Covarrubias: un arquitecto del Renacimiento

viernes, 7 octubre 1988 1 Por Herrera Casado

 

Se conmemora este año el quinto centenario del nacimiento de Alonso de Covarrubias, maestro de obras y arquitecto genial, introductor del Renacimiento en Castilla, y autor de una numerosa serie de obras en el reino y arzobispado de Toledo (lo que hoy constituye la región de Castilla‑La Mancha). A lo largo de unas semanas, dedicaremos nuestra sección evocadora de personajes, aconteceres y monumentos, a este importante artista que dejó honda huella y magníficas expresiones de su valor en monumentos de Guadalajara, Sigüenza y varios otros pueblos de nuestro entorno.

El estudio de la vida y la obra de Alonso de Covarrubias está ya realizado muy concienzudamente. Diversos autores se han ocupado de ello, especialmente Fernando Marías y Chueca Goitía. No obstante, en estas líneas haremos una resumida semblanza de su biografía, para que nuestros lectores puedan centrar bien la figura de este artista que ahora cumple su 500 aniversario, y poder comprender mejor su intervención en el patrimonio artístico de Guadalajara.

Nació Covarrubias en el pueblo toledano de Torrijos, en 1488. Fueron sus padres Sebastián de Covarrubias de Leiva y María Rodríguez de Leiva, a quien también se llama en algunos documentos María de Covarrubias de Gerindote. Entre sus hermanos, que se sepa existían Marcos, bordador en Alcalá de Henares, y Juan, clérigo y racionero en la catedral de Salamanca. Alonso de Covarrubias casó en 1510 con María Gutiérrez de Egas, sobrina de los maestros arquitectos Egas, que tantas obras dejaron en la diócesis toledana. De ella tuvo cinco hijos, a los que dio esmerada educación: Diego de Covarrubias y Leiva alcanzó a ser uno de los más prestigiosos hombres de su tiempo, pues nacido en 1512 alcanzó los obispados de Ciudad Real y de Sevilla, e incluso llegó a ser presidente del Consejo de Castilla. Los otros hijos fueron Antonio, canónigo de Toledo; María, que casó con el escultor Gregorio Pardo; Catalina, que se metió monja dominica en Toledo, y la más pequeña llamada Ana.

Como curriculum vitae apresurado de Alonso de Covarrubias podemos recordar que muy joven aún obtuvo (1514‑1515) el grado de maestro de cantería, siendo nombrado Maestro Mayor de la catedral de Toledo (un cargo de alto prestigio, pues venía a ser reconocido como arquitecto responsable de una de las obras más grandiosas del país) en 1534. Ya en 1537 fue nombrado arquitecto de las obras reales en Madrid, Toledo y Sevilla, con lo que obtenía así el reconocimiento tanto de la Iglesia como del Rey. Se jubiló de su trabajo en 1566 y murió el 11 de mayo de 1570, siendo enterrado en su capilla particular de la iglesia de San Andrés en Toledo.

En su obra pueden distinguirse, como hace Muñoz Jiménez en su estudio dedicado a la Arquitectura del Manierismo en Guadalajara, tres etapas muy concretas, en cada una de las cuales dejó obras diversas. Una primera sería la de formación y aprendizaje (1510‑1526), en la que junto a canteros como Antón Egas, Juan Torrollo, etc., desarrolló sus iniciales saberes de cantero y tallista. En esta época ya fue a Sigüenza, trabajando allí junto a otros muy afamados arquitectos y escultores como Sebastián de Almonacid, Enrique Egas, Talavera, Guillén, Vergara el Viejo, etc. Pero sin tener todavía una responsabilidad en la traza de monumentos ni ser un tallista de primera fila.

La segunda etapa de su actividad es la de sus obras platerescas, ya con iniciativa propia y desarrollando todo su genio que luego se lanzaría sin trabas (1526‑1541). De 1526 es su primera obra conocida: concretamente en Guadalajara, la iglesia del convento de la Piedad, de la que hablaremos más ampliamente la próxima semana. Después de ella, en 1529 le fueron aceptadas sus trazas para la capilla de los Reyes Nuevos en la catedral de Toledo. En 1530 dio las trazas para la portada de Santas Justa y Rufina, donde trabajó hasta 1542. Al mismo tiempo, en 1530, levantó el patio del palacio de los marqueses de Malpica. También por esos años, de 1532 a 1534 dirigió en Sigüenza la Sacristía de las Cabezas, cuyas trazas, íntegramente realizadas por Covarrubias y seguidas en años sucesivos por otros maestros, demuestran el incipiente manierismo en la decoración y disposición de los elementos. En 1534, siendo ya maestro mayor de la catedral primada, dirigió las obras de San Clemente en Toledo, y a partir de 1535 traza la escalera claustral de la Santa Cruz en Toledo, y la escalera, fachada, patio y jardines del palacio arzobispal de Toledo. Aun en esos años, a partir de 1537, se responsabiliza de hacer los proyectos de un buen número de dependencias del Alcázar real madrileño, como los patios, escaleras, etc. Muchas otras obras de esa época, todavía con un sello netamente plateresco, pueden aún admirarse en Novés, Dos Barrios, Madridejos, Yepes, Plasencia, etc.

La tercera etapa, la más definitoria de Covarrubias, es la que abarca de 1541 hasta su jubilación y muerte en 1570. En ellas se lanza a una visión nueva, más avanzada, de la arquitectura, sin perder las referencias previas renacentistas, pero ahondando en las posibilidades decorativas que los nuevos modos ofrecen. El sintagma albertiano y las bóvedas de arista y cañón son usadas con profusión, con gran influencia serliana, y en la decoración se afina yéndose a la desornamentación más acusada. El claustro del convento de dominicos de Ocaña es obra de Covarrubias en 1541 y pertenece claramente a esta nueva etapa. También en esa fecha trazó la parte principal del palacio arzobispal de Toledo, y el patio real del convento de San Pedro Mártir de Toledo.

En esa época definitiva de su carrera y su arte, Covarrubias levanta, a partir de 1541, el Hospital Tavera de Toledo, obra que por sí sola le hubiera consagrado como uno de los mejores arquitectos de todas las épocas. Con ella se convierte, superando viejos cánones góticos y platerescos, en el principal representante del Manierismo serliano español. Todavía siguió trabajando en el Alcázar madrileño, proponiendo numerosas trazas y dirigiendo sus obras. Hizo el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia, con una escalera de tipo imperial entre los dos claustros. Concluyó la cabecera de la iglesia parroquial de Getafe, la de Santa Catalina en Talavera y la de La Puebla de Montalbán, en los que ya introdujo la cúpula y numerosos elementos decorativos (como cariátides y Hermes) tan propios del manierismo.

La obra completa de Alonso de Covarrubias llenaría varias páginas. Su actividad, incansable y siempre en primera línea de novedad y vanguardia, le han consagrada para los siglos futuros como un magnífico artista que ha llenado los pueblos y ciudades de nuestra actual región de Castilla‑La Mancha con su equilibrado estudio del espacio y los volúmenes. En el quinto centenario del nacimiento de esta figura, ha sido nuestro recuerdo hacia su persona y su obra. En las próximas semanas veremos, más detenidamente, su aportación al arte de la Alcarria, y lo que aún queda entre nosotros de su genial iniciativa.