Emblemas», dice que hacían notar con este emblema «su igualdad y concordia en seguir las armas». También se refiere «a la costumbre antigua del castigo de Ruedas o Muelas grandes de que usaban los señores con sus siervos», significando el implacable castigo que Molina propinaría a quien contra ella atentase. Finalmente, señala Sánchez de Portocarrero la significación de estas ruedas como «el valor y la constancia con que quebrantó Molina a los que se le opusieron o la invadieron, como suele la Rueda de Molino con los granos que intentan cercarla o impedir su progreso».

Para el otro símbolo, el brazo armado con un anillo en la mano, esgrime el libro 8 de las «Metamorfosis» de Apuleyo, en que utiliza la frase «Venire in manum», por casarse, tal como se usaba el rito del matrimonio entre los romanos: entregándose las manos. El mismo Sánchez de Portocarrero añadió la frase “Brachium Domini confortavit me», para señalar el poder del brazo de los señores molineses. Feman Mexia, en su «Nobiliario», justifica el nombre que tuvo Molina «de los Caballeros», pues compara con ella a las manos, por ser éstas las partes más nobles del cuerpo, y aquéllos, de la sociedad. Por otra parte, los romanos utilizaban el anillo como símbolo de la Nobleza, de la Lealtad y de la Fidelidad, y en este sentido amplía Sánchez de Portocarrero el significado del escudo de Molina, del que termina diciendo: «Estas divisas estan mostrando emphaticamente la Nobleza y Lealtad de Molina, su Religión, su Fortaleza y otras Virtudes» (8).

SIGÜENZA

La ciudad de Sigüenza ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido, por tradición de varios siglos, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, nunca han llegado estas armas a gozar de ratificación oficial por organismo competente. Podría decirse, sin embargo, que el Escudo Heráldico Municipal de Sigüenza es el más antiguo de todo el territorio provincial, y el que durante más tiempo ha mantenido su estructura inamovida.

Hemos podido concretar la estructura tradicional del escudo de armas seguntino, que como una excepción entre todos los demás de la provincia, se presenta en multitud de formas gráficas a nuestra consideración actual. Además se han encontrado referencias documentales antiquísimas que hacen alusión a la existencia de las armas municipales, como los sellos concejiles de plomo, que en el siglo XIV mostraban un águila y un castillo, en este orden.

En la obra del heraldista Antonio de Moya, del siglo XVIII, titulada «Rasgo heroico. Declaración de las Armas y Blasones con que se ilustran muchas Ciudades y villas de España», ya se describen las de Sigüenza tal como hoy se san, pero dando de ellas unas explicaciones simbólicas exageradas, haciéndolas originarias de la época romana. Más modernamente, Julián Moreno, en su «Alma seguntina», de 1924, las interpreta como expresión de los escudos de armas de los dos primeros obispos de Sigüenza tras la Reconquista de la ciudad a los árabes (9). Pero opina que, debido a ello, debería cambiarse el orden en que aparecen las piezas del escudo, poniendo el águila a la derecha y el castillo a la izquierda.

En este sentido, efectivamente, en el enterramiento de Don Bernardo de Agen, primer obispo de la diócesis, que se encuentra en la girola del templo catedralicio seguntino, se ve el escudo de este monje‑guerrero, consistente en águila pasmada sobre campo liso (10). Asimismo, en el enterramiento de Don Pedro de Leucata, segundo obispo de Sigüenza, que aparece en el muro del presbiterio de la catedral, se ve repetido y pintado, su escudo consistente en un castillo sobre fondo liso (11). Teniendo en cuenta que desde 1138, todavía Don Bernardo en la silla episcopal, el señorío de la ciudad perteneció a los obispos por donación real, es lógico que el escudo de la ciudad adoptara por propio el de sus primeros señores.

Sin embargo, parece claro, en definitiva, que el escudo de Sigüenza fue puesto, tal como hoy se mantiene, por su primer obispo Don Bernardo, el cual utilizó para esta ciudad las armas de su lugar de procedencia, la ciudad francesa de Agen, de las que estas seguntinas son su reproducción exacta. En este sentido, cabe recordar la existencia de documentos sigilográficos antiguos, en los que se ve el sello concejil de la ciudad de Agen, ofreciendo en el anverso una ciudad amurallada y fortificada, mazonada, con tres puertas y dos ventanas, y en su interior un campanario flanqueado de dos torres y diversos pináculos, mientras que en el reverso aparece un águila que ofrece entre sus garras una filacteria. Estos sellos se encuentran pendientes por hilos de seda de diversos documentos de los siglos XIII y XIV (12). El hecho de que el escudo de Sigüenza muestre un águila sujetando un hueso entre sus garras, es una clara deformación por el uso de un mueble, pues en su origen lo que el águila del escudo seguntino llevaba, como la de Agen, era una filacteria o pergamino alargado.

Así pues, el Escudo Heráldico Municipal de Sigüenza queda constituido del siguiente modo:

Escudo español, partido. A la derecha, de azur, un castillo donjonado de oro, aclarado de gules y mazonado de sable. A la izquierda, de gules, un águila pasmada de sable, coronada de oro, apoyada sobre un hueso humano de oro. Al timbre, la corona real.

ATIENZA

La villa de Atienza ha venido utilizando, desde hace muchos años, armas propias, que han adquirido, por tradición de tanto tiempo, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, tampoco han Regado estas armas a gozar de ratificación oficial por organismo competente.

Hemos consultado, al objeto de encontrar razón previa de este escudo atencino, los documentos heráldicos generales existentes en la sección de Sigilografía del Archivo Histórico Nacional y de la Real Academia de la Historia, así como diversos fondos de bibliografía de carácter provincial (13). Del mismo modo, se ha hecho un repaso de los diversos escudos que existen tallados o pintados por algunos de los monumentos de la villa, recogiendo de ellos las diversas formas en que el Escudo Municipal se ha representado a lo largo de los siglos (14).

Aparece Atienza como villa de dominio real, nunca sujeta al señorío particular, y por lo tanto formando parte, como una de las joyas más preciadas, de la monarquía castellana. El gran cariño que el rey Alfonso VIII tuvo a su villa de Atienza, a cuyos habitantes debía el trono, lo manifestó siempre con ayudas y construcciones, mejorando el castillo, las murallas, las puertas, las iglesias, las relaciones comerciales, los fueros, etc. En cualquier caso, la adhesión que los hombres y mujeres de Atienza tuvieron siempre por su monarca y directo señor, fue palpable. Atienza figuró durante siglos, especialmente en los de la Edad media, como una de las más apreciadas villas del Reino de Castilla.

Examinando algunos escudos que intentan representar a la villa, encontramos dos formas diversas de representación: por una parte, sobre la fachada del Ayuntamiento aparece un gran escudo que pertenece al rey Felipe V, primero de los Borbones hispanos, y por lo tanto no puede pensarse en él como representativo de la villa. En el interior del Ayuntamiento, en su salón de sesiones, hay un gran lienzo, del siglo XVIII, en que se representa el escudo de la villa, apareciendo en el mismo una ciudad amurallada con un gran castillo al fondo. Evidentemente es una representación ideal de Atienza, y posiblemente en él está el origen del Escudo Municipal: la intención en un principio fue que el símbolo de la villa fuera la representación de esa misma villa (15).

En otros elementos, como puede ser la Fuente del Santo, que se encuentra junto al Humilladero, y que es obra del siglo XVIII, el Escudo de la villa muestra solamente un castillo de tres torres, aterrazado sobre unas peñas. Lo mismo que en la Fuente del Tío Victoriano, más moderna, pero que ostenta el mismo símbolo.

Posteriormente, en elementos oficiales sobre todo (sellos de caucho, papel timbrado, banderas, etc.), se introdujo junto al castillo los dos cuarteles representativos de la monarquía, esto es: el castillo de oro y el león de gules. Es claro, pues, que la evolución del Escudo Heráldico de Atienza ha sido en el sentido de englobar los elementos más representativos de su historia y su patrimonio arquitectónico, eje a su vez de esa misma historia.

Analizado el sello concejil de Atienza, del que quedan algunos ejemplares en el Archivo Histórico Municipal y una impronta en cera en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, encontramos que en él se representa, en el anverso, un castillo de tres torres con dos series de almenas, siendo la torre central más alta y en su parte baja abierta una puerta de semicircular arco, rodeado de una borrosa inscripción en la que parece leerse: «+ SIGILUM … NCILLI DE… TENZA», y en el reverso se ve levantarse sobre unas rocas un lienzo de muralla de sillería escoltado a sus extremos por sendas torres rematadas en almenas y ocupadas de ventanas, alzándose al comedio de la muralla una gran bandera formada en su mitad externa por tiras o anchos flecos, apareciendo en su borde la inscripción: «…SEL … CONCE… ATIENZA» (16).

Por todo lo expuesto anteriormente, y tratando de conjuntar los muebles y modos representativos que a lo largo de los siglos ha ido ofreciendo el Escudo Heráldico Municipal de Atienza, éste debería quedar definitivamente constituido del siguiente modo:

Escudo español, medio cortado y partido. A la derecha, el primer cuartel en alto es de campo de gules con un castillo de oro mazonado de sable y aclarado de gules, y el segundo cuartel en bajo es de campo de plata con un león rampante de gules. A la izquierda, el cuartel de azur tiene una torre y parte de muralla, aterrazadas sobre rocas, en su color. Al timbre, corona real cerrada.

BRIHUEGA

También la villa de Brihuega ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido por tradición de muchos siglos, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Su herencia directa a partir del sello concejil utilizado en la ratificación de los documentos medievales, es la prueba de su venerable ancianidad y larga tradición. Sin embargo, nunca han llegado estas armas a gozar de ratificación oficial por algún organismo competente, léase la Real Academia de la Historia o el Ministerio de Gobernación.

En la historia de la villa de Brihuega, rica en vicisitudes y acciones de importancia, destacan dos hechos capitales que han trascendido en su plasmación en el escudo propio de la villa (17). Es a destacar en primer lugar su pertenencia a la Corona de Castilla, desde el siglo XI, en que el rey toledano Almamún se la concedió a Alfonso VI, y éste, con posterioridad a la toma de Toledo, concretamente en 1086, la donó a la Mitra episcopal toledana, en señorío. Esta tutela de la villa, por parte de los Arzobispos de Toledo, se extendió desde el siglo XI al XVII, y fue en su magnífico «Castillo de la Peña Bermeja» que ellos tuvieron su morada y palacio. Por otra parte, cuenta la tradición más querida de Brihuega, que también en el siglo XI se apareció la Virgen María, entre las rocas que sustentan el castillo, a la princesa mora Elima, que en él residía. Esta Virgen aparecida, con el nombre de la Peña, quedó para siempre como patrona de la villa (18).

El origen del Escudo Municipal de Brihuega está, como ya hemos dicho, en su antiguo sello concejil, que al mismo tiempo presenta estos elementos capitales de la historia y la tradición de la villa. Ya se encuentra este sello en un documento de 1311, cuyo original se conserva en el Archivo Episcopal de Toledo. Pendiendo de una cinta encarnada de seda, aparece en el anverso del sello una imagen de la Virgen María, sentada, con su hijo Jesús en los brazos. En la orla se lee: «dominus tecum benedicta tu». Sin duda se trata de la Virgen de la Peña. En el reverso se ve un castillo de tres torres, y entre la central y las laterales aparecen sendos báculos pastorales, leyéndose en la incompleta orla: «sigilum concilii» (19).

Ambas caras del sello concejiI, unidas, y adoptando los esmaltes propios del blasón, han constituido tradicionalmente, el Escudo Heráldico Municipal, que debe ser representado correctamente del siguiente modo:

Escudo español, en campo de gules, un castillo donjonado de tres torres, de oro, mazonado de sable y aclarado de gules; entre la torre central y las laterales, sendos báculos episcopales de oro; y por cimero de la torre central, una imagen de la Virgen María con su Hijo Jesús en los brazos, apareciendo entre nubes, en plata. Al timbre, la corona real.

Debe, sin embargo, tenerse presente un par de modificaciones que a esta estructura se le han hecho en ocasiones, y que son, por una parte, la representación de un solo báculo, en diagonal, acolado tras la torre mayor del castillo, y por otra, la representación de la Virgen en forma de Inmaculada Concepción, en recuerdo de haber sido el día de su festividad cuando la villa fue librada por las tropas borbónicas de sus ocupantes austriacos e ingleses (20). Son variaciones que, en cualquier caso, no anulan la representación clásica del escudo briocense.

GUADALAJARA

La ciudad de Guadalajara ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido, por tradición de varios siglos, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Hay que señalar, como en la mayoría de las localidades hasta ahora estudiadas, que tampoco estas armas han llegado a gozar de ratificación oficial por organismo competente, y por lo tanto la capital de la provincia no tiene, hasta el momento actual, sus armas heráldicas oficialmente sancionadas.

Muestra el emblema guadalajareño un paisaje medieval escueto: un campo llano al fondo del cual surge una ciudad amurallada. Alguna torre descuella sobre las almenas del primer tramo. Una puerta cerrada se acurruca en una esquina del murallón. Sobre la punta de la torre, un banderín con la media luna nos dice que la ciudad es islámica, que la pueblan moros, aunque no se les vea. Sobre el campo verde del primer término, un guerrero medieval monta un caballo. Va revestido el caballero de una armadura de placas metálicas, una celada que le cubre la cabeza y plumas que como lambrequines brotan de ella. Va armado con una espada, o lanza, en señal de fiera ofensa. Detrás de él, formados y prietos, unos soldados admiran el conjunto, expectantes. De sus manos surgen verticales las lanzas. Parte de sus cuerpos se recubren por escudos que llevan pintadas cruces. Son un ejército cristiano que acaudilla un caballero: se llama Alvar Fáñez, el de Minaya, y es algo familiar del Cid Ruy Díaz, y teniente de su mesnada. Un cielo oscuro, de noche cerrada, tachonado de estrellas y en el que una media luna se apunta, cubre la escena.

Dice la tradición que este emblema, tan historiado y prolijo, es la imagen fiel de un momento, de una singular jornada de la ciudad. Representa la noche del 24 de junio de 1085, una noche espléndida y luminosa de San Juan. La ciudad de al fondo es Guadalajara la árabe, la Wad‑al­Hayara de las antiguas crónicas andalusíes. El campo verde sería la orilla izquierda del barranco del Coquín, lo que durante muchos años fue Castil de Judíos o Cementerio hebraico. Allá se apuestan el caballero Alvar Fañez y sus hombres de armas. Esperan el momento, en el silencio de la noche, cuando sus habitantes duermen, y uno de los suyos abra el portón que da paso desde el barranco al barrio de los mozárabes. Escondidos cada cual por su lado, a la mañana siguiente aparecerán con sorpresa por las calles del burgo, y sus habitadores ya nada podrán hacer ante la consumación de la conquista.

El origen del Escudo Heráldico Municipal de Guadalajara, sin embargo, no es el emanado de esa leyenda. Es algo también más sencillo y prosaico (21). Se formó, posiblemente en el siglo XVI, cuando las ciudades comenzaron a utilizar blasones heráldicos lo mismo que los individuos. Y lo hizo a costa de refundir, en una sola imagen, lo que hasta entonces había constituido el auténtico emblema o sello concejil guadalajareño. La existencia de este sello la descubrió el primer cronista provincial de Guadalajara, don Juan Catalina García López, a quien se le donó don Fernando Alvarez, que lo sacó de no sabemos dónde. El cronista mandó reproducir, en cera, y a mayor tamaño, aquel sello que colgó de sedas rojas, blancas y verdes de los documentos medievales del concejo arriacense (22).

Ese sello, redondo, y en cera, lo ponía el juez en los documentos que el Concejo extendía. Donaciones, cambios, derechos, inventarios, etc., llevaban pendientes de sus pergaminos esta marca ciudadana. En su anverso, aparecía una gran ciudad medieval sobre las aguas de un río. Por encima de las ondas suaves del agua (suponemos que del Henares) se alza una ciudad en la que, tras pequeña muralla, vénse iglesias, palacios y torreones. Es, sin duda, la Guadalajara del siglo XII, el burgo que con su Fuero y sus instituciones en marcha comenzaba a escribir una historia larga y densa. En derredor de la ciudad, una leyenda que dice: «Sigillum Concilii Guadelfeiare», que viene a significar: «el sello del Concejo de Guadalajara».

En el reverso, un caballero revestido a la usanza de la plena Edad Media, montado en brioso y dinámico corcel que cabalga. El personaje lleva entre sus manos una bandera, totalmente desplegada, en la que se ven varias franjas horizontales. Junto a él, una borrosa palabra parece interpretarse: “ius» que significaría «juez» y que identificaría al caballero con este personaje, el más importante y representativo de la ciudad, en aquella época. Era el juez, el más señalado de los “aportellados» o representantes del pueblo, que gobernaban la ciudad durante unos años, renovándose periódicamente. Administraba justicia, presidía los concejos, cabalgaba al frente de las procesiones cívicas portando el estandarte de la ciudad. Y guardaba el sello concejil, ése en el que él mismo aparecía, para estamparlo en los documentos más importantes. En su derredor, otra confusa leyenda nos deja ver el fragmento del texto que lo circuía: «Vías Tuas Domine Demostras Micho Amen» (23).

A principios del siglo XV, la todavía villa de Guadalajara usaba por armas propias, según se lee en el «Libro de los Blasones de España», de Diego de Cervellón, en campo de oro, un caballero armado, jinete en caballo de plata, tremolando con la diestra mano un pendón de gules de dos farpas. Poco después, en 1460, el rey Enrique IV concedió a Guadalajara el título de ciudad, y desde entonces fueron sus historiadores quienes se afanaron en determinar con exactitud la forma de su escudo de armas. Cuando en el siglo del Renacimiento, los hombres de Guadalajara, guiados de sus sabios y a veces imaginativos cronistas e historiadores, decidieron crear el Escudo Heráldico del Municipio, lo tuvieron fácil: en una sola escena mezclaron las dos caras del sello concejil. Y así surgió la ciudad y el caballero. Entonces se le adornó con la leyenda de Alvar Fañez, que desde cinco siglos antes corría entre las gentes, y así quedó, hasta hoy, blasón y tradición, unidos (24).

La descripción del Escudo Heráldico Municipal de Guadalajara es, por lo tanto, del modo que sigue: 

Escudo español, de azur, con un lienzo de muralla de plata, con su torreón donjonado, sumado de un estandarte de sinople cargado de un creciente de plata, diestrado el lienzo de una puerta, y el todo almenado y mazonado de sable, aclarado del mismo color, y surmontado de un sembrado de estrellas de plata y un creciente contornado del mismo metal, terrazado de sinople, y sobre la terraza un guerrero de plata, jinete en un corcel del mismo metal y siniestrado de una hueste de peones. El guerrero tremola un pendón de plata de dos farpas, cargado de una cruz de gules. Timbrado de corona real cerrada (25).

Admite algunas variantes este escudo, como son, en gracia a la más clara representación y contraste de sus figuras, poner el lienzo de muralla y su donjonada torre en su color, de tal modo que el jinete de plata resalte más nítidamente. El creciente de plata puede ir diestrado o siniestrado en el campo de azur. La hueste que aparece tras el caballero suele ser de seis peones, pero puede ser en cualquier número, incluso puede faltar del todo. Tras el lienzo de muralla, y con su mismo esmalte, puede ponerse una torre cubierta sumada del pendón similar al descrito para la torre donjonada.

COGOLLUDO

También la villa de Cogolludo ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido por la tradición de largos años, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, tampoco han llegado estas armas a gozar nunca de la ratificación oficial por organismo competente.

La propia historia de la villa de Cogolludo explica el origen y significado de las armas que trae como propias desde hace siglos. Fue primeramente propiedad de la Orden de Calatrava, y luego pasó sucesivamente por los señoríos de los Orozco y los Mendoza. Finalmente, en el siglo XV, al casar el cuarto conde de Medinaceli, don Gastón de la Cerda, con doña Leonor de Mendoza, segunda hija del marqués de Santillana, pasó la villa al señorío de los La Cerda, en cuya posesión se mantuvo hasta el siglo XIX (26). Esta familia usó los títulos de duques de Medinaceli y de marqueses de Cogolludo. El hecho de estar profusamente distribuidas sus armas por el palacio ducal de la plaza mayor, por las iglesias de la villa, y aún por otros lugares y monumentos de la misma, hicieron que con el paso, de los años llegara a identificarse el emblema heráldico de los La Cerda con el de su villa de Cogolludo, y es así que hoy se usa, de forma tradicional y comúnmente admitida, el siguiente símbolo como propio del pueblo:

Escudo español, cuartelado. El primero y cuarto cuarteles, partido, a la derecha de gules una torre de oro mazonada de sable y aclarada de gules, y a la izquierda de plata un león rampante de gules. El segundo y tercero cuarteles, de azur, con tres flores de lis, de oro. Al timbre, corona real cerrada.

CIFUENTES

Al igual que las anteriores, la villa de Cifuentes ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias, que han adquirido, por tradición de varios siglos, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, nunca han llegado estas armas a gozar de ratificación oficial por organismo competente.

Hemos examinado los escudos que la villa utilizó ya en el siglo XIII como sello concejil, y otros aparecen tallados o pintados en edificios de la villa. Así, se sabe que Cifuentes ostentaba en los años del siglo XIII, un sello en cera, pendiente de cinta de seda azul, en que aparecían cuarteladas las armas de Castilla y Portugal, propias de la señora de la villa, doña Beatriz, y en el reverso unos cursos de agua moviendo ruedas de molino. También en el edificio de la Balsa se ve un escudo tallado en piedra, del siglo XIX, en que aparece un castillo sobre dos ruedas de molino (27).

La referencia más antigua a la existencia del escudo de la villa de Cifuentes como tal, la hemos encontrado en la «Relación Topográfica» que el pueblo envió al rey Felipe 11 en 1569, firmada por Francisco Calderón de Quirós, y cuyo original manuscrito se halla en la biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Allí se dice que: «…trae por insignias y armas la dicha Villa un Escudo con un Castillo y muchas fuentes que corren debajo de dicho Castillo, no hay mas…» (28).

La presencia de un castillo en el escudo de armas de la villa de Cifuentes, reconoce su primitivo origen en las armas propias del Reino de Castilla, al que de siempre ha pertenecido. Y además se ha adoptado como emblema por significar el monumento más antiguo y capital, que dio razón y fuerza a la villa: el castillo que construyó don Juan Manuel, y que aún hoy muestra su bella estampa sobre lo alto del pueblo. Las fuentes o arroyos que corren por el monte que sustenta al castillo, son expresivas de los numerosos manantiales que surgen del cerro y que dan nacimiento al río Cifuentes. De esos manantiales surgió el nombre del pueblo, Cifuentes, que se decía venía de «cent fontes» o más lógicamente, de «septem fontes», aludiendo a siete fuentes que surgen en torno al pueblo.

Así pues, y de acuerdo con lo referido, las armas que conforman el Escudo Heráldico Municipal de Cifuentes han de representarse y describirse del siguiente modo: 

Escudo español, de azur, con un castillo atalayado de oro, mazonado de sable y aclarado de gules, terrazado sobre un monte en su color del que surgen siete fuentes de plata. Al timbre, la corona real cerrada.

PASTRANA

La villa de Pastrana ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, armas propias. Diversos documentos nos permiten conocer la forma y contenido de dichas armas en siglos pasados, y tras el examen de los documentos que obran en el Ayuntamiento de la villa, hemos podido conocer el origen detallado del actual escudo heráldico que, a pesar de ser utilizado de forma común y sin réplica alguna, no tiene todavía la confirmación oficial que debiera.

La referencia más antigua al escudo de la villa, la hemos encontrado en la «Relación Topográfica» enviada en 1576 al rey Felipe II, cuyo original se conserva en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En dicha Relación, suscrita por los vecinos Nicolás Hernández de Heredia y Fabián Cano, se dice que «el escudo de este pueblo fue un hábito de Calatrava, por haber sido de dicha orden e fundado por los Maestres, y agora despues que fue de señorio trae una cruz blanca» (29).

Parece claro que en un principio, y desde la Edad Media, posiblemente desde que en 1369 le fue concedido el título de villa por el Maestre Pedro Muñiz, Pastrana trajo por armas municipales una cruz roja flordelisa, que luego transformó en cruz blanca. El hecho es que en 1539, cambió sobre ella el señorío que ostentaban los caballeros calatravos, pasando a pertenecer al de la familia de la Cerda. Durante este señorío, que se prolongó hasta el siglo XIX, Pastrana tuvo por armas la cruz, aunque en ocasiones le fueron añadidas, o incluso suplantadas por ellas, las armas de sus señores los duques de Pastrana, que usaban las propias de los apellidos Mendoza, Silva y la Cerda (30). En este sentido, puede considerarse que el escudo tradicional de Pastrana sería partido, en el primer cuartel una banda (se supone que de gules en campo de sinople) acompañada de dos flores de lis de oro, en esquemática representación de los emblemas de los linajes de Mendoza y La Cerda, y en el segundo cuartel, de plata una cruz flordelisa de gules, o al contrario.

Pero a principios de este siglo, y a instancias del Ayuntamiento local, se compuso un nuevo escudo municipal, que venía a fundir las armas ya utilizadas anteriormente, añadiéndole nuevas figuras representativas de romántica leyenda que decía: “Pastrana defenderá la Cruz con la espada hasta la muerte» (31). Sumó además la letra P, inicial del nombre de la villa, y desde entonces se ha venido utilizando, de forma tradicional, y ampliamente difundida, viéndose tallado este escudo en piedra sobre la fachada principal de la Casa Ayuntamiento. Los colores y metales de sus muebles cambiaron, y quedó en definitiva y hasta la fecha, del siguiente modo: 

Escudo español, partido. En el cuartel derecho, de azur, banda de plata y dos flores de lis de oro. Carga sobre ellas una letra pe, mayúscula, de sable, fileteada de gules. En cuartel izquierdo, de plata, al punto de honor una cruz flordelisada de gules, y en el resto espada de oro, y una calavera en su color. Al timbre, la corona real cerrada, propia del régimen monárquico legalmente establecido.

SACEDÓN

La villa de Sacedón ha venido utilizando, desde tiempo inmemorial, al menos desde hace dos siglos, armas propias, que han adquirido, por tradición secular, el carácter de Escudo Heráldico Municipal. Sin embargo, nunca han llegado estas armas a gozar de ratificación oficial por organismo competente.

De diversas informaciones documentales y tradicionales se desprende que con antigüedad centenaria la villa de Sacedón ha venido usando armas municipales cuyo origen no consta de forma fehaciente, pero que son las siguientes:

Escudo español, de gules, un lienzo de muralla de oro, entre dos torres de lo mismo, defendida la puerta de un matacán, aterrazado de peñas de plata, cortado de oro, con dos coronas de laurel de sinople puestas en faja. Timbrado de corona real cerrada.

La explicación de este blasonado no está clara, aunque es muy posible que la parte superior, el castillo o muralla torreada sea expresión de su pertenencia desde la Reconquista al territorio del Reino de Castilla (32); y la parte inferior, expresión inequívoca de una recompensa honorífica por algún señalado servicio realizado por la villa a la Corona, y que podría referirse a las diversas acciones que los de Sacedón realizaron a principios del siglo XIX en la Guerra de la Independencia contra los franceses. La Corona real cerrada es expresión del régimen monárquico constitucionalmente establecido.

La serie expuesta de los nueve escudos heráldicos de las villas y ciudades que hasta hace poco conformaron el grupo de las cabezas de partido judicial de la provincia de Guadalajara, constituyen en el orden expuesto el escudo heráldico de la misma, que debe ir a su vez timbrado por corona real cerrada. Aparte de la curiosidad que pueda suponer el conocimiento preciso del origen de todos y cada uno de los escudos de estas poblaciones, con esta publicación hemos pretendido concretar, esperamos que definitivamente, el orden, los elementos, y los esmaltes del Escudo Heráldico de la Provincia de Guadalajara.

 NOTAS

(1) HERRERA CASADO, A.: Heráldica mendocina en Guadalajara, en «Wad‑al‑Hayara», 13 (1986), 195‑248. Ver también nuestros artículos publicados previamente en el Semanario «Nueva Alcarria» de Guadalajara: En defensa de los escudos, 23‑VI‑73; Heráldica mendocina en Guadalajara, 21‑IX‑74; Es necesario salvar los escudos, 16‑XI‑74; Las empresas mendocinas, 15‑VI‑84.

(2) CADENAS Y VICENT, V.: Fundamentos de Heráldica, Madrid, 1975, PP. 110‑117.

(3) SANZ Y DIA7, J.: Historia verdadera del Señorío de Molina, edit. Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1982; HERRERA CASADO, A.: El Señorío de Molina, en ‘Glosario Provincial», Tomo III, Guadalajara, 1980, especialmente las pp. 33‑35, donde aparece un estudio sobre el escudo de la ciudad y señorío de Molina de Aragón.

(4) SANCHEZ DE PORTOCARRERO, D.: Historia del Señorío de Molina. Obra manuscrita en tres tomos, del siglo XVII, conservado el original en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca Nacional. La referencia al escudo de Molina aparece en el tomo I, pp. 40 y ss.

(5) Un estudio documental y gráfico sobre la evolución del escudo molinés a través de los siglos, con representación de cuantos escudos de esta institución de conservan hoy, en HERRERA CASADO, A.: Tesoro de los escudos de armas que hay, en la provincia de Guadalajara, Tomo II (Señorío de Molina), Guadalajara, 1977, manuscrito en la biblioteca del autor.

(6) SANZ Y DIAZ, J.: Historia verdadera del Señorío de Molina, Guadalajara, 1982, p. 105.

(7) Ibídem, pp. 143‑146. Ver también PEREZ MORENO, C.: Episodios de la Guerra de Sucesión, Guadalajara, 1890.

(8) HERRERA CASADO, A.: El Señorío de Molina, en “Glosario Provincial», Tomo III, Guadalajara, 1980. pp. 33‑35.

(9) MORENO, J.: Alma Seguntina (VIII Centenario de la Reconquista de Sigüenza), Sigüenza, 1924, pp. 19‑24.

(10) PECES Y RATA, F.G.: La catedral de Sigüenza, Edit. Everest, León, 1984. Fotografía de la p.55.

(11) PEREZ‑VILLAMIL, M.: Estudios de historia y arte. La Catedral de Sigüenza, Sigüenza, 1899, pp. 219‑220.

(12) Se encuentra en el Archivo Nacional de Francia (J305, J6) y en el British Museum (8929) en forma de sellos en cera, redondos, de dos caras, de 85 mm. de diámetro. Sobre el escudo heráldico de la ciudad de Agen, ver METMAN, Y.: Sceau de la Republique d’Agen, en “Bulletin du Club français de la Medaille», 29 (1970: pp. 62‑67; MOMMEYA, J.: Les armoiries de la ville d’Agen, en «Reunión de la Societé des Beaux Arts Depart», 2eme. session, 1900, pp. 726‑740; THOLING, G.: Sceaux de l’Agenais, páginas 193‑198.

(13) LAYNASERRANO, F.: Historia de la Villa de Atienza, Madrid, 1945; MORENO CHICHARRO F.; SAIZ LOPEZ, S.: Caminos de Sigüenza y Atienza, Madrid, 1974; SERRANO BELINCHON, J.: Atienza, Guadalajara, 1985.

(14) ARRANZYUST, M. C.: Escudos heráldicos de la Villa de Atienza, en»Wad‑al‑Hayara», 13(1986), pp. 293‑322.

(15) ARRANZ YUST, M. C.: Escudos heráldicos de la Villa de Atienza, en ‘Wad‑al‑Hayara», 13 (1986), pp. 293‑322, Lámina I, c.

(16) Ver LAYNA SERRANO, F.: Historia de la Villa de Atienza, Madrid, 1945, Lámina VII, y GARCÍA LÓPEZ J C.: Biblioteca Patria.

(17) Sobre la historia de la villa de Brihuega, ver especialmente PAREJA SERRADA, A.: Brihuega y su partido, Guadalajara, 1916; SIMÓN PARDO, J.: Estampas briocenses. Historia de Brihuega, Guadalajara, 1987.

(18) Es muy abundante la bibliografía sobre la Virgen de la Peña, su aparición y leyenda. Ver especialmente BEJAR, P. F. de: Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Peña, patrona de la Villa de Brihuega, Madrid, 1733; PÉREZ MORENO, C.: La Virgen de la Peña de Brihuega, Madrid, 1884; PAREJA SERRADA, A.: Tradiciones e historias alcarreñas, Guadalajara, 1914; Ríos RABANERA, A.: La Virgen de la Peña Y sus tres fechas, Toledo, 1934.

(19) GARCÍA LÓPEZ, J.C.: Biblioteca Patria. Vuelos arqueológicos, Madrid, 1911, pp. 72‑73. Del mismo autor ver El Fuero de Brihuega, Madrid, 1887.

(20) PAREJA SERRADA, A.: La razón de un centenario, Guadalajara, 1911; HERRERA CASADO, A.: El asalto a Brihuega y batalla de Villaviciosa, Edt. Excma. Diputación Provincial, Guadalajara, 1985.

(21) Sobre la evolución del escudo de la ciudad de Guadalajara, ver especialmente BALLESTEROS SANJOSE, Plácido: La conquista de la Alcarria en 1085 aafigura de Alvar Fañez), en Revista «Arriaca», número extr. dedicado al IX Centenario de la Reconquista de Guadalajara, 1985, y HERRERA CASADO, A.: Crónicas de la Reconquista, en Revista «Guadalajara», de la Excma. Diputación Provincial, 1985. También hablan de la transformación progresiva de la leyenda de Alvar Fáñez y la Reconquista de Guadalajara BUENO MAZARIO, A.; SERRANO, J. et al, en Aproximación a la reconquista de Guadalajara, en «Actas del I Congreso de Historia Joven de Castilla‑La Mancha», 1987, p. 167; CUENCA, E.; OLMO, M. del, en El Cid Campeador y Gómez Carrillo de Acuña, Guadalajara, 1984, y GONZÁLEZ, Julio, en Repoblación de Castilla La Nueva, Edit. Universidad Complutense, Madrid, 1975.

(22) Lo describe en GARCÍA LÓPEZ, J.C.: La Alcarria de los dos primeros siglos de su Reconquista. Inst. «Marqués de Santillana», 2ª, Guadalajara, 1973, y en Biblioteca Patria: Vuelos Arqueológicos, Madrid, 1911, del mismo autor.

(23) Reproduce su imagen LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XVY XVI, Madrid, 1942, Tomo I, Lámina II.

(24) En un trabajo de reciente aparición presentado en el I Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, celebrado en Guadalajara en noviembre de 1988 (BARBADILLO ALONSO, J.; CORTES CAMPOAMOR, S.: Evolución histórica del escudo de la ciudad de Guadalajara, en «Actas del I Encuentro de Historiadores del Valle del Henares», Alcalá, 1988, pp. 83‑96), se reconsidera esta evolución y uso de las armas heráldicas de la ciudad de Guadalajara. Con documentos formales fehacientes, los autores demuestran que esta ciudad usó como emblema heráldico exclusivamente la imagen de un caballero, andante o galopante, con espada o con lanza en la mano, sólo o acompañado de un sembrado de estrellas, desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XIX, en la que se añaden los elementos que hoy conforman el escudo: la muralla, la ciudad y el ejército acompañante.

(25) Da esta descripción GAVIRIA, Conde de, en Gran Enciclopedia de Madrid, Castilla‑La Mancha, tomo VI, p. 1.437, voz «Guadalajara».

(26) HERRERA CASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, Edit. Excma. Diputación Provincial, Guadalajara, 1983, pp. 328‑334.

(27) Estos sellos y escudos están publicados en la obra de LAYNA SFRRANO, F.: Historia de la villa condal de Cifuentes, 2ª edic., Guadalajara, 1979.

(28) MEMORIAL HISTÓRICO ESPAÑOL, Tomo XLII, «Relaciones Topográficas de España: Relaciones de pueblos que pertenecen hoy a la provincia de Guadalajara», Edit. Real Academia de la Historia, Madrid, 1903, pp. 339 y ss.

(29) MEMORIAL HISTÓRICO ESPAÑOL, Tomo XLIII, «Relaciones Topográficas de España: Relaciones de pueblos que pertenecen hoy a la provincia de Guadalajara», Edit. Real Academia de la Historia, Madrid, 1905, pp. 183 y ss.

(30) Acerca de la historia de Pastrana, ver P E REZ CUENCA, M.: Historia de Pastrana y sucinta noticia de los pueblos de su partido, Madrid, 1871; SANTAOLALLA LAMAS, M.: Pastrana, apuntes de su historia, arte y tradiciones, Tarancón, 1979; PRIETO BERNABÉ, J.M.: U venta de la jurisdicción de Pastrana en 1541, C.S.I.C., Madrid, 1986.

(31) En el Ayuntamiento de Pastrana, existe un gran cuadro en el que sobre pergamino aparece escrita con pormenor la justificación de esta leyenda y su equivalencia heráldica. No obstante, en reciente estudio del que no estamos autorizados a explicar aquí su contenido, pues lógicamente deberá ser publicado por su autor, nuestro buen amigo y maestro el heraldista don Fernando del Arco, sostiene que esta leyenda se fragua sobre un emblema ya perfectamente establecido, perteneciente a un hidalgo pastranero, familiar del Santo Oficio, y cuyo apellido comenzaba con P, de ahí que se utilizara en el escudo.

(32) Sobre la historia de Sacedón, ver HERRERA CASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Gua­dalajara, Edit. Excma. Diputación Provincial, Guadalajara, 1983, pp. 240‑241, y PASTOR PRADILLO, L.F. et al: Sacedón. Conversión Y reconversión, en «Actas del I Congreso de Historia Joven de Castilla‑La Mancha», 1987, p. 271.

Heráldica mondejana

En el presente trabajo se aporta el catálogo de los escudos de armas y emblemas heráldicos existentes en la actualidad en la villa alcarreña de Mondéjar, referenciando en forma de fichas todos los emblemas hallados en la misma, de acuerdo con una metodología propia. Se realiza además una introducción relativa a la historia de la villa, y a la presencia en la misma del linaje de los Mendoza, aportando una breve visión evolutiva de las armas propias de este linaje, matizadas con los lemas adoptados por los marqueses de Mondéjar. Es una aportación más de cara a la catalogación total de cuantos emblemas heráldicos y escudos de armas existen en la provincia de Guadalajara, en la seguridad de que dicho estudio ha de resultar muy valioso para el mejor conocimiento de su historia.

 INTRODUCCIÓN

A nadie escapa la importancia que encierra el estudio de la heráldica como uno de los aspectos auxiliares de la historia, y uno de los caminos que posibilitan el tránsito hacia la consecución de una verdad histórica rigurosa. En el estudio de la heráldica, de los emblemas de personajes e instituciones que de un modo u otro han permanecido a lo largo de los siglos y cumplen ahora la calidad de monumentos puntuales, hemos puesto algún interés, especialmente en lo relativo a aquellos escudos de armas que se encuentran en la provincia de Guadalajara, y que de un modo u otro reflejan los avatares pretéritos de edificios, de localidades y de personajes. En ese sentido, un reciente estudio sobre la heráldica de los Mendoza en la ciudad de Guadalajara (1), en forma de catálogo o fichero de los elementos que conforman ese patrimonio, ha resultado útil para otros fines, y ha iniciado un camino en nuestra provincia que hoy nos disponemos a continuar con lo relativo a la heráldica mondejana.

De todos los escudos de armas que hemos podido encontrar en la villa de Mondéjar, la mayoría de ellos están situados en sus monumentos más representati­vos, y simbolizan las armas de diversos señores de la localidad, y de sus esposas, todos ellos pertenecientes, desde la Edad Moderna, a la familia de Mendoza. Es, pues, este estudio, un aporte para la visión conjunta de la heráldica mendocina en toda la provincia de Guadalajara, o en toda la Alcarria, que algún día deberá llevarse a cabo.

De hecho, los escudos que presentamos en el presente estudio pueden clasificarse en dos grupos netamente diferenciados: mendocinos y no mendocinos. Los primeros de ellos representan los emblemas propios de los señores de la villa, bien en sus armas tradicionales de Mendoza, en sus variantes más conocidas, o en las de otros apellidos emparentados con ellos por entronques familiares. Los segundos, los no mendocinos, son propios de individuos que por otras razones (de poder económico, de capacidad intelectual o de poderío social o religioso) han podido dejar tallado en la piedra de Mondéjar su símbolo y escudo de armas.

En el caso de los escudos mendocinos, pertenecientes a los Mendoza que fueron señores de la villa y ostentaron los títulos de marqueses de Mondéjar y condes de Tendilla, es clara su función de recuerdo del poderío social y jurídico que ostentan sobre el lugar. La colocación de estos escudos mendocinos, sin embargo, parece desviar la atención del espectador sobre el auténtico fin de los mismos. Están puestos sobre las puertas de la iglesia parroquial, en la torre de dicha iglesia, en las puertas y presbiterio del convento franciscano de San Antonio, etc. Esto es, parecen estar ofreciendo la clave para una interpretación benéfica de la estirpe mendocina. Ellos son, lo recuerda la piedra perennemente grabada, los benefactores de obras religiosas y bellas: son mecenas para el arte y la piedad. Sin embargo, el fin último, que todo escudo de armas tallado y visible encierra, de prepotencia social sobre el resto de la población, no puede eludirse tampoco en este caso de los Mendoza en Mondéjar. Es ese poderío, ese predominio de su estirpe sobre el resto de los vecinos de la villa, lo que denotan los escudos, cumpliendo uno de los objetivos que estos elementos tienen.

Los escudos no mendocinos, más escasos, aparecen en enterramientos y palacios. En cualquier caso, cumplen también su misión de identificación ante la historia, de supervivencia de individuos o familias que se resisten a quedar borradas en la sombra del olvido, y ponen, bien sobre su tumba, o en lo alto de la fachada de su palacio, un emblema que les representa. El sentido último, conciertos matices, es el mismo que en los Mendoza. Aquí se quiere resaltar la «fama» del individuo que se sabe inteligente, virtuoso, grande, y quiere permanecer en el recuerdo de los demás. O bien resaltan el poderío meramente económico de alguna familia.

HISTORIA DE LA VILLA DE MONDEJAR

Conviene recordar, antes de pasar a la presentación del Catálogo de escudos heráldicos de Mondéjar, la historia de esta villa alcarreña, que conoció tantos avatares, al menos legales y jurisdiccionales, durante la Edad Media y comienzos de la Moderna (2). Así, las primeras referencias documentales de Mondéjar aparecen en el siglo XII l. Antes, sin embargo, ya existía como pequeña agrupación urbana, situada desde los primeros momentos de la repoblación, a finales del siglo XI, en el altozano que hoy la sostiene. En principio perteneció a la Tierra de Almoguera, organizada en forma de Común de Villa y Tierra, al estilo de las tierras de la Extremadura castellana, dentro de un régimen de autonomías por comarcas, y de organización del territorio a base de grandes pueblos o villas amuralladas y defendidas, con todos los servicios y sede de las jerarquías, rodeadas de una serie de aldeas pequeñas en las que residían los hombres dedicados al cultivo del terreno circundante.

Almoguera y su Tierra, con Mondéjar incluido, perteneció a la Orden de Cala­trava durante el siglo XII, siguiendo las normas dictadas por la Corona de entregar a estas Ordenes militares de avanzadilla los territorios que todavía quedaban fronteri­zos con Al‑Andalus. Pero a mediados del siglo XIII encontramos nuevamente a Almoguera y su Tierra en dependencia directa del Rey de Castilla, fuera ya del Señorío de los calatravos. Así permanecería en adelante, sujeta solamente a las leyes reales y reconociendo al monarca como único señor del territorio.

El crecimiento de Mondéjar se inició en esos momentos, a mediados del siglo XIII. En 1285, el Rey Sancho IV concedió al concejo un privilegio por el que le permitía celebrar un mercado franco los jueves. Esto suponía que quienes ese día vendieran o compraran en Mondéjar estaban exentos de impuestos. Ello era una poderosa razón para estimular el comercio en ese lugar, y por tal razón Mondéjar inició en ese momento un rápido crecimiento. A ello se añadió poco después, la concesión real de una feria anual por San Andrés, también con exención de impues­tos a quienes a ella fueran, lo que terminó de consagrar su importancia comarcal. La separación del Común de Almoguera ocurrió también en 1285, cuando el mismo Sancho IV la segregó de la villa cabecera y la entregó en señorío particular a su merino mayor, el noble caballero don Fernán Ruiz de Biedma, casado con María Páez de Sotomayor, incluyendo en la donación el término, los vasallos, la jurisdicción y todo tipo de derechos, lo cual suponía el ejercicio de un señorío territorial y jurisdiccional completo. Tal donación fue confirmada unos años después, en 1295, por el siguiente monarca castellano, Fernando IV. Protestaron de todo esto los de Almoguera, por considerar no era lícito segregar a señoríos particulares las aldeas pertenecientes a Comunes de larga tradición. Y protestaron también los de Mondéjar, que preferían su pertenencia al Común almoguereño mejor que tener por señor directo a un cortesano particular, por muy noble que fuera. Las Cortes de Palencia, celebradas a mediados del siglo XIV, dispusieron que fueran reintegrados a sus antiguos comunes todos los concejos segregados en reinados anteriores. Pero esto no llegó a producirse en el caso de Mondéjar, quedando en adelante en la familia de los Biedma,

Varias generaciones ostentaron el señorío: a Fernán siguió su hijo, Alfonso Fernández de Biedma, y a éste su hija doña Elvira Alfonso de Biedma, que casó con el señor de Aguilar y Torija, don Alfonso Fernández Coronel. Este caballero fue uno de los muchos que mató personalmente, en el transcurso de la guerra civil, el rey Pedro 1 apodado el Cruel. Era el año 1353. El monarca entregó entonces todos los bienes del desdichado, incluido el señorío de Mondéjar, a la hija del Rey, doña Beatriz, habida de su unión con María de Padilla.

Al subir al trono Enrique II, «el de las Mercedes», tras el fratricidio de Montiel, el monarca entrega el señorío mondejano a su hermano don Sancho, conde de Albur­querque. Casado éste con doña Beatriz de Portugal, hereda su hija doña Leonor, casada después con el infante don Fernando de Antequera, que vivió largas tem­poradas en su lugar alcarreño.

Después de haber sido elegido, en el compromiso de Caspe, Rey de Aragón, Fernando se desentendió de su señorío mondejano, y su mujer doña Leonor, inmedia­tamente después de haber sido elegido Fernando monarca aragonés, hizo entrega de Mondéjar a la silla arzobispal de Toledo, a cambio de Saldaña. Poco duró la permanencia de Mondéjar en las posesiones de los toledanos, pues la misma reina Leonor pidió la anulación del trato. Y enseguida se lo entregó en señorío, quizás por tener con él compromisos mayores, al caballerizo mayor del reino, el caballero toledano don Juan Carrillo de Toledo, disponiendo que quedara en el mayorazgo de su familia.

Casado Carrillo de Toledo con María de Sandoval, el señorío de Mondéjar lo heredó su única hija Juana Carrillo, que casó con Pedro Lasso de la Vega, uno de los hijos menores del primer marqués de Santillana, y que a la sazón era señor de Valfermoso de Tajuña. De esta manera entra la poderosa familia de los Mendoza a tener voz y mando en Mondéjar, sancionada a lo largo de los siglos por sus sucesores. Es curioso recordar, corno por ciertos documentos consta, que al menos desde Juan Carrillo los señores mondejanos tuvieron un gran palacio en la villa. En 1435, doña Juana Carrillo y don Pedro Lasso juraron solemnemente ante el Consejo y vecinos de Mondéjar el respeto y la obediencia a los antiguos fueros, franquezas, costumbres y libertades que de antiguo usaban. Su posesión fue, por tanto, pacífica y próspera. Heredó a estos señores su hija mayor, Catalina Lasso de la Vega, casada con don Luís de la Cerda, duque primero de la casa de Medinaceli. Al quedar viuda esta señora, entregó el señorío de Mondéjar, en forma de dote, a su hermana doña Marina Lasso de la Vega, en la ocasión en que ésta casó con don Iñigo López de Mendoza, hijo del marqués de Santillana, y conde primero de Tendilla.

El pueblo de Mondéjar y todos los anejos derechos que conllevaba su señorío fueron sin embargo apetecidos por el segundo marido de doña Catalina Lasso, don Pedro de Castilla, quien mantuvo largo pleito, llegando un momento, hacia 1486, en que se alzaron las armas entre ambos bandos para dirimir lo que la justicia no se determinaba a resolver. De tal modo, que el conde de Tendilla, ayudado de todos los vecinos y hombres buenos de Mondéjar, a los que había prometido favorables condiciones de vida, se pertrecharon en el castillo de la villa, que entonces era tenido por uno de los más fuertes y mejor dotados de Castilla, resistiendo el embate de don Pedro de Castilla y sus mesnadas.

La solución llegó por vía de la monarquía. Los Reyes Católicos decidieron que saliera don Iñigo López de su encastillamiento, y ordenaron la demolición de la fortaleza hasta sus basamentos. A lo largo de unos días, en diciembre de 1486, consiguieron que los derechos de doña Catalina fueran vendidos a los Reyes, y éstos, poco después, se los vendieron al Mendoza en la cantidad de doce millones de maravedís, cantidad que pagó enseguida su hijo, el arzobispo humanista de Sevilla don Diego Hurtado de Mendoza. Fue el 11 de enero de 1487 cuando el primer conde de Tendilla ascendió a señor de Mondéjar.

LOS MENDOZA, SEÑORES DE MONDEJAR

La historia moderna de Mondéjar está centrada de una forma casi exhaustiva en la de la familia que como señores gobernaron el pueblo y sus destinos desde el siglo XVI al XIX. Se trata de la familia de los Mendoza, de suma importancia en la historia de la Alcarria y de la provincia de Guadalajara toda. Señores de grandes extensiones de terrenos, desde la Mancha al Cantábrico, poseedores de innumerables títulos de nobleza, de rentas sin cuento, y con personajes colocados en todos los puestos claves de la política y el poder durante los siglos XV y XVI, los Mendoza son también la razón única de la historia de Mondéjar, pues primero con el título de Condes de TendIlla, al que luego añaden el de marqueses de Mondéjar, van a protagonizar en sus diversas generaciones todas las situaciones históricas por las que haya de pasar la villa castellana (3).

El primer Mendoza que ostenta el señorío mondejano es don Iñigo López de Mendoza, hijo de su homónimo el primer marqués de Santillana. Protegió especial­mente a su villa de Tendilla, de la que era señor y primer conde, fundando en ella un convento de jerónimos, con el título de Santa Ana, en el que mandó poner, al presbiterio, su enterramiento y el de su esposa doña Elvira de Quiñones. Hoy se conservan, algo deteriorados, en la iglesia de San Ginés de Guadalajara.

Le sucedió en el señorío su hijo, segundo conde de Tendilla. La personalidad del segundo Mendoza que ostenta el señorío mondejano, es de un relieve excepcional, y por todos los especialistas de la historia moderna de España, es tenido este don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, como el auténtico introductor del Renacimiento italiano en España, y hombre humanista, político, guerrero, pensador y exquisito entendido de las artes, hasta el punto de habérsele designado habitual­mente en las crónicas de la época con el apelativo de el Gran Tendilla.

Don Iñigo López de Mendoza fue no solamente embajador de los Reyes Católi­cos ante el Vaticano. Allí estuvo, entre 1486 y 1487, introducido en los ambientes más cultos de la Roma renacentista, reclutando arquitectos, pintores y escultores, apren­diendo todo tipo de ideas y modos que le servirían para, a su vuelta a la meseta castellana, levantar edificios y crear su propia corte de intelectuales humanistas. Pero también fue guerrero, capitán general de la frontera de Al‑Andalus, y uno de los más valientes combatientes en la toma de Alhama y de la capital granadina finalmente, de la que fue nombrado alcaide de la fortaleza nazarita y Capitán General del nuevo Reino de Granada. En 1512 recibió del Rey Fernando el Católico el título de marqués de Mondéjar.

Esos mismos títulos los llevarían luego sus descendientes directos. El tercer conde y segundo marqués siguió las tendencias de su padre de beneficiar a Mondéjar, haciendo de él un pueblo próspero y bien dotado. Aunque casi siempre lo pasó en Granada como capitán general que era del Reino, en Mondéjar dispuso la construc­ción de una nueva iglesia parroquial, para lo que mandó traer a los mejores arquitec­tos granadinos del momento. Con planos de Pedro Machuca, mandó iniciar la construcción de un grandioso palacio marquesal que, por desgracia, no llegó nunca a concluirse. Este personaje, don Luís Hurtado de Mendoza, fue también Capitán General de Granada, como su padre, y solicito por mejorar la villa que daba título a su marquesado. Capitaneó el ejército real castellano en la revuelta morisca de las Alpujarras, y murió en Mondéjar, en 1566, siendo luego sepultado en el convento de San Francisco en la Alhambra granadina. Su hijo, el tercer marqués, también murió en Mondéjar, en 1587, y su cuerpo fue enterrado en el convento de Granada.

La familia mendocina continuó apoyando a Mondéjar y su territorio circun­dante. Eso hizo el cuarto marqués, don Iñigo López de Mendoza, y en esa línea siguió su hija, doña Catalina de Mendoza, que a principios del siglo XVII fundó en Alcalá de Henares el convento de Jesuitas y el Colegio Universitario de los Verdes en la Universidad cisneriana. Ya entre las generaciones subsiguientes, más dados a la vida de la Corte, brillaron con especial relieve algunas figuras, como la del marqués consorte, don Gaspar de Mendoza Ibáñez de Segovia, que estuvo casado con la novena marquesa doña María Gregoria de Mendoza y Aragón, y que a finales del siglo XVII dióse a los estudios históricos, escribiendo una estimable «Historia de la Casa de Mondéjar» que todavía se encuentra inédita en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia de Madrid. Tras él, algunos titulares del marquesado se retiraron a vivir a la villa alcarreña, en el palacio que siempre mantuvieron abierto. Tras la eliminación de los señoríos jurisdiccionales por la Constitución de Cádiz, los marqueses de Mondéjar quedaron como meramente nominados del sonoro título que sus antepasados hicieron brillar en Granada. Por otra parte, ya como Ayunta­miento constitucional desde esas primeras décadas del siglo XIX, Mondéjar ha ido evolucionando paulatinamente hacia un desarrollo armónico que hoy, con múltiples industrias, especialmente de elaboración de vinos, y floreciente agricultura, es uno de los enclaves más prósperos y dinámicos de la provincia de Guadalajara. 

HERALDICA DE LOS MENDOZA

Por lo que se refiere a la heráldica del apellido Mendoza, que será el que con más abundancia aparezca en el catálogo que a continuación exponemos de los emblemas existentes en Mondéjar, remitimos al lector a otros trabajos ya realizados sobre este tema (4). De todos modos, conviene recordar muy someramente cómo las armas primitivas del linaje alavés de los Mendoza constan de una simple banda, con esmaltes de sinople en el campo y gules en la banda, ésta a su vez fileteada de oro. Existe una leyenda para explicar el origen heroico de estos símbolos, y la idea mantenida por los cronistas mendocinos de que tales armas pertenecieron también a Rodrigo Díaz de Vivar, a quien se quería hacer antecesor de los Mendoza alcarre­ños (5). Esa banda se combinó en ocasiones con la cadena en posición de bordura, propia de los Zúñiga, y que usaron frecuentemente los Mendoza de Baeza, arguyen­do, quizás por su proximidad al lugar del hecho bélico, la participación principalí­sima del linaje mendocino en la batalla de las Navas de Tolosa (6). Lo frecuente es encontrar, especialmente a partir del siglo XV en su segunda mitad, el campo del escudo de Mendoza partido en frange, con la banda fileteada en sus campos uno y cuatro, ofreciendo en el segundo y tercero bien las diez panelas que dicen ganaron a los Guevara en la batalla de Arrigorriaga (7), bien la salutación angélica (el «Ave María Gratia Plena”) heredada de los de la Vega (8). Aún predominando este último emblema, a partir de principios del siglo XVI se suele añadir, en la rama principal de los duques del Infantado, la partición de las armas de Luna, por su parentesco con este linaje desde la boda del segundo duque con la hija de don Álvaro de Luna, y en otras ramas se añaden las armas de los respectivos entronques (9). El símbolo mendocino por excelencia es, sin embargo, el cuartelado en frange con bandas al primero y cuarto, y la salutación angélica al segundo y tercero, y a partir de ahí ha habido muchas modificaciones y acrecentamientos que, en el caso concreto de la heráldica mondejana, vamos a poder comprobar.

NOTAS

(1) HERRERA CASADO, ANTONIO,. Heráldica mendocina en Guadalajara, en «Wad‑al‑Hayara». 13 (1986): 195‑248.
(2) La bibliografía sobre la historia de la villa de Mondéjar no es muy abundante. Pueden consultarse sobre ello las siguientes obras: FERNÁNDEZ JIMENEZ, ANASTASIO: Historia de mondéjar, Mondéjar, 1981. HERRERA CASADO, ANTONIO: Glosario Alcarreño, tomo I, «Por los caminos de la Alcarria», Guadalajara, 1974. MENDOZA IBAÑEZ DE SEGOVIA Y AREVALO, GASPAR, Marqués Consorte de Mondéjar: Historia de la Casa de Mondéjar, inédita, 3 volúmenes. Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Madrid. RELACIONES TOPOGRÁFICAS enviadas a Felipe II por la Villa de Mondéjar en 1580. El original se conserva en la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Cf. GARCÍA LÓPEZ, J. C.: Memorial Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, págs. 309‑337. Y sobre los elementos que conforman el patrimonio artístico de la villa de Mondéjar puede acudirse a las siguientes obras: GÓMEZ ­MORENO, MANUEL: Estudios sobre el Renacimiento en Castilla: Hacia Lorenzo Vázquez, Madrid, 1925. HERRERA CASADO, ANTONIO: Inventario de los elementos arquitectónicos de interés histórico­artístico de la provincia de Guadalajara. Inédito. Un original en la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, en Guadalajara. HERRERA CASADO, ANTONIO: Cró­nica y Guía de la provincia de Guadalajara, Guadalajara, 2ª edición, 1988, págs. 308‑315, así como GARCÍA LÓPEZ, JUAN CATALINA. Catálogo monumental de la provincia de Guadalajara, manuscrito en la Biblioteca del Centro de Estudios Históricos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid.
(3) Para la genealogía de la familia Mendoza, ver especialmente GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C. S. I. C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA. Y también PECHA, HERNANDO: Historia de Guadalaxara y como la Religión de Sn. Geronymo en España fue fundada, y restaurada por sus ciudadanos, Edit. Institución de Cultura «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1977, con prólogo y estudio de ANTONIO HERRERA CASADO. Además debe consultarse la obra de IBAÑEZ DE SEGOVIA, G.: Historia de la Casa de Mondéjar, Manuscrito que se conserva, en tres tomos, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, original del siglo XVII. Así mismo, es fundamental la obra de PECHA, HER­NANDO: Historia de las vidas de los Excmos. Sres. duques del Ynfantado y sus progenitores desde el Ynfante don Zuria primer Sr. de Vizcaya asta la Excmaª Duquesa Dª Ana y su hixa doña Luisa condesa de Saldaña, manuscrito hoy conservado en la Biblioteca Pública Provincial, sección local, de Guadalajara.
(4) Fundamentalmente ver MENÉNDEZ‑PIDAL DE NAVASCUES, FAUSTINO: Las Armas de los Men­doza, en «Armas e Troféus», 2ª Serie, VI (1965): 3‑15: HERRERA CASADO, ANTONIO: Heráldica mendocina en Guadalajara, en «Wad‑al‑Hayara», 13 (1986): 195‑248. Es fundamental para el estudio de la evolución y variantes de las armas de Mendoza la obra de GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO. Historia Genealógica de la Casa de Mendoza, Jadraque, 1772, en manuscrito conservado en el Archivo Histórico Nacional, sección Osuna, legajo nº 3.408, que ofrece iluminados a mano un buen número de emblemas mendocinos, y que no se reproducen en la edición moderna de esta obra realizada a cargo de GONZÁLEZ PALENCIA por el Instituto Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946. Un estudio sobre esos emblemas mendocinos, se realiza en HERRERA CASADO, ANTONIO. Tesoro de los escudos de armas que hay en la provincia de Guadalajara…, tomo 52, 1977, manuscrito en poder del autor.
(5) Así las pinta GUTIÉRREZ CORONEL DIEGO, op., cit., libro 1º, pág. 128, denominándolas «Armas puras de Mendoza», y sobre esa leyenda y otras posteriores a este tema referentes, puede verse HERRERA CASADO, ANTONIO. El arte del humanismo mendocino en la Guadalajara del siglo XVI, en «Wad‑al‑Hayara'», 8 (1981): 345‑384.
(6) Así las pinta GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO, op., Cit., libro 1º, pág. 129, denominándolas «Armas Blasonadas de Mendoza». También las pinta este autor, en op., cit., libro 3º, pág. 298, diciendo ser de los Mendoza de la Corzana. Sobre la referida tradición de la participación de los Mendoza en la batalla de las Navas de Tolosa, véase ARGOTE DE MOLINA: Nobleza de Andalucía, parte la, capítulo CX, y sobre el uso de estas armas por los Mendoza de Baeza, ver la Carta de don Antonio de Barahona sobre los linajes de Baeza, de fecha 1499, en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, 9/183, fol. 10 v.
(7) Así se ven, magníficamente dibujadas a folio completo en el «ArmoniaI de Aragón”, folio 154 r., de propiedad particular, y sobre el que tenemos redactado un estudio completo, FJ Armorial de Aragón, actualmente en prensa. Cargadas de la cadena, las pinta así GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO, op., Cit., Ebro 1º, pág. 130, denominándolas también “Armas Blasonadas de Mendoza», y el mismo autor, en op. cit., libro 3º, pág. 200, como pertenecientes a los Mendoza de Almazán, y en libro 32, pág. 202, partidas de banda y panelas de plata en campo de gules, como de los Mendoza de Castrogeriz. Estas armas, muy poco utilizadas por las ramas principales de los Mendoza, se ven también en los emblemas tallados en piedra que adornan los capiteles del palacio de Mendoza de Yunquera de Henares, construido por los Laso de Mendoza en el siglo XVI. Ver sobre ellos HERRERA CASADO, ANTONIO: Crónica y Guía de la Provincia de Guadalajara, Guadalajara, 2ª edición, 1988, pág. 96.
(8) Así las pinta GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO, Op., Cit., libro 1º, pág. 131, denominándolas «Armas de Mendoza del Infantado». Son las que más abundan en la ciudad de Guadalajara y, en general, en toda la provincia de Guadalajara, pues son las propias de las primeras generaciones de los duques del Infantado, incluso del primer marqués de Santillana.
(9) Así las pinta GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO, op., cit., libro 30, pág. 172, denominándolas «Armas de Mendoza, de Montesclaros», aunque son muy utilizadas por todos los Infantado y otras ramas de ellos directamente salidas desde principios del siglo XVI.

 

Ficha 1

TITULAR: Villa de Mondéjar.

ESCUDO: Armas Municipales de la Villa de Mondéjar.

LOCALIZACIÓN: Salón de la Casa Con­sistorial o Ayuntamiento de Mondéjar.

MATERIAL: Pergamino.

FECHA: 1976.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: El escudo heráldico municipal de la villa de Mondéjar es de existencia tradicional. En las Relaciones Topográficas que el pueblo envió al Rey Felipe II en marzo de 1581 ya aparecen descritas del mismo modo. Fue aprobado oficialmente por Real Decreto 768/ 1976 de 18 de marzo, publicado en el Boletín Oficial del Estado no 89 de 13 de abril de ese mismo año. El ejemplar descrito está dibujado con técnicas modernas sobre pergamino y enmarcado, ocupando un puesto de honor en el Ayuntamiento de la villa. Representa según tradición el monte (de donde viene la palabra Mondéjar) en que asentó la población y el emblema de su entorno geográfico, la representativa encina cargada de frutos (bellotas) de oro. Existe otro ejemplar de este escudo, tallado en piedra blanca, sobre el balcón principal del Ayuntamiento. El emblema heráldico municipal se repite hoy por numerosos lugares de la villa, en azulejos, pergaminos, etc.

BLASONADO: Escudo español, en campo de plata y sostenida de un monte de piedras de oro, una encina de sinople, cargada de frutos de oro.

NOTAS: MEMORIAL HISTORICO ESPAÑOL, Tomo XLI, Relaciones Topo­gráficas de los pueblos de la provincia de Guadalajara enviadas al Rey Felipe II a finales del siglo X VI, Real Academia de la Historia, Madrid, 1903, pág. 311; GAVIRIA, Conde de: Gran Enciclopedia de Madrid Castilla‑La Mancha, Zaragoza, 1984, tomo VIII, pág. 2.167, voz «Mondéjar».

 Ficha 2

TITULAR: Villa de Mondéjar.

ESCUDO: Armas Municipales de la Villa de Mondéjar.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, primera casa de la Calle del Hospital, frente a la torre de la iglesia parroquial.

MATERIAL: Piedra caliza. FECHA: 1799.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se trata del escudo de la Villa tallado en el año 1799, y recolocado en un lugar céntrico en 1979. Es muy simple su descripción de la encina, y añade el detalle de estar acolado de un águila bicéfala, símbolo todavía de la monarquía que regía el país en la época de su talla.

BLASONADO: Escudo español, con un árbol. Acolado de un águila bicéfala.

NOTAS: MEMORIAL HISTORICO ESPAÑOL, Tomo XLI, Relaciones Topo­gráficas de los pueblos de la provincia de Guadalajara enviadas al Rey, Felipe II a finales del siglo XVI, Real Academia de la Historia, Madrid, 1903, pág. 311; GAVIRIA, Conde de: Gran Enciclopedia de Madrid Castilla‑La Mancha, Zaragoza, 1984, tomo VIII, pág. 2.167, voz «Mondéjar».

 

 Ficha 3

TITULAR: DIAZ DE MONDEJAR, Marcos.

ESCUDO: Díaz.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, iglesia parro­quial. Sepulcro en el muro de la nave del Evangelio, repetido tres veces sobre la cama que sostiene el cuerpo tallado yacente del titular.

MATERIAL: Alabastro blanco.

FECHA: Segunda mitad del siglo XV.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se trata del emblema heráldico personal de don Marcos Díaz de Mondéjar, eclesiástico natural de esta villa, que alcanzó a ser canónigo de la Catedral de Toledo, y murió en 1479, dejando cierta renta a la iglesia parroquial de su villa natal, donde además quiso ser enterrado. No está demostrado que fuera electo obispo de Sigüenza. El enterramiento, tallado en alabastro blanco, en estilo gótico puro, consta de un frontal de cama en el que aparecen repetidos tres veces los emblemas, y sobre dicha cama la estatua yacente, con ropas eclesiásticas, del sujeto. En el hueco del arco trilobulado, un Calvario. Todo ello hoy muy fragmentado y deteriorado tras el saqueo a que fue sometido el templo en 1936.

BLASONADO: Escudo partido, primero águila pasmada cargada de tres fajas, segundo un corzo pastando entre altas hierbas.

NOTAS: GARCÍA LÓPEZ, J. C.: Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II, publicadas en el Memorial Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, pág. 317; ídem: Catálogo Monumental de la provincia de Guadalajara, manuscrito en la Biblioteca del Centro de Estudios Históricos del Consejo Superior de Investiga­ciones Científicas de Madrid. La fotografía del enterramiento antes de su deterioro puede verse en LAYNA SERRANO, F., y CAMARILLO HIERRO, T.: La provincia de Guadalajara, Madrid, 1948, pág. 248.

Ficha 4

TITULAR: Familia de los López Soldado.

ESCUDO: López Soldado.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar. Palacio de los López Soldado en la Calle Mayor de la Villa. Encima del balcón central de la fachada. MATERIAL: Alabastro amarillento.

FECHA: Siglo XVIII. ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra colocado este escudo en lo alto de la fachada del que fue palacio de los López Soldado, en la calle mayor de la villa. Esta familia asentó en Mondéjar a lo largo del siglo XVII, siendo desde entonces, la más acaudalada del lugar, propietaria de grandes extensiones de terreno. Durante la segunda mitad del siglo XVIII poseyeron la escribanía de la villa. Don Manuel Alonso López Soldado fue opositor a cátedras en Alcalá, en la mitad de ese siglo. En Mondéjar hubo por esos años dos párrocos de dicha familia. Otros tres, laicos, hicieron fundaciones en la parroquia y dieron ayudas importantes en metálico. El poseedor de este emblema, don Eugenio López Soldado, creó una capellanía en la parroquia de Mondéjar en 1791.

BLASONADO: Escudo cuartelado, primero trece roeles en tres palos; segundo un águila pasmada; tercero un guerrero portando lanza; cuarto un lobo andante; al timbre celada que mira a la izquierda; acolado de cruz de Santiago; lambrequines y niños desnudos más carátula que sostienen el escudo.

NOTAS: FERNÁNDEZ MADRID, MARÍA TERESA: El Convento de San Antonio de Mondéjar, Memoria de Licenciatura, Madrid, s.a., inédita; GARCÍA LÓPEZ, J. C.: Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II, publicadas en el Memo­ria] Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, pág. 337; HERRERA CASADO, ANTONIO, Glosario Alcarreño, Tomo I Por los caminos de la Alcarria, Guadala­jara, 1974, págs. 124‑129.

Ficha 5

TITULAR: Caballero santiaguista de la fa­milia López Soldado.

ESCUDO: López Soldado.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar. Fachada de una vivienda noble del siglo XVIII, al come­dio de la calle Umbría­

MATERIAL: Alabastro amarillento. Fecha: Siglo XVIII.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Muy bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra colocado este escudo sobre la portada de una mansión sencilla de aspecto noble, en la céntrica y estrecha calle de la Umbría. Pertenece al linaje de los López Soldado, y más concretamente a un hidalgo pertene­ciente a la Orden de Santiago, pues la celada y la cruz acolada de la Orden así lo atestiguan. El cuartelado con muebles modernos nos posibilita pensar en que estos López Soldado eran ricos hacendados que a lo largo del siglo XVIII consiguieron acrecentar su posición con la adquisición de la hidalguía y el ingreso en una Orden de Caballería, diseñando «ex‑novo» su escudo.

BLASONADO: Escudo cuartelado, primero trece roeles en tres palos; segundo un águila pasmada; tercero un guerrero portando lanza; cuarto un lobo andante sobre ondas de agua; al timbre celada que mira a la izquierda; acolado de cruz de Santiago; lambrequines y cenefa cargada de florecillas. En las esquinas, cabezas de angelillos

NOTAS: FERNÁNDEZ MADRID, MARÍA TERESA: El Convento de San Antonio de Mondéjar, Memoria de Licenciatura, Madrid, s.a., inédita; GARCÍA LÓPEZ, J. C.: Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II, publicadas en el Memorial Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, pág. 337; HERRERA CASADO, ANTO­NIO: Glosario Alcarreño, Tomo I Por los caminos de la Alcarria, Guadalajara, 1974, págs. 124‑129.

Ficha 6

TITULAR: Caballero santiaguista de la fa­milia López Soldado.

ESCUDO: López Soldado añadidas de otros.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, sobre el bal­cón central de la fachada de una casa noble al comedio de la calle de D. Luís.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: Siglo XVIII.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Muy bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra colocado este escudo en lo alto del balcón central de una casa sencilla pero de aspecto noble en la calle de D. Luís, céntrica y estrecha. Muy bien tallado, denota ser obra del siglo XVIII, y pertenecer a un hidalgo con hábito de la Orden de Santiago, como lo demuestra la celada adiestrada que lleva por timbre, y la cruz acolada de Santiago. Sin duda pertenece a un miembro de la familia López Soldado, pues los cuarteles de la mitad derecha del escudo ofrecen los mismos muebles que el escudo de esta familia luce en su caserón de la Calle Mayor de Mondéjar. Añade en la mitad izquierda otros blasones de linaje desconocido con el que emparentan.

BLASONADO: Escudo partido, a la derecha las armas de los López Soldado, en cortado, y medio partido y cortado, que se distribuyen así: 1º, cuartelado, trece roeles en tres palos; 2º, un guerrero portando lanza; 3º, un águila pasmada, y 4º un lobo andante. A la izquierda, armas de linaje no identificado, terciado en faja, que se distribuyen así: 1º, cinco estrellas de ocho puntas; 2º, cinco corazones; 3º, un árbol defendido de un lobo; al timbre celada que mira a la derecha; acolado de cruz de Santiago; lambrequines y un par de pescados semejando delfines, más venera en la punta, que sostienen el escudo.

NOTAS: FERNÁNDEZ MADRID, MARÍA TERESA: El Convento de San Antonio de Mondéjar, Memoria de Licenciatura, Madrid, s.a., inédita; GARCÍA LÓPEZ, J. C.: Aumentos a las Relaciones Topográficas de Felipe II, publicadas en el Memorial Histórico Español, Tomo XLII, Madrid, 1903, pág. 337; HERRERA CASADO, ANTO­NIO: Glosario Alcarreño, Tomo I Por los caminos de la Alcarria, Guadalajara, 1974, págs. 124~129.

Ficha 7

TITULAR: Iñigo López de Mendoza, segun­do conde de Tendilla. ESCUDO: Mendoza timbradas de condado de Tendilla.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, convento franciscano de San Antonio, portada prin­cipal, enjuta derecha.

MATERIAL: Piedra.

FECHA: 1489.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Muy bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra este escudo tallado en piedra en la enjuta derecha de la portada renacentista del convento de San Antonio de Mondéjar. Este convento fue fundado en 1489 por el «gran Tendilla» don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla y primer marqués de Mondéjar. Las armas son las tradicionales de Mendoza y la Vega, heredadas de su abuelo el primer marqués de Santillana. Aquí se añade, acolando a las primitivas armas, una estrella (en teoría, de 8 puntas) y una cartela o frase suelta que dice «Buena Guía». Este lema fue añadido por el segundo conde de Tendilla tras su viaje a Roma en 1486, pues quiso completar sus armas con la estrella de los Reyes Magos y una frase que propiciara el éxito de su viaje. Quedaron así las armas de Mendoza añadidas de este símbolo y lema como propias de los condes de Tendilla y marqueses de Mondéjar.

BLASONADO: Escudo español, cuartelado en sotuer primero y cuarto banda fileteada, segundo y tercero repartida la leyenda AVE MARÍA GRATIA PLENA. Acolado de una estrella de múltiples puntas y sumado de una cartela en que se lee «BVENA GVIA». Pertenece al apellido Mendoza, añadido de la estrella y frase que puso el segundo conde de Tendilla, y primer marqués de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza, a quien pertenece.

NOTAS: Sobre el “gran Tendilla» consultar preferentemente CEPEDA ADÁN, J.: El gran Tendilla, medieval y renacentista, en «Cuadernos de Historia», I (1967), págs. 159‑68; MENESES GARCÍA, E.: Iñigo López de Mendoza, Correspondencia del Conde de Tendilla, I (1508‑1509): Biografía, estudio y trascripción, en «Archivo Documental Español», XXXI, Madrid, 1974; NADER, H.: Los Mendoza y el Renaci­miento Español, Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1986; LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, Madrid, 1942,,TOMO I Sobre el monasterio franciscano de San Antonio de Mondé­jar, consultar GÓMEZ‑MORENO, M.: Hacia Lorenzo Vázquez, en «Archivo Español de Arte», I (1925), págs. 140; HERRERACASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, 2a edición, Guadalajara, 1988, págs. 308‑315.

Ficha 8

TITULAR: Iñigo López de Mendoza, segun­do conde de Tendilla.

ESCUDO: Mendoza, timbradas de Tendilla.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, convento franciscano de San Antonio, hastial del pres­biterio.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: 1489.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra en la parte central y elevada del hastial del presbiterio del templo conventual de San Antonio, en Mondéjar, hoy en ruinas. Forma un conjunto con los dos escudos siguientes, que se rodean de coronas cívicas muy en el estilo de la heráldica italiana. Este escudo es en todo similar al anterior. Don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, obtuvo el título de marqués de Mondéjar en 1512 por el Rey Fernando V de Castilla. La fundación de este Convento es de 1489, mediante Bulas conseguidas del Papa Inocencio VIII durante su viaje diplomático a Italia en 1485‑86. En este convento se enterraron durante varias generaciones los marqueses de Mondéjar que, como él, fueron además Capitanes Generales de Granada.

BLASONADO: Escudo español, cuartelado en sotuer primero y cuarto banda fileteada, segundo y tercero repartida la leyenda AVE MARÍA GRATIA PLENA. Acolado de una estrella de múltiples puntas y sumado de una cartela en que se lee «BVENA GVIA». Rodeado de una corona cívica. Pertenece al apellido Mendoza, añadido de la estrella y frase que puso el segundo conde de Tendilla, y primer marqués de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza, a quien pertenece.

NOTAS: Sobre el «gran Tendilla» consultar preferentemente CEPEDA ADÁN, J.: El gran Tendilla, medieval ‑ I, renacentista, en «Cuadernos de Historia», I (1967): págs. 159‑68; MENESES GARCÍA, E.: Iñigo López de Mendoza, Correspondencia del Conde de Tendilla, I (1508‑1509): Biografía, estudio y trascripción, en «Archivo Documental Español», XXXI, Madrid, 1974; NADER, H.: Los Mendoza ‑ i, el Renaci­miento Español, Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1986; LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI Madrid, 1942. Tomo I. Sobre el monasterio franciscano de San Antonio de Mondéjar, consultar GÓMEZ‑MORENO, M.: Hacia Lorenzo Vázquez, en «Archivo Español de Arte», I (1925): 140; HERRERA CASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, 2a edición, Guadalajara, 1988, págs. 308‑315.

Ficha 9

TITULAR: Cruz de Jerusalem.

ESCUDO: La Cruz de Jerusalem.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, convento franciscano de San Antonio, hastial del pres­biterio.

MATERIAL: Piedra caliza. FECHA: 1489.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra en la parte central y elevada del hastial del presbiterio del templo conventual de San Antonio, en Mondéjar, hoy en ruinas. Forma un conjunto con el escudo anterior y el escudo siguiente, rodeándose todos de coronas cívicas muy en el estilo de la heráldica italiana. Se trata de una cruz potenzada, similar a la cruz de Jerusalem. Se ha querido ver en ella el recuerdo del tío del fundador, el Cardenal don Pedro González de Mendoza, muy devoto de la cruz y patriarca de Alejandría. Pero este escudo no tiene nada que ver con él. Podría tratarse de un privilegio obtenido por don Iñigo López de Mendoza del Papa Inocencio VIII para que en el centro de su templo conventual pusiera este símbolo, el más reconocido del cristianismo, con especiales características rituales. Esta misma cruz se ve en otro escudo de la torre de la iglesia parroquial de Mondéjar, sobre la ventana del segundo cuerpo de la misma.

BLASONADO: Escudo español, con la cruz potenzada de Jerusalem, rodeado de corona cívica.

NOTAS: CADENAS Y VICENT, VICENTE DE: Diccionario heráldico, Madrid, 1984.

Ficha 10

TITULAR: Francisca Pacheco Portocarrero, segunda esposa de Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla.

ESCUDO: De Pacheco y Portocarrero bor­durado de Castilla y León.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, convento franciscano de San Antonio, hastial del pres­biterio.

MATERIAL: Piedra caliza. FECHA: 1489.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Pertenece este escudo a doña Francisca Pacheco y Portoca­rrero, hija de don Juan Pacheco, primer marqués de Villena, y de su segunda esposa, doña María Portocarrero Enríquez. Fue la segunda esposa de Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla, fundador del convento franciscano de San Antonio de Mondéjar donde se encuentran estas armas. La primera mujer de este Iñigo López fue doña María Lasso de Mendoza. Estas mismas armas, mejor talladas aún, se ven en la enjuta izquierda de la portada principal de la iglesia de este convento franciscano. En éste se ven las calderas jaqueladas.

BLASONADO: Escudo español, cuartelado, 1º y 4º banda cargada de castillos y por bordura una cadena, de Portocarrero; 2º y 3º dos calderas puestas en palo, de Pacheco: por bordura, castillos y leones por el marquesado de Villena. Al timbre, corona marquesal. Rodeado por una corona cívica.

NOTAS: COOPER, EDWARD: Castillos señoriales de Castilla en los siglos XV y XVI, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1980, Tomo I; LAYNA SERRANO, FRANCISCO: Historia de Guadalajara y sus Mendozas durante los siglos XV y XVI, Madrid, 1942, Tomo II. IBAÑEZ DE SEGOVIA: Historia de la Casa de Mondéjar, Manuscrito en 3 tomos en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, siglo XVIL

Ficha 11

TITULAR: Luís Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Mondéjar­

ESCUDO: Mendoza, timbradas de Tendilla.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, iglesia parro­quial, portada principal.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: 1560.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra este escudo, tallado en piedra, en la enjuta derecha de la portada principal del templo parroquial de Mondéjar, que mandó construir el segundo marqués del título, don Luís Hurtado de Mendoza, y que fue llevada a cabo por el arquitecto Nicolás Adonza, siendo concluida la obra hacia 1560. La boca

de este escudo es netamente italianizante, apareciendo las armas de Mendoza puras acoladas de la estrella que mandó añadir como enseña el primer marqués, faltando sin embargo el lema «Bvena Gvia”, que también puso. El segundo marqués fue, como su padre, capitán general del reino de Granada y alcaide de la Alhambra, pero siempre cuidó a Mondéjar con atención, procurando a la villa grandes beneficios. Estas mismas armas se ven sobre el dintel de la portada occidental del mismo templo, talladas en piedra caliza, muy desgastadas. También se ven, talladas en madera, sobre la hoja derecha de dicha puerta occidental, sobre cartela italianizante y timbradas de corona marquesal y estrella de múltiples puntas.

BLASONADO: Escudo italiano, cuartelado en sotuer primero y cuarto banda fileteada, segundo y tercero repartida la leyenda AVE MARÍA GRATIA PLENA.

Acolado de una estrella de múltiples puntas y timbrado de corona marquesal. Pertenece al apellido Mendoza, añadido de la estrella que puso el segundo conde de Tendilla, y primer marqués de Mondéjar, don Iñigo López de Mendoza. Pertenece al hijo de éste, mayorazgo de la casa, don Luís Hurtado de Mendoza.

NOTAS: CEPEDA ADÁN, J.: Los últimos Mendoza granadinos del siglo XVI, Granada, 1974; IBAÑEZ DE SEGOVIA, G.: Historia de la Casa de Mondéjar, Manuscrito en tres tomos en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, siglo XVII; NADER, H.: Los Mendoza y el Renacimiento español, Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1986.

Ficha 12

TITULAR: Catalina de Mendoza y Zúñiga, esposa del segundo marqués de Mondéjar.

ESCUDO: De Mendoza, rama de los señores de Almazán y condes de Monteagudo, y de Zúñiga.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, iglesia parro­quial, portada principal.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: 1560.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCION: Este escudo se encuentra en la enjuta izquierda de la portada principal de la iglesia parroquial de Mondéjar, acompañando al del segundo marqués de Mondéjar. En estilo italiano, timbrado de la corona marquesal que le corresponde por matrimonio, pertenece a doña Catalina de Mendoza y Zúñiga, esposa de dicho marqués. Fue esta señora hija de don Pedro González de Mendoza, primer conde de Monteagudo, y señor del estado de Almazán, jefe por tanto de la casa de Mendoza que compitió con la de los duques del Infantado en punto a ser la más antigua del linaje. Este Mendoza estuvo casado con doña Isabel de Zúñiga y Avellaneda. Doña Catalina de Mendoza, hija de ambos, fue enterrada en Valladolid.

BLASONADO: Escudo italiano, cuartelado, primero y cuarto partido en frange, al primero una banda fileteada y al cuarto una barra fileteada, llevando al segundo y tercero cinco panelas puestas de dos, dos y una; segundo y tercero una banda bordurado de una cadena. Acolado de una cinta y timbrado de corona marquesal. Pertenece el primero a los Mendoza de Almazán, condes de Monteagudo, aunque aquí lleva mal puesto el cuarto campo, en que aparece una barra cuando debiera ser una banda. Se trata de un error del cantero. El segundo pertenece a los Zúñiga. El escudo es de doña Catalina de Mendoza y Zúñiga, esposa del segundo marqués de Mondéjar.

NOTAS: PECHA, HERNANDO Historia de Guadalajara y como la Religión de Sn. Gerónimo en España, fue fundada y restaurada por sus ciudadanos, Inst. de Cultura «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1977; GUTIÉRREZ CORONEL, DIE­GO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA.

Ficha 13

TITULAR: Luís Hurtado de Mendoza, se­gundo marqués de Mondéjar.

ESCUDO: Mendoza.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, iglesia parro­quial, cara norte de la torre.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: 1560. ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra este escudo, tallado en piedra, sobre la cara norte de la torre del templo parroquial de Mondéjar, que mandó construir el segundo marqués del título, don Luís Hurtado de Mendoza, y que fue llevada a cabo por el arquitecto Nicolás Adonza, siendo concluida la obra hacia 1560. Se acompaña de otros escudos en los que aparecen las armas de su esposa Catalina de Mendoza, y la cruz potenzada de Jerusalem. La boca de este escudo es de estilo italianizante, apareciendo las armas de Mendoza puras timbradas de corona marquesal, sin el añadido de la casa de Tendilla que debería haber llevado (estrella de ocho puntas y leyenda «Bvena Gvia”. Los lambrequines, trazados por Adonza, son netamente renacentistas.

BLASONADO: Escudo italiano, cuartelado en sotuer primero y cuarto banda fileteada, segundo y tercero repartida la leyenda AVE MARÍA GRASIA PLENA. Timbrado de corona marquesal. Lambrequines con grutescos y roleos renacentistas. Pertenece al apellido Mendoza. Pertenece al segundo marqués de Mondéjar, don Luís Hurtado de Mendoza.

NOTAS: CEPEDA ADÁN, J.: Los últimos Mendoza granadinos del siglo XVI, Granada, 1974; IBAÑEZ DE SEGOVIA, G.: Historia de la Casa de Mondéjar, Manuscrito en tres tomos en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, siglo XVII; GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la Casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA; FERNÁNDEZ MADRID,

FERNANDEZ, María Teresa: El mecenazgo de los Mendoza en Guadalajara: La arquitectura alcarreña del Renacimiento, Tesis doctoral inédita leída en la Universidad de Madrid, 1987; HERRERA CASADO, A.: Crónica y Guía de la Provincia de Guadalajara, Guadalajara, 1988, 2ª edición, págs. 311‑313.

Ficha 14

TITULAR: Catalina de Mendoza, esposa del segundo marqués de Mondéjar.

ESCUDO: De Mendoza (simplificadas) y Zúñiga.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, iglesia parroquial, cara norte de la torre.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: 1560.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Bueno.

DESCRIPCIÓN: Se encuentra este escudo, tallado en piedra, sobre la cara norte de la torre del templo parroquial de Mondéjar, que mandó construir el segundo marqués del título, don Luís Hurtado de Mendoza, y que fue llevada a cabo por el arquitecto Nicolás Adonza, siendo concluida la obra hacia 1560. Se acompaña de otros escudos en los que aparecen las armas del constructor, su esposo Luís Hurtado de Mendoza y la cruz potenzada de Jerusalem. La boca de este escudo es de estilo italianizante, apareciendo las armas de Mendoza y Zúñiga, distribuidas en cuarteles. Las de Mendoza están simplificadas, pues sólo llevan en frange las bandas fileteadas pero el campo correspondiente al linaje de los Monteagudo, que serían cinco panelas con campo, no las lleva. Las de Zúñiga también están simplificadas, pues tiene la banda pero le falta la cadena en bordura. Los lambrequines, trazados por Adonza, son netamente renacentistas.

BLASONADO: Escudo italiano, cuartelado, primero y cuarto las armas de Mendoza simplificadas, consistentes en cuartelado en frange, primero y cuarto una banda fileteada, segundo y tercero campos vacíos (sin las panelas de Monteagudo); segundo y tercero las armas de Zúñiga también simplificadas, consistentes en una banda. Timbrado de corona marquesal. Lambrequines con grutescos y roleos renacentistas. Pertenece a doña Catalina de Mendoza y Zúñiga, esposa del segundo marqués de Mondéjar.

NOTAS: CEPEDA ADÁN, J.: Los últimos Mendoza granadinos del siglo XVI, Granada, 1974; IBAÑEZ DE SEGOVIA, G.: Historia de la Casa de Mondéjar, Manuscrito en tres tomos en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, siglo XVII; GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA; HERRERA CASADO, A.: Crónica y Guía de la provincia de Guadalajara, Guadalajara, 1988, 2.a edición, págs. 311‑313.

Ficha nº 15

TITULAR: Doña Ana de Cabrera Vargas y Tapia, esposa del quinto marqués de Mondéjar, y madre de D. Iñigo López de Mendoza, sexto marqués de Mondéjar.

ESCUDO: De Velasco y Vargas.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, lado derecho de la portada occidental de la iglesia parroquial.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: Hacia 1620.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Deficiente.

DESCRIPCIÓN: Aunque carecemos de documentación para aseverarlo con certeza, creemos que este emblema pertenece a Doña Ana de Cabrera Vargas y Tapia, madre del sexto marqués de Mondéjar. Indudablemente fue este titular del marquesado, capitán general de Granada y alcaide de la Alhambra como todos sus antepasados, quien mandó levantar la portada occidental del templo parroquial de la Magdalena de Mondéjar, y ello lo hizo poco después de casarse y a poco de acceder a la titularidad de su marquesado, esto es, a partir de 1616. Este noble puso su escudo (Mendoza timbrado de Tendilla) en la clave de la portada, reservando los lados de la portada para los escudos de su madre (el de su padre era también Mendoza timbrado de Tendilla), y de su esposa, que vemos en la siguiente ficha. Dª Ana de Cabrera Vargas y Tapia era hija de D. Diego de Vargas Manrique, caballero de Alcántara, y de Da Mariana de Tapia. Fue además hermana de D. Antonio de Vargas, primer marqués de la Chavela y espía mayor de Castilla.

BLASONADO: Escudo español, partido. Primero cortado, 1º verado en ondas, de Velasco, y 2º ondado con bordura de castillos y leones, de Vargas. Segundo un árbol. Al timbre, corona marquesal. Lambrequines manieristas.

NOTAS: GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de Ángel González Palencia.

Ficha 16

TITULAR: Doña Brianda de Zúñiga Sar­miento y de la Cerda.

ESCUDO: De Guzmán y Zúñiga.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, lado izquier­do de la portada occidental de la iglesia pa­rroquial.

MATERIAL: Piedra caliza.

FECHA: Hacia 1620.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Defi­ciente.

DESCRIPCIÓN: Pertenece este escudo a Dª Brianda de Zúñiga Sarmiento de la Cerda, cuarta marquesa de Ayamonte y viuda del Conde de Saltes. Aparece aquí situado por haber contraído matrimonio en segundas nupcias con D. Iñigo López de Mendoza, sexto marqués de Mondéjar, en 1616, y habiendo éste construido poco después esta portada occidental para mejor adornar el templo parroquial de la Magdalena de su villa marquesal, colocó en la clave de dicha portada sus propias armas (de Mendoza puras timbradas de Tendilla), y en los laterales los escudos de su madre (Dª Ana de Cabrera y Vargas) y de su esposa, la referida Dª Brianda de Zúñiga. Era ésta hija de D. Francisco de Guzmán y Zúñiga, marqués de Ayamonte, y de Dª Ana Félix de Guzmán, y nieta a su vez de D. Antonio de Guzmán y Zúñiga, marqués de Ayamonte y gobernador de Milán, de cuyo claro linaje trae las armas partidas.

BLASONADO: Escudo partido, primero dos calderos puestos en palo, de Guz­mán; segundo una barra de Zúñiga. Al timbre, corona marquesal. Lambrequines manieristas.

NOTAS: GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA.

Ficha 17

TITULAR: Don José Ibáñez de Mendoza, décimo marqués de Mondéjar.

ESCUDO: De Figueroa, de Mendoza, de Velasco.

LOCALIZACIÓN: Mondéjar, fachada del edificio que fue en su día palacio de los mar­queses, hoy muy transformado.

MATERIAL: Piedra caliza.

ESTADO DE CONSERVACIÓN: Regular.

DESCRIPCIÓN: Los marqueses de Mondéjar, concretamente el segundo de ellos, don Luís Hurtado de Mendoza, iniciaron mediado el siglo XVI la construcción de un palacio en su villa de Mondéjar, con trazas que pudieran ser de Machuca o de Adonza. No se llegó a concluir, y sobre el caserón inexpresivo que luego fue utilizado de palacio marquesal se pusieron en el siglo XVII, timbradas en su conjunto por una irregular corona marquesal, las armas de Figueroa, Mendoza y Velasco, puestas en sendos escudos independientes. Las armas de Mendoza y Figueroa proceden del marquesado, que en la segunda mitad del siglo XVII ostentó como décimo marqués don José Ibáñez de Mendoza, que a su vez fue marqués de Agrópolí, Corpa y Valfermoso, así como conde de Tendilla, barón de San Garén, señor de Santa Fe y de la provincia de Almoguera, alcaide perpetuo y general de la Alhambra de Granada, y grande de España nato. Casó en 1687 con doña María Victoria de Velasco, de la casa de los Frías y condes de Haro, por quien se añade en este grupo de blasones el de Velasco.

BLASONADO: Grupo de tres escudos españoles, el primero a la izquierda son cinco hojas de higuera, por Figueroa; el central está cuartelado en frange, primero y cuarto una banda fileteada, segundo y tercero la leyenda «Ave María Gratia Plena» de Mendoza; el último cuartelado de veros y campos lisos, de Velasco. El grupo se timbra con corona marquesal.

NOTAS: GUTIÉRREZ CORONEL, DIEGO: Historia Genealógica de la casa de Mendoza, edición del Instituto «Jerónimo Zurita» del C.S.I.C., Madrid, 1946, 2 tomos, con prólogo y estudio de ÁNGEL GONZÁLEZ PALENCIA; HERRERA CASA­DO, A.: Glosario Alcarreño, Tomo I: «Por los Caminos de la Alcarria», Guadala­jara, 1974.

Los Baños de Trillo. Una revisión histórica

Los Baños de Trillo se han recuperado, finalmente, a principios del siglo XXI.

I

Entre el apretado haz de cosas curiosas, de hechos e instituciones que ha tenido en los tiempos pasados la provincia de Guadalajara, han sido, indudablemente, los baños de Trillo los que han tenido un más alto significado social y científico de todas éllas. En este primer trabajo, repasaremos muy por encima los avatares históricos del mismo, y en otro segundo veremos algunos detalles anecdóticos de su existencia en el siglo XVIII.

     Dice el doctor Contreras que los baños de Trillo «ya se conocían en la época de la dominación romana, en la que Trillo se llamaba Thermida» (1). Y, en efecto, desde tiempos muy antiguos fueron conocidas y apreciadas estas aguas medicinales, para las que se erigió un centro donde poder tomarlas comodamente. Romanos y árabes se aprovecharon de éllas, quedando su fama extendida por todo el país.

     Ya en el siglo XVII comenzaron algunos autores a ocuparse de éllas, describiendo el lugar y estudiando la composición de las aguas y sus aplicaciones (2). Por entonces, dice Limón Montero, no había allí «mas casa ni comodidad que una cabaña que se hizo de brozas», con lo que las fatigas que habían de pasar los bañistas debían ser notables y aun perjudiciales para su salud. Con todo, la gente mejoraba y aun de sus afecciones reumáticas, gracias a los componentes clorurado‑sódicos, sulfatado‑cálcico‑ ferruginosos, y arsenical de las aguas.

     Ya a comienzos del siglo XVIII, en 1710, pasaron los baños a ser incluídos en el término de Trillo, saliendo del de Azañón en que se encontraban anteriormente.

     El auge del balneario comenzó en el reinado de Carlos III, el «rey alcalde» que levantara estatuas y construyera magníficas obras públicas por todo el país. En 1771, llegó al balneario don Miguel M. de Nava‑Carreño, decano del Consejo y Cámara de Castilla, quien denunció al rey el interés del lugar y su completo abandono. Fué nombrado enseguida «gobernador y director de las casa de Beneficencia y Baños Termales de la villa de Trillo», y comisionado don Casimiro Gomez Ortega, profesor de Botánica en Madrid, «hombre de esclarecido talento, vasta erudición y profundos conocimientos» para realizar el estudio químico de las aguas.

     En los cinco años siguientes se adecentó todo aquéllo, se canalizaron conducciones, se arreglaron fuentes y se descubrieron otras nuevas: las del Rey, Princesa, Condesa, el Baño de la Piscina y otras fueron rodeadas de pretiles, uno de éllos «en forma de media luna», y a su pie un asiento que, guardando la misma figura, forma una especie de canapé todo de sillería muy hermoso y cómodo, y en el cual pueden sentarse a un tiempo con mucha conveniencia hasta cuarenta o cincuenta personas. Se hicieron cloacas para el desagüe, y en 1777 se concluyó el Hospital Hidrológico, a cuya entrada se colocó un busto de Carlos III, y en el interior una imagen de la Virgen de la Concepción, patrona de los establecimientos. Este Hospital Hidrológico no tuvo un destino inmediato, pero en 1780, se extendiò el acta que lo hacía «público Hospital… con doce plazas, con la dotación de alimentos, cama y asistencia necesaria para ocho hombres y cuatro mujeres de continua residencia en él, con la precisa prohibición de pedir limosna allí, ni por el pueblo».

     El norte filantrópico que desde el primer momento dirigió estos baños, queda retratado en el anterior detalle, o en la frase de su primer director, el señor Nava, quien, al hablar de la utilización de las aguas, decía: «debe dirigirse a la utilidad pública, a cuyo objeto se dirigen todas las miradas de S.M. como a blanco único de su paternal desvelo», revelador enunciado del Despotismo ilustrado, que prevalecía en el siglo XVIII.

     También el obispado de Sigüenza, en cuya jurisdicción quedaba Trillo, se ocupó en colaborar, levantando una nueva fuente, para pobres y militares, llamada del Obispo, en honor de don Inocente Bejarano, que ocupaba en 1802 la silla seguntina.

     A la muerte del señor Nava fue nombrado gobernador interino el conde de Campomanes, primer ministro, quien delegó en don Narciso Carrascoso, prebendado de la catedral de Sigüenza, quien dejó los baños otra vez en abandono.

     Fernando VII creó en 1816 el cuerpo de médicos directores de baños, nombrando director de los de Trillo a don José Brull. En 1829, pasó a dirigirlos don Mariano González y Crespo, quien publicó estudios sobre el uso de las aguas, descubrió una nueva fuente, y arregló el «camino viejo» que venía desde Brihuega, por Solanillos. Levantó edificios y construyó las fuentes de «Salud» y «Santa Teresa», así como nuevas dependencias para la dirección y administración. Durante su mandato se montó también la calefacción en los baños, por medio de generadores de vapor.

     Poco a poco, los baños de Trillo, que tanto habían supuesto para la salud de los artríticos de los siglos XVIII y XIX, fueron decayendo. La desamortización de Mendizábal dispuso de éllos, vendiéndolos a los Sres. de Morán, que se dedicaron a su cuidado. En 1860 fué la Diputación Provincial la encargada de su administración.

     Cuando en 1878 decía don Marcial Taboada, en el centenario de su restauración, que «Quiera el Cielo que los días que hayan de venir y las generaciones que hayan de sucedernos, dén cima al humanitario cometido de nuestro augusto fundador…», ignoraba la escasa vida que le restaba a esa institución sanitaria, para la que ahora, en esta última andadura del siglo XX, pedimos una atención, tanto por parte del Estado, como de los particulares, pues las aguas medicinales de Trillo siguen brotando del fondo de la tierra, y se está perdiendo una magnífica medicina que podría ser de gran utilidad para centenares de personas afectas de los diversos tipos de reumatismo que con éllas podrían aliviarse.

II

     Tomando ahora el sesgo anecdótico de la institución sanitaria y social de Trillo, pues ambas cosas a la vez fueron sus baños, lo mismo que ahora ocurre con cualquier balneario, nos aparece en primer lugar un tesorillo en el que buscar detalles para reconstruir el modo de pasar el tiempo de quienes hasta allí llegaban en el siglo XVIII. Se trata de un manuscrito existente en dicha sección de la Biblioteca Nacional, en cuarto, por pliegos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «Las aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete. No figura autor ni año.

     El argumento es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapricha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con élla. El padre acepta, y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro‑Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués…y de su hijo, coon quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta, ante la burla y desesperación del marqués vejete.

     De varios detalles del sainete sacamos algunos apuntes del ambiente que allí existía: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gustaba a los viajeros era andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera aquí a beber las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. dice así Ruano, el galeno del sainete: «Habrá manías mas endiabladas que las de estas gentes? Todo el día de bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan!».

     Incluso algunas señoras venían a los baños con otros intereses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose a una viajera adinerada que llega a Trillo: «Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…» Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos, Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos frautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.

     Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se funde el reir intrascendente con los quejidos de los gotosos: «¡ Qué bella estará una contradanza de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas !» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III en el Trillo del siglo XVIII.

     Pero también la piedad cristiana, el responsable conocimiento científico de las propiedades del agua, y el merecido descanso para los fatigados trabajadores del intelecto se encontraban en Trillo.

     Recordaremos, por una parte, como en 1745 se fundó en este pueblo la «Cofradía y Esclavitud de la Concepción de Nuestra Señora de la villa de Trillo» por los bañistas concurrentes a dicha villa. Por entonces no estaban aún «descubiertos» los baños por el elemento oficial de la nación, pero de todos modos acudía allí nobles y gentes adineradas. El conde de Atarés y del Villar fué primer presidente de la Cofradía, y sus constituciones las escribió don Plácido Barco Lopez, siendo aprobadas enseguida por el Vicario seguntino y publicadas luego en 1794, cuando el balneario se hallaba en su mejor momento de esplendor. El número de hermanos de la Cofradía se limitaba a 40, y con todo era muy difícil entrar en élla.

     La estancia de don Casimiro Gomez Ortega en Trillo fué muy celebrada: era director del Jardín Botánico madrileño y doctor en Madicina por Bolonia. Un verdadero sabio de alto renombre. Bastante tiempo pasó en los baños estudiando las plantas, los minerales y, por supuesto, las aguas, que abalizó minuciosamente. Extendió su afán investigador al recuento de casos anteriores que apoyaran la bondad del líquido elemento, y acabó dando una somera historia de la villa y sus baños. La imprenta real de Ibarra publicó su obra «Tratado de las aguas termales de Trillo» en 1778, siendo muy bien recibida.

     En 1798 llegó a Trillo don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los más altos y preclaros políticos que ha tenido la historia de España. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso llegarse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. Allí se alojó en la casa de don Narciso Carrasco, prebendado de Sigüenza y amigo suyo. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fué de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utilizaba, según él mismo nos relata, los vasos «de cortadillo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por la frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto dle día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de éllos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fué a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.

     Y así era como, entre bromas y veras, transcurría un año tras otro la existencia de estos baños alcarreños, que según el refrán eran casi panacea universal: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Lástima que se encuentren ahora tan abandonados y preteridos, cuando tanto en el terreno arqueológico, como incluso en el sanitario, podrían abrir tantas posibilidades a nuestra provincia.

ANECDOTARIO DE LOS BAÑOS DE TRILLO

     La semana pasada veíamos una somera historia de los baños de Trillo. Tomando ahora el sesgo anecdótico de esta institución sanitaria y social alcarreña, pues ambas cosas a la vez fueron sus baños, lo mismo que ahora ocurre con cualquier balneario, nos aparece en primer lugar un tesorillo en el que buscar detalles para reconstruir el modo de pasar el tiempo de quienes hasta allí llegaban en el siglo XVIII. Se trata de un manuscrito existente en dicha sección de la Biblioteca Nacional, en cuarto, por plie­gos sueltos, con un total de 21 folios, y titulado: «Las aguas de Trillo», ó «Las aguas medicinales», pues de las dos maneras aparece en la portada, bajo la denominación general de sainete. No figura autor ni año. Hace ya bastantes años lo comenté en estas mismas páginas, pero no me resisto ahora a comentarlo nuevamente, pues estoy seguro que muchos nuevos lectores me lo agradecerán.

     El argumento es muy sencillo, y sin aspiración alguna, salvo la de entretener. Un marqués, ya viejo y artrítico, se marcha a los baños de Trillo para buscar mocitas y burlarlas. Se encapri­cha de la hija del médico del balneario; le propone al padre su casamiento con élla. El padre acepta, y la chica, sin poder protestar, firma un papel en el que dice querer casarse con Jorge Pedro‑Ximénez Valdepeñas y Peralta, nombre del marqués…y de su hijo, coon quien resulta estar ya casada la niña y así legalizar su boda secreta,ante la burla y desesperación del marqués vejete.

     De varios detalles del sainete sacamos algunos apuntes del ambiente que allí existía: era la principal excusa el tomar las aguas, por baño externo y también bebidas, pero lo que más gusta­ba a los viajeros era andar todo el día de diversión. Dice así uno de los protagonistas: «Aquí (en Trillo) se vive con libertad, y se trata en dando un poco de tiempo a cuidar la quebrantada salud, lo demás del día al obsequio de las Damas, al juego, música y bailes. Oh, qué bien me aconsejaban los Médicos que viniera aquí a beber las aguas!». Claro es que, tras de tanta diversión y bullanga, las afecciones se recuperaban muy lenta y dificultosamente, quedando de ese modo un poco en entredicho la fama de las aguas y los médicos. dice así Ruano, el galeno del sainete: «Habrá manías mas endiabladas que las de estas gentes? Todo el día de bailes, guitarras, juego, cenas, merendonas, y luego a las pobres aguas y al Doctor desacreditan!».

     Incluso algunas señoras venían a los baños con otros inte­reses además de los meramente medicinales o de pasatiempo. Dice otro personaje del sainete, refiriéndose a una viajera adinerada que llega a Trillo: «Ya sé que usted viene a caza de cortejos o maridos a los baños…» Y luego el otro aspecto, el de los que sólo pensaban en matar el tiempo con su vicio favorito: «Hai otro Indiano mui ruin, pero jugador de taba, de parar, flor y otros juegos en que breve se despacha». Vidas vacías, nombres perdidos, Tal vez la música que allí gastaban sea lo único poético que de su recuerdo brota: en el sainete aparece un momento un quinteto «a dos voces, a dos frautas, y bajo», y luego sale una ronda de majos y majas con guitarras.

     Un pintoresco cuadro, en suma, en el que se funde el reir intrascendente con los quejidos de los gotosos: «¡ Qué bella estará una contradanza de reumatismos y flatos, con fluxiones y con asmas !» dice uno de los protagonistas. Y retrata en dos líneas el ambiente de los baños de Carlos III en el Trillo del siglo XVIII.

     La estancia de don Casimiro Gomez Ortega en Trillo fué muy celebrada: era director del Jardín Botánico madrileño y doctor en Madicina por Bolonia. Un verdadero sabio de alto renombre. Bas­tante tiempo pasó en los baños estudiando las plantas, los mine­rales y, por supuesto, las aguas, que abalizó minuciosamente. Extendió su afán investigador al recuento de casos anteriores que apoyaran la bondad del líquido elemento, y acabó dando una somera historia de la villa y sus baños. La imprenta real de Ibarra publicó su obra «Tratado de las aguas termales de Trillo» en 1778, siendo muy bien recibida.

     En 1798 llegó a Trillo don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los más altos y preclaros políticos que ha tenido la historia de España. Andaba ya por entonces algo fastidiado, y quiso lle­garse a la villa alcarreña al intento de mejorarse. Allí se alojó en la casa de don Narciso Carrasco, prebendado de Sigüenza y amigo suyo. La vida de Jovellanos en los baños de Trillo fué de lo más austera: se levantaba entre las 6 y las 7 de la mañana, y se iba en ayunas a las fuentes, a beber el agua termal. Utiliza­ba, según él mismo nos relata, los vasos «de cortadillo» de La Granja, de un cristal exquisito. Luego paseaba por la frondosas alamedas del Balneario. Después, a tomar chocolate, y ya el resto dle día lo ocupaba en leer, meditar y charlar con sus amistades. Uno de éllos era el doctor don Manuel Gil, médico de Cifuentes. Jovellanos se fué a Madrid pasado el verano, manifestando él mismo su recuperación.

     Y así era como, entre bromas y veras, transcurría un año tras otro la existencia de estos baños alcarreños, que según el refrán eran casi panacea universal: «Trillo todo lo cura, menos gálico y locura». Lástima que se encuentren ahora tan abandonados y preteridos, cuando tanto en el terreno arqueológico, como incluso en el sanitario, podrían abrir tantas posibilidades a nuestra provincia.

BIBLIOGRAFIA BASICA DE LOS BAÑOS DE TRILLO

          En las dos semanas pasadas, nos hemos entretenido en recordar la historia de una de las instituciones más clásicas e interesantes de la provincia de Guadalajara: los baños y las aguas minero‑medicinales de Trillo, en la Alcarria. Y no sólo la historia, sino algunas curiosidades y anécdotas bañadas de ropaje literario, que nos posibilitaron acceder al mundo real de lo que el siglo de la Ilustración y aún el del liberalismo, nos ofreció en ese bello rincón de nuestra tierra.

          Ahora, y como remate de nuestra investigación, quisie­ra dar una breve pincelada bibliográfica en torno a este tema, para que aquellos que estén interesados en penetrar más a fondo en él, puedan hacerlo guiados de la amplia serie de libros que sobre este balneario y sobre la tierra y las aguas de Trillo existen.

          Quizás sea el más interesante y accesible hoy en día el libro que escribió el trillano Agapito Perez Bodega en 1986, titulado «Guía y notas para una historia de Trillo», en el cual, y a través de numerosos capítulos, se expone con gracia literaria y erudición profunda cuanto hasta hoy se ha podido saber sobre esta institución añeja. El ofrece también una amplia bibliografía del tema.

          Fué Bibiano Contreras,médico de Jadraque,en sus «Apun­tes para una Memoria sobre Hidrografía de la provincia de Guada­lajara», en la pág. 79 del «Memorial Histórico Arriacense», vol. 1, Guadalajara, 1915, quien habló también ampliamente de estos baños trillanos. El Dr. Castillo de Lucas se ocupó de estudiar el mismo asunto en el capítulo de su obra, ya superagotada, titulada «Historia y Tradiciones de Guadalajara y su provincia», de 1970.

          Solo en calidad de apunte, doy aquí alguna bibliografía de los baños de Trillo: en 1698 publica don Manuel de Porras sus «Aguas Minerales de Trillo». En esos años lo hace el doctor Limón Montero, con su «Espejo cristalino de las aguas de España». En 1714, don José Mendoza, médico de Cifuentes, da a luz su «Virtud medicinal de los baños de la villa de Trillo». En 1741, don Juan Eugenio del Río publica «Virtudes medicinales d las aguas terma­les de la villa de Trillo y método de usarlas». Don Juan Gayán y Santoyo, cirujano, publica en 1760 otro opúsculo sobre la mate­ria, y en 1762 es el célebre doctor Casal quien en su «Historia físico‑médica del principado de Asturias» menciona los baños de Trillo. La obra más voluminosa e importante sobre éllos publica­da, es la de don Casimiro Gomez Ortega, en 1778, titulada «Vir­tudes Medicinales de las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Algo después, en 1791, don Luis Guarnerio y Allavena publica sus «Reflexiones sobre el uso interno y externo de las aguas termales de Trillo». Ya en el siglo XIX, finalmente, se ocupan de éllos don Basilio Sebastián Castellanos, con su «Manual del Bañista de Trillo», publicado en 1851, y don Mariano Gonzalez Crespo, su director, que publicó un estudio de «Las escrófulas y su curación por las aguas de Trillo». Este mismo autor publicó otras obras en torno al balneario que dirigía. Y así en 1844 publicó las «Observaciones prácticas sobre las virtu­des de las aguas minero‑medicinales de Trillo». Del año siguien­te, y del mismo autor, es una «Noticia abreviada del Estableci­miento de aguas y baños minero‑medicinales de Trillo».

          Otros autores dieron a la estampa trabajos varios sobre este peculiar entorno geográfico de la Alcarria. Jose María Brull, en 1818, publicó en Madrid un folleto titulado «Observa­ciones sobre la naturaleza y virtudes de las Aguas Minerales de Trillo». Mas antiguo, de 1793, es el escrito de A. Vallés y Covarrubias titulado «Discurso médico crítico sobre el uso inter­no y externo de las Aguas Thermales de la Villa de Trillo». Y en la «Nueva Guía del Bañista de España», en sus páginas 131 y 132, de A. Maestre de San Juan, editado en 1852, vienen también datos sobre el balneario trillano.         

          Es, finalmente, el doctor Marcial Taboada de la Riva, quien, en 1878, saca su folleto sobre el «Primer centenario de los establecimientos balnearios de Carlos III en Trillo», donde se hace un poco de historia acerca de éllos. Pido a mis lectores habituales disculpas por esta larga parrafada bibliográfica, con cierto aspecto de «ladrillo» indigerible, pero surge de la nece­sidad honesta de completar el estudio o la remembranza de las pasadas semanas con este sumario escueto, pero denso, de los libros y los folletos que en algún momento dijeron (casi todos éllos repitieron) algo sobre estas aguas, sobre sus baños, sobre el pueblo de Trillo y sobre la Alcarria. La semana próxima, espero, vendrá algo mas entretenido a alegrar este rincón del periódico.

NOTAS

(1) Bibiano Contreras, «Apuntes para una Memoria sobre Hidrografía de la provincia de Guadalajara», en la pág. 79 del «Memorial Histórico Arriacense», vol. 1, Guadalajara, 1915. Castillo de Lucas interpreta el nombre de Thermida por los baños del Guadiela, en Santaver.

(2)  Solo en calidad de apunte, doy aquí alguna bibliografía de los baños de Trillo: en 1698 publica don Manuel de Porras sus «Aguas Minerales de Trillo». Poco después, lo hace el doctor Limón Montero, con su «Espejo cristalino de las aguas de España». En 1714, don José Mendoza, médico de Cifuentes, da a luz su «Virtud medicinal de los baños de la villa de Trillo». En 174, don Juan Eugenio del Río publica «Virtudes medicinales d las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Don Juan Gayán y Santoyo, cirujano, publica en 1750 otro opúsculo sobre la materia, y en 1762 es el célebre doctor Casal quien en su «Historia físico‑médica del principado de Asturias» menciona los baños de Trillo. La obra más voluminosa e importante sobre éllos publicada, es la de don Casimiro Gomez Ortega, en 1778, titulada «Virtudes Medicinales de las aguas termales de la villa de Trillo y método de usarlas». Algo después, en 1791, don Luis Gualnerio Alabera publica sus «Reflexiones sobre el uso interno y externo de las aguas termales de Trillo. Ya en el siglo XIX, finalmente, se ocupan de éllos don Basilio Sebastián Castellanos, con su «Manual del Bañista de Trillo», publicado en 1851, y don Mariano Gonzalez Crespo, su director, que publicó un estudio de «Las escrófulas y su curación por las aguas de Trillo». Es, finalmente, el doctor Marcial Taboada, quien, en 1878, saca su folleto sobre el «Primer centenario de los establecimientos balnearios de Carlos III en Trillo», donde se hace un poco de historia acerca de éllos.